Fortalecidos por la expiación de Jesucristo
Gracias a Su expiación, el Salvador tiene el poder de socorrer —de ayudar— en cada dolor y aflicción de la vida terrenal.
Durante la vida terrenal tenemos la certeza de la muerte y la carga del pecado. La expiación de Jesucristo compensa esos dos aspectos seguros de la vida terrenal. Sin embargo, además de la muerte y del pecado, afrontamos muchos otros desafíos a lo largo de la vida mortal. Gracias a esa misma Expiación, nuestro Salvador puede proporcionarnos la fortaleza necesaria para superar esos desafíos terrenales. Ese es mi tema el día de hoy.
I.
La mayoría de relatos de las Escrituras sobre la Expiación hablan de que el Salvador rompió las ligaduras de la muerte y sufrió por nuestros pecados. En su sermón registrado en el Libro de Mormón, Alma enseñó esos principios fundamentales; pero además nos proporcionó las declaraciones más claras de las Escrituras de que el Salvador también sufrió los dolores, las enfermedades y los padecimientos de Su pueblo.
Alma describió esa parte de la expiación del Salvador: “Y él saldrá, sufriendo dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases; y esto para que se cumpla la palabra que dice: Tomará sobre sí los dolores y las enfermedades de su pueblo” (Alma 7:11; véase también 2 Nefi 9:21).
¡Piensen en eso! En la Expiación, el Salvador sufrió “dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases”. Como explicó el presidente Boyd K. Packer: “Él no tenía ninguna deuda que pagar, no había cometido ningún mal; no obstante, la suma de toda la culpa, la tristeza y el pesar; el dolor y la humillación; todos los tormentos mentales, emocionales y físicos que el hombre ha conocido, todo lo sufrió Él”1.
¿Por qué sufrió Él esos desafíos terrenales “de todas clases”? Alma explicó: “… y sus enfermedades tomará él sobre sí, para que sus entrañas sean llenas de misericordia, según la carne, a fin de que según la carne sepa cómo socorrer a los de su pueblo, de acuerdo con las enfermedades de ellos” (Alma 7:12).
Por ejemplo, el apóstol Pablo declaró que gracias a que el Salvador “padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Hebreos 2:18). De forma similar, el presidente James E. Faust enseñó: “Dado que el Salvador ha padecido todo lo imaginable que nosotros podemos sentir o experimentar, Él puede ayudar a los débiles a fortalecerse”2.
Nuestro Salvador padeció y sufrió la plenitud de todos los desafíos terrenales “según la carne” a fin de que, “según la carne”, supiera cómo “socorrer [lo cual significa prestar auxilio o ayuda] a los de su pueblo, de acuerdo con las enfermedades de ellos”. Por consiguiente, Él conoce nuestros problemas, dolores, tentaciones y sufrimientos, porque por voluntad propia los padeció todos como parte esencial de Su expiación. Gracias a ello, la Expiación lo faculta para socorrernos, para darnos la fortaleza a fin de soportarlo todo.
II.
Aunque la enseñanza de Alma en el capítulo siete constituye la más clara de todos los pasajes de las Escrituras en cuanto a ese poder fundamental de la Expiación, también se enseña sobre ella en todas las Escrituras.
Al principio de Su ministerio, Jesús explicó que Él fue enviado “a sanar a los quebrantados de corazón” (Lucas 4:18). En la Biblia leemos a menudo que Él sanaba al pueblo “… de sus enfermedades” (Lucas 5:15; 7:21). En el Libro de Mormón está registrado que Él sanó a “… todos los que padecían cualquier aflicción” (3 Nefi 17:9). En el Evangelio según Mateo se explica que Jesús sanaba al pueblo “para que se cumpliese lo que fue dicho por el profeta Isaías, que dijo: Él mismo tomó nuestras enfermedades y llevó nuestras dolencias” (Mateo 8:17).
Isaías enseñó que el Mesías llevó nuestras “enfermedades” y nuestros “dolores” (Isaías 53:4). Isaías también enseñó sobre cómo Él nos fortalece: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te fortalezco; siempre te ayudaré” (Isaías 41:10).
Es por eso que cantamos:
“Pues ya no temáis, y escudo seré,
que soy vuestro Dios y socorro tendréis;
y fuerza y vida y paz os daré,
y salvos de males vosotros seréis”3.
Al referirse a algunos de sus propios desafíos de la vida terrenal, el apóstol Pablo escribió: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13).
Así vemos que, gracias a Su expiación, el Salvador tiene el poder de socorrer —de ayudar— en cada dolor y aflicción de la vida terrenal. A veces, Su poder sana una dolencia, pero las Escrituras y nuestras experiencias nos enseñan que a veces Él nos socorre o nos ayuda dándonos la fuerza o la paciencia para soportar nuestras dolencias4.
III.
¿Cuáles son esos dolores, aflicciones y enfermedades mortales que nuestro Salvador sintió y sufrió?
Tarde o temprano, todos sufrimos dolores, aflicciones y enfermedades. Aparte de lo que sufrimos a causa de nuestros pecados, la vida terrenal está llena de problemas, dolores y sufrimiento.
Nosotros y nuestros seres queridos padecemos enfermedades. En algún momento todos sentimos dolor a raíz de lesiones traumáticas o de otras dificultades de carácter físico o mental. Todos sufrimos y lamentamos la muerte de un ser querido. Todos enfrentamos el fracaso en las responsabilidades personales, las relaciones familiares o en los empleos.
Si un cónyuge o un hijo rechaza lo que sabemos que es cierto y se aleja del camino de la rectitud, sentimos un dolor particularmente estresante, igual que el del padre del hijo pródigo en la memorable parábola de Jesús (véase Lucas 15:11–32).
Como declaró el salmista: “Muchas son las aflicciones del justo, mas de todas ellas le libra Jehová” (Salmos 34:19).
Así, nuestros himnos contienen esta promesa verdadera: “No hay pesar en la tierra que el cielo no pueda curar”5. Lo que nos cura es nuestro Salvador y Su expiación.
Para los adolescentes, la sensación de rechazo es particularmente dolorosa cuando otros jóvenes parecen gozar de relaciones y actividades felices y de forma deliberada los excluyen. Los prejuicios raciales y étnicos causan otro tipo de rechazos dolorosos en jóvenes y adultos. En la vida hay muchos otros desafíos, como la falta de empleo y otros reveses en nuestros planes.
Hablo de las dolencias terrenales no causadas por nuestros pecados. Algunas personas nacen con discapacidades físicas o mentales que les ocasionan sufrimiento y dificultades a ellas y a quienes las aman y cuidan. Para muchos, la enfermedad de la depresión es dolorosa o los deshabilita permanentemente. Otra aflicción dolorosa es la condición de no estar casado. Aquellos que se encuentran en esa situación deben recordar que nuestro Salvador también sufrió ese tipo de dolores y que, por medio de Su expiación, Él nos brinda la fuerza para soportarlos.
Pocas discapacidades son más agobiantes para nuestra vida temporal o espiritual que las adicciones. Es probable que algunas de ellas, como la adicción a la pornografía o a las drogas, hayan sido causadas por conductas pecaminosas. Aunque la persona se haya arrepentido de ese comportamiento, puede que la adicción permanezca. Esa garra incapacitante también puede ser aliviada mediante la fortaleza firme que brinda el Salvador; y lo mismo sucede con el gran desafío que experimentan aquellos enviados a la cárcel por delitos cometidos. En una carta reciente se testifica de la fuerza que se puede recibir aun en esas circunstancias: “Sé que nuestro Salvador camina por estos pasillos y a menudo he sentido el amor de Cristo dentro de las paredes de esta cárcel”6.
Me encanta el testimonio de nuestra poetisa y amiga Emma Lou Thayne. En palabras que ahora cantamos en un himno, ella escribió:
¿Dónde hallo el solaz,
dónde, el alivio
cuando mi llanto nadie puede calmar,
cuando muy triste estoy o enojado
y me aparto
a meditar?
Cuando la pena es tal
que languidezco,
cuando las causas busco de mi dolor,
¿dónde hallo a un ser que me consuele?
¿Quién puede comprender?
Nuestro Señor 7.
IV.
¿Quién puede ser socorrido y fortalecido por medio de la expiación de Jesucristo? Alma enseñó que el Salvador tomaría sobre Sí “… los dolores y las enfermedades de su pueblo ” y “… [socorrería] a los de su pueblo ” (Alma 7:11–12; cursiva agregada). ¿Quiénes son “su pueblo” en esta promesa? ¿Son todos los seres mortales? ¿Todos los que disfrutan de la realidad de la resurrección mediante la Expiación? ¿O son solo aquellos siervos selectos que reúnen los requisitos mediante ordenanzas y convenios?
En las Escrituras, la palabra pueblo tiene muchos significados. El significado más apropiado respecto a la enseñanza de que el Salvador socorrerá a los de “su pueblo” es el que Alma empleó cuando, más adelante, enseñó que “… Dios se acuerda de todo pueblo, sea cual fuere la tierra en que se hallaren” (Alma 26:37). Lo mismo quisieron decir los ángeles cuando anunciaron el nacimiento del niño Jesús: “… nuevas de gran gozo, que serán para todo el pueblo” (Lucas 2:10).
Debido a Su experiencia expiatoria en la vida terrenal, el Salvador puede consolar, sanar y fortalecer a todos los hombres y mujeres de todas partes; pero creo que lo hace solamente con aquellos que lo buscan y piden Su ayuda. El apóstol Santiago enseñó: “Humillaos delante del Señor, y él os ensalzará” (Santiago 4:10). Nos hacemos merecedores de esa bendición si creemos en Él y oramos para pedir Su ayuda.
Hay millones de personas temerosas de Dios que oran a Él para que las libre de sus aflicciones. El Salvador ha revelado que Él “… descendió debajo de todo” (D. y C. 88:6). Como enseñó el élder Neal A. Maxwell: “Habiendo ‘descendido debajo de todo’, Él ‘comprende’, perfecta y personalmente, la gama completa de los sufrimientos humanos”8. Podríamos decir que habiendo descendido debajo de todo, Él está en una posición perfecta para levantarnos y darnos la fuerza que necesitamos para soportar nuestras aflicciones; solo tenemos que pedir.
Muchas veces, en la revelación moderna, el Señor declara: “Por consiguiente, si me pedís, recibiréis; si llamáis, se os abrirá” (por ejemplo en: D. y C. 6:5; 11:5; véase también Mateo 7:7). En efecto, debido a Su amor cabal, nuestro Padre Celestial y Su Amado Hijo Jesucristo escuchan y contestan apropiadamente las oraciones de todos los que los buscan con fe. Como escribió el apóstol Pablo: “… esperamos en el Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen” (1 Timoteo 4:10).
Sé que estas cosas son verdaderas. La expiación del Salvador hace más que garantizarnos la inmortalidad mediante una resurrección universal y nos brinda la oportunidad de ser limpios del pecado por medio del arrepentimiento y del bautismo. Su expiación también nos brinda la oportunidad de acudir a Él, quien ha sufrido todas las dolencias de la vida terrenal, para darnos la fuerza a fin de sobrellevar las cargas de esta vida. Él conoce nuestra angustia y desea ayudarnos. Así como el buen samaritano, cada vez que nos encuentre lastimados a la orilla del camino, Él vendará nuestras heridas y nos cuidará (véase Lucas 10:34). El poder sanador y fortalecedor de Jesucristo y de Su expiación es para todos los que pidamos. De ello testifico, y también testifico de nuestro Salvador, que hace todo eso posible.
Un día, todas esas cargas de la vida terrenal se acabarán y ya no habrá más dolor (véase Apocalipsis 21:4). Ruego que todos entendamos la esperanza y la fortaleza que brinda la expiación del Salvador: la promesa de la inmortalidad, la oportunidad de la vida eterna y la fortaleza sustentadora que podemos recibir si tan solo pedimos. En el nombre de Jesucristo. Amén.