Lecciones que aprendemos de las oraciones del Señor
Nuestras oraciones siguen los modelos y las enseñanzas del Señor Jesucristo. Él nos enseñó cómo orar.
Junto a ustedes, mis queridos hermanos y hermanas, expreso mi amor y admiración por el élder Neil L. Andersen. Su llamamiento al santo apostolado viene del Señor por revelación a Su profeta, el presidente Thomas S. Monson. A lo largo de la vida, el presidente Monson ha pulido su habilidad para escuchar la voluntad del Señor, y así como el Salvador sometió Su voluntad al Padre Celestial, el profeta somete la suya al Señor. Gracias, presidente Monson, por cultivar y utilizar ese poder. Lo felicitamos élder Andersen y ¡oramos por usted!
La Oración del Señor
Nuestras oraciones siguen los modelos y las enseñanzas del Señor Jesucristo. Él nos enseñó cómo orar; de Sus oraciones aprendemos muchas lecciones importantes. Comencemos con la Oración del Señor y añadamos lecciones de otras oraciones que Él pronunció1.
Mientras recito la Oración del Señor, presten atención a las lecciones:
“..Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.
“Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.
“El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.
“Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.
“Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén”2.
La Oración del Señor se registra dos veces en el Nuevo Testamento y una en el Libro de Mormón3. También se incluye en la Traducción de José Smith de la Biblia4, donde se proporciona aclaración con estas dos frases:
1. “Y perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden”5 y
2. “Y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal”6.
Otras declaraciones del Maestro apoyan la aclaración en cuanto al perdón. Él dijo a sus siervos: “…por cuanto os habéis perdonado el uno al otro vuestras transgresiones, así también yo, el Señor, os perdono”7. En otras palabras, para ser perdonados, primero debemos perdonar8. La aclaración en cuanto a la tentación es útil, puesto que definitivamente Dios no nos conduciría a la tentación. El Señor dijo: “Velad y orad, para que no entréis en tentación”9.
Aunque las cuatro versiones de la Oración del Señor no son idénticas, todas comienzan con un saludo a “Nuestro Padre”, lo que implica una relación cercana entre Dios y Sus hijos. La frase “santificado sea tu nombre” refleja el respeto y la actitud de adoración que deberíamos sentir al orar. “Hágase tu voluntad” expresa un concepto que analizaremos más adelante.
Su pedido del “pan de cada día” también encierra una necesidad de alimento espiritual. Jesús, que se llamó a sí mismo “el pan de vida”, hizo una promesa: “…el que a mí viene, nunca tendrá hambre”10; y al participar de la Santa Cena dignamente, se nos promete además que siempre podremos tener Su Espíritu con nosotros11. Ése es alimento espiritual que no se puede obtener de ninguna otra forma.
Al concluir Su oración, el Señor reconoce el gran poder y gloria de Dios y finaliza con “Amén”. Nosotros también terminamos nuestras oraciones con amén. Aunque se pronuncia de manera diferente en varios idiomas, su significado siempre es el mismo; significa “realmente” o “en verdad”12. El decir amén, afirma solemnemente un sermón u oración13. Aquellos que estén de acuerdo deben decir un amén14 en voz alta para indicar: “esa también es mi solemne declaración”15.
El Señor introdujo Su oración pidiendo a Sus seguidores que evitaran “vanas repeticiones”16 y que oraran “de esta manera”17. Por lo tanto, la Oración del Señor sirve como modelo a seguir y no como texto para memorizar y recitarlo de manera repetitiva. El Maestro simplemente desea que oremos pidiendo la ayuda de Dios al procurar constantemente resistir la maldad y vivir rectamente.
Oraciones intercesoras
Otras oraciones del Señor también son instructivas, en especial Sus oraciones intercesoras. Se las llama así porque el Señor intercedió ante Su Padre en oración para el beneficio de Sus discípulos. Imaginen al Salvador del mundo arrodillado en oración mientras leo del capítulo 17 de Juan:
“Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre… glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti;
“…he acabado la obra que me diste que hiciese.
“…porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste.
“Yo ruego por ellos”18.
De esta oración del Señor aprendemos cuán profundamente siente Su responsabilidad de ser nuestro Mediador y Abogado ante el Padre19. Con la misma intensidad deberíamos sentir nuestra responsabilidad de guardar Sus mandamientos y perseverar hasta el fin20.
Jesús también ofreció una oración intercesora por la gente de las antiguas Américas. En el registro leemos que “nadie puede conceptuar el gozo que llenó nuestras almas cuando lo oímos rogar por nosotros al Padre”21. Luego Jesús agregó: “…Benditos sois a causa de vuestra fe. Y ahora he aquí, es completo mi gozo”22.
En una oración hecha más tarde, Jesús incluyó una súplica para que hubiese unidad. “Padre”, dijo Él, “te ruego por ellos… para que crean en mí, para que yo sea en ellos como tú, Padre, eres en mí, para que seamos uno”23. Nosotros también podemos orar para que haya unidad; podemos orar para que seamos uno en corazón y mente con los ungidos del Señor y con nuestros seres queridos; podemos orar por entendimiento y respeto mutuo entre nosotros y nuestros vecinos. Si los demás realmente nos importan, deberíamos orar por ellos24. “Orad unos por otros…” enseñó Santiago, porque “la oración eficaz del justo puede mucho”25.
Lecciones que aprendemos de otras oraciones
El Señor enseñó otras lecciones sobre la oración. Él les dijo a Sus discípulos que “siempre debéis orar al Padre en mi nombre”26. El Salvador además enfatizó: “Orad al Padre en vuestras familias, siempre en mi nombre”27. De manera obediente, aplicamos esa lección cuando oramos a nuestro Padre Celestial en el nombre de Jesucristo28.
Otra oración del Señor enseña una lección que se repite en tres versículos consecutivos:
“Padre, gracias te doy porque has dado el Espíritu Santo a éstos que he escogido…
“Padre, te ruego que des el Espíritu Santo a todos los que crean en sus palabras.
“Padre, les has dado el Espíritu Santo porque creen en mí”29.
Si la compañía del Espíritu Santo es tan importante, nosotros también deberíamos orar por ella. Del mismo modo deberíamos ayudar a todos los conversos y a nuestros hijos a cultivar el don del Espíritu Santo. Al orar por ello, el Espíritu Santo llegará a ser una fuerza vital para bien en nuestra vida30.
Cómo mejorar nuestras oraciones
El Señor ha enseñado formas mediante las cuales podemos mejorar nuestras oraciones. Por ejemplo, Él dijo que “la canción de los justos es una oración para mí, y será contestada con una bendición sobre su cabeza”31.
También se puede mejorar la oración mediante el ayuno32. El Señor dijo: “También os doy el mandamiento de perseverar en la oración y el ayuno desde ahora en adelante”33. El presidente Joseph F. Smith pidió que fuésemos sabios al ayunar cuando nos advirtió que “se puede llegar a exagerar. Un hombre puede ayunar y orar hasta morir, pero no hay ninguna necesidad de ello ni hay prudencia en hacerlo… El Señor oye la oración sencilla que se ofrece con fe, con media docena de palabras, y reconocerá el ayuno que no se alargue más de veinticuatro horas, tan pronta y eficazmente como contestará una oración de mil palabras y un ayuno de un mes… El Señor aceptará aquello que es suficiente con mucho más placer y satisfacción que aquello que es demasiado e innecesario”34.
El concepto de “demasiado e innecesario” también se aplica a la longitud de nuestras oraciones. La última oración de una reunión de la Iglesia no necesita incluir un resumen de cada discurso ni debe ser un sermón imprevisto. Las oraciones personales pueden ser tan largas como deseemos, pero las oraciones en público deben ser súplicas cortas para que el Espíritu del Señor esté con nosotros, o declaraciones breves de gratitud por lo que sucedió.
Nuestras oraciones se pueden mejorar de otras maneras; podemos utilizar “palabras apropiadas”35 al referirnos a los miembros de la Trinidad. Aunque la forma de hablar y de vestirse del mundo es cada vez más casual, se nos ha pedido que protejamos el lenguaje formal y apropiado de la oración. En nuestras oraciones conjugamos los verbos apropiadamente para los pronombres Tú, Tuyo, Te y Ti en lugar de Usted, Su y Suyo 36. El hacerlo nos ayuda a ser humildes, lo cual también ayuda a mejorar nuestras oraciones. En la Escritura así se afirma: “Sé humilde; y el Señor tu Dios te llevará de la mano y dará respuesta a tus oraciones”37.
Las oraciones comienzan con la iniciativa de la persona; “He aquí”, dice el Señor, “yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en él, y cenaré con él, y él conmigo”38. Esa puerta se abre cuando oramos a nuestro Padre Celestial en nombre de Jesucristo39.
¿Cuándo debemos orar? ¡Siempre que lo deseemos! Alma enseñó: “Consulta al Señor en todos tus hechos, y él te dirigirá para bien; sí, cuando te acuestes por la noche, acuéstate en el Señor… y cuando te levantes por la mañana, rebose tu corazón de gratitud a Dios; y si haces estas cosas, serás enaltecido en el postrer día”40. Jesús le recordó a Sus discípulos que “no cesaran de orar en sus corazones”41.
La tradición de los miembros de la Iglesia es arrodillarse como familia para orar todas las mañanas y las noches, además de hacer las oraciones personales diarias y la bendición de los alimentos42. El presidente Monson dijo: “Al ofrecerle al Señor nuestras oraciones tanto en familia como en forma individual, hagámoslo con fe y confianza en Él”43; por lo tanto, al orar por bendiciones temporales y espirituales, todos debemos suplicar, como lo hizo Jesús en la Oración del Señor: “Hágase tu voluntad”44.
Jesucristo, el Salvador del mundo, quien nos rescató por medio de Su sangre, es nuestro Redentor y nuestro Ejemplo45. Al final de Su misión terrenal, rogó que Su voluntad, en calidad de Hijo Amado, fuese absorbida en la voluntad del Padre46. En esa hora crucial el Salvador exclamó: “Padre, hágase tu voluntad”47. Así también nosotros debemos orar a Dios: “Hágase tu voluntad”.
Además, siempre oremos para “que [el] reino [del Señor] se extienda sobre la faz de la tierra, para que sus habitantes… estén preparados para los días… en los cuales el Hijo del Hombre descenderá… revestido del resplandor de su gloria, para recibir el reino de Dios establecido sobre la tierra”48.
Ruego que en nuestra vida diaria y en los momentos más importantes apliquemos fervientemente estas preciadas lecciones provenientes del Señor, en el nombre de Jesucristo. Amén.