2010–2019
El hogar, la escuela de la vida
Abril 2013


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El hogar: La escuela de la vida

Éstas y muchas otras lecciones se aprenden en el hogar, el lugar que puede convertirse en un pedazo de cielo en la tierra.

Algunos padres se disculpan por los errores que han cometido en el hogar, afirmando que la razón de ello es que no hay una escuela para padres.

En realidad, esa escuela existe y puede ser la mejor de todas. Esa escuela se llama hogar.

Al remontarme al pasado en las alas de mi memoria, recuerdo los gratos momentos que he vivido con mi esposa. Al compartir estos recuerdos, tal vez ustedes recuerden sus propias experiencias, tanto las felices como las tristes; de todas ellas aprendemos.

1. El templo es el lugar

Cuando regresé de mi misión, conocí a una hermosa joven de pelo negro que le llegaba hasta la cintura. Tenía unos ojos grandes y hermosos color miel y una sonrisa contagiosa. Ella me cautivó desde el primer momento en que la vi.

Mi esposa tenía clara su meta de contraer matrimonio en el templo, aunque en aquel tiempo llegar al templo más cercano requería un viaje de más de 6.400 km.

Nuestra ceremonia de matrimonio civil fue de gozo y tristeza a la vez, ya que nuestro matrimonio fue establecido con una fecha de expiración. El oficiante pronunció las palabras: “Y ahora los declaro marido y mujer”, pero inmediatamente después, dijo: “hasta que la muerte los separe”.

Así que, con sacrificio compramos un pasaje de ida al Templo de Mesa, Arizona.

En el templo, arrodillados ante el altar, un siervo autorizado pronunció las palabras que yo anhelaba, las cuales nos declararon esposo y esposa por esta vida y por toda la eternidad.

Un amigo nos llevó a la Escuela Dominical. Durante la reunión, se puso de pie y nos presentó a la clase. Cuando la reunión llegó a su fin, un hermano se me acercó y me estrechó la mano, dejándome un billete de 20 dólares. Poco después, otro hermano se me acercó también, y para mi sorpresa, también me dejó un billete en la mano. Rápidamente miré a mi esposa que estaba al otro lado del salón, y exclamé: “¡Blanquy, estréchale la mano a todo el mundo!”.

Poco después ya habíamos reunido suficiente dinero para regresar a Guatemala.

“En la gloria celestial hay tres cielos o grados;

“y para alcanzar el más alto, el hombre tiene que entrar en este orden del sacerdocio”1.

2. Para pelear, se necesitan dos

Uno de los lemas de mi esposa ha sido: “Para pelear, se necesitan dos, y yo nunca seré una de ellas”.

El Señor ha descrito claramente los atributos que deben guiar nuestras relaciones con otras personas. Estos son: persuasión, longanimidad, benignidad, mansedumbre y amor sincero2.

El abuso físico en la familia es una práctica que está ocurriendo con menos frecuencia en ciertas sociedades, y nos regocijamos en ello. Sin embargo, aún estamos lejos de eliminar el abuso emocional. Los daños causados por este tipo de abuso permanecen en nuestra memoria, hieren nuestra personalidad, siembran odio en nuestro corazón, disminuyen nuestra autoestima y nos llenan de temor.

Así que, no se trata solamente de realizar la ceremonia del matrimonio celestial, sino de vivir una vida celestial.

3. Un niño que canta es un niño feliz

Ése es otro lema que mi esposa menciona con frecuencia.

El Salvador entendía la importancia de la música sagrada. Las Escrituras relatan: “Y después de haber cantado el himno, salieron al monte de los Olivos”3.

Y hablando por medio del profeta José Smith, dijo: “Porque mi alma se deleita en el canto del corazón; sí, la canción de los justos es una oración para mí, y será contestada con una bendición sobre su cabeza”4.

Qué conmovedor es escuchar el canto de un pequeño a quien sus padres le han enseñado a cantar “Soy un hijo de Dios…”5.

4. Necesito que me abraces

Las expresiones: “Te amo”, “muchas gracias” y “perdóname” son un bálsamo para el alma. Transforman lágrimas en felicidad, brindan consuelo al alma atribulada y confirman los tiernos sentimientos de nuestro corazón. Igual que las plantas que languidecen por la falta de la valiosa agua, nuestro amor se desvanece y muere al hacer a un lado las palabras y los actos de amor.

Recuerdo los días en que solíamos enviar cartas de amor a través del correo regular, o cuando juntábamos monedas para llamar a nuestros seres queridos desde una cabina telefónica, o cómo dibujábamos y escribíamos poemas de amor en hojas de papel.

¡Hoy en día estas cosas suenan a piezas de museo!

La tecnología en estos días nos permite hacer maravillas. ¡Qué fácil es enviar un mensaje de texto de amor y gratitud! Los jóvenes lo hacen todo el tiempo. Me pregunto si éstas y otras hermosas costumbres continuarán una vez que nuestro hogar se haya establecido. Uno de los mensajes de texto recientes que recibí de mi esposa dice así: “Un abrazo como el cielo, un beso como el sol y una noche como la luna. Feliz día, te amo”.

¡Cómo no voy a sentirme como en el cielo al recibir un mensaje como éste!

Nuestro Padre Celestial es un ejemplo perfecto en cuanto a expresar amor. Al presentar a Su Hijo, Él usó las palabras: “Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco”6.

5. Amo el Libro de Mormón y a mi Salvador Jesucristo

Me lleno de emoción cuando veo a mi esposa leer el Libro de Mormón todos los días. Mientras lo hace, puedo sentir su testimonio con sólo ver la alegría en su rostro mientras lee los pasajes que dan testimonio de la misión del Salvador.

Qué sabias son las palabras de nuestro Salvador: “Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí”7.

Inspirado en esto, le dije a mi nieta Raquel, que recientemente había aprendido a leer: “¿Qué te parece si te fijas la meta de leer el Libro de Mormón?”.

Su respuesta fue: “Pero abuelo, es muy difícil. Es un libro muy grande”.

Entonces le pedí que me leyera una página. Saqué un cronómetro y le tomé el tiempo. Le dije: “Sólo tardaste tres minutos y la versión en español del Libro de Mormón tiene 642 páginas, por lo que necesitas 1.926 minutos”.

Esto podría haberla asustado aún más, así que dividí ese número entre 60 minutos y le dije que sólo necesitaría 32 horas para leerlo; ¡menos de un día y medio!

Entonces me dijo: “Eso es muy fácil, abuelo”.

Al final, a Raquel, a su hermano Esteban y a nuestros otros nietos les tomó más tiempo, porque éste es un libro que se debe leer con un espíritu de oración y meditación.

Con el tiempo, a medida que aprendemos a deleitarnos en las Escrituras, podremos exclamar como el salmista: “¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras!, más que la miel a mi boca”8.

6. No basta con conocer las Escrituras; hay que vivirlas

Recuerdo que siendo yo un misionero que había terminado su misión de tiempo completo, y habiendo escudriñado diligentemente las Escrituras, pensaba que lo sabía todo. Durante nuestro noviazgo, Blanquy y yo estudiábamos juntos las Escrituras. Yo utilizaba muchas de mis notas y referencias para compartir mi conocimiento del Evangelio con ella. Después de que nos casamos me di cuenta de algo muy importante al aprender una gran lección de ella: quizás yo traté de enseñarle el Evangelio, pero ella me enseñó a vivirlo.

Cuando el Salvador concluyó el Sermón del Monte, dio este sabio consejo: “A cualquiera, pues, que me oye estas palabras y las hace, le compararé a un hombre prudente que edificó su casa sobre la roca”9.

Los que viven los principios celestiales que se encuentran en las Escrituras dan consuelo a los que sufren. Brindan alegría a los deprimidos, dan dirección a los extraviados, paz a los afligidos y una guía segura para aquellos que buscan la verdad.

En resumen:

  1. El templo es el lugar.

  2. Para pelear, se necesitan dos, y yo nunca seré uno de ellos.

  3. Un niño que canta es un niño feliz.

  4. Necesito que me abraces.

  5. Amo el Libro de Mormón y a mi Salvador Jesucristo.

  6. No es suficiente conocer las Escrituras, hay que vivirlas.

Éstas y muchas otras lecciones se aprenden en el hogar, el lugar que puede convertirse en un pedazo de cielo en la tierra10. Doy testimonio de que el evangelio de Jesucristo y el plan de nuestro Padre Celestial proporcionan una guía segura en esta vida y la promesa de la vida eterna; en el nombre de Jesucristo. Amén.