2010–2019
La roca de nuestro Redentor
Abril 2010


11:5

La roca de nuestro Redentor

Testifico que quienes guarden Sus mandamientos tendrán más fe y esperanza, [y] recibirán la fortaleza para superar todas las pruebas de la vida.

Años atrás, fui de visita a Nauvoo, Illinois, con mi familia. Los santos habían ido allí en busca de refugio. Muchos habían perdido sus hogares y sus granjas, y algunos habían perdido a sus seres queridos por causa de la intensificación de la persecución. En Nauvoo, se reunieron y construyeron una nueva y hermosa ciudad; pero la persecución no cesaba y, en 1846, una vez más, se vieron forzados a dejar sus hogares; esta vez, en pleno invierno. Hicieron una fila con sus carromatos en la calle Parley esperando su turno para cruzar las aguas congeladas del río Misisipí hacia un futuro incierto.

Mientras nos encontrábamos en esa calle reflexionando acerca de la condición desesperante de ellos, me llamó la atención ver unos carteles de madera clavados en los postes de las cercas: allí se habían grabado citas tomadas de los diarios de esos santos afligidos. Al leer cada cita, nos asombró que las palabras no fueran de desesperación ni desánimo, sino de seguridad, dedicación e incluso gozo. Estaban llenas de esperanza, el tipo de esperanza que transmite esta cita del diario de Sarah DeArmon Rich, de febrero de 1846: “Comenzar una travesía de ese tipo en invierno… parecería como si nos estuviéramos colocando en las garras de la muerte, pero teníamos fe… [y] nos regocijábamos porque el día de nuestra liberación había llegado”1.

Esos pioneros realmente se habían quedado sin hogar, pero no habían perdido la esperanza. Aunque el corazón lo tenían destrozado, su espíritu era fuerte. Habían aprendido una importante y profunda lección: que la esperanza, con sus correspondientes bendiciones de paz y gozo, no estaba sujeta a las circunstancias. Habían descubierto que la verdadera fuente de la esperanza es el Señor Jesucristo y Su expiación infinita, el único cimiento seguro sobre el cual edificar nuestra vida.

En la actualidad, otro grupo de pioneros ejemplifica este importante principio. El martes 12 de enero, un gran terremoto azotó al país de Haití, y dejó en ruinas la capital de Puerto Príncipe. El impacto fue devastador; se estima que un millón de personas quedaron sin hogar y se informó que más de doscientas mil murieron.

Mientras el mundo se enteraba de la ayuda internacional sin precedentes, otra labor de rescate inspiradora y extraordinaria se estaba llevando a cabo en Puerto Príncipe; ésta estaba dirigida por un comité formado por líderes haitianos de la Iglesia, organizado de acuerdo con el orden del sacerdocio, que funciona bajo inspiración. Entre los miembros del comité se encontraban los dos presidentes de estaca y las dos presidentas de la Sociedad de Socorro de estaca de Puerto Príncipe, y el presidente de misión que, a la edad de 30 años, preside a setenta y cuatro misioneros de tiempo completo en la Misión Haití Puerto Príncipe. Todos sus misioneros son haitianos y, milagrosamente, ninguno de ellos resultó herido en ese terremoto devastador.

Los recursos de la Iglesia se pusieron en manos de esos líderes locales inspirados, recursos que incluían las generosas contribuciones de muchos de ustedes. La gente de Haití está profundamente agradecida por esas contribuciones. Bajo la dirección del comité, casi en seguida llegaron de República Dominicana camiones llenos de provisiones y, a pocos días del terremoto, llegaron aviones con alimentos, sistemas para purificar el agua, tiendas de campaña, cobijas y suministros médicos, junto con un grupo de médicos.

Las nueve capillas que se encuentran en Puerto Príncipe y sus cercanías prácticamente no sufrieron daños: otro milagro extraordinario. Durante las semanas que siguieron al terremoto, éstas se convirtieron en refugios para más de cinco mil haitianos y en bases desde las cuales se distribuían alimentos, agua y atención médica. Se cubrieron las necesidades básicas y comenzó a surgir el orden en medio del caos.

A pesar de que los fieles santos haitianos han sufrido muchísimo, están llenos de esperanza en el futuro. Al igual que los primeros pioneros en 1846, su corazón está destrozado, pero su espíritu es fuerte. Ellos también nos enseñan que la esperanza, la felicidad y el gozo no son consecuencia de las circunstancias, sino de la fe en el Señor.

El profeta Mormón, a quien no le eran ajenas las circunstancias difíciles, entendía y enseñó con claridad esta doctrina:

“Y además, amados hermanos míos, quisiera hablaros concerniente a la esperanza…

“He aquí, os digo que debéis tener esperanza, por medio de la expiación de Cristo… y esto por causa de vuestra fe en él, de acuerdo con la promesa.

“De manera que si un hombre tiene fe, es necesario que tenga esperanza; porque sin fe no puede haber esperanza”2.

La esperanza proviene de la fe en Jesucristo. Él ya venció al mundo y ha prometido que enjugará nuestras lágrimas si tan sólo nos volvemos a Él y creemos y Lo seguimos3.

Algunas personas que en este preciso momento se sienten desesperadas o desanimadas quizá se pregunten cómo es posible recuperar la esperanza. Si alguno de ustedes está en esa situación, recuerde que la esperanza viene como resultado de la fe. Si deseamos edificar nuestra esperanza, debemos fortalecer nuestra fe.

La fe en el Salvador requiere más que simplemente creer. El apóstol Santiago enseñó que hasta los demonios creen y tiemblan4. Pero la verdadera fe requiere obras. La diferencia entre los demonios y los miembros fieles de esta Iglesia no es su creencia, sino sus obras. La fe aumenta al guardar los mandamientos, lo cual requiere un esfuerzo continuo. En la Guía para el Estudio de las Escrituras leemos que “los milagros no producen fe, sino que la fe firme se desarrolla mediante la obediencia al evangelio de Jesucristo; en otras palabras, la fe proviene de la rectitud…”5.

Cuando nos esforzamos por guardar los mandamientos de Dios, arrepintiéndonos de nuestros pecados y prometiendo realizar nuestro mejor esfuerzo por seguir al Salvador, empezamos a obtener una mayor confianza en que, mediante la Expiación, todo estará bien. Esos sentimientos son confirmados por el Espíritu Santo, quien aleja de nosotros lo que nuestros padres pioneros llamaron “afán inútil”. A pesar de nuestras pruebas, sentimos plenamente una noción de bienestar y sentimos deseos de cantar con ellos que realmente “está todo bien” 6.

No deseo minimizar la realidad de la depresión clínica. Algunos encontrarán la solución a la depresión y la ansiedad al consultar a profesionales competentes; pero, para la mayoría de nosotros, la tristeza y el temor comienzan a desvanecerse y los reemplazan la felicidad y la paz cuando depositamos nuestra confianza en el Autor del plan de felicidad y cuando desarrollamos fe en el Príncipe de Paz.

Hace poco un querido amigo mío falleció de cáncer. Él y su familia son personas de gran fe. Fue muy inspirador ver cómo su fe les ayudó a sobrellevar esa época tan difícil. Estaban llenos de una paz interior que los sostenía y los fortalecía. Con el permiso de ellos, me gustaría leer parte de una carta de uno de los integrantes de la familia, la cual escribió tan sólo unos días antes de que su padre falleciera:

“Estos días han sido particularmente difíciles… Anoche, cuando nos reunimos junto a la cama de papá, el Espíritu del Señor se podía palpar y realmente fue un consolador para nosotros. Tenemos paz… Esto ha sido lo más difícil que cualquiera de nosotros haya experimentado, pero sentimos paz por saber que… nuestro Padre Celestial ha prometido que volveremos a vivir juntos como familia. Después de que el médico le dijera a papá en el hospital que no quedaba nada más por hacer, él nos miró a todos con fe perfecta y, con valor, preguntó: ‘¿Alguno de los que se encuentran en esta habitación tiene algún problema con el plan de salvación?’. No lo tenemos y estamos agradecidos por tener un padre y una madre que nos han enseñado a tener confianza perfecta en el plan”.

Les hablo a todos los que sufren, a todos los que lloran, a todos los que ahora enfrentan o que enfrentarán pruebas y dificultades en esta vida. Mi mensaje es para todos los que estén preocupados o desanimados o que tengan miedo. Mi mensaje no es más que un eco, un recordatorio, del consejo consolador y constante que un Padre amoroso ha dado a Sus hijos desde el principio del mundo.

“… recordad… recordad que es sobre la roca de nuestro Redentor, el cual es Cristo, el Hijo de Dios, donde debéis establecer vuestro fundamento, para que cuando el diablo lance sus impetuosos vientos, sí, sus dardos en el torbellino, sí, cuando todo su granizo y furiosa tormenta os azoten, esto no tenga poder para arrastraros al abismo de miseria y angustia sin fin, a causa de la roca sobre la cual estáis edificados, que es un fundamento seguro, un fundamento sobre el cual, si los hombres edifican, no caerán”7.

Testifico de Él, que ha vencido al mundo, que nunca nos olvidará ni nos abandonará, porque nos lleva grabados en las palmas de Sus manos8. Testifico que quienes guarden Sus mandamientos tendrán más fe y esperanza, recibirán la fortaleza para superar todas las pruebas de la vida y experimentarán la paz que sobrepasa todo entendimiento9. En el nombre de Jesucristo. Amén.

Notas

  1. Sarah DeArmon Rich, en Carol Cornwall Madsen, Journey to Zion: Voices from the Mormon Trail, 1997, págs. 173–174.

  2. Moroni 7:40–42.

  3. Véase Apocalipsis 7:14–17.

  4. Véase Santiago 2:19.

  5. Véase, Guía para el Estudio de las Escrituras, “Fe”.

  6. “¡Oh, está todo bien!”, Himnos, núm. 17.

  7. Helamán 5:12.

  8. Véase 1 Nefi 21:16.

  9. Véase Filipenses 4:7.