Volver y recibir
Volver a la presencia de Dios y recibir las bendiciones eternas que se reciben al hacer y guardar convenios son las metas más importantes que podemos fijar.
Mis hermanos y hermanas, ahora mi asignación es hablarles, y su asignación es escuchar. Mi meta es terminar mi asignación antes que ustedes terminen la suya. Haré mi mejor esfuerzo.
A lo largo de los años, he observado que aquellos que logran más en este mundo son aquellos que tienen un panorama de su vida, con metas para mantenerlos centrados en ese panorama, y planes prácticos para saber cómo lograrlas. Cuando una persona sabe adónde se dirige y cómo espera llegar a su destino le proporciona significado, propósito y logro a su vida.
Algunos tienen dificultad para diferenciar entre una meta y un plan hasta que aprenden que una meta es un destino o un fin, mientras que un plan es la ruta por la que llegamos a ese destino. Por ejemplo, podemos tener la meta de manejar a un lugar desconocido y, como saben algunas de ustedes, queridas hermanas, nosotros los hombres a menudo pensamos que sabemos cómo llegar hasta allí, y que a veces decimos: “Lo sé; debe estar al doblar en la próxima esquina”. Mi esposa debe estar sonriendo. La meta era clara, pero no se había dispuesto un buen plan para llegar al destino.
Poner metas es, en esencia, “comenzar con el fin en mente”; y la planificación es idear una manera de llegar a ese fin. Una clave para la felicidad radica en comprender qué destinos son los que de verdad importan, y luego emplear nuestro tiempo, esfuerzo y atención en las cosas que constituyen la manera segura de llegar hasta allí.
Dios, nuestro Padre Celestial, nos ha dado el ejemplo perfecto de fijar metas y planificar. Su objetivo es “Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre [y de la mujer]” y Sus medios para lograrlo es el Plan de Salvación.
El plan de nuestro amado Padre Celestial incluye darnos una existencia física de crecimiento, progreso y aprendizaje mediante la cual podamos llegar a ser más como Él. Revestir nuestro espíritu eterno en cuerpos físicos; vivir de acuerdo con las enseñanzas y los mandamientos de Su Hijo, el Señor Jesucristo; y formar familias eternas, nos permite, por medio de la expiación del Salvador, cumplir la meta de Dios de inmortalidad y vida eterna para Sus hijos con Él en Su reino celestial.
Fijar metas con prudencia incluye la comprensión de que las metas a corto plazo solo son eficaces si conducen a metas a largo plazo que se entiendan claramente. Creo que una clave importante para la felicidad es aprender a fijar nuestras propias metas y establecer nuestros propios planes dentro del marco del plan eterno de nuestro Padre Celestial. Si nos centramos en ese sendero eterno, inevitablemente reuniremos los requisitos para regresar a Su presencia.
Es bueno tener metas y planes para nuestras carreras, para nuestra educación, incluso para nuestro juego de golf. También es importante tener metas para nuestro matrimonio, nuestra familia, y nuestros consejos y llamamientos en la Iglesia; eso se aplica en especial a los misioneros. Pero nuestras metas más grandes e importantes deben encajar en el plan eterno de nuestro Padre Celestial. Jesús dijo: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”.
Los expertos sobre el tema de fijar metas afirman que cuanto más sencilla y directa sea una meta, más poder tendrá. Cuando somos capaces de transformar una meta en una imagen clara o en una o dos palabras potentes y simbólicas, entonces esa meta puede convertirse en parte de nosotros y servir de guía para casi todo lo que pensamos y hacemos. Creo que hay dos palabras que, en este contexto, simbolizan las metas que Dios tiene para nosotros y las metas que son más importantes para nosotros mismos. Las palabras son volver y recibir.
Volver a Su presencia y recibir las bendiciones eternas que se reciben al hacer y guardar convenios son las metas más importantes que podemos fijar.
Volvemos y recibimos cuando tenemos “fe inquebrantable en [el Señor Jesucristo], confiando íntegramente” en Sus méritos, siguiendo “adelante con firmeza en Cristo, teniendo un fulgor perfecto de esperanza y amor por Dios y por todos los hombres [y las mujeres]… deleitándoos en la palabra de Cristo, y [perseverando] hasta el fin”.
Lucifer no aceptó el plan de nuestro Padre que nos permitía volver a Su presencia y recibir Sus bendiciones. De hecho, Lucifer se rebeló y trató de modificar totalmente el plan de nuestro Padre, queriendo tomar para sí la gloria, el honor y el poder de Dios. Por consiguiente, él y sus seguidores fueron expulsados de la presencia de Dios y “llegó a ser Satanás, sí, el diablo, el padre de todas las mentiras, para engañar y cegar a los hombres [y a las mujeres] y llevarlos cautivos según la voluntad de él, sí, a cuantos no quieran escuchar [la] voz [del Señor]”.
Debido a las decisiones premortales que hizo, Satanás no puede ni volver ni recibir. Lo único que le queda es oponerse al plan del Padre valiéndose de todas las seducciones y tentaciones posibles para hacernos caer y hacernos miserables como él. El plan de Satanás para lograr su meta diabólica se aplica a toda persona, generación, cultura y sociedad. Él se vale de voces fuertes, voces que intentan sofocar la voz suave y apacible del Espíritu Santo que puede mostrarnos “todas las cosas” que debemos hacer para volver y recibir.
Esas voces son de aquellos que desprecian la verdad del Evangelio y que usan internet, las redes sociales y la prensa, la radio, la televisión y las películas para presentar de manera atractiva la inmoralidad, la violencia, el lenguaje soez, la suciedad y la sordidez de modo que nos distraiga de nuestras metas y de los planes que tenemos para la eternidad.
Esas voces también pueden incluir a personas bien intencionadas que están cegadas por las filosofías seculares de hombres y mujeres que pretenden destruir la fe y desviar la meta eterna de aquellos que simplemente están tratando de volver a la presencia de Dios y recibir “ todo lo que [nuestro] Padre tiene”.
Me he dado cuenta de que para mantenerme centrado en volver y recibir las bendiciones prometidas, necesito preguntarme con regularidad: “¿Cómo va mi progreso?”.
Es como tener una entrevista personal y privada con uno mismo. Y si eso suena raro, piensen en esto: ¿quién en este mundo los conoce mejor de lo que se conocen a ustedes mismos? Ustedes conocen sus pensamientos, sus acciones privadas, sus deseos, y sus sueños, metas y planes; y saben mejor que nadie cómo va su progreso a lo largo del camino de volver y recibir.
Para guiarme durante ese análisis privado y personal, me gusta leer y reflexionar sobre las palabras introspectivas que se hallan en el quinto capítulo de Alma, donde este pregunta: “¿Habéis nacido espiritualmente de Dios? ¿Habéis recibido su imagen en vuestros rostros? ¿Habéis experimentado este potente cambio en vuestros corazones?”. Las preguntas de Alma son un recordatorio de lo que nuestras metas y planes deben incluir para volver y recibir.
Recuerden la invitación del Salvador: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.
“Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas”.
Al aumentar nuestra fe en el poder que tiene el Señor Jesucristo para dar descanso a nuestras almas al perdonar pecados, redimir relaciones imperfectas, sanar heridas espirituales que sofocan el progreso, y fortalecernos y permitirnos cultivar los atributos de Cristo, apreciaremos más profundamente la magnitud de la expiación del Señor Jesucristo.
Durante las próximas semanas, encuentren tiempo para analizar las metas y los planes de su vida y asegúrense de que sean compatibles con el gran plan de nuestro Padre Celestial para nuestra felicidad. Si necesitan arrepentirse y cambiar, entonces consideren hacerlo ahora. Tómense el tiempo para pensar, con espíritu de oración, acerca de qué ajustes son necesarios para ayudarlos a mantenerse “con la mira puesta únicamente en la gloria de Dios”.
Debemos mantener la doctrina y el evangelio de Jesucristo en el centro de nuestras metas y planes. Sin Él, no se puede lograr ninguna meta eterna, y nuestros planes para lograr nuestras metas eternas fracasarán.
Una ayuda adicional es “El Cristo Viviente: El Testimonio de los Apóstoles”, que se presentó a la Iglesia el 1º de enero de 2000. Coloquen una copia donde puedan verla y dense tiempo para repasar cada una de las declaraciones que se hallan en ese testimonio inspirado de Cristo por parte de Sus testigos especiales que lo firmaron.
Los exhorto a que lo estudien junto con “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”. Con frecuencia hablamos de la proclamación sobre la familia, pero por favor acuérdense de leerla teniendo en cuenta el poder salvador del Cristo viviente. Sin el Cristo viviente, nuestras más preciadas expectativas no se cumplirán. Como dice en la proclamación sobre la familia: “El divino plan de felicidad permite que las relaciones familiares se perpetúen más allá del sepulcro. Las ordenanzas y los convenios sagrados disponibles en los santos templos hacen posible que las personas regresen a la presencia de Dios y que las familias sean unidas eternamente”.
Esto solo puede suceder porque el Cristo viviente es el Salvador y Redentor expiatorio del mundo.
En ese sentido, podrían también escudriñar las Escrituras para ampliar su comprensión de las verdades específicas que se encuentran en “El Cristo Viviente”.
Leer con oración “El Cristo Viviente” es como leer los testimonios de Mateo, Marcos, Lucas, Juan y los profetas del Libro de Mormón. Les aumentarán su fe en el Salvador y les ayudarán a mantenerse centrados en Él a medida que siguen sus planes para lograr sus metas eternas.
A pesar de nuestros errores, defectos, desvíos y pecados, la expiación de Jesucristo nos permite arrepentirnos, preparados para volver y recibir las bendiciones incomparables que Dios ha prometido: vivir para siempre con el Padre y el Hijo en el grado más alto del reino celestial.
Como todos ustedes saben, nadie escapará a la muerte; por lo tanto, nuestra meta y plan a largo plazo debe ser que cuando volvamos a nuestro Padre Celestial, recibiremos “todo lo que Él tiene” planeado para cada uno de nosotros.
Testifico que no hay meta más sublime en la vida que vivir eternamente con nuestros Padres Celestiales y nuestro amado Salvador, el Señor Jesucristo. Pero es más que solo nuestra meta—es también la meta de Ellos. Ellos tienen un amor perfecto por nosotros, más potente de lo que incluso podemos empezar a imaginar. Ellos están total, completa y eternamente alineados con nosotros. Somos la obra de Ellos. Nuestra gloria es la gloria de Ellos. Más que nada, quieren que regresemos a casa —para volver y recibir la felicidad eterna en Su presencia.
Mis queridos hermanos y hermanas, en una semana celebraremos el Domingo de Ramos, que conmemora la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén. En dos semanas, celebraremos el Domingo de Pascua, que conmemora el triunfo del Salvador sobre la muerte.
Al centrar nuestra atención en el Salvador durante esos dos domingos especiales, recordémoslo y renovemos nuestro compromiso de toda la vida de guardar Sus mandamientos. Hagamos un profundo examen de conciencia, estableciendo nuestras propias metas y enfocando nuestros planes para que sean compatibles con los de Dios, de modo que al final nos conduzca hacia nuestro preciado privilegio de volver y recibir, lo cual es mi humilde ruego, en el nombre de Jesucristo. Amén.