Un fundamento seguro
Aceptemos la invitación del Salvador de venir a Él; edifiquemos nuestras vidas sobre un fundamento firme y seguro.
El 17 de octubre de 1989, cuando volvía a casa del trabajo, estaba por llegar al semáforo en las intersecciones de las calles Market y Beale en San Francisco, California. En ese momento sentí que el auto se sacudió y pensé: “Debo tener una rueda desinflada”. Mientras el auto se seguía sacudiendo, me di cuenta que un autobús estaba demasiado cerca de mí y pensé: “¡Me acaba de chocar!”. Luego, el auto se sacudía cada vez más y más, y pensé: “¡Debo tener las cuatro ruedas desinfladas!”. Pero no eran las ruedas ni el autobús, ¡era un terremoto muy fuerte! Cuando paré en la luz roja, se veían ondas en el pavimento como si fueran olas de mar desplazándose por la calle Market. Frente a mí había un edificio de oficinas que se balanceaba de un lado a otro, y los ladrillos de un edificio viejo a mi izquierda comenzaron a caerse a medida que la tierra se seguía sacudiendo.
El terremoto Loma Prieta ocurrió en el área de la Bahía de San Francisco a las 17:04 h de ese día y dejó sin hogar a 12.000 personas.
El terremoto causó severos daños en el área de la Bahía de San Francisco, particularmente en el terreno inestable de San Francisco y Oakland. En San Francisco, el distrito Marina se había “edificado sobre un basurero hecho de una mezcla de arena, tierra, escombros… y otros materiales que contenían un porcentaje alto de agua subterránea. Algunos de esos escombros eran los que se arrojaron en la Bahía de San Francisco luego del terremoto de 1906 en esa ciudad”1.
Aproximadamente en 1915, se edificaron departamentos sobre el basurero. En el terremoto de 1989, el lodo, la arena y los escombros saturados de agua que no se habían consolidado para crear una mezcla firme, se convirtieron en una masa líquida, causando que los edificios colapsaran. Los edificios no se edificaron sobre un fundamento seguro.
El terremoto Loma Prieta afectó muchas vidas, incluso la mía. El reflexionar sobre los sucesos de ese día reafirma en mi mente y corazón que para resistir con éxito las tempestades, los terremotos y las calamidades de la vida, debemos edificar sobre un fundamento seguro.
El profeta nefita Helamán expresó con claridad inconfundible la importancia de edificar nuestras vidas sobre un fundamento seguro, el fundamento de Jesucristo: “Y ahora bien, recordad, hijos míos, recordad que es sobre la roca de nuestro Redentor, el cual es Cristo, el Hijo de Dios, donde debéis establecer vuestro fundamento, para que cuando el diablo lance sus impetuosos vientos, sí, sus dardos en el torbellino, sí, cuando todo su granizo y furiosa tormenta os azoten, esto no tenga poder para arrastraros al abismo de miseria y angustia sin fin, a causa de la roca sobre la cual estáis edificados, que es un fundamento seguro, un fundamento sobre el cual, si los hombres edifican, no caerán” (Helamán 5:12).
En la edificación de los templos modernos se da especial atención al diseño, la construcción y el uso de los materiales. Se llevan a cabo pruebas meticulosas de la tierra y la geología del sitio donde se va a edificar un templo. Se consideran los estudios del viento, la lluvia y los cambios climáticos de la zona para que el templo terminado pueda resistir no sólo las tormentas y el clima del lugar, sino que también se diseña y se ubica de modo que resista terremotos, tifones, inundaciones y cualquier otro desastre natural inesperado que pudieran ocurrir. En muchos de los templos, se instalan columnas de acero y de concreto bien profundas en la tierra para afirmar los cimientos.
Tal como los diseñadores y constructores de hoy día, nuestro amoroso y bondadoso Padre Celestial y Su Hijo han preparado planes, herramientas y otros recursos para nuestro uso de tal manera que edifiquemos y estructuremos nuestra vida a fin de mantenernos seguros e inquebrantables. El plan es el Plan de Salvación, el gran plan de felicidad. El plan nos presenta una visión clara y un entendimiento del comienzo y del final, así como de los pasos esenciales, incluso las ordenanzas, que son necesarios para que cada uno de los hijos del Padre pueda regresar a Su presencia y vivir con Él para siempre.
La fe, el arrepentimiento, el bautismo, el don del Espíritu Santo y el perseverar hasta el fin son parte de los “planos” de la vida. Ayudan a establecer los pilares adecuados que anclarán nuestra vida a la expiación de Cristo; moldean y enmarcan la estructura de apoyo en la vida de una persona. Así, de la misma manera que los planos del templo tienen especificaciones que dan instrucciones detalladas acerca de cómo formar e incorporar componentes esenciales, el orar, el leer las Escrituras, el participar de la Santa Cena y el recibir las ordenanzas esenciales del sacerdocio llegan a ser las “especificaciones” que nos ayudan a incorporar y unir la estructura de la vida.
El equilibrio en el uso de estas especificaciones es fundamental. Por ejemplo, en el proceso de hacer hormigón se usan cantidades precisas de arena, grava (piedra partida), cemento y agua para lograr la máxima firmeza. Si se omite o se pone una cantidad incorrecta de cualquiera de esos elementos, hará que el hormigón sea débil y no podrá cumplir con su función principal.
De la misma manera, si no establecemos un equilibrio adecuado en nuestras vidas con la oración personal y el deleitarnos en las Escrituras a diario, fortaleciéndonos semanalmente al tomar la Santa Cena y participando con frecuencia en las ordenanzas del sacerdocio, tales como las ordenanzas del templo, también estaremos en peligro de ser debilitados en la estructura de nuestra fortaleza espiritual.
Pablo, en una carta a los efesios, se expresó de esta manera, lo cual podemos aplicar a la necesidad de un desarrollo equilibrado e integral de nuestro carácter y nuestra alma: “…en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor” (Efesios 2:21).
La oración es uno de los pilares más básicos e importantes de nuestra fe y nuestro carácter. Por medio de la oración es posible expresar a Dios nuestra gratitud, amor y devoción. Por medio de la oración podemos entregar nuestra voluntad a Él y, como recompensa, recibir la fortaleza para ajustar nuestra vida a Sus enseñanzas. La oración es el medio que podemos utilizar para buscar Su influencia en nuestra vida, incluso la revelación.
Alma enseñó: “Consulta al Señor en todos tus hechos, y él te dirigirá para bien; sí, cuando te acuestes por la noche, acuéstate en el Señor, para que él te cuide en tu sueño; y cuando te levantes por la mañana, rebose tu corazón de gratitud a Dios; y si haces estas cosas, serás enaltecido en el postrer día” (Alma 37:37).
El compartir nuestros pensamientos, sentimientos y deseos con Dios mediante la oración sincera y profunda debe llegar a ser para cada uno de nosotros tan importante y natural como lo es el respirar y el comer.
Escudriñar diariamente las Escrituras también fortalecerá nuestra fe y carácter. Tal como necesitamos alimento para nutrir nuestros cuerpos físicos, nuestro espíritu y nuestra alma se nutrirán y se fortalecerán al deleitarnos en las palabras de Cristo según se encuentran en los escritos de los profetas. Nefi enseñó: “Deleitaos en las palabras de Cristo; porque he aquí, las palabras de Cristo os dirán todas las cosas que debéis hacer” (2 Nefi 32:3).
Si bien leer las Escrituras es bueno, el sólo leerlas no es suficiente para comprender el alcance completo y la profundidad de las enseñanzas del Salvador. El buscar, meditar y aplicar las palabras de Cristo como se enseñan en las Escrituras nos dará la sabiduría y el conocimiento más allá de nuestro entendimiento mortal. Esto fortalecerá nuestro compromiso y proporcionará la reserva espiritual para hacer lo mejor posible en cualquier situación.
Uno de los pasos más importantes que podemos dar para fortalecer nuestra vida y permanecer firmemente anclados en el fundamento del Salvador es participar de la Santa Cena dignamente todas las semanas. La ordenanza de la Santa Cena da a todos los miembros de la Iglesia la oportunidad de meditar en su vida con antelación, considerar lo que hicieron o dejaron de hacer, de lo cual tal vez necesiten arrepentirse, y luego participar del pan y del agua como emblemas sagrados en memoria del cuerpo y de la sangre de Jesucristo, en testimonio de Su expiación. Si participamos con sinceridad y humildad, renovamos los convenios eternos, somos purificados y santificados, y recibimos la promesa de que siempre tendremos Su Espíritu con nosotros. El Espíritu actúa como un tipo de cemento, un vínculo unificador que no sólo santifica, sino que también nos hace recordar todas las cosas y testifica de Jesucristo una y otra vez. El participar de la Santa Cena dignamente fortalece nuestra relación personal con la roca fundamental, que es Jesucristo.
Durante Su ministerio, el Salvador enseñó con amor y claridad las doctrinas, los principios y las acciones necesarias que protegerían nuestra vida y fortalecerían nuestro carácter. Al final del Sermón del Monte, Él dijo:
“Por tanto, cualquiera que oye estas palabras mías, y las hace, lo compararé a un hombre prudente que edificó su casa sobre una roca;
“y descendió la lluvia, y vinieron los torrentes, y soplaron los vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre una roca.
“Y todo el que me oye estas palabras, y no las hace, será comparado al hombre insensato que edificó su casa sobre la arena:
“y descendió la lluvia, y vinieron los torrentes, y soplaron los vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y grande fue su caída” (3 Nefi 14:24–27; véase también Mateo 7:24–27).
Hermanos y hermanas, ninguno de nosotros intencionalmente edificaría su hogar, su lugar de trabajo o edificios sagrados de adoración sobre arena ni escombros, ni sin los planos y materiales adecuados. Aceptemos la invitación del Salvador de venir a Él; edifiquemos nuestra vida sobre un fundamento firme y seguro.
Testifico humildemente que al anclar nuestras vidas en Jesucristo y en Su expiación, y al seguir detenidamente Sus planes para nuestra felicidad, incluso la oración diaria, el estudio diario de las Escrituras y el participar todas las semanas de la Santa Cena, nos fortaleceremos, lograremos un verdadero crecimiento personal y una conversión duradera; estaremos mejor preparados para resistir victoriosamente las pruebas y calamidades de la vida, sentiremos el gozo y la felicidad prometidas y tendremos la confianza de que nuestra vida ha sido edificada sobre un fundamento seguro, un fundamento que nunca caerá. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.