El poder de un testimonio personal
Nuestro firme testimonio personal nos motivará a cambiar y después a bendecir al mundo.
En el Libro de Mormón, leemos acerca del joven Nefi, a quien el Señor le mandó que construyera un barco. Él fue diligente en obedecer ese mandamiento, pero sus hermanos se mostraron escépticos; “…cuando vieron mis hermanos que estaba a punto de construir un barco”, él escribió, “empezaron a murmurar contra mí, diciendo: Nuestro hermano está loco, pues se imagina que puede construir un barco; sí, y también piensa que puede atravesar estas grandes aguas” (1 Nefi 17:17).
Pero Nefi no se desanimó. No tenía experiencia en la construcción de barcos, pero tenía un firme testimonio personal de que “el Señor… [prepararía] la vía para que [cumpliesen] lo que les [había] mandado” (1 Nefi 3:7). Con ese poderoso testimonio y esa motivación en su corazón, Nefi construyó un barco en el que cruzaron las grandes aguas, a pesar de la gran oposición de sus infieles hermanos.
Permítanme compartir con ustedes una experiencia personal de mi juventud sobre el poder que tiene un motivo justo.
Tras la agitación de la Segunda Guerra Mundial, mi familia terminó en la Alemania del Este, que estaba ocupada por Rusia. En el cuarto grado de la escuela, tuve que aprender ruso como primer idioma extranjero; era muy difícil debido al alfabeto cirílico, pero con el tiempo llegué a dominarlo.
Cuando cumplí once años, tuvimos que abandonar Alemania del Este repentinamente debido a la orientación política de mi padre. Ahora tenía que asistir a una escuela en Alemania del Oeste, que en esa época estaba ocupada por Estados Unidos. Allí, en la escuela, todos los niños tenían que aprender inglés y no ruso. Aprender ruso había sido difícil, pero inglés me resultaba imposible. Tenía la impresión de que mi boca no estaba hecha para hablar inglés. Mis profesores hicieron lo imposible, mis padres sufrieron y yo sabía que, sin duda, el idioma inglés no era para mí.
Pero entonces algo cambió en mi juventud. Casi todos los días iba hasta el aeropuerto en bicicleta y observaba el aterrizaje y el despegue de los aviones. Leí, estudié y aprendí todo lo que pude encontrar sobre aviación: mi mayor deseo era llegar a ser piloto. Me imaginaba a mí mismo en la cabina del piloto de un avión comercial o de un avión de combate. En lo profundo de mi corazón, sentí que aquello sí era para mí.
Luego supe que para ser piloto tenía que saber hablar inglés. De la noche a la mañana, para sorpresa de todos, pareció que mi boca había cambiado. Fui capaz de aprender inglés. Aun así, me costó gran esfuerzo, perseverancia y paciencia, pero, ¡pude aprender a hablar en inglés!
¿Por qué? ¡Gracias a un motivo fuerte y justo!
Nuestros motivos y pensamientos son los que, al final, repercuten en nuestras acciones. El testimonio de la veracidad del Evangelio restaurado de Jesucristo es la fuerza motivadora más poderosa de nuestra vida. Con frecuencia Jesús recalcó el poder de los buenos pensamientos y de los motivos adecuados: “Elevad hacia mí todo pensamiento; no dudéis; no temáis” (D. y C. 6:36).
El testimonio de Jesucristo y del Evangelio restaurado nos ayudará a conocer el plan específico que Dios tiene para nosotros y a actuar de acuerdo con ello; nos brinda la seguridad de la realidad, de la veracidad y de la bondad de Dios; de las enseñanzas y de la expiación de Jesucristo y del llamamiento divino de los profetas de los últimos días. Nuestro testimonio nos motiva a vivir en rectitud, y una vida recta hará que nuestro testimonio sea cada vez más firme.
¿Qué es un testimonio?
Una definición de testimonio es: “Una solemne atestación en cuanto a la verdad de un asunto”; procede del término latino testimonium y la palabra testi que significa testigo (“Testimony”, http://www.reference .com/browse/wiki/Testimony; Merriam-Webster’s Collegiate Dictionary, 11th ed., 2003, “testimony”, pág. 1291).
Para los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, el término testimonio es una palabra entrañable y familiar en nuestras expresiones religiosas. Es tierna y dulce, y siempre conlleva cierto carácter sagrado. Cuando hablamos del testimonio, nos referimos a sentimientos del corazón y de la mente, en lugar de una acumulación de hechos lógicos y estériles. Es un don del Espíritu, una atestación del Espíritu Santo que indica que ciertos conceptos son verdaderos.
Un testimonio es el conocimiento seguro o la certeza que viene del Espíritu Santo acerca de la veracidad y de la divinidad de la obra del Señor en estos últimos días. Un testimonio es “la convicción permanente, viviente y conmovedora de las verdades reveladas del Evangelio de Jesucristo” (Marion G. Romney, “Cómo obtener un testimonio”, Liahona, noviembre 1976, pág. 1, cursiva agregada).
Al testificar, declaramos la veracidad absoluta del mensaje del Evangelio. En una época en la que muchos perciben la verdad como algo relativo, una declaración de veracidad absoluta no es algo muy popular, ni parece ser políticamente correcto ni oportuno. Los testimonios de las “cosas como realmente son” (Jacob 4:13) son audaces, verídicos y vitales porque tienen consecuencias eternas para la humanidad. A Satanás no le disgustaría que declarásemos el mensaje de nuestra fe y la doctrina del Evangelio como algo que cambia en base a las circunstancias. Nuestra firme convicción de la veracidad del Evangelio es un ancla en nuestra vida; es estable y fidedigna como la Estrella Polar. Un testimonio es algo muy personal y quizás un poco diferente para cada uno de nosotros, ya que cada uno es una persona única; sin embargo, un testimonio del Evangelio restaurado de Jesucristo siempre incluirá estas verdades claras y sencillas:
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Dios vive, Él es nuestro amoroso Padre Celestial y nosotros somos Sus hijos.
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Jesucristo es el Hijo del Dios viviente y el Salvador del mundo.
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José Smith es el profeta de Dios por medio de quien se restauró el Evangelio de Jesucristo en los últimos días.
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El Libro de Mormón es la palabra de Dios.
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El presidente Gordon B. Hinckley, sus consejeros y los miembros del Quórum de los Doce Apóstoles son los profetas, videntes y reveladores de nuestros días.
A medida que adquirimos un conocimiento más profundo de esas verdades y del plan de salvación por el poder y el don del Espíritu Santo, podremos llegar a “conocer la verdad de todas las cosas” (Moroni 10:5).
¿Cómo obtenemos un testimonio?
Todos sabemos que es más fácil hablar de un testimonio que adquirirlo. El proceso para recibirlo se basa en la ley de la cosecha: “Pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gálatas 6:7). Nada bueno viene sin esfuerzo ni sacrificio. Si tenemos que esforzarnos para adquirir un testimonio, eso nos hará, a nosotros y a nuestro testimonio, aún más fuertes; y, si compartimos nuestro testimonio, éste aumentará.
Un testimonio es una posesión muy preciada, pues no se adquiere sólo mediante la lógica o la razón, no se puede comprar con posesiones terrenales ni se puede dar de regalo, ni se puede heredar de nuestros antepasados. No podemos depender del testimonio de otras personas; sino que debemos saber por nosotros mismos. El presidente Gordon B. Hinckley ha dicho: “Todo Santo de los Últimos Días tiene la responsabilidad de llegar a saber por sí mismo, y con certeza, sin lugar a dudas, que Jesús es el Hijo resucitado y viviente del Dios viviente” (véase “No tengáis miedo de hacer lo bueno”, Liahona, julio de 1983, pág. 124).
La fuente de ese conocimiento seguro y de esa firme convicción es la revelación divina, “…porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía” (Apocalipsis 19:10).
Recibimos ese testimonio cuando el Espíritu Santo se comunica con nuestro espíritu. Recibiremos una certeza firme y apacible que será la fuente de nuestro testimonio y convicción, sin importar nuestra cultura, raza, idioma, posición social o económica. Esos susurros del Espíritu, más que sólo la lógica humana, serán el verdadero fundamento sobre el cual edificaremos nuestro testimonio.
La esencia de ese testimonio será siempre la fe en Jesucristo y el conocimiento de Él y de Su misión divina, quien en las Escrituras dice de Sí mismo: “Yo soy el camino, y la verdad y la vida” (Juan 14:6).
Por lo tanto, ¿cómo recibimos un testimonio personal que esté arraigado en el testimonio del Espíritu Santo? El método se describe en las Escrituras:
Primero: Deseo de creer. En el Libro de Mormón se nos exhorta: “…si despertáis y aviváis vuestras facultades hasta experimentar con mis palabras y ejercitáis un poco de fe… aunque no sea más que un deseo de creer” (Alma 32:27).
Habrá quien diga: “Yo no puedo creer; no soy religioso”. Piensen en esto: Dios nos promete ayuda divina aun cuando sólo tengamos el deseo de creer, pero debe ser un deseo real y no uno fingido.
Segundo: Escudriñar las Escrituras. Háganse preguntas, estúdienlas, escudriñen las Escrituras en busca de respuestas. Una vez más, en el Libro de Mormón se nos da un buen consejo: “Si dais lugar para que sea sembrada una semilla en vuestro corazón” por medio del estudio diligente de la palabra de Dios, la semilla buena “empezará a hincharse en vuestro pecho,” si no la rechaza nuestra incredulidad. Esa semilla buena comenzará a “ensanchar [vuestra] alma” y a “iluminar [vuestro] entendimiento” (Alma 32:28).
Tercero: Hacer la voluntad de Dios; guardar los mandamientos. No basta con entrar en un debate intelectual si deseamos saber por nosotros mismos que se ha restaurado el reino de Dios en la tierra. El estudio ocasional tampoco es suficiente. Nosotros mismos debemos actuar; eso significa aprender y después hacer la voluntad de Dios.
Debemos venir a Cristo y seguir Sus enseñanzas. El Salvador enseñó: “Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió. El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7:16–17; cursiva agregada). Y también dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15).
Cuarto: Meditar, ayunar y orar. Para recibir conocimiento del Espíritu Santo, debemos pedírselo a nuestro Padre Celestial. Debemos confiar en que Dios nos ama y que nos ayudará a reconocer los susurros del Espíritu Santo. En el Libro de Mormón se nos recuerda:
“…cuando leáis estas cosas… recor[dad] cuán misericordioso ha sido el Señor con los hijos de los hombres, desde la creación de Adán hasta el tiempo en que recibáis estas cosas, y que lo meditéis en vuestros corazones.
“…pregunt[ad] a Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son verdaderas estas cosas; y si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo” (véase Moroni 10:3–4).
Y el profeta Alma dijo:
“He aquí, os testifico que yo sé que estas cosas… son verdaderas. Y ¿cómo suponéis que yo sé de su certeza?
“…he aquí, he ayunado y orado… para poder saber estas cosas por mí mismo. Y… el Señor Dios me las ha manifestado por su Santo Espíritu; y éste es el espíritu de revelación” (Alma 5:45–46).
Mis amados hermanos y hermanas, Alma recibió su testimonio mediante el ayuno y la oración hace más de dos mil años, y nosotros podemos tener la misma sagrada experiencia hoy día.
¿Y para qué sirve el testimonio?
Un testimonio proporciona la debida perspectiva, motivación y el cimiento sólido sobre el cual edificar una vida útil y de progreso personal. Es una fuente constante de confianza, un compañero fiel y verdadero en los tiempos buenos y en los malos. Un testimonio nos brinda una razón para tener esperanza y alegría; nos ayuda a cultivar un espíritu de optimismo y de felicidad que nos permite regocijarnos por las bellezas de la naturaleza. Un testimonio nos motiva a escoger lo justo en todo momento y en toda circunstancia; nos motiva a acercarnos más a Dios, y a permitir que Él se acerque más a nosotros (véase Santiago 4:8).
Nuestro testimonio es un escudo protector y, al igual que una barra de hierro, nos conduce a salvo a través de la oscuridad y la confusión.
El testimonio de Nefi le dio el valor para defender sus principios y llegar a ser contado como uno que obedece al Señor. No murmuró, no dudó ni temió, fueran cuales fueran las circunstancias. En los momentos difíciles, dijo: “Iré y haré lo que el Señor ha mandado, porque sé que el Señor…prepa[rará] la vía para que [lo] cumplan” (1 Nefi 3:7).
Al igual que el Señor conocía a Nefi, Dios nos conoce y nos ama. Ésta es nuestra época; éstos son nuestros días. Nos hallamos en medio de la acción. Nuestro firme testimonio personal nos motivará a cambiar y después a bendecir al mundo. De ello testifico, dejándoles mi bendición en calidad de apóstol del Señor, en el nombre de Jesucristo. Amén.