Proteger a los niños
Ninguno debería resistirse a la súplica de que nos unamos para aumentar nuestra preocupación por el bienestar y el futuro de nuestros hijos: la nueva generación.
Todos podemos recordar nuestros sentimientos cuando un niño nos ha pedido ayuda. Un amoroso Padre Celestial nos da esos sentimientos para impulsarnos a ayudar a Sus hijos. Les pido que recuerden esos sentimientos a medida que hablo acerca de nuestra responsabilidad de proteger y actuar a favor del bienestar de los niños.
Hablo desde la perspectiva del evangelio de Jesucristo, lo que incluye Su plan de salvación. Ése es mi llamamiento. Los líderes locales de la Iglesia tienen la responsabilidad de una sola jurisdicción, como un barrio o una estaca, pero un apóstol tiene la responsabilidad de dar testimonio al mundo entero. En toda nación y en toda raza y credo, todos los niños son hijos de Dios.
Aunque no hablo en términos de política o de normas públicas, al igual que otros líderes eclesiásticos, no puedo hablar del bienestar de los niños sin analizar también las decisiones que toman los ciudadanos, los funcionarios públicos y los trabajadores de organizaciones privadas. Todos estamos bajo el mandato del Salvador de amarnos y cuidarnos el uno al otro y, en especial, a los más débiles e indefensos.
Los niños son muy vulnerables. Tienen poco o ningún poder para protegerse o asegurar su sustento, y poca influencia en lo mucho que es vital para su bienestar. Los niños necesitan que otros hablen por ellos, y necesitan personas que tomen decisiones poniendo el bienestar de ellos por delante de los intereses egoístas de los adultos.
I.
A nivel mundial, nos impactan los millones de niños que son víctimas de los delitos y el egoísmo de los adultos.
En algunos países devastados por la guerra, los niños son secuestrados para servir como soldados en los ejércitos.
Un informe de las Naciones Unidas estima que cada año, más de dos millones de niños son víctimas de la prostitución y la pornografía1.
Desde la perspectiva del plan de salvación, uno de los abusos más graves a los niños es negarles su nacimiento. Ésta es una tendencia mundial. La tasa de natalidad nacional en los Estados Unidos es la más baja en 25 años2, y los índices de natalidad en la mayoría de países europeos y asiáticos han estado por debajo del nivel de reemplazo durante muchos años. Esto no es sólo una cuestión religiosa. A medida que las nuevas generaciones disminuyen en número, las culturas, e incluso las naciones, se deshabitan y con el tiempo desaparecen.
Una de las causas de la disminución de la tasa de natalidad es la práctica del aborto. A nivel mundial, se estima que hay más de 40 millones de abortos por año3. Muchas leyes permiten e incluso promueven el aborto, pero para nosotros esto es un gran mal. Otros abusos que los niños sufren durante el embarazo son los daños fetales que derivan de una inadecuada nutrición de la madre o del consumo de drogas.
Existe una trágica ironía en la multitud de niños lesionados o eliminados antes de nacer, mientras que una multitud de parejas estériles anhelan y procuran adoptar un bebé.
Los abusos infantiles o el abandono de niños que ocurren después del nacimiento son más visibles públicamente. A nivel mundial, casi ocho millones de niños mueren antes de cumplir los cinco años, la mayoría por enfermedades tanto tratables como prevenibles4; y la Organización Mundial de la Salud informa que uno de cada cuatro niños no se desarrolla como debe en su crecimiento, tanto mental como físico, debido a una inadecuada nutrición5. Al vivir y viajar a otros países, nosotros, los líderes de la Iglesia, vemos mucho de eso. La Presidencia General de la Primaria informa que hay niños que viven en condiciones “que superan nuestra imaginación”. Una madre en las Filipinas dijo: “A veces no tenemos dinero suficiente para comprar alimentos; pero está bien, porque me da la oportunidad de enseñar a mis hijos acerca de la fe. Nos reunimos y oramos para pedir ayuda, y los niños ven que el Señor nos bendice”6. En Sudáfrica, una maestra de la Primaria conoció a una niña, triste y sola. Respondiendo en voz apenas perceptible a preguntas amorosas, ella contestó que no tenía madre, padre, ni abuela, sólo el abuelo para cuidarla7. Tragedias como ésta son comunes en un continente donde muchos de los que tienen niños a su cargo han muerto de SIDA.
Incluso en las naciones ricas, los niños y los jóvenes se ven afectados por el abandono. Los niños que crecen en la pobreza tienen una atención médica inferior, así como oportunidades educativas deficientes. También están expuestos a ambientes peligrosos en su entorno físico y cultural, incluso por la negligencia de sus padres. El élder Jeffrey R. Holland hace poco compartió la experiencia de un agente de policía miembro de nuestra Iglesia. En una investigación encontró a cinco niños pequeños acurrucados juntos tratando de dormir sin ropa de cama en el suelo sucio de una casa, donde su madre y otras personas estaban tomando alcohol y de fiesta. En el apartamento no había comida para aliviar su hambre. Después de poner a los niños en una cama improvisada, el agente se arrodilló y oró pidiendo protección para ellos. Mientras caminaba hacia la puerta, uno de ellos, de unos seis años, lo siguió, lo agarró de la mano, y le suplicó: “Por favor, adópteme”8.
Recordamos la enseñanza de nuestro Salvador cuando puso a un niño pequeño ante Sus seguidores y declaró:
“Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como éste, a mí me recibe.
“Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno y que se le hundiese en lo profundo del mar” (Mateo 18:5–6).
Si tenemos en cuenta los peligros de los que los niños deben ser protegidos, también debemos incluir el abuso psicológico. Los padres o encargados de los niños, los maestros o compañeros que degraden, intimiden o humillen a los niños o a los jóvenes, pueden ocasionar un daño más permanente que una lesión física. El hacer que un niño o joven se sienta sin valor, con falta de amor o no deseado, puede causar una herida grave y de larga duración en su bienestar emocional y en su desarrollo9. Los jóvenes que sufren una condición excepcional, incluso la atracción hacia personas del mismo sexo, son particularmente vulnerables y necesitan una amorosa comprensión, y no la intimidación ni la exclusión10.
Con la ayuda del Señor, podemos arrepentirnos y cambiar, y ser más afectuoso y atentos con los niños, tanto con los nuestros como con los que nos rodean.
II.
Pocos son los ejemplos de amenazas físicas o emocionales a los niños tan importantes como las que se derivan de la relación que tienen con los padres o tutores. El presidente Thomas S. Monson ha hablado de lo que él llamó los “viles” actos de abuso a menores, donde uno de los padres ha lesionado o deformado a un hijo, física o emocionalmente11. Sentí gran dolor al estudiar la impactante evidencia de estos casos durante mi servicio en la Corte Suprema de Utah.
Es de suma importancia para el bienestar de los hijos si sus padres se han casado, la naturaleza y la duración del matrimonio y, más ampliamente, la cultura y las expectativas de matrimonio y del cuidado infantil en donde viven. Dos eruditos en el tema de la familia explican: “A lo largo de la historia, el matrimonio ha sido, en primer lugar, una institución para la procreación y la crianza de los hijos. Ha proporcionado el lazo cultural que pretende conectar al padre con sus hijos al vincularlo a la madre de sus hijos. Sin embargo, en los últimos tiempos, cada vez más los hijos han sido desplazados del centro del escenario”12.
Un profesor de derecho de Harvard describe la actual ley y actitud hacia el matrimonio y el divorcio: “La [actual] actitud en Estados Unidos acerca del matrimonio, según consta en la ley y en gran parte de la literatura popular, es más o menos así: el matrimonio es una relación que existe principalmente para la realización individual de cada uno de los cónyuges. Si deja de cumplir esa función, nadie tiene la culpa y cualquiera de los cónyuges podrá darlo por terminado a voluntad propia… Los hijos apenas aparecen en escena, la mayoría de ellos son personajes ambiguos que quedan en segundo plano”13.
Nuestros líderes de la Iglesia han enseñado que el ver “al matrimonio como un simple contrato que se puede firmar cuando se desee… y romper a la primera dificultad… es un mal que merece una severa condenación”, especialmente cuando se “hace sufrir a los hijos”14. Y los hijos sí se ven afectados por el divorcio. En uno de estos años recientes, más de la mitad de los divorcios incluían a parejas con hijos menores15.
Muchos hijos podrían haber tenido la bendición de ser criados por ambos padres, si tan sólo los padres hubieran seguido esta enseñanza inspirada en la proclamación sobre la familia: “El esposo y la esposa tienen la solemne responsabilidad de amarse y de cuidarse el uno al otro, así como a sus hijos…. Los padres tienen el deber sagrado de criar a sus hijos con amor y rectitud, de proveer para sus necesidades físicas y espirituales, y de enseñarles a amarse y a servirse el uno al otro”16. La enseñanza más poderosa a los hijos se da mediante el ejemplo de sus padres. Los padres que se divorcian, inevitablemente enseñan una lección negativa.
Ciertamente hay casos en que el divorcio es necesario para el bien de los hijos, pero esas circunstancias son excepcionales17. En la mayoría de los litigios matrimoniales, los padres contendientes deben dar mayor peso a los intereses de los hijos. Con la ayuda del Señor, pueden hacerlo. Los hijos necesitan la fuerza emocional y personal que viene al ser criados por los dos padres que están unidos en su matrimonio y en sus objetivos. Como alguien que fue criado por una madre viuda, sé por experiencia propia que esto no siempre se puede lograr, pero es el ideal que se debe buscar siempre que sea posible.
Los niños son las primeras víctimas de las leyes actuales que permiten el llamado “divorcio sin culpa” o de mutuo acuerdo. Desde el punto de vista de los hijos, el divorcio es demasiado fácil. Resumiendo décadas de investigación en ciencias sociales, un erudito minucioso concluyó que “la estructura familiar que produce los mejores resultados para los hijos, en promedio, son dos padres biológicos que permanecen casados”18. Un escritor del periódico New York Times señaló “el sorprendente hecho de que aun cuando el matrimonio tradicional ha disminuido en los Estados Unidos… la evidencia ha aumentado en cuanto a la importancia de la institución para el bienestar de los hijos”19. Esa realidad debería ser una guía importante para los padres y futuros padres en sus decisiones relacionadas con el matrimonio y el divorcio. También necesitamos que los políticos, legisladores y funcionarios pongan más atención a lo que es mejor para los hijos, en contraste con los intereses egoístas de los votantes y defensores vocales de los intereses de los adultos.
Los niños también son víctimas de los matrimonios que no se llegan a producir. Pocos datos sobre el bienestar de nuestra nueva generación son más inquietantes que el reciente informe de que el 41 por ciento de todos los nacimientos en los Estados Unidos fueron de mujeres que no estaban casadas20. Las madres solas tienen inmensos desafíos, y es clara la evidencia de que sus hijos están en una desventaja significativa en comparación con los hijos criados por un padre y una madre casados21.
La mayoría de los hijos nacidos de madres solas —un 58 por ciento— nacieron de parejas que estaban cohabitando22. Sea cual sea la opinión que tengamos sobre el que estas parejas renuncien al matrimonio, los estudios muestran que los hijos sufren significativas desventajas en comparación con otros niños23. Para los hijos, la estabilidad del matrimonio sí importa.
Debemos suponer las mismas desventajas para los niños criados por parejas del mismo sexo. La literatura de las ciencias sociales es controvertida y cargada de política en cuanto al efecto a largo plazo de ello en los niños, sobre todo porque, como observó un escritor del New York Times: “el matrimonio entre dos personas del mismo sexo es un experimento social y, como en la mayoría de los experimentos, se necesitará tiempo para comprender sus consecuencias”24.
III.
He hablado a favor de los niños, los niños de todo el mundo. Puede que ciertas personas rechacen algunos de estos ejemplos, pero ninguno debería resistirse a la súplica de que nos unamos para aumentar nuestra preocupación por el bienestar y el futuro de nuestros hijos: la nueva generación.
Estamos hablando de los hijos de Dios y, con Su poderosa ayuda, podemos hacer más para ayudarlos. En esta súplica, me dirijo no sólo a los Santos de los Últimos Días, sino también a todas las personas de fe religiosa y a otros que tienen un sistema de valores que los lleva a subordinar sus propias necesidades a las de otros, en especial al bienestar de los niños25.
Las personas religiosas también son conscientes de las enseñanzas del Salvador en el Nuevo Testamento, de que los niños pequeños y puros son nuestro modelo de humildad y docilidad:
“De cierto os digo que si no os volvéis, y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos.
“Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos” (Mateo 18:3–4).
En el Libro de Mormón leemos acerca del Señor resucitado enseñando a los nefitas que deben arrepentirse y ser bautizados y volverse “como un niño pequeñito”, o no podrán heredar el reino de Dios (3 Nefi 11:38; véase también Moroni 8:10).
Ruego que nos humillemos como niños pequeños y protejamos a nuestros niños, porque ellos son el futuro, para nosotros, para nuestra Iglesia y para nuestras naciones. En el nombre de Jesucristo. Amén.