2000–2009
Aprendamos las lecciones del pasado
Abril 2009


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Aprendamos las lecciones del pasado

El aprender las lecciones del pasado les permite edificar un testimonio personal sobre la roca sólida de la obediencia, de la fe y del testimonio del Espíritu.

Vivimos en una época fascinante y, en ocasiones, desconcertante. El otro día le dije a uno de mis nietos que estaba revisando el texto de mi discurso de la conferencia; su rostro reflejó su confusión; él preguntó: “¿Vas a enviar tu discurso por mensaje de texto? Pensé que tenías que darlo en el Centro de Conferencias”.

Mientras que para algunos sería más fácil enviarlo por mensaje de texto, yo estoy agradecido por esta oportunidad de hablarles hoy, porque tengo un mensaje que considero importante para ese nieto, para mis otros nietos y para todos los jóvenes de la Iglesia.

Hace unos años, cuando me dedicaba a los negocios, aprendí una lección muy cara por no haber escuchado con cuidado el consejo de mi padre, ni haber prestado atención a las impresiones del Espíritu que me brindaba la guía de mi Padre Celestial. Mi padre y yo estábamos en el negocio de los automóviles y la compañía automotora Ford estaba buscando agencias para vender sus nuevos modelos. Los ejecutivos de Ford nos invitaron, a mi padre y a mí, a una presentación de preestreno del que ellos consideraban sería un producto de éxito espectacular. Cuando vimos los autos, mi padre, que tenía más de 35 años de experiencia en el negocio, me advirtió en cuanto a la idea de convertirme en distribuidor. Sin embargo, el personal de ventas de Ford fue muy persuasivo, así que decidí convertirme en el primero —y de hecho, el último— distribuidor del automóvil Edsel en Salt Lake City. Si no saben lo que es un Edsel, pregúntenle a su abuelo; él les dirá que el auto Edsel fue un rotundo fracaso.

Ahora bien, esta experiencia encierra una poderosa lección para todos ustedes. Si están dispuestos a escuchar y a aprender, algunas de las enseñanzas más significativas de la vida provienen de los que se han ido antes que ustedes. Ellos han caminado por donde ustedes caminan ahora y han pasado por mucho de lo que ustedes están pasando. Si escuchan y atienden sus consejos, pueden ayudar a orientarlos hacia las opciones que serán para el beneficio y la bendición de ustedes, y a alejarlos de las decisiones que podrían destruirlos. Al considerar a sus padres y a los demás que se han ido antes que ustedes, hallarán ejemplos de fe, compromiso, trabajo arduo, dedicación y sacrificio que deberían esforzarse por emular.

Es difícil imaginarse un ámbito en el que no valga la pena analizar y aprender de la experiencia de los demás. Muchas profesiones requieren pasar por prácticas en las que los aspirantes observan a los profesionales expertos para aprender de sus años de experiencia y sabiduría acumulada. En los deportes profesionales muchas veces se espera que los novatos se sienten en la banca y aprendan al observar a los jugadores veteranos. A los misioneros nuevos se les asigna trabajar con compañeros mayores cuya experiencia ayuda al misionero nuevo a aprender la forma correcta de servir al Señor eficazmente.

Naturalmente, hay ocasiones en que no tenemos otra alternativa más que aventurarnos por cuenta propia y hacer lo mejor posible por comprender las cosas a medida que vayamos avanzando. Por ejemplo, no hay mucha gente de mi generación que tenga la experiencia para ayudar en cuanto a las tecnologías más modernas. Cuando tenemos problemas relacionados con la tecnología moderna, debemos acudir a alguien que sepa de ello más que nosotros, que por lo general implica preguntarle a alguno de ustedes, jovencitos.

Mi mensaje y mi testimonio para ustedes hoy, mis jóvenes amigos, es que para las preguntas más importantes de su vida eterna, hay respuestas en las Escrituras y en las palabras y los testimonios de los apóstoles y profetas. El hecho de que estas palabras provengan mayormente de ancianos, pasados y presentes, no las hace menos pertinentes. De hecho, eso las hace más valiosas para ustedes porque provienen de aquellos que han aprendido mucho a lo largo de años de un vivir devoto.

Hay un famoso refrán que se atribuye a George Santayana. Es probable que lo hayan escuchado: “Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo” (en John Bartlett, comp., Familiar Quotations, 15a. ed., 1980, pág. 703). En efecto, existen varias versiones de esa cita, incluso la que dice: “Aquellos que no recuerdan el pasado, están destinados a repetirlo”, pero sin importar la precisión del idioma, el concepto es profundo. Hay grandes lecciones que se pueden aprender del pasado, y ustedes deben aprenderlas para que no agoten su fortaleza espiritual repitiendo los errores y las malas decisiones del pasado.

No hace falta ser Santo de los Últimos Días, ni siquiera religioso, para notar el modelo de conducta repetitivo de la historia en la vida de los hijos de Dios, tal como figura en el Antiguo Testamento. Una y otra vez vemos el ciclo de rectitud seguido de iniquidad. De igual modo, en el Libro de Mormón se registra que las civilizaciones antiguas de este continente siguieron exactamente el mismo modelo: rectitud seguida de prosperidad, después de comodidades materiales, seguidas de orgullo, y posteriormente de iniquidad y del colapso de la moralidad hasta que el pueblo trajo calamidades sobre sí, suficientes como para llevarlos a la humildad, al arrepentimiento y al cambio.

En el período relativamente corto que abarca el Nuevo Testamento, el modelo de conducta histórico se repite de nuevo. Esta vez el pueblo se volvió contra Cristo y Sus apóstoles, y el colapso fue tan grande que hemos llegado a conocerlo como la Gran Apostasía, la cual condujo a siglos de estancamiento e ignorancia espiritual, a lo que se le llamó la Edad de las tinieblas.

Ahora bien, debo ser muy claro respecto a esos períodos históricos recurrentes de apostasía y de oscuridad espiritual. Nuestro Padre Celestial ama a todos Sus hijos y Él desea que todos tengan las bendiciones del Evangelio. La luz espiritual no se pierde porque Dios les dé la espalda a Sus hijos, sino que eso sucede cuando Sus hijos colectivamente le dan la espalda a Él. La oscuridad espiritual es una consecuencia natural de las malas decisiones que toman las personas, comunidades, países y civilizaciones enteras. Este hecho se ha comprobado una y otra vez con el correr del tiempo. Una de las grandes lecciones de este modelo de conducta histórico es que nuestras decisiones, tanto individuales como colectivas, traen consecuencias espirituales para nosotros y para nuestra posteridad.

En cada dispensación, el deseo amoroso de Dios de bendecir a Sus hijos se manifiesta en la restauración milagrosa de la verdad del Evangelio a la tierra por medio de profetas vivientes. La restauración del Evangelio por medio del profeta José Smith a principio de los años de 1800, es sólo el ejemplo más reciente. En tiempos pasados se realizaron restauraciones similares mediante profetas como Noé, Abraham, Moisés y, por supuesto, el mismo Señor Jesucristo.

Los 179 años que han transcurrido desde que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días se organizó oficialmente han sido extraordinarios desde cualquier punto que los miremos. En los anales de la historia nunca ha existido un período tan extraordinario de progreso en lo que respecta a la ciencia y a la tecnología. Esos avances han facilitado el progreso y la expansión del Evangelio por todo el mundo, pero también han contribuido a aumentar el materialismo y los excesos, y a la decadencia de la moralidad.

Vivimos en una era en la que los límites del buen gusto y de la decencia pública se están excediendo al grado de que ya no hay más límites. Los mandamientos de Dios han sido descalificados en un mercado inestable de ideas que rechaza rotundamente el concepto de lo “bueno” y lo “malo”. Determinados sectores de la sociedad parecieran tener cierta desconfianza de cualquier persona que elija vivir de acuerdo con una creencia religiosa; y cuando la gente de fe trata de advertir a los demás de las posibles consecuencias de sus decisiones pecaminosas, se les escarnece y ridiculiza, y sus ritos más sagrados y valores más preciados se profanan públicamente.

¿Les suena esto familiar, mis jóvenes hermanos y hermanas? ¿Ven el modelo de conducta histórico que vuelve a surgir —el modelo de rectitud seguida de prosperidad, después de comodidades materiales, seguidas de orgullo, y posteriormente de iniquidad y del colapso de la moralidad—el mismo modelo que hemos visto una y otra vez en las páginas del Antiguo y Nuevo Testamento y del Libro de Mormón? Y lo que es más importante, ¿qué efecto tendrán las lecciones del pasado en las decisiones personales que tomen ahora y el resto de su vida?

La voz del Señor es clara e inconfundible. Él los conoce; Él los ama; Él desea que sean eternamente felices. Pero de acuerdo con el albedrío que Dios les ha dado, la decisión es de ustedes. Cada uno de ustedes debe decidir por sí mismo si va a pasar por alto el pasado y sufrir los lamentables errores y los trágicos peligros de las generaciones anteriores, y experimentar las devastadoras consecuencias de las malas decisiones. Cuánto mejor será la vida de ustedes si siguen el noble ejemplo de los fieles seguidores de Cristo como los hijos de Helamán, Moroni, José Smith y los valientes pioneros, y escogen, como ellos, mantenerse fieles a los mandamientos de su Padre Celestial.

De todo corazón, espero y ruego que sean lo suficientemente sabios para aprender las lecciones del pasado. No tienen que pasar tiempo comportándose como un Lamán o un Lemuel para saber que es mejor ser un Nefi o un Jacob. No tienen que seguir el camino de Caín o de Gadiantón para darse cuenta de que “la maldad nunca fue felicidad” (Alma 41:10); y no tienen que permitir que sus comunidades lleguen a ser como Sodoma o Gomorra para comprender que no es un buen lugar para criar a una familia.

El aprender las lecciones del pasado les permite andar con confianza en la luz sin correr el riesgo de tropezar en las tinieblas. Así es como se supone que debe ser. Éste es el plan de Dios: el padre y la madre, el abuelo y la abuela, enseñan a sus hijos; los hijos aprenden de ellos y entonces se vuelven una generación más recta mediante sus propias experiencias y oportunidades. El aprender las lecciones del pasado les permite edificar un testimonio personal sobre la roca sólida de la obediencia, de la fe y del testimonio del Espíritu.

Desde luego, no basta aprender esas lecciones como una cuestión de historia y cultura. El aprender los nombres, las fechas y la secuencia de los eventos de una página escrita no les resultará muy útil a menos que el significado del mensaje se escriba en su corazón. Las lecciones del pasado, nutridas con el testimonio e irrigadas con el agua de la fe, pueden arraigarse en su corazón y llegar a ser una parte vital de su ser.

Por lo tanto, como siempre, todo gira en torno a la fe y al testimonio personal de ustedes. Eso es lo que marca la diferencia, mis jóvenes hermanos y hermanas. Así es como logran saberlo; así es como evitan los errores del pasado y elevan su espiritualidad al siguiente nivel. Si son abiertos y receptivos a los susurros del Espíritu Santo, entenderán las lecciones del pasado y éstas se grabarán en su alma por el poder de su testimonio.

¿Y cómo reciben ese testimonio? Bueno, no hay una tecnología nueva para ello, ni nunca la habrá. No se puede buscar un testimonio en internet. No se puede enviar la fe por mensajes de texto. Hoy en día se obtiene un vibrante testimonio, capaz de cambiar una vida, de la misma forma que siempre se ha hecho. El proceso no ha cambiado; se obtiene mediante el deseo, el estudio, la oración, la obediencia y el prestar servicio. Ésa es la razón por la que las enseñanzas de los profetas y apóstoles, pasados y presentes, son tan pertinentes hoy día en su vida como siempre lo han sido.

Que en el futuro encuentren gozo y felicidad al aprender las grandes y eternas lecciones del pasado, es mi ruego para cada uno de ustedes —para mis nietos y toda la juventud de la Iglesia— dondequiera que se encuentren, en el nombre de Jesucristo. Amén.