Palabras de clausura
El faro del Señor envía señales que fácilmente se pueden reconocer y que nunca fallan.
Ha sido una maravillosa sesión de clausura. Pocas veces he escuchado excelentes sermones en tan pocas palabras tales como los hemos escuchado hoy. Todos nosotros estamos aquí porque amamos al Señor y queremos servirle. Nuestro Padre Celestial nos tiene presentes, de eso les testifico. Reconozco Su mano en todas las cosas.
Una breve Escritura:
“Confía en Jehová con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia.
“Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas”1.
Ésa ha sido la historia de mi vida.
Mis queridos hermanos y hermanas, llegamos ahora a la conclusión de una conferencia sumamente edificante e inspiradora. Después de escuchar los consejos y los testimonios de los que nos han hablado, creo que hemos sido ricamente bendecidos y todos estamos más resueltos a vivir los principios del evangelio de Jesucristo. Ha sido de provecho estar aquí. Expresamos nuestra gratitud a cada uno de los que han tomado la palabra, así como a los que han ofrecido las oraciones.
La música ha sido espléndida. Acude a mi mente el pasaje de Doctrina y Convenios: “Porque mi alma se deleita en el canto del corazón; sí, la canción de los justos es una oración para mí, y será contestada con una bendición sobre su cabeza”2.
Tengan presente que los mensajes que hemos escuchado durante esta conferencia se imprimirán en los ejemplares de las revistas Ensign y Liahona. Los exhorto a estudiar los mensajes, a meditar sus enseñanzas y después a aplicarlos en su vida.
Sé que ustedes se unen a mí para expresar gratitud a estos hermanos y hermanas que han sido relevados durante esta conferencia. Han servido bien y han hecho un aporte significativo a la obra del Señor. Su dedicación ha sido completa. Les agradecemos desde el fondo de nuestro corazón.
Y ahora hemos sostenido, al levantar la mano, a hermanos y hermanas que han sido llamados a nuevos puestos durante esta conferencia. Queremos que sepan que esperamos con ansias trabajar con ellos en la causa del Maestro.
Mis hermanos y hermanas, al contemplar hoy día el mundo que nos rodea, hacemos frente a problemas que son graves y de gran preocupación para nosotros. El mundo parece haberse soltado del ancla de seguridad y alejado del puerto de paz.
El libertinaje, la inmoralidad, la pornografía, la deshonestidad y una infinidad de males son la razón por la que muchos son zarandeados en un mar de pecado y azotados contra los escabrosos arrecifes de oportunidades perdidas, bendiciones abandonadas y sueños destrozados.
Mi consejo a todos nosotros es que miremos hacia el faro del Señor; no hay niebla demasiado densa, ni noche tan oscura, ni viento demasiado fuerte, ni marinero tan perdido que la luz de ese faro no pueda rescatar; nos hace un llamado a través de las tormentas de la vida. El faro del Señor envía señales que fácilmente se pueden reconocer y que nunca fallan.
Me encantan las palabras que se encuentran en Salmos: “Jehová, roca mía y baluarte mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en quien me refugio;… Invocaré a Jehová… [para ser] salvo de mis enemigos”3.
El Señor nos ama, mis hermanos y hermanas, y nos bendecirá si invocamos Su nombre.
Cuán agradecidos estamos por el evangelio restaurado de Jesucristo y por todo lo bueno que trae a nuestra vida. El Señor ha derramado Sus bendiciones sobre nosotros, Su pueblo. Les doy mi testimonio de que esta obra es verdadera, de que nuestro Salvador vive, y de que Él guía y dirige Su Iglesia sobre la tierra.
Ahora bien, al llegar a los momentos finales de esta conferencia, mi corazón está rebosante y mis sentimientos están tiernos. Les expreso mi amor y mi gratitud; gracias por sus oraciones por mí y por todas las Autoridades Generales de la Iglesia. El Señor oye nuestras oraciones, nos bendice y nos dirige en los asuntos de Su reino aquí sobre la tierra. Estamos profundamente agradecidos por ello.
Al salir de esta conferencia, invoco las bendiciones del cielo sobre cada uno de ustedes. Al volver a sus hogares en todas partes del mundo, ruego que nuestro Padre Celestial les bendiga a ustedes y a sus familias. Ruego que los mensajes y el espíritu de esta conferencia se manifiesten en todo lo que hagan en sus hogares, en su trabajo, en sus reuniones y en todos sus quehaceres.
Les amo; oro por ustedes. Ruego que Dios les bendiga; que Su promesa de paz esté con ustedes ahora y siempre, en el nombre de Jesucristo. Amén.