El poder del sacerdocio
El sacerdocio no tiene la fuerza que debería tener, y no la tendrá sino hasta que el poder del sacerdocio esté firmemente arraigado en las familias como debería estarlo.
Les hablo a los padres de familia y a las familias de toda la Iglesia.Hace años, comenzamos el programa de correlación bajo la dirección del presidente Harold B. Lee. En esa época, el presidente Monson dijo: “Hoy estamos acampados contra el despliegue más grande de pecado, vicio y maldad que se haya congregado jamás ante nuestros ojos… El plan de batalla según el cual luchamos para salvar las almas de los hombres no es nuestro propio plan. [Se obtuvo mediante] la inspiración y la revelación del Señor”1.
Durante aquellos años de correlación, se cambió toda la estructura operativa de la Iglesia. Se reestructuró el programa de estudio en su totalidad. Se redefinieron los objetivos y las relaciones de las organizaciones entre sí. La palabra clave, durante esos años de correlación y reestructuración, era sacerdocio.
El presidente Monson también habló de Gedeón, un héroe del Antiguo Testamento. Gedeón fue elegido para liderar los ejércitos de Israel con sus miles; pero de todos ellos, él sólo eligió a trescientos hombres.
Gedeón seleccionó a sus reclutas de una manera interesante. Cuando los hombres bebieron agua en un arroyo, la mayoría “se dobl[ó] sobre sus rodillas para beber”. A esos los pasó por alto. Unos pocos llevaron el agua a la boca con la mano, permaneciendo completamente alerta. Ésos fueron a los que él escogió2.
Vivimos en días de “guerras [y] rumores de guerras y terremotos en diversos lugares”3. Como fue profetizado, “toda la tierra est[á] en conmoción”4, y “Satanás anda por la tierra”5. Él procura destruir todo lo que es bueno y recto6. Él es Lucifer, quien fue echado de la presencia de Dios7. A pesar de todo eso, tenemos sentimientos muy positivos en cuanto a lo que está por delante.
Las pequeñas fuerzas de Gedeón tuvieron éxito porque, como indica el registro: “Permaneció cada uno en su lugar”8.
Esta “dispensación del cumplimiento de los tiempos”9 tuvo su apertura con la aparición del Padre y el Hijo al joven José Smith10. Después, el ángel Moroni le mostró a José dónde se habían enterrado las planchas que contenían el Libro de Mormón11. A José se le dio poder para traducirlas12.
Durante la traducción, José y Oliver Cowdery leyeron acerca del bautismo. Oraron para saber qué debían hacer13. Se les apareció un mensajero angelical: Juan el Bautista, y él les confirió el Sacerdocio Aarónico, “el cual tiene las llaves del ministerio de ángeles, y del evangelio de arrepentimiento, y del bautismo por inmersión para la remisión de pecados”14.
Los apóstoles Pedro, Santiago y Juan, quienes fueron los más cercanos al Señor durante Su ministerio, se les aparecieron a continuación y confirieron sobre José y Oliver el sacerdocio mayor15, o “el Santo Sacerdocio según el Orden del Hijo de Dios”16. El sacerdocio, indican las Escrituras, habría de llamarse con el nombre de Melquisedec, el gran sumo sacerdote a quien Abraham pagó diezmos17.
Ésta, entonces, se convirtió en su autoridad. Mediante las llaves del sacerdocio, tuvieron acceso a todos los poderes del cielo. Se les mandó llevar el Evangelio a todas las naciones18.
Nunca ha sido fácil vivir el evangelio de Jesucristo. No fue fácil cuando Él vivía, ni fue fácil en los primeros días de la Iglesia. Los primeros santos estuvieron sujetos a un sufrimiento y a una oposición indescriptibles.
Ya han pasado más de ciento ochenta años desde que se restauró el sacerdocio. Ya somos casi catorce millones de miembros. Aun así, somos una diminuta fracción si nos comparamos con los miles de millones de personas que hay en la tierra. Pero somos lo que somos y sabemos lo que sabemos, y debemos avanzar y predicar el Evangelio.
El Libro de Mormón deja claro que nunca dominaremos en lo que se refiere a números; pero tenemos el poder del sacerdocio19.
El profeta Nefi escribió: “Y sucedió que vi la iglesia del Cordero de Dios, y sus números eran pocos… No obstante, vi que la iglesia del Cordero, que eran los santos de Dios, se extendía también sobre toda la superficie de la tierra; y sus dominios sobre la faz de la tierra eran pequeños”20.
El presidente Joseph Fielding Smith dijo: “Aunque quizá se diga… que somos un puñado en comparación con… el mundo, se nos puede comparar con la levadura de la que habló el Salvador, que, finalmente, hará leudar [o elevar] al mundo entero”21.
Nosotros podemos, y en el debido tiempo definitivamente lo haremos, influir en toda la humanidad. Se sabrá quiénes somos y por qué somos. Quizá parezca imposible; es extremadamente difícil; pero no sólo es posible, sino cierto que ganaremos la batalla contra Satanás.
Hace algunos años, di un discurso titulado “Lo que todo élder debería saber: Una guía sobre los principios del gobierno del sacerdocio”. Luego, antes de que lo publicaran, cambié el título: “Lo que todo élder debería saber, y toda hermana también”22.
Incluyo a las hermanas porque es crucial que todos entendamos qué se espera de los hermanos. A menos que consigamos la atención de las madres, las hijas y las hermanas —quienes ejercen influencia en sus esposos, padres, hijos y hermanos—, no podremos progresar. El sacerdocio perderá gran poder si se descuida a las hermanas.
El sacerdocio es la autoridad y el poder que Dios ha concedido a los hombres sobre la tierra para actuar por Él23. Cuando la autoridad del sacerdocio se ejerce como es debido, los portadores del sacerdocio hacen lo que Él haría si estuviera presente.
Nos ha ido muy bien al distribuir la autoridad del sacerdocio. Tenemos la autoridad del sacerdocio establecida casi en todas partes. Tenemos quórumes de élderes y sumo sacerdotes en todo el mundo. Pero la distribución de la autoridad del sacerdocio ha superado, creo yo, a la distribución del poder del sacerdocio. El sacerdocio no tiene la fuerza que debería tener, y no la tendrá sino hasta que el poder del sacerdocio esté firmemente arraigado en las familias como debería estarlo.
El presidente Harold B. Lee declaró: “Me parece que es claro que la Iglesia no tiene opción —y nunca la ha tenido— sino hacer más para ayudar a la familia a cumplir con su misión divina; no sólo porque es el orden de los cielos, sino, además, porque es la contribución más práctica que podemos hacerle a nuestra juventud: ayudar a mejorar la calidad de vida de los hogares Santos de los Últimos Días. A pesar de lo importante que sean nuestros muchos programas y esfuerzos organizacionales, éstos no deben suplantar al hogar; deben apoyar al hogar”24.
El presidente Joseph F. Smith hizo la siguiente declaración acerca del sacerdocio en el hogar: “En el hogar, la autoridad presidente es siempre investida en el padre, y en todos los asuntos del hogar y de la familia no hay otra autoridad mayor. Para ilustrar este principio, tal vez sea suficiente un solo ejemplo. En ocasiones sucede que los élderes son llamados para ungir a los miembros de una familia. Entre estos élderes puede haber presidentes de estaca, apóstoles o aun miembros de la Primera Presidencia de la Iglesia. No es propio que en estas circunstancias el padre se haga a un lado y espere que los élderes dirijan la administración de esta importante ordenanza. El padre está allí y es su derecho y su deber presidir. Debe designar al que ha de administrar el aceite y al que ha de ofrecer la oración, y no debe sentir que, por motivo de encontrarse presente alguien de entre las autoridades presidentes de la Iglesia, él queda despojado de su derecho de dirigir la administración de esa bendición del Evangelio en su hogar. (Si el padre está ausente, la madre debe pedir que la autoridad presidente que esté presente se haga cargo.) El padre preside la mesa, la oración y da instrucciones generales referentes a su vida familiar, pese a quien esté presente”25.
Durante la Guerra de Vietnam, tuvimos una serie de reuniones especiales para los miembros de la Iglesia que habían sido llamados al servicio militar. Después de una de esas reuniones en Chicago, me encontraba de pie junto al presidente Harold B. Lee cuando un excelente joven mormón le dijo al presidente Lee que estaba de licencia para visitar a su familia y que después tenía que volver a Vietnam. Le pidió al presidente Lee que le diera una bendición.
Para mi sorpresa, el presidente Lee dijo: “Tu padre debe darte la bendición”.
Muy desilusionado, el joven dijo: “Mi padre no sabría cómo darme una bendición”.
El presidente Lee contestó: “Ve a casa, muchacho, y dile a tu padre que te irás a la guerra y que quieres que él te dé una bendición de padre. Si él no sabe cómo hacerlo, dile que te sentarás en una silla. Él puede ponerse detrás de ti, colocar las manos sobre tu cabeza y decir lo que le venga a la mente”.
El joven soldado se alejó apenado.
Unos dos años más tarde, volví a encontrarlo; no recuerdo dónde. Él me recordó esa experiencia y dijo: “Hice lo que se me había dicho que hiciera. Le expliqué a mi padre que me sentaría en la silla y que él debía poner las manos sobre mi cabeza. El poder del sacerdocio nos inundó a los dos. Eso me sirvió de fortaleza y protección durante aquellos peligrosos meses de combate”.
En otra ocasión, estaba en una ciudad distante. Después de una conferencia, estábamos ordenando y apartando líderes. Al concluir, el presidente de estaca preguntó: “¿Podemos ordenar élder a un joven que se está por ir al campo misional?”. La respuesta, por supuesto, fue que sí.
Mientras el joven se acercaba, les hizo señas a tres hermanos para que lo siguieran y estuvieran de pie a su lado para la ordenación.
En la última fila, noté que había una réplica del joven y pregunté: “¿Ése es tu padre?”.
El joven respondió: “Sí”.
Yo le dije: “Tu padre te ordenará”.
Y él protestó: “Pero ya le había pedido a otro hermano que me ordenara”.
Yo le dije: “Muchacho, tu padre te ordenará y vivirás para dar gracias al Señor por este día”.
Entonces el padre se acercó.
Menos mal que él ya era élder; de no ser así, ¡en seguida lo hubiera sido! En la milicia, a eso le hubieran llamado ascender por vacantes. A veces se hace ese tipo de cosas en la Iglesia.
El padre no sabía cómo ordenar a su hijo. Le puse mi brazo alrededor y lo ayudé durante la ordenanza. Cuando terminó, el muchacho era élder. Entonces, sucedió algo maravilloso: cambiados por completo, padre e hijo se abrazaron. Era obvio que nunca antes había sucedido eso.
El padre, con lágrimas, dijo: “No pude ordenar a mis otros hijos”.
Piensen cuánto más se logró que si lo hubiese ordenado otra persona, aunque hubiera sido un apóstol.
Dado que el sacerdocio está actualmente en todo el mundo, llamamos a todo élder y sumo sacerdote, a todo poseedor del sacerdocio, a permanecer, como la pequeña pero poderosa fuerza de trescientos hombres de Gedeón, cada uno en su lugar. Ahora debemos reavivar en todo élder y sumo sacerdote, en todo quórum y grupo, y en el padre de todo hogar, el poder del sacerdocio del Todopoderoso.
El Señor dijo que “lo débil del mundo vendrá y abatirá lo fuerte y poderoso”26.
El profeta Nefi también dijo que “el poder del Cordero de Dios descendió sobre los santos de la iglesia del Cordero y sobre el pueblo del convenio del Señor, que se hallaban dispersados sobre toda la superficie de la tierra”, y dijo que “tenían por armas su rectitud y el poder de Dios en gran gloria”27.
Necesitamos a todos. Los cansados, agotados o perezosos, e incluso quienes estén limitados por la culpa, deben ser restaurados mediante el arrepentimiento y el perdón. Demasiados de nuestros hermanos del sacerdocio viven por debajo de sus privilegios y de las expectativas del Señor.
Debemos avanzar confiando en el poder celestial del sacerdocio. Es una fuente de fortaleza y ánimo saber quiénes somos, qué tenemos y qué debemos hacer en la obra del Todopoderoso.
El Señor ha dicho: “Yo, el Señor, estoy obligado cuando hacéis lo que os digo; mas cuando no hacéis lo que os digo, ninguna promesa tenéis”28.
Los quórumes del sacerdocio deben ministrar y velar por los hogares que no tienen el sacerdocio. De esta manera, no faltará ninguna bendición en ninguna morada de la Iglesia.
Hace años, una familia se reunió junto a la cama de una pequeña anciana danesa. Entre ellos se encontraba su hijo descarriado, de mediana edad, quien, durante los últimos años, había estado viviendo en casa de ella.
Con lágrimas, le suplicó: “Mamá, tienes que vivir. Mamá, no puedes morirte”. Decía: “Mamá, no puedes irte. No lo permitiré”.
La pequeña madre alzó la vista para ver a su hijo y con su marcado acento danés contestó: “Pero, ¿dónde está tu poder?”.
Pablo dijo:
“[Estamos] edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo,
“en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor;
“en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu”29.
No hay dudas de que la obra del Señor prevalecerá. Y es sabido que debemos reunir todos nuestros esfuerzos y estar unidos.
La autoridad del sacerdocio está con nosotros. Después de todo lo que hemos correlacionado y organizado, ahora es nuestra la responsabilidad de activar el poder del sacerdocio en la Iglesia. La autoridad del sacerdocio viene por medio de la ordenación; el poder del sacerdocio viene mediante una vida fiel y obediente al honrar convenios, y aumenta al ejercitar y usar el sacerdocio en rectitud.
Ahora bien, padres, quisiera recordarles la naturaleza sagrada de su llamamiento. Se les ha dado el poder del sacerdocio directamente del Señor para proteger su hogar. Habrá ocasiones en que el único escudo que haya entre su familia y la malicia del adversario será ese poder. Ustedes recibirán dirección del Señor por medio del don del Espíritu Santo.
El adversario no está perturbando activamente nuestras reuniones de la Iglesia; quizá sólo lo haga ocasionalmente. En general, tenemos la libertad de reunirnos según nuestros deseos sin mucha interrupción. Pero él y aquellos que lo siguen son persistentes al atacar al hogar y a la familia.
El objetivo principal de toda actividad de la Iglesia es que el hombre, su esposa y sus hijos sean felices en el hogar, protegidos por los principios y las leyes del Evangelio, sellados de manera segura en los convenios del sacerdocio sempiterno.
Cada ley, y principio y poder, cada creencia, cada ordenanza y ordenación, cada convenio, cada discurso y cada Santa Cena, cada consejo y corrección, los sellamientos, los llamamientos, los relevos, el servicio: todos tienen como propósito principal la perfección de la persona y la familia, porque el Señor ha dicho: “Ésta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre”30.
Doy testimonio del poder del sacerdocio dado a la Iglesia para protegernos y guiarnos. Y, gracias a que tenemos eso, no le tememos al futuro. El temor es lo opuesto a la fe. Nosotros avanzamos, seguros de que el Señor nos cuidará, especialmente dentro de la familia. De Él doy testimonio en el nombre de Jesucristo. Amén.