2010–2019
Que nuestros niños puedan ver la faz del Salvador
Abril 2010


11:14

Que nuestros niños puedan ver la faz del Salvador

Es nuestra sagrada responsabilidad, como padres y líderes, traer a esta nueva generación de niños al Salvador para que puedan ver Su rostro.

Hace algunos años, enseñaba a un grupo de líderes de guardería cómo impartir una lección corta sobre el Evangelio a niños muy pequeños. Una de las líderes tenía a su hijo pequeño en el regazo. Yo tenía una lámina del Salvador en la mano y, para demostrarles cómo hablarles a los niños pequeños, empecé a hablar acerca de Jesús. El pequeñito se bajó del regazo de su madre, caminó hacia mí, miró fijamente la lámina y tocó la cara en el retrato. En ese momento pregunté: “¿Quién es Él?”. Con una sonrisa en los labios, el niño respondió: “Jesús”.

El pequeño ni siquiera tenía la edad para decir su propio nombre, pero reconoció la imagen y sabía el nombre del Salvador. Al escuchar esa dulce respuesta, pensé en las palabras del Salvador cuando dijo: “…buscad siempre la faz del Señor, para que con paciencia retengáis vuestras almas, y tendréis vida eterna” (D. y C. 101:38).

¿Qué significa buscar la faz del Salvador? Ciertamente significa más que tan sólo reconocer una imagen de Él. La invitación de Cristo de buscarlo implica saber quién es Él, lo que ha hecho por nosotros y lo que nos ha pedido que hagamos. Venir a Cristo, y finalmente ver Su rostro, sólo se consigue al acercarnos a Él por medio de la fe y las acciones; es el resultado de una vida de esfuerzo. Por lo tanto, ¿cómo lo buscamos a Él en esta vida para que podamos ver Su rostro en la venidera?

Tenemos el relato en Tercer Nefi sobre un pueblo que en verdad vio la faz del Salvador en esta vida. Y aunque nosotros no lleguemos a verlo ahora, tal vez podamos aprender de las experiencias de ellos. Después de la muerte del Salvador, Él se apareció a este pueblo, les enseñó y les bendijo. Y luego: “…aconteció que mandó que trajesen a sus niños pequeñitos” (3 Nefi 17:11).

Es nuestra sagrada responsabilidad, como padres y líderes, traer a esta nueva generación de niños al Salvador para que puedan ver Su rostro y también el de nuestro Padre que está en los cielos. A medida que lo hagamos, también nosotros nos acercaremos a Ellos.

Nuevamente formulo la pregunta: ¿Cómo lo logramos, especialmente cuando estamos en un mundo lleno de distracciones? En Tercer Nefi, los padres amaban al Señor; eran creyentes; tenían fe en los milagros que Cristo efectuaba. Amaban a sus niños, los reunieron para que escucharan las palabras del Señor, y obedecieron el mandamiento que Él les dio de que le trajeran a los niños.

Una vez que los trajeron, Cristo pidió a los padres que se arrodillaran. Luego hizo por ellos lo que ha hecho por todos nosotros. Oró por ellos al Padre y, al hacerlo, se dice que Su oración fue “tan grande y maravillosa” que no se podía describir con palabras (3 Nefi 17:16). Al venir al Salvador y aceptar Su expiación, esos padres se fortalecieron para hacer todo lo que fuera necesario para “traer” a sus niños.

Una cosa más que Cristo les pidió a esos padres que hicieran se encuentra en 3 Nefi 22:13: “…todos tus hijos serán instruidos por el Señor; y grande será la paz de tus hijos”.

Así que, siguiendo las experiencias que ellos mismos habían tenido con el Salvador, esos padres nefitas enseñaron a sus niños acerca de Él. Les enseñaron a amar al Señor; les enseñaron Su evangelio; les enseñaron a vivirlo. Les enseñaron tan bien que hubo rectitud y paz en la tierra durante doscientos años (véase 4 Nefi 1:1–22).

Ahora, les pido que miren a su alrededor a sus seres queridos. Lo más importante es nuestra familia. Estoy segura que más que nada ustedes desean que esa familia sea suya eternamente. El relato en Tercer Nefi nos puede ayudar a traer a nuestros hijos a Él porque nos da un modelo a seguir. Primero, debemos amar al Señor con todo el corazón y amar a nuestros hijos. Segundo, debemos llegar a ser ejemplos dignos para ellos al buscar continuamente al Señor y al esforzarnos por vivir el Evangelio. Tercero, debemos enseñar a nuestros hijos el Evangelio y cómo vivir las enseñanzas del mismo.

El seguir ese modelo de llevar a nuestros hijos al Salvador es un proceso. Examinémoslo nuevamente. Primero, debemos aprender a amar al Señor y a nuestra familia, lo cual requiere tiempo, experiencia, fe y servicio desinteresado. Y así, a medida que nos llenemos del amor del Señor, podemos amar. Tal vez Él llore por lo que hagamos, pero nos ama y siempre está allí para ayudarnos. Así es como debemos aprender a amar a nuestros hijos.

Segundo, debemos ser ejemplos dignos; esto también es un proceso. Si deseamos que nuestros hijos vengan a Cristo para que puedan ver Su rostro, es importante que nosotros también nos esforcemos por verlo. Tenemos que conocer el camino para poder mostrárselo. Debemos poner nuestra propia vida en orden para que los hijos vean nuestro ejemplo y lo sigan. Quizá nos preguntemos: “¿Qué ven mis hijos cuando miran mi rostro?”. “¿Ven la imagen del Salvador reflejada en mi rostro gracias a la manera en que vivo?”.

Recuerden, ninguno de nosotros será un ejemplo perfecto para nuestros hijos, pero todos podemos llegar a ser padres y líderes dignos. Nuestra lucha por ser dignos constituye un ejemplo en sí. En ocasiones quizá sintamos que estamos fallando, pero podemos seguir esforzándonos. Con el Señor y por medio de Él, podemos ser fortalecidos para ser quienes debemos ser. Podremos hacer lo que tengamos que hacer.

Y tercero, tenemos el proceso de traer a nuestros hijos al Salvador al enseñarles las verdades del Evangelio en las Escrituras y las palabras de los profetas, y al ayudarlos a sentir y a reconocer el Espíritu. Aun los niños muy pequeños pueden comprender y aceptar las cosas de naturaleza eterna. Aman las Escrituras y aman al profeta. De manera intuitiva desean ser buenos. Es nuestra responsabilidad ayudarles a mantener abierta la comunicación con el cielo. Tenemos la responsabilidad de protegerlos de las influencias que los separen del Espíritu. Podemos encontrar guía e inspiración en las Escrituras y luego enseñar a nuestros hijos a encontrar sus propias respuestas en ellas. Podemos enseñarles principios correctos y ayudarlos a aplicar esos principios en su vida. Los podemos dirigir hacia el Espíritu para que ellos reciban su propio testimonio de las verdades que están aprendiendo. Podemos ayudarlos a hallar el gozo de vivir el Evangelio, y así edificarán cimientos firmes de fe y obediencia en sus vidas que los fortalecerán.

Ahora bien, esto no es algo fácil de hacer. El relato de los nefitas dice que esas familias tuvieron 200 años de paz, pero de seguro tuvieron que hacer un gran esfuerzo. Requiere mucho trabajo y paciencia y fe, pero no hay nada más importante o gratificante. Y el Señor nos ayudará, pues Él ama a estos niños aún más que nosotros. Los ama y los bendecirá.

Se acordarán que Él bendijo a los hijos de los nefitas uno por uno y oró por ellos (véase 3 Nefi 17:14–17, 21). Luego: “…habló a la multitud, y les dijo: Mirad a vuestros pequeñitos.

“Y he aquí, al levantar la vista para ver, dirigieron la mirada al cielo, y vieron abrirse los cielos, y vieron ángeles que descendían del cielo cual si fuera en medio de fuego; y bajaron y cercaron a aquellos pequeñitos, y fueron rodeados de fuego; y los ángeles les ministraron” (3 Nefi 17:23–24).

¿Cómo pueden nuestros hijos recibir bendiciones como ésas en la actualidad? El élder M. Russell Ballard dijo: “Es evidente que a quienes se nos han confiado esos preciados hijos hemos recibido una sagrada y noble mayordomía, porque fue a nosotros a quienes Dios llamó para que rodeáramos a los niños de esta época con amor y con la luz de la fe, como así también con el conocimiento de saber quiénes son en realidad” (“Mirad a vuestros pequeñitos”, Liahona, octubre de 1994, pág. 40).

Hermanos y hermanas, nosotros somos los ángeles que el Padre Celestial ha enviado en estos días para bendecir a los niños, y podemos ayudarles para que un día vean el rostro del Salvador si les enseñamos los principios del Evangelio y llenamos nuestro hogar del gozo de vivirlos. Juntos podemos llegar a conocerle a Él. Podemos sentir Su amor y Sus bendiciones, y a través de Él podemos regresar a la presencia del Padre. Lo logramos cuando estamos dispuestos a ser obedientes, fieles y diligentes al seguir Sus enseñanzas.

“De cierto, así dice el Señor: Acontecerá que toda alma que deseche sus pecados y venga a mí, invoque mi nombre, obedezca mi voz y guarde mis mandamientos, verá mi faz y sabrá que yo soy” (D. y C. 93:1).

Hermanos y hermanas, yo sé que Dios vive; Jesucristo es Su Hijo, nuestro Salvador y Redentor. Nos ha invitado a venir a Él y nos ha mandado traer a nuestros hijos para que juntos logremos ver Su rostro y vivamos eternamente con Él y con nuestro Padre Celestial. Es mi oración que todos trabajemos para recibir esa gran bendición, en el nombre de Jesucristo. Amén.