Hermanos, tenemos trabajo que hacer
Como hombres del sacerdocio, tenemos una función esencial que desempeñar en la sociedad, en el hogar y en la Iglesia.
Hermanos, en años recientes se ha hablado y escrito mucho sobre los problemas que enfrentan los hombres y los muchachos. Por ejemplo, entre algunos títulos de libros están: ¿Por qué ya no quedan hombres buenos?, La desaparición de los varones, El fin de los hombres, Por qué fracasan los muchachos y Cómo hacerse hombre. Un detalle interesante es que la mayoría de ellos han sido escritos por mujeres. En todo caso, lo que esos análisis tienen en común es que en muchas sociedades actuales, los hombres y los muchachos reciben señales conflictivas y degradantes sobre las funciones y el valor que tienen en la sociedad.
La autora de Cómo hacerse hombre lo describió de esta manera: “Una regla casi universal de la civilización ha sido que mientras que las jovencitas se hacían mujeres sencillamente por llegar a la madurez física, los muchachos tenían que pasar una prueba: debían demostrar valor, proezas físicas o dominio de las habilidades imprescindibles. El objetivo era que probaran su capacidad como protectores de mujeres y niños, y ése era siempre su principal papel social. Sin embargo hoy en día, debido al adelanto de la mujer en una economía avanzada, el que los esposos y padres sean quienes provean el sustento es optativo, y las cualidades de carácter que los hombres debían tener para desempeñar su función, como fortaleza, estoicismo, valor y fidelidad, son obsoletas e incluso un tanto bochornosas”1.
En su afán por promover oportunidades para la mujer, algo que aplaudimos, hay quienes denigran al hombre y sus contribuciones; parece que consideran la vida como una competencia entre el hombre y la mujer, en la que uno debe dominar al otro; y ahora es el turno de la mujer. Algunos afirman que lo principal es una profesión y que el matrimonio y los hijos deben ser optativos; por lo tanto, ¿para qué necesitamos al hombre?2. Hay demasiadas películas de Hollywood, series de televisión y de cable e incluso avisos comerciales que representan al hombre como incompetente, inmaduro o egocéntrico; esa degradación cultural del hombre está causando un efecto dañino.
En Estados Unidos, por ejemplo, se dice que: “Actualmente, la mujer supera al varón en todos los niveles, desde la escuela primaria hasta los niveles de postgrado. Por ejemplo, en el octavo grado sólo el 20 por ciento de los varones son competentes en escritura y 24 por ciento en lectura. Por otra parte, en 2011 los resultados de la prueba de admisión a la universidad para los varones fueron los peores en 40 años. De acuerdo con el Centro Nacional de Estadísticas de Educación (NCES, por su sigla en inglés), los varones tienen un 30 por ciento más de probabilidad que las mujeres de abandonar tanto la secundaria como la universidad… Se calcula que para 2016, las mujeres obtendrán un 60 por ciento de licenciaturas, un 63 por ciento de maestrías y un 54 por ciento de doctorados. Dos tercios de los alumnos que están en programas para repetir materias sin aprobar son varones”3.
Algunos hombres adultos y jóvenes han tomado esas señales negativas como excusa para evitar responsabilidades y no llegan a madurar nunca. En una observación que casi siempre resulta correcta, un profesor universitario comentó: “Los hombres vienen a la clase con sus gorras de béisbol al revés y la [triste] excusa de que ‘la computadora me borró el trabajo’, mientras las mujeres están consultando su agenda y pidiendo recomendaciones para la facultad de derecho”4. Una mujer que trabaja como crítica de películas expresó su punto de vista, más bien cínico, diciendo que: “Podemos contar con un hombre, si tenemos suerte y decidimos tener un compañero, para que sea sólo eso: un compañero; alguien que ocupe su espacio y que respete nuestro propio espacio”5.
Hermanos, no puede ser así con nosotros. Como hombres del sacerdocio, tenemos una función esencial que desempeñar en la sociedad, en el hogar y en la Iglesia; pero debemos ser hombres en los que la mujer pueda confiar, en los que los niños puedan confiar y en los que Dios pueda confiar. En la Iglesia y el reino de Dios de éstos, los últimos días, no podemos darnos el lujo de tener muchachos ni hombres que anden a la deriva; no podemos permitirnos tener jóvenes que carezcan de autodisciplina y que vivan sólo para divertirse; no podemos permitirnos tener jóvenes adultos que no tengan un rumbo en la vida, que no piensen seriamente en formar una familia y hacer una verdadera contribución a este mundo; no podemos permitirnos tener esposos y padres que no brinden un liderazgo espiritual en el hogar; no podemos permitir que los que ejercen el Santo Sacerdocio según el Orden del Hijo de Dios desperdicien su fortaleza en la pornografía o pasen su vida en el ciberespacio (irónicamente, siendo del mundo sin estar en el mundo).
Hermanos, tenemos trabajo que hacer.
Jóvenes, ustedes deben aplicarse en los estudios y continuar su educación después de la secundaria. Algunos de ustedes querrán entrar en la universidad y seguir una carrera en los negocios, la agricultura, el gobierno u otras profesiones; otros sobresaldrán en las artes, la música o la docencia; mientras que otros escogerán una carrera militar o aprender un oficio. Con el correr de los años, varios obreros han trabajado en reformas y reparaciones en mi casa, y he admirado el arduo trabajo y la habilidad de esos hombres. En lo que sea que escojan, es esencial que sean competentes a fin de mantener una familia y contribuir para el bien de su comunidad y de su país.
Hace poco vi un video que muestra un día en la vida de un muchacho de catorce años de India que se llama Amar: se levanta temprano y trabaja en dos empleos, antes y después de la escuela, seis días y medio por semana; lo que gana provee buena parte del sustento de su familia. Después de oscurecer, y al salir de su segundo trabajo, se apresura para regresar a casa en una bicicleta vieja y encuentra la forma de dedicar unas horas a estudiar antes de dejarse caer, como a las once de la noche, en una cama en el suelo entre sus hermanos que ya están dormidos. Aunque no lo conozco, me siento orgulloso de él por su diligencia y valor; con sus recursos y oportunidades limitados, está haciendo todo el esfuerzo posible, y es una bendición para su familia.
Ustedes, hombres adultos —padres, adultos solteros, líderes, maestros orientadores— sean modelos dignos y ayuden a la nueva generación de jovencitos a llegar a ser hombres; enséñenles aptitudes sociales y otras habilidades: a participar en una conversación, a conocer a los demás y a relacionarse con ellos, la manera de tratar a las mujeres y jovencitas, a prestar servicio, a ser activos y disfrutar del esparcimiento, a dedicarse a pasatiempos sin hacerse adictos, a corregir errores y a tomar mejores decisiones.
Así que, a todos los que me escuchan y dondequiera que este mensaje les llegue, les digo lo que Jehová le dijo a Josué: “Esfuérzate y sé valiente” (Josué 1:6). Anímense y prepárense lo mejor que puedan, sean cuales sean sus circunstancias. Prepárense para ser un buen esposo y padre, prepárense para ser un ciudadano bueno y productivo; prepárense para servir al Señor, cuyo sacerdocio poseen. Estén donde estén, su Padre Celestial los tiene presentes. No están solos, y tienen el sacerdocio y el don del Espíritu Santo.
De los muchos lugares donde se les necesita, uno de los más importantes es su quórum del sacerdocio. Necesitamos quórumes que proporcionen nutrición espiritual a los miembros los domingos y que también presten servicio. Necesitamos líderes de quórum que se concentren en hacer la obra del Señor y en apoyar a los miembros del quórum y a sus familias.
Piensen en la obra misional. Jóvenes, no tienen tiempo que perder, no pueden esperar hasta que tengan 17 o 18 años para pensar seriamente en prepararse. Los quórumes del Sacerdocio Aarónico pueden ayudar a sus miembros a entender el juramento y convenio del sacerdocio y a prepararse para su ordenación a élderes; pueden ayudarlos a entender las ordenanzas del templo y a prepararse para recibirlas; y pueden ayudarlos a prepararse para cumplir una misión exitosa. Los quórumes del Sacerdocio de Melquisedec y la Sociedad de Socorro pueden ayudar a los padres a preparar misioneros que conozcan el Libro de Mormón y que vayan al campo totalmente comprometidos. Y en todo barrio y rama, esos mismos quórumes pueden ser los que guíen eficazmente el trabajo en equipo con los misioneros de tiempo completo que presten servicio en sus unidades.
Una obra relacionada con todo esto, y que descansa principalmente en los hombros de los poseedores del sacerdocio, es el llamado del Salvador, del cual hace eco el presidente Thomas S. Monson, de rescatar a los que se hayan alejado del Evangelio o se hayan distanciado por alguna razón. Hemos tenido mucho éxito en esa labor, incluyendo el excelente trabajo de parte de los jóvenes. Un quórum del Sacerdocio Aarónico del barrio hispanohablante Río Grande, de Albuquerque, Nuevo México, EE. UU., se reunió en consejo para ver a quiénes podían traer de regreso, y luego fueron en grupo a visitar a cada uno de ellos. Uno dijo: “Cuando vinieron a mi puerta, me sentí importante”, y otro comentó: “Me alegré porque alguien de verdad quería que fuera a la Iglesia; ahora eso me motiva a ir a la Iglesia”. Cuando los miembros del quórum invitaron a un joven a volver, le pidieron que los acompañara a la próxima visita, y él lo hizo. No sólo lo invitaron a ir a la Iglesia la semana siguiente sino que de inmediato lo hicieron formar parte del quórum.
Otra obra del sacerdocio que constituye un desafío pero que a la vez es motivadora es la de la historia familiar y el templo. Esperen una carta de la Primera Presidencia que les llegará pronto y que les ofrecerá un llamado renovado y una visión más elevada de esa parte esencial de la obra que debemos hacer.
Nuestros quórumes también forman una fraternidad de apoyo mutuo. El presidente Gordon B. Hinckley dijo: “Será un día maravilloso, hermanos, será un día en que se cumplan los propósitos del Señor, cuando nuestros quórumes del sacerdocio se transformen en un ancla de fortaleza para cada uno de sus miembros, cuando todo hombre pueda decir con propiedad: ‘Soy miembro de un quórum del sacerdocio de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Estoy listo para ayudar a mis hermanos en todas sus necesidades, como estoy seguro de que ellos están listos para prestarme ayuda en las mías… Trabajando juntos podremos enfrentarnos, sin vergüenza y sin miedo, a todo viento de adversidad que nos azote, ya sea económico, social o espiritual’”6.
A pesar de nuestros esfuerzos, las cosas no siempre siguen el curso que hemos planeado, y un “viento de adversidad” en particular que puede sobrevenir a la vida de un hombre es el desempleo. Un folleto antiguo de la Iglesia sobre bienestar decía: “Un hombre sin empleo tiene importancia especial en la Iglesia porque, privado de su herencia, se encuentra en una prueba como la de Job, una prueba a su integridad. A medida que los días se convierten en semanas, meses e incluso en años de adversidad, el dolor se hace más profundo… La Iglesia no puede esperar salvar a un hombre el domingo si durante la semana se satisface con ser testigo de la crucifixión de su alma”7.
En abril de 2009, Richard C. Edgley, quien era consejero del Obispado Presidente, contó el relato de un quórum ejemplar que se movilizó para auxiliar a uno de sus miembros que había perdido su trabajo:
“El taller mecánico ‘Phil’s Auto’ de Centerville, Utah, es un testimonio de lo que los líderes del sacerdocio y un quórum pueden lograr. Phil era miembro de un quórum de élderes y trabajaba como mecánico en un taller local. Lamentablemente, el taller donde trabajaba Phil atravesó dificultades económicas y tuvieron que despedirlo. Phil estaba desolado por ese giro de los acontecimientos.
“Al enterarse de que Phil había perdido el trabajo, su obispo, Leon Olsen, y la presidencia del quórum de élderes, consideraron en oración las maneras en que podrían ayudar a Phil a recobrarse. Después de todo, él era un compañero y hermano del quórum y necesitaba ayuda. Llegaron a la conclusión de que Phil tenía aptitudes para tener su propio negocio. Uno de los miembros del quórum ofreció un viejo granero que quizás se podría utilizar como taller de reparaciones. Otros miembros del quórum podían ayudar a recolectar las herramientas y los materiales necesarios a fin de equipar el nuevo taller. Casi todos los integrantes del quórum podían, al menos, ayudar a limpiar el viejo granero.
“Compartieron sus ideas con Phil, y luego comunicaron el plan a los miembros del quórum. Se limpió y renovó el granero, se recolectaron las herramientas y se puso todo en orden. ‘Phil’s Auto’ fue todo un éxito, y con el tiempo se mudó a un lugar mejor y más permanente; y todo eso gracias a que los hermanos del quórum de Phil le ofrecieron ayuda en un momento de crisis”8.
Por supuesto, a través de los años, los profetas han repetido: “La obra más importante que harán será la que realicen dentro de las paredes de su propio hogar”9. Tenemos mucho que hacer para fortalecer el matrimonio en sociedades que cada vez le quitan más su importancia y propósito. Tenemos mucho que hacer para enseñar a nuestros hijos a “orar y andar rectamente delante del Señor (D. y C. 68:28). Nuestra tarea no es nada menos que ayudar a nuestros hijos a experimentar el potente cambio de corazón o conversión al Señor del que tan elocuentemente se habla en el Libro de Mormón (véase Mosíah 5:1–12; Alma 26). Junto con la Sociedad de Socorro, los quórumes del sacerdocio pueden edificar a los padres y los matrimonios, y los quórumes pueden proporcionar las bendiciones del sacerdocio a las familias que tengan sólo uno de los padres.
Sí, hermanos, tenemos trabajo que hacer. Gracias por los sacrificios que ofrecen y el bien que hacen. Sigan adelante, y el Señor los ayudará. A veces, tal vez no sepan bien qué hacer ni qué decir, pero sigan adelante. Empiecen a actuar y el Señor les asegura que “les será abierta una puerta eficaz desde ahora en adelante” (D. y C. 118:3). Empiecen a hablar, y Él les promete: “…no seréis confundidos delante de los hombres; porque os será dado en la hora, sí, en el momento preciso, lo que habéis de decir” (D. y C. 100:5–6). Es cierto que somos comunes y corrientes e imperfectos en muchos aspectos, pero tenemos un Maestro perfecto que llevó a cabo una expiación perfecta, y hemos apelado a Su gracia y a Su sacerdocio. A medida que nos arrepintamos y purifiquemos nuestra alma, se nos promete que se nos enseñará y seremos investidos con poder de lo alto (véase D. y C. 43:16).
La Iglesia, el mundo y las mujeres claman por hombres, hombres que estén desarrollando su capacidad y sus talentos, que estén dispuestos a trabajar y hacer sacrificios, que ayuden a los demás a lograr la felicidad y la salvación. Claman: “¡Levantaos, varones de Dios!”10. Que Dios nos ayude a hacerlo. En el nombre de Jesucristo. Amén.