Madres e hijas
En estos últimos días es esencial, aun crucial, que los padres y los hijos se escuchen y aprendan los unos de los otros.
Hermanos y hermanas, hace seis meses hablé en la sesión del sacerdocio de la conferencia general a padres e hijos. Como era de esperar, mis cinco hijas, veinticuatro nietas y un creciente número de bisnietas me han pedido la misma atención. Por lo tanto, hoy les hablaré principalmente a las madres e hijas de la Iglesia.
Mi querida esposa, Barbara, ha ejercido una influencia eternamente trascendental en nuestras hijas y nietas; y ellas, a su vez, la han ejercido en ella. Madres e hijas cumplen una función crucial al ayudarse mutuamente a explorar sus posibilidades infinitas, a pesar de las influencias denigrantes de un mundo en el que se corrompen y manipulan la condición de mujer y la maternidad.
Al hablar a las mujeres de la Iglesia hace casi un siglo, el presidente Joseph F. Smith dijo: “No corresponde que ustedes sean guiadas por las mujeres del mundo; ustedes deben guiar… a las mujeres del mundo, en todo lo que sea digno de alabanza, en todo lo que sea de Dios, en todo lo que sea ennoblecedor y purificante para los hijos de los hombres” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Joseph F. Smith, 1999, 2000, pág. 198).
Hermanas, nosotros, sus hermanos, no podemos hacer la obra que a ustedes se les ha asignado divinamente desde antes de la fundación del mundo. Podríamos intentarlo, pero nunca podríamos aspirar a reproducir sus exclusivos dones. En este mundo, no hay nada tan personal, tan enriquecedor ni tan decisivo para una vida como la influencia de una mujer recta.
Entiendo que algunas de ustedes, jovencitas, no tienen una madre con quien puedan conversar de estos asuntos; y muchas de ustedes, mujeres, no tienen hijas en su vida. No obstante, dado que toda mujer posee dentro de su naturaleza divina tanto el talento inherente como la mayordomía de ser madre, la mayor parte de lo que diré se aplica igualmente a abuelas, tías, hermanas, madrastras, suegras, líderes y otras mentoras que a veces llenan el vacío de estas significativas relaciones de madre e hija.
Jovencitas, sus madres las adoran y ven en ustedes la promesa de futuras generaciones. Todo lo que ustedes logran, cada desafío que superan, a ellas les brinda un gozo puro. Y del mismo modo, las preocupaciones y las penas deustedes son las preocupaciones y las penas deellas.
Hoy deseo darles a ustedes, jovencitas, algunas sugerencias en cuanto a la forma de sacar el máximo provecho de la relación que tienen con su madre; después compartiré algunos pensamientos con las madres sobre la forma de maximizar la influencia que ejercen en sus hijas y en otros integrantes de la familia.
Lamentablemente, es demasiado fácil ilustrar la confusión y la distorsión de la mujer en la sociedad contemporánea. Mujeres indecentes, inmorales y desaforadas plagan la radio y la televisión, monopolizan las revistas y se exhiben en las pantallas de cine, todo ello mientras el mundo lo celebra. El apóstol Pablo habló proféticamente sobre los “tiempos peligrosos” que vendrían en los últimos días, y especialmente se refirió a algo que debió haberle parecido particularmente peligroso: “…mujercillas cargadas de pecados, llevadas por diversas concupiscencias” (2 Timoteo 3:1, 6). La cultura popular de hoy suele proyectar a la mujer como ridícula, trivial, sin discernimiento e incapaz; la convierte en objeto, le falta el respeto e insinúa además que la mujer sólo puede dejar su huella en la humanidad mediante la seducción: se trata sin duda del mensaje más peligroso y penetrante que el adversario envía a la mujer acerca de sí misma.
Y por ello, mis queridas jovencitas, con todo mi corazón las insto a no buscar en la cultura contemporánea a sus modelos de conducta ni a sus mentores. Por favor, miren a sus fieles madres como el modelo que deben seguir. Sigan el modelo de ellas, no el de mujeres famosas cuyas normas no son las normas del Señor, y cuyos valores quizá no reflejen una perspectiva eterna. Miren a su madre. Aprendan de sus puntos fuertes, su valor y su fidelidad. Escúchenla; quizá no sea experta en mensajes de texto, quizá ni siquiera tenga una página en Facebook, pero en lo que respecta a asuntos del corazón y a las cosas del Señor, posee una gran riqueza de conocimiento. Al acercarse el momento de casarse y tener hijos, ella será la mayor fuente de sabiduría para ustedes. Ninguna otra persona en la tierra las ama de la misma manera ni está dispuesta a sacrificar tanto para alentarlas y a ayudarlas a encontrar la felicidad, en esta vida y para siempre.
Amen a su madre, mis jóvenes hermanas; respétenla, escúchenla, confíen en ella; tiene su mejor interés en mente; se preocupa por su seguridad y su felicidad eternas. Por lo tanto, sean amables con ella y sean pacientes con sus imperfecciones, porque las tiene. Todos las tenemos.
Ahora deseo compartir unos pensamientos con ustedes, madres, sobre el papel especial que desempeñan en la vida de sus hijas. Una amiga de nuestra familia viaja con frecuencia a ver a sus parientes. La principal observación que hace después de cada viaje es lo mucho que las jovencitas se comportan como sus madres. Si las madres son ahorradoras, así son las hijas. Si las madres son modestas, así son las jóvenes. Si las madres van a la reunión sacramental con chanclas y otra ropa informal, también lo hacen sus hijas. Madres: su ejemplo es sumamente importante para sus hijas, incluso si ellas no lo reconocen.
A lo largo de la historia del mundo, la mujer siempre ha sido maestra de valores morales. Ese tipo de instrucción comienza en la cuna y continúa durante toda la vida de sus hijos. Hoy, nuestra sociedad es bombardeada con mensajes sobre la mujer y la maternidad que son peligrosa y malvadamente erróneos. El seguir esos mensajes puede colocar a sus hijas en el sendero hacia el pecado y la autodestrucción. Sus hijas quizás no entiendan eso a menos que ustedes les digan, o mejor aún, les demuestren cómo tomar buenas decisiones. Como madres en Israel, ustedes son la primera línea de defensa de sus hijas contra las artimañas del mundo.
Ahora bien, madres, comprendo que a veces parece que nuestros hijos no prestan atención a las lecciones que tratamos de inculcarles. Créanme, he visto esa mirada indiferente en los ojos de los adolescentes en el preciso momento en que uno va a decirles lo que considera la mejor parte de su enseñanza. Les aseguro que aunque piensen que su hija no está escuchando ni una pizca de lo que digan, ella sigue aprendiendo de ustedes al observarlas para ver si sus actos concuerdan con sus palabras. Como se cree que dijo Ralph Waldo Emerson: “Lo que haces habla tan alto que no puedo escuchar lo que dices” (véase Ralph Keyes, The Quote Verifier, 2006, pág. 56).
Enseñen a sus hijas a hallar gozo en el cuidado de los hijos; es allí donde su amor y sus talentos podrán surtir el efecto eterno más significativo. Consideren en este contexto el mandato del presidente Harold B. Lee: “La obra más importante… que harán será la que realicen dentro de las paredes de su propio hogar” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Harold B. Lee, 2001, pág. 148). Esto se aplica a todos nosotros, desde luego, pero es especialmente poderoso cuando se trata de la relación de madres e hijas.
Madres, enseñen a sus hijas que una hija fiel de Dios evita la tentación de chismear o de juzgar a los demás. En un sermón dirigido a la Sociedad de Socorro de Nauvoo, el profeta José aconsejó: “La lengua es un miembro indócil; refrenen la lengua con respecto a las cosas que no tengan importancia” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 484).
En los últimos años ha habido una explosión de artículos, libros y películas escritos sobre mujeres adultas y jóvenes que chismean y tienen “malicia”. Satanás siempre procura denigrar el elemento más precioso de la naturaleza divina de la mujer: la naturaleza del cuidar de los demás.
Una hija aprende a cuidar al ser cuidada por medio de la relación de madre e hija. La hija recibe amor y enseñanza, y experimenta personalmente lo que se siente al tener a alguien que se preocupa lo suficiente por ti para corregirte, al mismo tiempo que sigue alentándote y creyendo en ti.
Recuerden, hermanas, Dios es la fuente de todo poder moral y espiritual. Se nos otorga el acceso a ese poder al concertar convenios con Él y al guardar esos convenios. Madres, enseñen a sus hijas la importancia de hacer convenios, y después muéstrenles cómo guardar esos convenios de manera que ellas deseen vivir dignamente para ir al templo.
En el mundo actual esto significa hablar con sus hijas sobre cuestiones sexuales. Sus hijas, así como sus hijos varones, están creciendo en un mundo en el que se acepta abiertamente la promiscuidad precoz, informal e irreflexiva; las mujeres inmodestas e incastas son enaltecidas, y demasiado a menudo celebradas e imitadas. A pesar de que hay pasos que se pueden seguir en nuestro hogar y en nuestra familia para reducir el contacto con esos elementos de mal gusto de la vida contemporánea, sus hijas no podrán evitar por completo los descarados mensajes sexuales y las tentaciones que las rodean. Deben tener conversaciones frecuentes y abiertas en las que enseñen a sus hijas la verdad sobre estos asuntos.
Por ejemplo, ellas tienen que entender que cuando visten ropa demasiado ajustada, demasiado corta o demasiado escotada, no sólo pueden enviar el mensaje equivocado a los jóvenes con los que se relacionen, sino que también perpetúan en su propia mente la falacia de que el valor de la mujer depende exclusivamente de su atractivo sexual. Esto nunca ha formado ni nunca formará parte de la definición justa de una fiel hija de Dios. Ellas necesitan escuchar esto de su boca, clara y reiteradamente, y necesitan ver el ejemplo correcto y constante que ustedes tengan en sus propias normas de vestimenta, arreglo personal y vida modesta.
Todos los jóvenes tendrán mayores probabilidades de hacer y guardar convenios si aprenden a reconocer la presencia y la voz del Espíritu. Enseñen a sus hijas sobre las cosas del Espíritu; diríjanlas hacia las Escrituras; bríndenles experiencias que les ayuden a atesorar las bendiciones del poder del sacerdocio en su vida. Al guardar convenios, aprenderán a escuchar la voz del Señor y recibir revelación personal. Dios de verdad escuchará y contestará sus oraciones. El lema de la mutual de 2010 se aplica a nuestros jóvenes así como a todos nosotros: “[Esfuérzate] y [sé] valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo dondequiera que vayas” (Josué 1:9). Esto los guiará de manera segura a las bendiciones de la casa del Señor.
Asegúrense de que ellas sepan que el guardar los convenios constituye el camino más seguro hacia la felicidad eterna; y si fuera necesario, enséñenles a arrepentirse y a permanecer puras y dignas.
Ahora bien, si esto les parece conocido, mis hermanos y hermanas, es porque he hablado a los padres e hijos durante tres conferencias seguidas. En abril del año pasado, alenté a los jóvenes a “aprender las lecciones del pasado”; de ese discurso cito: “Si están dispuestos a escuchar y a aprender, algunas de las enseñanzas más significativas de la vida provienen de los que se han ido antes que ustedes… Cuánto mejor será la vida de ustedes si siguen el noble ejemplo de los fieles seguidores de Cristo” (“Aprendamos las lecciones del pasado”, Liahona, mayo de 2009, págs. 31, 33).
En octubre del año pasado me dirigí a los padres e hijos en la reunión del sacerdocio, y hoy lo he hecho principalmente a las madres e hijas. En cada caso mi mensaje ha sido diferente, pero a la vez similar. Espero que estén escuchando y que perciban un modelo y escuchen un mensaje constante y uniforme de que en estos últimos días es esencial, aun crucial, que los padres y los hijos se escuchen y aprendan los unos de los otros. Lo que he estado diciendo no son simplemente conceptos abstractos, sino que son la esencia, el centro del plan de Dios para nuestra eterna felicidad y paz.
Como Iglesia, ayudaremos en todo lo que podamos. Estamos presentes para apoyar y sostenerlos a ustedes como padres e hijos, pero el hogar es el lugar más importante para preparar a los jóvenes de hoy a fin de guiar a las familias y a la Iglesia del mañana. Sobre cada uno descansa, como madres y padres, el hacer todo lo que podamos para preparar a nuestros jóvenes para ser hombres y mujeres fieles y justos. Es en el hogar donde debemos enseñar el Evangelio por el precepto y por el ejemplo.
Concluyo mi consejo con este resumen profético del presidente Joseph F. Smith: “Nuestras relaciones (familiares) no tienen por objeto ser exclusivamente para esta vida, para este tiempo, según lo distinguimos de la eternidad. Vivimos por el tiempo y por la eternidad y formamos asociaciones y relaciones por el tiempo y por toda la eternidad… Aparte de los Santos de los Últimos Días, ¿quiénes consideran el concepto de que continuaremos como organización familiar allende el sepulcro? —el padre, la madre, los hijos, reconociéndose los unos a los otros… [siendo] esta organización familiar una unidad en la organización grande y perfecta de la obra de Dios, todo ello destinado a continuar a través del tiempo y de la eternidad” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Joseph F. Smith, pág. 414).
Es mi oración que Dios nos bendiga para que nos enseñemos, cuidemos y preparemos unos a otros dentro de las paredes de nuestro hogar para la gran obra que todos nosotros debemos hacer ahora y en el futuro; en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.