2010–2019
Lamentos y resoluciones
Octubre 2012


19:46

Lamentos y resoluciones

Cuanto más nos dediquemos a buscar la santidad y la felicidad, menos probabilidades habrá de que nos lamentemos luego.

Lamentos

Presidente Monson, lo amamos. Gracias por sus anuncios inspirados e históricos en cuanto a la construcción de nuevos templos y al servicio misional. Debido a ellos, estoy seguro de que tanto nosotros como muchas generaciones futuras recibiremos grandes bendiciones.

Mis queridos hermanos y hermanas, ¡mis queridos amigos! Todos somos mortales. Espero que esto no sea una sorpresa para nadie.

Ninguno de nosotros estará mucho tiempo en la tierra. Tenemos cierta cantidad de preciados años que, en la perspectiva eterna, apenas corresponde a un abrir y cerrar de ojos.

Y luego partimos. Nuestros espíritus “son llevados de regreso a ese dios que [nos] dio la vida”1. Nuestro cuerpo es sepultado y dejamos atrás las cosas del mundo al pasar a la siguiente esfera de nuestra existencia.

Cuando somos jóvenes, parece que viviremos para siempre. Pensamos que nos esperan una infinidad de amaneceres más allá del horizonte, y nos parece que el futuro es una senda ininterrumpida que se extiende interminablemente ante nosotros.

Sin embargo, cuanto mayores somos, más tendemos a mirar hacia atrás y nos maravillamos ante lo corto que el camino realmente es. Nos preguntamos cómo pueden haber pasado tan rápido los años y comenzamos a pensar en las decisiones que hemos tomado y las cosas que hemos hecho. En el proceso, recordamos muchos dulces momentos que nos dan satisfacción al alma y gozo al corazón; pero también recordamos lo que lamentamos, lo que desearíamos volver hacia atrás y cambiar.

Una enfermera a cargo de enfermos terminales dice que a menudo les ha hecho una pregunta sencilla a los pacientes que se preparan para dejar esta vida.

“¿Hay algo de lo que se lamenta?”, les pregunta2.

Estar tan cerca del último día de vida mortal a menudo aclara la mente y ofrece comprensión y perspectiva. Así que, al preguntarles si se lamentaban de algo, estas personas abrían su corazón y reflexionaban sobre qué cambiarían si pudieran volver el tiempo hacia atrás.

Al considerar lo que habían dicho, me llamó la atención la forma en que los principios fundamentales del evangelio de Jesucristo pueden influir en nuestra vida, si tan sólo los aplicamos.

Los principios del Evangelio no son nada misteriosos. Los hemos estudiado en las Escrituras, los hemos tratado en la Escuela Dominical y hemos escuchado de ellos desde el púlpito muchas veces. Estos principios y valores divinos son sencillos y claros; son hermosos, profundos y poderosos; y definitivamente nos ayudan a evitar que nos lamentemos en el futuro.

Desearía haber pasado más tiempo con las personas que amo

Quizá lo que más lamentan los pacientes terminales es no haber pasado más tiempo con las personas que aman.

Los hombres en particular expresaban este lamento universal: “Lamentaban profundamente haber pasado tanto tiempo de su vida en la rutina [diaria] del… trabajo”3. Muchos se privaron de recuerdos selectos que se logran al pasar tiempo con la familia y los amigos. Se privaron de lograr una profunda conexión con los que son más importantes para ellos.

¿No es verdad que a menudo estamos muy ocupados? Y, por así decirlo, exhibimos el estar ocupados como símbolo de honor, como si el estar ocupado fuera en sí un logro o signo de una vida superior.

¿Es realmente así?

Pienso en nuestro Señor y Ejemplo, Jesucristo, y en Su corta vida entre la gente de Galilea y de Jerusalén. He intentado imaginarlo corriendo entre reuniones o haciendo muchas tareas a la vez para terminar una lista de cosas urgentes.

Pero no me lo imagino.

Más bien, veo al compasivo y solidario Hijo de Dios viviendo cada día con un propósito. Cuando Él interactuaba con Su prójimo, ellos se sentían importantes y queridos. Él conocía el valor infinito de las personas con que se encontraba; las bendecía y les ministraba; las elevaba, las sanaba; les daba el precioso regalo de Su tiempo.

En esta época, fácilmente podemos fingir pasar tiempo con los demás. Con un clic del ratón, podemos “conectarnos” con miles de “amigos”, sin tener que enfrentar jamás a ninguno de ellos. La tecnología puede ser maravillosa y es muy útil cuando no estamos cerca de nuestros seres queridos. Mi esposa y yo vivimos muy lejos de familiares queridos; sabemos lo que se siente. Aun así, creo que no vamos en la dirección correcta, personalmente y como sociedad, si nos conectamos con familiares o amigos mayormente compartiendo fotos graciosas, reenviando cosas triviales o vinculando a nuestros seres queridos a sitios en internet. Supongo que hay lugar para este tipo de actividad, y a veces es divertido, pero ¿cuánto tiempo estamos dispuestos a dedicarle? Si no logramos dar lo mejor de nosotros y todo nuestro tiempo a quienes son realmente importantes para nosotros, un día lo lamentaremos.

Decidamos atesorar a aquellos que amamos pasando tiempo valioso con ellos, haciendo cosas juntos y cultivando recuerdos preciados.

Desearía haber vivido a la altura de mi potencial

Algo más que las personas lamentaron fue el no llegar a ser la persona que sentían que podrían o deberían haber sido. Al mirar su vida en retrospectiva, se daban cuenta de que nunca estuvieron a la altura de su potencial; habían quedado demasiadas cosas sin hacer.

No estoy hablando de ascender en la escalera del éxito en nuestras diferentes profesiones. Esa escalera, por más noble que parezca en esta tierra, apenas cuenta como un escalón de la gran jornada eterna que nos espera.

Más bien estoy hablando de llegar a ser la persona que Dios, nuestro Padre Celestial, planea que seamos.

Llegamos a este mundo, como dijo el poeta, “con destellos celestiales”4 de la vida premortal.

Nuestro Padre Celestial ve nuestro verdadero potencial. Él sabe cosas de nosotros que ni nosotros mismos sabemos. Durante nuestra vida, Él nos impulsa a cumplir con la medida de nuestra creación, a llevar una vida recta y a regresar a Su presencia.

¿Por qué, entonces, dedicamos tanto tiempo y energía a cosas tan efímeras, de tan poca importancia y tan superficiales? ¿Nos negamos a ver la insensatez de ir en pos de lo trivial y pasajero?

¿No sería más sabio que nos “[hiciésemos] tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan”5?

¿Cómo hacemos esto? Siguiendo el ejemplo del Salvador, incorporando Sus enseñanzas a nuestra vida diaria, amando sinceramente a Dios y a nuestros semejantes.

Ciertamente no podremos hacer eso si emprendemos el discipulado arrastrando los pies, pendientes del reloj, quejándonos constantemente.

En lo referente a vivir el Evangelio, no debemos ser como el joven que metió un dedo del pie en el agua y luego afirmó que había ido a nadar. Como hijos e hijas del Padre Celestial, podemos hacer muchísimo más. Por eso, las buenas intenciones no alcanzan. Debemos hacer; y más importante aún, debemos llegar a ser lo que el Padre Celestial desea que seamos.

Declarar nuestro testimonio del Evangelio es bueno; pero ser ejemplos vivientes del Evangelio restaurado es mejor. Desear ser más fieles a nuestros convenios es bueno; ser fieles a los convenios sagrados, incluso el vivir vidas virtuosas, pagar nuestros diezmos y ofrendas, guardar la Palabra de Sabiduría y servir a los necesitados, es mucho mejor. Anunciar que dedicaremos más tiempo a la oración familiar, el estudio de las Escrituras y las actividades familiares edificantes es bueno; pero realmente hacer todas estas cosas en forma constante traerá bendiciones celestiales a nuestra vida.

El discipulado es la búsqueda de la santidad y la felicidad; es el camino que nos lleva a ser las personas mejores y más felices posibles.

Decidamos seguir al Salvador y trabajar con diligencia a fin de llegar a ser la persona que fuimos creados para ser. Escuchemos y obedezcamos las indicaciones del Santo Espíritu; al hacerlo, el Padre Celestial nos revelará cosas que no sabíamos sobre nosotros mismos. Él iluminará el camino por delante y nos abrirá los ojos para que veamos nuestros desconocidos y quizá nunca imaginados talentos.

Cuanto más nos dediquemos a buscar la santidad y la felicidad, menos probabilidades habrá de que nos lamentemos luego. Cuanto más confiemos en la gracia del Salvador, más sentiremos que estamos en el camino que el Padre Celestial planeó para nosotros.

Desearía haberme permitido ser más feliz

Algo más que lamentaban quienes estaban por morir puede causar algo de sorpresa. Deseaban haberse permitido ser más felices.

Tan a menudo caemos en la ilusión de que hay algo que no llegamos a alcanzar y que nos traería felicidad: una mejor situación familiar, una mejor situación económica o el final de una prueba difícil.

Cuanto mayores somos, más miramos hacia atrás y nos damos cuenta de que las circunstancias externas realmente no importan ni determinan nuestra felicidad.

Nosotros sí importamos. Nosotros determinamos nuestra felicidad.

En última instancia, ustedes y yo somos los responsables de nuestra propia felicidad.

A mi esposa Harriet y a mí nos encanta andar en bicicleta. Es hermoso salir y disfrutar de las bellezas de la naturaleza. Hay rutas específicas que nos gusta recorrer, pero no prestamos mucha atención a cuán lejos llegamos ni a lo rápido que viajamos en comparación con otros ciclistas.

De todos modos, cada tanto se me ocurre que deberíamos ser un poco más competitivos. Incluso pienso que podríamos mejorar el tiempo o ir más rápido con sólo exigirnos un poco más. Y otras veces, incluso cometo el gran error de mencionarle esta idea a mi maravillosa esposa.

Su reacción típica a mis sugerencias de esa naturaleza siempre es muy amable, muy clara y muy directa. Sonríe y dice: “Dieter, no es una carrera; es un trayecto. Disfruta el momento”.

¡Cuánta razón tiene!

A veces en la vida nos centramos tanto en la meta final que no hallamos gozo en el trayecto. Yo no salgo a andar en bicicleta con mi esposa porque me entusiasma llegar al final; salgo porque la experiencia de estar con ella es dulce y agradable.

¿No parece tonto arruinar dulces y gozosas experiencias por estar constantemente previendo el momento en que terminarán?

¿Escuchamos música hermosa esperando que la nota final se desvanezca antes de permitirnos disfrutar de ella realmente? No. Escuchamos y nos conectamos a las variaciones de la melodía, del ritmo y de la armonía a lo largo de la composición.

¿Oramos sólo con el “amén” o el final de la oración en mente? Por supuesto que no. Oramos para acercarnos a nuestro Padre Celestial, para recibir Su Espíritu y sentir Su amor.

No debemos esperar hasta alcanzar un punto futuro para ser felices únicamente para descubrir que la felicidad ¡ya estaba a nuestra disposición!, ¡todo el tiempo! El propósito de la vida no es valorarla sólo en retrospectiva. “Éste es el día que hizo Jehová”, escribió el salmista. “[Regocijémonos] y [alegrémonos] en él”6.

Hermanos y hermanas, más allá de nuestras circunstancias, sean cuales sean nuestros desafíos o pruebas, todos los días hay algo para apreciar y valorar; cada día hay algo que puede causarnos gratitud y gozo si tan sólo lo vemos y apreciamos.

Quizá deberíamos mirar menos con los ojos y más con el corazón. Me encanta la cita que dice: “Sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos”7.

Se nos manda dar “gracias en todas las cosas”8. Entonces, ¿no es mejor ver con los ojos y el corazón hasta las pequeñas cosas por las que podemos agradecer, en vez de agrandar lo negativo de nuestra situación actual?

El Señor prometió: “El que reciba todas las cosas con gratitud será glorificado; y le serán añadidas las cosas de esta tierra, hasta cien tantos”9.

Hermanos y hermanas, con las abundantes bendiciones de nuestro Padre Celestial, Su generoso plan de salvación, las verdades divinas del Evangelio restaurado y las muchas bellezas de esta jornada mortal, “¿no tenemos razón para regocijarnos?”10.

Tomemos la resolución de ser felices independientemente de nuestras circunstancias.

Resoluciones

Un día daremos ese paso inevitable y cruzaremos esta esfera mortal al siguiente estado. Un día miraremos nuestra vida y nos preguntaremos si podríamos haber sido mejores, tomado mejores decisiones o usado nuestro tiempo más sabiamente.

A fin de evitar algunos de los lamentos más profundos de la vida, haríamos bien en determinar algunas cosas hoy. Por eso:

  • Determinemos pasar más tiempo con las personas que amamos.

  • Determinemos esforzarnos más seriamente por llegar a ser la persona que Dios desea que seamos.

  • Determinemos hallar felicidad, independientemente de nuestras circunstancias.

Testifico que muchos de los lamentos más profundos del mañana pueden evitarse siguiendo al Salvador hoy. Si hemos pecado o cometido errores, si hemos tomado decisiones de las que ahora nos arrepentimos, existe el precioso don de la expiación de Cristo, mediante el cual podemos ser perdonados. No podemos retroceder el tiempo y cambiar el pasado, pero podemos arrepentirnos. El Salvador puede enjugar toda lágrima de arrepentimiento11 y quitar el peso de nuestros pecados12. Su expiación nos permite dejar el pasado atrás y avanzar con manos limpias, un corazón puro13 y la determinación de actuar mejor y, especialmente, de llegar a ser mejores.

Sí, esta vida pasa velozmente; nuestros días parecen desvanecerse rápidamente; y la muerte parece temible a veces. No obstante, nuestro espíritu seguirá viviendo y un día se unirá con nuestro cuerpo resucitado para recibir la gloria inmortal. Testifico solemnemente que, gracias al misericordioso Cristo, todos viviremos de nuevo y para siempre. Gracias a nuestro Salvador y Redentor, un día realmente entenderemos y nos regocijaremos en el significado de las palabras “el aguijón de la muerte es consumido en Cristo”14.

El camino que conduce al cumplimiento de nuestro destino divino como hijos e hijas de Dios es eterno. Mis queridos hermanos y hermanas, queridos amigos, debemos empezar a recorrer ese camino eterno hoy; no podemos desperdiciar un solo día. Ruego que no esperemos hasta estar por morir para verdaderamente aprender a vivir. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.