El gozo y la supervivencia espiritual
Cuando centramos nuestra vida en Jesucristo y en Su Evangelio, podemos sentir gozo independientemente de lo que esté sucediendo —o no esté sucediendo— en nuestra vida.
Mis queridos hermanos y hermanas, hoy me gustaría tratar un principio que es clave para nuestra supervivencia espiritual. Es un principio que solamente se volverá más importante a medida que aumenten las tragedias y las farsas que nos rodean.
Estos son los últimos días y a ninguno de nosotros debería sorprenderle ver que las profecías se cumplen. Muchísimos profetas, entre ellos Isaías, Pablo, Nefi y Mormón, previeron los tiempos peligrosos que vendrían1, que en nuestra época todo el mundo estaría en conmoción2, que los hombres serían “amadores de sí mismos… sin afecto natural… amadores de los deleites más que de Dios”3, y que muchos se convertirían en siervos de Satanás y defenderían la obra del adversario4. Ciertamente, ustedes y yo “tenemos lucha… contra los gobernadores de las tinieblas de este mundo, [y] contra las fuerzas espirituales de maldad en las regiones celestes”5.
A medida que los conflictos escalan entre las naciones, los terroristas cobardes lastiman a los inocentes y la corrupción es cada vez más común en todo, desde el ámbito comercial hasta el gubernamental, ¿qué puede ayudarnos? ¿Qué puede ayudar a cada uno de nosotros con nuestras luchas personales y con el riguroso desafío de vivir en estos últimos días?
El profeta Lehi enseñó un principio para la supervivencia espiritual. Primero, consideren las circunstancias de él: había sufrido persecución en Jerusalén por predicar la verdad, y el Señor le había mandado que dejara sus posesiones y huyera al desierto con su familia. Había vivido en una tienda y sobrevivido con la comida que podía encontrar por el camino hacia un destino desconocido; y había visto a dos de sus hijos, Lamán y Lemuel, rebelarse contra las enseñanzas del Señor y atacar a Nefi y a Sam, sus hermanos.
Claramente, Lehi conocía la oposición, la ansiedad, la pena, el dolor, la decepción y el pesar, y aun así declaró con audacia y sin reserva un principio que le reveló el Señor: “… existen los hombres para que tengan gozo”6. ¡Imagínense! ¡De todas las palabras que podría haber empleado para describir la naturaleza y el propósito de nuestra vida en la mortalidad, él escogió la palabra gozo!
La vida está llena de desvíos y callejones sin salida, pruebas y dificultades de toda índole. Probablemente cada uno de nosotros ha tenido momentos en los que la aflicción, la angustia y el desaliento casi nos han consumido. ¿Y aun así estamos aquí para tener gozo?
¡Sí! ¡La respuesta es un sí rotundo! Pero, ¿cómo es posible eso?; y ¿qué debemos hacer para reclamar el gozo que nuestro Padre Celestial tiene reservado para nosotros?
Eliza R. Snow, segunda Presidenta General de la Sociedad de Socorro, brindó una respuesta fascinante. A causa de la infame orden de exterminio de Misuri, emitida al comienzo del inclemente invierno de 18387, ella y otros santos se vieron obligados a huir del estado ese mismo invierno. Cierta noche, la familia de Eliza se acomodó en una pequeña cabaña que los santos usaban a modo de refugio. Las personas que habían estado allí antes que ellos habían quitado gran parte del relleno de entre los troncos para usarlo como combustible, por lo que había agujeros lo bastante grandes como para que se metiera un gato. El frío era intenso y la comida estaba congelada.
Esa noche, cerca de ochenta personas se apiñaron en aquella pequeña cabaña de apenas seis metros cuadrados. La mayoría pasaron la noche sentados o de pie para tratar de entrar en calor. Afuera, un grupo de hombres pasaron la noche alrededor de una gran fogata; algunos cantaban himnos y otros asaban papas (patatas) congeladas. Eliza registró: “No se oyó ni una queja; todos estaban alegres y, a juzgar por las apariencias, si alguien nos hubiera visto nos habría tomado por excursionistas más que por un grupo de exiliados del gobierno”.
El informe que Eliza escribió acerca de aquella noche agotadora y gélida fue sorprendentemente optimista; ella declaró: “Fue una noche muy feliz. Nadie sino los santos puede ser feliz en cualquier circunstancia”8.
¡Así es! Los santos pueden ser felices en cualquier circunstancia. ¡Podemos sentir gozo aun cuando tengamos un día malo, una semana mala o hasta un año malo!
Mis queridos hermanos y hermanas, el gozo que sentimos tiene poco que ver con las circunstancias de nuestra vida, y tiene todo que ver con el enfoque de nuestra vida.
Si centramos nuestra vida en el Plan de Salvación de Dios, el cual nos acaba de enseñar el presidente Thomas S. Monson, y en Jesucristo y Su Evangelio, podemos sentir gozo independientemente de lo que esté sucediendo —o no esté sucediendo— en nuestra vida. El gozo proviene de Él, y gracias a Él. Él es la fuente de todo gozo. Lo sentimos en Navidad cuando cantamos “¡Regocijad! Jesús nació”9, y podemos sentirlo el resto del año. Para los Santos de los Últimos Días, ¡Jesucristo es gozo!
Esa es la razón por la que los misioneros dejan sus hogares para predicar Su evangelio. La meta de ellos no es aumentar el número de miembros de la Iglesia, sino enseñar y bautizar10 ¡para llevar gozo a la gente de todo el mundo!11
Así como el Salvador nos brinda una paz que “sobrepasa todo entendimiento”12, también nos brinda una intensidad, profundidad y amplitud de gozo que desafía la lógica humana o la comprensión mortal. Por ejemplo, no parece posible sentir gozo cuando un hijo padece una enfermedad incurable, o cuando perdemos el empleo, o cuando nuestro cónyuge nos traiciona. Sin embargo, ese es precisamente el gozo que brinda el Salvador. Su gozo es constante, asegurándonos que nuestras “aflicciones no serán más que por un breve momento”13 y que serán consagradas para nuestro provecho14.
Entonces, ¿cómo podemos reclamar ese gozo? Para empezar, podemos “[poner] los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe”15 “en todo pensamiento”16. Podemos dar gracias por Él en nuestras oraciones y al observar los convenios que hemos hecho con Él y con nuestro Padre Celestial. Nuestro gozo aumentará al grado en que nuestro Salvador llegue a ser más y más real para nosotros y supliquemos que se nos conceda Su gozo.
El gozo es poderoso, y el centrarse en él trae el poder de Dios a nuestra vida. Como en todas las cosas, Jesucristo es nuestro máximo ejemplo, “quien, por el gozo puesto delante de él, sufrió la cruz”17. ¡Piensen en ello! A fin de que Él pudiese soportar la experiencia más intensa que se haya padecido en la tierra, ¡nuestro Salvador se centró en el gozo!
¿Y cuál fue el gozo que se puso delante de Él? Seguramente incluía el gozo de limpiarnos, sanarnos y fortalecernos; el gozo de pagar por los pecados de todo el que se arrepintiera; el gozo de hacer posible que ustedes y yo regresáramos a casa —limpios y dignos— para vivir con nuestros Padres Celestiales y nuestras familias.
Si nos centramos en el gozo que recibiremos nosotros o aquellos a quienes amamos, ¿qué podemos soportar que por el momento parece ser abrumador, doloroso, aterrador, injusto o simplemente imposible?
Un padre en una situación espiritualmente precaria se centró en el gozo de finalmente ser limpio y estar bien con el Señor —el gozo de estar libre de culpa y vergüenza—, y el gozo de tener paz mental. Ese enfoque le dio el valor de confesar a su esposa y al obispo su problema con la pornografía y su infidelidad subsiguiente. Ahora está cumpliendo con todo lo que su obispo le aconseja hacer, y se esfuerza de todo corazón por recuperar la confianza de su amada esposa.
Una jovencita se centró en el gozo de mantenerse sexualmente pura para poder soportar las burlas de sus amigas mientras se alejaba de una situación popular y provocativa, aunque espiritualmente peligrosa.
Un hombre que con frecuencia degradaba a su esposa y se complacía en los arrebatos de enojo que tenía con sus hijos, se centró en el gozo de ser digno de tener el Espíritu Santo como su compañero constante. Ese enfoque lo motivó a despojarse del hombre natural18, ante el cual había sucumbido con demasiada frecuencia, y a hacer los cambios necesarios.
Hace poco, un querido colega me contó de las pruebas agobiantes por las que había pasado durante las últimas dos décadas. Él dijo: “He aprendido a sufrir con gozo; mi sufrimiento fue consumido en el gozo de Cristo”19.
¿Qué no seremos capaces de sobrellevar ustedes y yo si nos centramos en el gozo que está “puesto delante de” nosotros?20 ¿Qué arrepentimiento no será posible entonces? ¿Qué debilidad no se tornará en fortaleza?21 ¿Qué disciplina no se convertirá en una bendición?22 ¿Qué decepciones, e incluso tragedias, no serán para nuestro bien?23 ¿Y qué servicio difícil no seremos capaces de brindarle al Señor?24
Al centrarnos diligentemente en el Salvador y después seguir Su modelo de centrarnos en el gozo, necesitamos evitar aquello que pueda interrumpir nuestro gozo. ¿Se acuerdan de Korihor, el anticristo? Korihor fue de un lugar a otro diciendo muchas falsedades sobre el Salvador hasta que fue llevado ante el sumo sacerdote, quien le preguntó: “¿Por qué andas pervirtiendo las vías del Señor? ¿Por qué enseñas a este pueblo que no habrá Cristo, para interrumpir su gozo?”25
Todo lo que se oponga a Cristo o a Su doctrina interrumpirá nuestro gozo. Eso incluye las filosofías de los hombres, tan abundantes en línea y en la blogosfera, que hacen exactamente lo que hizo Korihor26.
Si ponemos la vista en el mundo y seguimos sus fórmulas para la felicidad27, jamás conoceremos el gozo. Los injustos pueden experimentar cualquier número de emociones y sensaciones, ¡pero jamás experimentarán gozo!28 El gozo es un don para los fieles29; es el don que proviene de tratar de vivir, de forma intencional, una vida de rectitud, como enseñó Jesucristo30.
Él nos enseñó la forma de tener gozo. Cuando elegimos al Padre Celestial para que sea nuestro Dios31 y cuando podemos sentir la expiación del Salvador obrar en nuestra vida, seremos llenos de gozo32. Cada vez que damos apoyo a nuestro cónyuge y guiamos a nuestros hijos, cada vez que perdonamos a alguien o pedimos perdón, podemos sentir gozo.
Cada día que ustedes y yo escojamos vivir leyes celestiales, cada día que observemos nuestros convenios y ayudemos a los demás a hacer lo mismo, tendremos gozo.
Den oído a estas palabras del salmista: “A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido… en [Su] presencia hay plenitud de gozo”33. Cuando ese principio se grabe en nuestro corazón, cada día puede ser un día de gozo y alegría34. De ello testifico en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.