Seamos proveedores providentes temporal y espiritualmente
Si vivimos de manera providente, podemos proveer para nosotros mismos y para nuestra familia, y también seguir el ejemplo del Salvador de servir y bendecir a los demás.
¡Cuán bendecidos somos de ser guiados por un profeta viviente! Por haberse criado durante la Gran Depresión, el presidente Thomas S. Monson aprendió a prestar servicio a los demás. A menudo su madre le pedía que llevara comida a los vecinos necesitados, y ella daba alguno que otro trabajo a hombres sin hogar a cambio de comidas caseras. Más tarde, siendo joven obispo, él recibió esta instrucción del presidente J. Reuben Clark: “Sé bondadoso con las viudas y cuida de los pobres” (La enseñanza: El llamamiento más importante, pág. 117). El presidente Monson se encargó de 84 viudas y cuidó de ellas hasta que fallecieron. A lo largo de los años, su servicio a miembros y vecinos de todo el mundo ha sido el sello distintivo de su ministerio. Estamos agradecidos por tener su ejemplo. Gracias, presidente Monson.
Hermanos y hermanas, al igual que el presidente Monson, nuestros hijos se están criando en una época de incertidumbre económica. Así como nuestros abuelos y bisabuelos aprendieron lecciones esenciales debido a la adversidad económica, lo que aprendamos ahora, en las circunstancias actuales, nos bendecirá a nosotros y a nuestra posteridad en las generaciones futuras.
Hoy me dirijo a todos aquellos cuya libertad de elección se ha visto reducida por los efectos desacertados de las decisiones del pasado; me refiero específicamente a las decisiones que han conducido a la deuda excesiva y a las adicciones a comida, drogas, pornografía y otros hábitos de pensamiento y de acción que disminuyen nuestro sentido de autoestima. Todos estos excesos nos afectan individualmente y debilitan nuestras relaciones familiares. Por supuesto, a fin de proveer de lo necesario para la familia, tal vez sea necesario contraer algunas deudas para la educación formal, una casa modesta o un automóvil sencillo. Sin embargo, lamentablemente, se incurre en deudas adicionales cuando no controlamos nuestros deseos e impulsos adictivos. La solución prometedora es la misma, tanto para la deuda como para la adicción: Debemos volvernos al Señor y seguir Sus mandamientos. Debemos desear más que nada cambiar nuestra vida para salir del ciclo de la deuda y de nuestros deseos desmedidos. Ruego que en los siguientes minutos, y a lo largo de la conferencia, sean llenos de esperanza en nuestro Salvador Jesucristo y encuentren esperanza en las doctrinas de Su evangelio restaurado.
Nuestros desafíos, incluso los que generamos por nuestras propias decisiones, son parte de nuestra prueba en la tierra. Permítanme asegurarles que su situación no está más allá del alcance de nuestro Salvador. Por medio de Él, cada lucha nos servirá de experiencia y será para nuestro bien (véase D. y C. 122:7). Cada tentación que superemos es para fortalecernos y no para destruirnos. El Señor nunca permitirá que suframos más de lo que podamos resistir (véase 1 Corintios 10:13).
Debemos recordar que el adversario nos conoce muy bien; él sabe dónde, cuándo y cómo tentarnos. Si somos obedientes a las impresiones del Espíritu Santo, podemos aprender a reconocer las trampas del adversario. Antes de ceder a la tentación, debemos aprender a decir con firme determinación: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!” (Mateo 16:23).
Nuestro éxito nunca se mide por la intensidad con la que seamos tentados, sino por la fidelidad de nuestra reacción. Debemos pedir ayuda a nuestro Padre Celestial y buscar la fortaleza por medio de la expiación de Su Hijo Jesucristo. Tanto en los asuntos temporales como espirituales, el obtener esta ayuda divina nos permite ser proveedores providentes para nosotros mismos y para los demás.
¿Qué es un proveedor providente?
Todos nosotros tenemos la responsabilidad de proveer para nosotros mismos y para nuestra familia tanto en el aspecto temporal como en el espiritual. A fin de proveer de manera providente, debemos poner en práctica los principios de un vivir providente: el vivir alegremente dentro de nuestras posibilidades, estar contentos con lo que tenemos, evitar la deuda excesiva, ahorrar con diligencia y prepararnos para emergencias imprevistas. Si vivimos de manera providente, podemos proveer para nosotros mismos y para nuestra familia, y también seguir el ejemplo del Salvador de servir y bendecir a los demás.
Al ser proveedores providentes, debemos guardar el mandamiento más básico: “no codiciarás” (Éxodo 20:17). El mundo está lleno de sentimientos de reclamo de derechos. A algunos nos da vergüenza, pena o nos sentimos inferiores si nuestra familia no tiene todo lo que nuestros vecinos tienen; como consecuencia, nos endeudamos para comprar artículos que no están a nuestro alcance, y cosas que en verdad no necesitamos. Al hacer eso, llegamos a ser pobres temporal y espiritualmente. Nos deshacemos de una porción de nuestro valioso y preciado albedrío y nos colocamos en una servidumbre que nosotros mismos nos hemos impuesto. El dinero que podríamos haber utilizado para atendernos a nosotros mismos y a los demás ahora debe emplearse para pagar nuestras deudas. Lo que sobra por lo general es sólo lo suficiente para cubrir nuestras necesidades físicas más básicas. Al vivir en ese nivel de subsistencia nos deprimimos, disminuye nuestra autoestima y se debilita la relación que tenemos con familiares, amigos, vecinos y el Señor. No disponemos de tiempo, energía ni interés para procurar las cosas espirituales.
Entonces, ¿cómo evitamos y superamos los hábitos de deuda y adicción a las cosas temporales y mundanas? Permítanme compartir con ustedes dos lecciones de un vivir providente que podrían ser de ayuda para cada uno de nosotros. Esas lecciones, junto con muchas otras importantes lecciones de mi vida, me las enseñó mi esposa, mi compañera eterna. Esas lecciones se aprendieron durante dos ocasiones diferentes de nuestro matrimonio: ambas cuando quería comprarle a ella un regalo especial.
La primera lección la aprendí cuando de recién casados contábamos con muy poco dinero. Yo estaba en la fuerza aérea y no habíamos pasado esa Navidad juntos. Me encontraba en una asignación en el extranjero; al regresar a casa, vi un hermoso vestido en el escaparate de una tienda y le sugerí a mi esposa que si le gustaba, lo compraríamos. Mary fue al vestidor y, después de unos minutos, la dependienta salió, pasó cerca de donde yo estaba, y volvió a poner el vestido en el escaparate. Al salir de la tienda, pregunté: “¿Qué pasó?”. Ella contestó: “¡Era un lindo vestido, pero no tenemos dinero para comprarlo!” Esas palabras me penetraron el corazón. He aprendido que las dos palabras más amorosas son: “Te amo” y las cinco palabras que representan más cariño por aquellos a quienes amamos son: “No tenemos dinero para comprarlo”.
La segunda lección la aprendí varios años después cuando estábamos más económicamente estables. Se acercaba nuestro aniversario de bodas y le quería comprar a Mary un elegante abrigo para demostrarle mi amor y aprecio por los muchos años felices que habíamos pasado juntos. Al preguntarle lo que opinaba del abrigo que tenía pensado comprarle, su respuesta, una vez más, me penetró el corazón y la mente. “¿Y cuándo me lo pondría?”, preguntó. (En ese entonces, ella era presidenta de la Sociedad de Socorro de barrio y prestaba socorro a las familias necesitadas.)
Entonces me enseñó una lección inolvidable. Me miró a los ojos y dulcemente preguntó: “¿Lo vas a comprar por mí o por ti?”. En otras palabras, preguntaba: “¿Es el propósito de este regalo para demostrarme tu amor o para demostrarme que eres un buen proveedor, o para probarle algo al mundo?”. Medité en su pregunta y me di cuenta de que estaba pensando menos en ella y en nuestra familia, y más en mí.
Después de eso, tuvimos una seria y trascendental conversación sobre un vivir providente y ambos decidimos que utilizaríamos mejor nuestro dinero si pagábamos la hipoteca de la casa y ahorrábamos para el fondo escolar de nuestros hijos.
Esas dos lecciones son la esencia de un vivir providente. Al enfrentar la decisión de comprar, consumir o participar de cosas y actividades mundanas, todos debemos aprender a decirnos unos a otros: “¡No tenemos dinero para comprarlo, aunque lo queramos!” o, “¡Podemos comprarlo, pero no lo necesitamos, y en realidad, ni siquiera lo queremos!”.
Hay un principio igual de importante en estas lecciones: Podemos aprender mucho al comunicarnos con nuestros esposos y esposas. Al deliberar y trabajar unidos en los consejos familiares, podemos ayudarnos mutuamente a llegar a ser proveedores providentes y también enseñar a nuestros hijos a vivir de manera providente.
La base de un vivir providente es la ley del diezmo. El propósito fundamental de esta ley es ayudarnos a desarrollar la fe en nuestro Padre Celestial y en Su Hijo Jesucristo. El diezmo nos ayuda a superar nuestros deseos por las cosas de este mundo y voluntariamente hacemos sacrificios por los demás. El diezmo es la gran ley equitativa, ya que no importa cuán ricos o pobres seamos, todos pagamos la misma décima parte de nuestro interés anualmente (véase D. y C. 119:4) y todos recibimos bendiciones tan grandes “hasta que sobreabunde[n]” (Malaquías 3:10).
Además de nuestros diezmos, debemos también ser un ejemplo en el pago de nuestras ofrendas de ayuno. Una ofrenda de ayuno es por lo menos el costo de las dos comidas consecutivas en las cuales “ayunamos” cada mes. Al no participar de esas dos comidas, nos acercamos al Señor en humildad y oración y también participamos al contribuir de manera anónima para bendecir a nuestros hermanos y nuestras hermanas de todo el mundo.
Otra manera importante de ayudar a nuestros hijos a aprender a ser proveedores providentes es al establecer un presupuesto familiar. En las reuniones de consejo familiar debemos repasar con regularidad nuestro “plan familiar de ingresos, ahorros y gastos”. Eso enseñará a nuestros hijos a reconocer la diferencia que existe entre los deseos y las necesidades y el planear de antemano el uso sensato de los recursos familiares.
Cuando nuestros hijos eran pequeños, llevamos a cabo un consejo familiar y fijamos la meta de tomar unas “vacaciones de ensueño” en el río Colorado. Cuando cualquiera de nosotros quería comprar algo durante el año siguiente, nos preguntábamos el uno al otro: “¿En verdad queremos comprar eso ahora, o queremos tomar las vacaciones de ensueño después?”. Esa fue una maravillosa experiencia de aprendizaje al elegir un vivir providente. Al no satisfacer todo deseo inmediato, obtuvimos la recompensa más deseable de unidad familiar y de agradables recuerdos durante los años posteriores.
Cuando tengamos el deseo de experimentar o poseer algo que vaya a afectarnos a nosotros o a nuestros recursos, tal vez debamos preguntarnos: “¿Es el beneficio temporal, o tendrá valor y trascendencia eternos?”. El responder a esas preguntas con sinceridad nos ayudará a evitar la deuda excesiva y otra conducta adictiva.
Al procurar superar la deuda y la conducta adictiva, debemos recordar que la adicción es el deseo del hombre natural y que nunca se satisfará; es un apetito insaciable. Cuando somos adictos, buscamos esas posesiones mundanas o placeres físicos que parecen atraernos, pero, como hijos de Dios, nuestra más profunda añoranza, y lo que realmente debemos buscar es lo que sólo Dios puede proporcionar: Su amor, Su sentimiento de valía, Su seguridad, Su confianza, Su esperanza en el futuro y la seguridad de Su amor, que nos brinda gozo eterno.
Debemos desear, más que cualquier otra cosa, hacer la voluntad de nuestro Padre Celestial y proveer de manera providente para nosotros mismos y para los demás. Debemos declarar, así como lo hizo el padre del rey Lamoni: “…abandonaré todos mis pecados para conocerte” (Alma 22:18). Entonces podremos ir a Él con firme determinación y prometerle: “Haré lo que sea necesario”. Por medio de la oración, del ayuno, de la obediencia a los mandamientos, de las bendiciones del sacerdocio y de Su Sacrificio Expiatorio, sentiremos Su amor y poder en nuestra vida. Recibiremos Su guía y fortaleza espiritual mediante las impresiones del Espíritu Santo. Sólo por medio de la expiación de nuestro Señor podemos obtener un potente cambio en el corazón (véase Mosíah 5:2; Alma 5:14) y experimentar un potente cambio en nuestra conducta adictiva.
Con todo el amor que llevo en mi interior, y con el amor del Salvador que se expresa por medio de mí, les invito a venir a Él y a escuchar Sus palabras: “Por lo tanto, no gastéis dinero en lo que no tiene valor, ni vuestro trabajo en lo que no puede satisfacer. Escuchadme diligentemente, y recordad las palabras que he hablado; y venid al Santo de Israel y saciaos de lo que no perece ni se puede corromper” (2 Nefi 9:51).
Testifico que el apetito de poseer cosas mundanas sólo se puede superar si nos volvemos al Señor. El hambre de la adicción sólo se puede reemplazar con nuestro amor por Él. Él está presto para ayudarnos a cada uno de nosotros. “No temáis”, dijo, “porque sois míos, y yo he vencido al mundo” (D. y C. 50:41).
Expreso mi testimonio especial de que por medio de la Expiación Él ha vencido todas las cosas. Ruego que cada uno de nosotros supere las tentaciones mundanas al venir a Él y llegar a ser proveedores providentes tanto temporal como espiritualmente para nosotros mismos y para los demás, es mi humilde oración, en el nombre de Jesucristo. Amén.