2010–2019
Para que se haga fuerte también
Octubre de 2016


17:19

Para que se haga fuerte también

Ruego que estemos a la altura de nuestro llamamiento de edificar a los demás, a fin de prepararlos para su glorioso servicio.

Me siento bendecido de estar en esta reunión con quienes poseen el sacerdocio de Dios. La devoción, la fe y el servicio abnegado de este grupo de hombres y jóvenes son un milagro moderno. Hablo hoy a poseedores del sacerdocio, mayores y jóvenes, unidos en el servicio incondicional al Señor Jesucristo.

El Señor otorga Su poder a aquellos que, en todos los oficios del sacerdocio, sirven dignamente en sus responsabilidades del sacerdocio.

Wilford Woodruff, cuando era Presidente de la Iglesia, describió su experiencia en los oficios del sacerdocio:

“Escuché el primer sermón en esta Iglesia y al día siguiente, fui bautizado… Se me ordenó al oficio de maestro. Mi misión comenzó de inmediato… y durante toda la misión serví con el oficio de maestro… En la conferencia, se me ordenó presbítero… y después de que se me ordenó presbítero, me enviaron… en una misión al sur del país. Eso fue en el otoño de 1834. Tenía un compañero, y comenzamos sin bolsa ni alforja. Viajé muchas millas solo y prediqué el Evangelio; bauticé a unos cuantos que no podía confirmar porque era solamente un presbítero… Viajé por un tiempo predicando el Evangelio antes de que se me ordenara élder… 

“[Ahora] ya he sido miembro de los Doce Apóstoles durante unos cincuenta y cuatro años; he viajado con ese cuórum y otros desde hace ya sesenta años; y quiero decir a esta congregación que el poder de Dios me sostuvo tanto cuando tenía el oficio de maestro, y en especial cuando oficiaba en la viña como presbítero, como lo hizo cuando era Apóstol. No hay ninguna diferencia en ello en tanto que cumplamos con nuestro deber”1.

Esa maravillosa posibilidad espiritual de que no haya diferencia se propone en la descripción que el Señor hace del Sacerdocio Aarónico como una “dependencia” del Sacerdocio de Melquisedec2. La palabra dependencia significa que los dos están relacionados. Esa conexión es importante para que el sacerdocio llegue a ser la fuerza y la bendición que puede ser, en este mundo y para siempre, pues “es sin principio de días ni fin de años”3.

La conexión es simple. El Sacerdocio Aarónico prepara a los jóvenes para una responsabilidad aun más sagrada.

“El poder y la autoridad del sacerdocio mayor, o sea, el de Melquisedec, consiste en tener las llaves de todas las bendiciones espirituales de la iglesia:

“tener el privilegio de recibir los misterios del reino de los cielos, ver abiertos los cielos, comunicarse con la asamblea general e iglesia del Primogénito, y gozar de la comunión y presencia de Dios el Padre y de Jesús, el mediador del nuevo convenio”4.

Esas llaves del sacerdocio las ejerce por completo un solo hombre a la vez, el Presidente y sumo sacerdote presidente de la Iglesia del Señor. Luego, por delegación del Presidente, todo hombre que posee el Sacerdocio de Melquisedec puede ser investido con autoridad y con el privilegio de hablar y actuar en el nombre del Todopoderoso. Ese poder es infinito; tiene que ver con la vida y la muerte, con la familia y con la Iglesia, con la gran naturaleza de Dios mismo y Su obra sempiterna.

El Señor está preparando al poseedor del Sacerdocio Aarónico para llegar a ser un élder que sirva con fe, poder y gratitud en ese glorioso Sacerdocio de Melquisedec.

Para los élderes, será esencial tener una gratitud profunda para cumplir totalmente su función en el servicio del sacerdocio. Ustedes recordarán los días en que, como diáconos, maestros o presbíteros, quienes tenían el sacerdocio mayor los animaban y alentaban en su trayectoria en el sacerdocio.

Todo poseedor del Sacerdocio de Melquisedec tiene esos recuerdos, pero su sentimiento de gratitud quizás haya disminuido con los años. Mi esperanza es reavivar ese sentimiento, y junto con ello una determinación de dar, a todas las personas que ustedes puedan, la misma clase de ayuda que una vez recibieron ustedes mismos.

Recuerdo a un obispo que me trataba como si yo ya hubiese alcanzado el potencial que tenía en cuanto al poder del sacerdocio. Un domingo, cuando yo era presbítero, me llamó. Me dijo que necesitaba que fuese su compañero para ir a visitar a algunos miembros de nuestro barrio. Lo dijo de una manera como si yo fuese su única esperanza. Él no me necesitaba; tenía excelentes consejeros en el obispado.

Visitamos a una viuda pobre y hambrienta. Él quería que yo lo ayudara a llegar al corazón de la viuda, a invitarla a hacer y usar un presupuesto, y a prometerle que ella podría llegar a estar en posición de no solo ayudarse a sí misma, sino también a los demás.

Luego fuimos a consolar a dos niñas que vivían en una situación difícil. Cuando salimos de allí, el obispo me dijo en voz baja: “Esas niñas nunca olvidarán que vinimos a verlas”.

En la siguiente casa, vi cómo invitar a un hombre menos activo a volver al Señor, convenciéndolo de que los miembros del barrio lo necesitaban.

Ese obispo era un poseedor del Sacerdocio de Melquisedec que estaba elevando mi visión y motivándome por medio del ejemplo. Me enseñó a tener el poder y el valor de ir a cualquier lado en el servicio al Señor. Hace tiempo que ha partido a su lugar de descanso, pero todavía lo recuerdo porque extendió su mano para elevarme cuando yo era un poseedor del Sacerdocio Aarónico sin experiencia. Más tarde me enteré de que él me veía en un sendero futuro del sacerdocio con mayores responsabilidades, el cual entonces yo no alcanzaba a ver.

Mi padre hizo lo mismo por mí. Él era un experimentado y sabio poseedor del Sacerdocio de Melquisedec. En una ocasión, un Apóstol le pidió que escribiera una breve nota sobre la evidencia científica en cuanto a la edad de la Tierra. La escribió con mucho cuidado, pues sabía que algunos de los que la leerían tendrían fuertes sentimientos en cuanto a que la Tierra era mucho más joven de lo que proponía la evidencia científica.

Aún recuerdo a mi padre cuando me entregó lo que había escrito y me dijo: “Hal, tú tienes la sabiduría espiritual para saber si debo mandar esto a los apóstoles y profetas”. No recuerdo mucho lo que decía el papel, pero siempre recordaré la gratitud que sentí por un gran poseedor del Sacerdocio de Melquisedec que vio en mí una sabiduría espiritual que yo no veía.

Una noche, años más tarde, después de ser ordenado Apóstol, el profeta de Dios me llamó y me pidió que leyera algo que se había escrito en cuanto a la doctrina de la Iglesia. Él había pasado la noche leyendo algunos capítulos de un libro. Riéndose, me dijo: “No puedo leer todo esto. Tú no deberías estar descansando mientras yo trabajo”; y después usó casi las mismas palabras que había usado mi padre años antes: “Hal, tú eres quien debería leerlo. Tú sabrás si está bien que se publique”.

Ese mismo modelo de poseedor del Sacerdocio de Melquisedec, que eleva la visión y transmite confianza, se manifestó una noche en un festival de oratoria patrocinado por la Iglesia. Cuando tenía diecisiete años, se me pidió que hablara frente a una gran audiencia. No tenía idea de lo que se esperaba de mí. No se me dio ningún tema, así que preparé un discurso que iba mucho más allá de mi conocimiento del Evangelio. Mientras hablaba, me di cuenta de que había cometido un error. Todavía recuerdo que, después de hablar, tenía el sentimiento de que había fracasado.

El siguiente orador, y el último, era el élder Matthew Cowley, del Cuórum de los Doce Apóstoles. Era un gran orador, querido en toda la Iglesia. Aún recuerdo estar observándolo desde mi asiento junto al púlpito.

Comenzó con una voz potente. Dijo que mi discurso lo había hecho sentir que estaba en una gran conferencia; y sonrió al decirlo. Mis sentimientos de fracaso se esfumaron y fueron reemplazados por la confianza de que, algún día, podría llegar a ser lo que él parecía pensar que yo ya era.

El recuerdo de esa noche todavía me lleva a escuchar atentamente cuando habla un poseedor del Sacerdocio Aarónico. Gracias a lo que el élder Cowley hizo por mí, siempre anticipo que oiré la palabra de Dios; rara vez me desilusiono y con frecuencia me maravillo, y no puedo evitar sonreír como lo hizo el élder Cowley.

Muchas cosas pueden ayudar a fortalecer a nuestros hermanos más jóvenes a progresar en el sacerdocio, pero nada será más poderoso que ayudarlos a desarrollar la fe y la confianza de que pueden valerse del poder de Dios en su servicio en el sacerdocio.

Esa fe y confianza no permanecerá con ellos debido a una única experiencia que los elevó, aun cuando haya sido por el poseedor del Sacerdocio de Melquisedec más dotado. La capacidad de usar esos poderes debe cultivarse mediante muchas expresiones de confianza de parte de aquellos que tienen más experiencia en el sacerdocio.

Los poseedores del Sacerdocio Aarónico también necesitarán ánimo y corrección a diario, e incluso cada hora, de parte del Señor mismo por medio del Espíritu Santo. Eso estará a su disposición si eligen permanecer dignos de ello. Dependerá de las decisiones que tomen.

Es por eso que debemos enseñar, mediante el ejemplo y el testimonio, que las palabras del gran líder del Sacerdocio de Melquisedec, el rey Benjamín, son verdaderas5. Son palabras de amor, dichas en el nombre del Señor, de quien es este sacerdocio. El rey Benjamín enseña lo que se requiere de nosotros para permanecer lo suficientemente puros a fin de recibir el ánimo y corrección del Señor:

“Y por último, no puedo deciros todas las cosas mediante las cuales podéis cometer pecado; porque hay varios modos y medios, tantos que no puedo enumerarlos.

“Pero esto puedo deciros, que si no os cuidáis a vosotros mismos, y vuestros pensamientos, y vuestras palabras y vuestras obras, y si no observáis los mandamientos de Dios ni perseveráis en la fe de lo que habéis oído concerniente a la venida de nuestro Señor, aun hasta el fin de vuestras vidas, debéis perecer. Y ahora bien, ¡oh hombre!, recuerda, y no perezcas”6.

Todos somos conscientes de los dardos encendidos del enemigo de la justicia, que se lanzan como torbellino en contra de los jóvenes poseedores del sacerdocio a quienes tanto amamos. Para nosotros, ellos son como los jóvenes soldados que se llamaban a sí mismos los hijos de Helamán; pueden sobrevivir, al igual que los jóvenes guerreros, si permanecen a salvo, como los exhortó el rey Benjamín.

Los hijos de Helamán no dudaron; lucharon valientemente y salieron vencedores porque creyeron en las palabras de sus madres7. Nosotros comprendemos el poder de la fe de una madre amorosa. Las madres brindan ese gran apoyo a sus hijos hoy en día. Nosotros, los poseedores del sacerdocio, podemos y debemos añadir a ese apoyo con nuestra determinación de responder al encargo de que al convertirnos, procuraremos fortalecer a nuestros hermanos8.

Mi oración es que cada poseedor del Sacerdocio de Melquisedec acepte la oportunidad que proporciona el Señor:

“Y si de entre vosotros uno es fuerte en el Espíritu, lleve consigo al que es débil, a fin de que sea edificado con toda mansedumbre para que se haga fuerte también.

“Llevad, pues, con vosotros a los que son ordenados con el sacerdocio menor, y enviadlos delante de vosotros para fijar citas, preparar la vía y cumplir con los compromisos que vosotros mismos no podáis cumplir.

“He aquí, así fue como mis apóstoles me edificaron mi iglesia en los días antiguos”9.

Ustedes, líderes del sacerdocio y padres de los poseedores del Sacerdocio Aarónico, pueden realizar milagros; ustedes pueden ayudar al Señor a llenar las filas de élderes fieles con jóvenes que acepten el llamado de predicar el Evangelio y lo hagan con confianza. Verán a muchos que ustedes hayan edificado y alentado permanecer fieles, casarse dignamente en el templo y, a su vez, preparar a otros.

No se necesitarán nuevos programas de actividades, ni mejores materiales de enseñanza ni mejores redes sociales; no requerirá un llamamiento fuera del que ahora tienen. El juramento y convenio del sacerdocio les da poder, autoridad y dirección. Ruego que vayan a casa y estudien detenidamente el juramento y convenio del sacerdocio que se encuentra en Doctrina y Convenios, sección 84.

Todos tenemos la esperanza de que más jóvenes tengan experiencias como la de Wilford Woodruff quien, como poseedor del Sacerdocio Aarónico, enseñó el evangelio de Jesucristo con poder de conversión.

Ruego que estemos a la altura de nuestro llamamiento de edificar a los demás a fin de prepararlos para su glorioso servicio. Agradezco de todo corazón a las personas maravillosas que me han edificado y que me han mostrado cómo amar y edificar a los demás.

Testifico que el presidente Thomas S. Monson posee todas las llaves del sacerdocio en la tierra hoy en día. Doy testimonio de que él, durante toda una vida de servicio, como poseedor del Sacerdocio de Melquisedec, ha sido un ejemplo para todos nosotros de ayudar a elevar a los demás. Estoy agradecido personalmente por la manera en que él me ha elevado a mí y me ha mostrado cómo elevar a los demás.

Dios el Padre vive. Jesús es el Cristo. Esta es Su Iglesia y Su Reino. Este es Su sacerdocio. Sé estas cosas por mí mismo por el poder del Espíritu Santo. En el nombre del Señor Jesucristo. Amén.