El anhelo de volver a casa
Vuelvan su alma hacia la luz. Emprendan su propio y maravilloso camino a casa. Al hacerlo, su vida mejorará, será más feliz y tendrá un mayor propósito.
Recientemente, al reunirnos con el presidente Thomas S. Monson, él expresó, con gran solemnidad y un semblante de felicidad, cuánto ama al Señor y que sabe que el Señor lo ama a él. Mis queridos hermanos y hermanas, sé que el presidente Monson está muy agradecido por su amor, sus oraciones y su dedicación al Señor y a Su gran evangelio.
Bobbie, el “perro maravilla”
Hace casi un siglo, una familia de Oregón estaba de vacaciones en Indiana —a más de 3.200 km de distancia— cuando perdieron a su querido perro, Bobbie. La familia, desesperada, buscó al perro por todos lados, pero fue en vano; Bobbie no apareció.
Con el corazón destrozado, regresaron a casa, y cada kilómetro que recorrían los alejaba más de su querida mascota.
Seis meses después, la familia quedó atónita al hallar a Bobbie frente a la puerta de su casa en Oregón. “Sucio, escuálido, con las patas gastadas hasta los huesos, parecía haber caminado toda aquella distancia… por sí mismo”1. La historia de Bobbie suscitó el interés de la gente en todo Estados Unidos, y se lo llegó a conocer como Bobbie, el “perro maravilla”.
Bobbie no es el único animal que ha desconcertado a los científicos con un increíble sentido de la orientación e instinto por el hogar. Algunas poblaciones de mariposas monarca emigran 4.800 km cada año hacia climas más adecuados para su supervivencia; las tortugas laúd atraviesan el océano Pacífico desde Indonesia hasta las costas de California; las ballenas jorobadas nadan ida y vuelta desde las heladas aguas de los Polos Norte y Sur hasta el ecuador; y lo que tal vez sea más increíble, el charrán ártico vuela ida y vuelta cada año desde el círculo polar ártico hasta la Antártida, recorriendo cerca de 97 000 km.
Cuando los científicos estudian este fascinante comportamiento, se hacen preguntas tales como: “¿Cómo saben adónde ir?” y “¿Cómo es que cada generación sucesiva aprende este comportamiento?”.
Cuando leo acerca de este poderoso instinto de los animales, no puedo evitar preguntarme: “¿Es posible que los seres humanos tengan un anhelo similar —un sistema de orientación interno, por así decirlo— que los atrae a su hogar celestial?”.
Creo que cada hombre, mujer y niño ha sentido el llamado de los cielos en algún momento de su vida. En lo profundo de nuestro ser yace el afán de atravesar el velo, de algún modo, y abrazar a los Padres Celestiales que alguna vez conocimos y amamos.
Algunos podrán suprimir ese anhelo y sofocar ese llamado, pero aquellos que no apagan esa luz en su interior pueden embarcarse en un viaje increíble: una maravillosa migración hacia climas celestiales.
Dios los llama
El sublime mensaje de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es que Dios es nuestro Padre, que Él se interesa por nosotros y que hay una manera de regresar a Él.
Dios los llama.
Dios conoce cada uno de sus pensamientos, sus pesares y sus más grandes esperanzas. Dios sabe las muchas veces que lo han buscado; las muchas veces que han sentido un gozo ilimitado; las muchas veces que han llorado en soledad; las muchas veces que se han sentido desamparados, confundidos y enfadados;
Sin embargo, sin importar su pasado —si han flaqueado o fallado, si se sienten destrozados, resentidos, traicionados o derrotados—, sepan que no están solos; Dios aún los llama.
El Salvador les extiende la mano; y, como hizo hace mucho tiempo con aquellos pescadores que estaban a orillas del mar de Galilea, con infinito amor les dice a ustedes: “Venid en pos de mí”2.
Si lo escuchan, Él les hablará hoy mismo.
Cuando recorran el sendero del discipulado —cuando avancen hacia el Padre Celestial—, algo en su interior les confirmará que han escuchado el llamado del Salvador y puesto su corazón en dirección a la luz; les dirá que se encuentran en el camino correcto y que están regresando a casa.
Desde el principio de los tiempos, los profetas de Dios han instado a las personas de su época a “[escuchar] la voz de Jehová tu Dios… guardar sus mandamientos y sus estatutos… [y convertirte] a [Él] con todo tu corazón y con toda tu alma”3.
Las Escrituras nos enseñan mil razones por las que debemos hacer eso.
Hoy, permítanme indicar dos razones por las que debemos volvernos al Señor.
Primero, la vida de ustedes será mejor.
Segundo, Dios los utilizará para hacer que la vida de otras personas sea mejor.
La vida de ustedes será mejor
Testifico que cuando nos embarcamos o proseguimos en la increíble travesía que conduce a Dios, nuestra vida es mejor.
Eso no significa que nuestra vida estará libre de pesar. Todos sabemos de fieles seguidores de Cristo que sufren tragedias e injusticia; Jesucristo mismo sufrió más que nadie. Tal como Dios “hace salir su sol sobre malos y buenos”, también permite que la adversidad pruebe a los justos y a los injustos4. De hecho, a veces parecería que nuestra vida es más difícil debido a que estamos tratando de vivir nuestra religión.
No, el seguir al Salvador no hará desaparecer todas sus pruebas; sin embargo, hará desaparecer las barreras que hay entre ustedes y la ayuda que su Padre Celestial desea darles. Dios estará con ustedes; Él dirigirá sus pasos; caminará a su lado y hasta los cargará en Sus brazos cuando más lo necesiten.
Percibirán el sublime fruto del Espíritu: “… amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad [y] fe”5.
Esos frutos espirituales no son producto de la prosperidad temporal, el éxito ni la buena fortuna; provienen de seguir al Salvador, y pueden asistirnos aun en medio de las tormentas más sombrías.
Las llamas y la conmoción de la vida terrenal podrán amenazar y atemorizar; pero quienes inclinen su corazón a Dios serán envueltos por Su paz, su gozo no disminuirá, no serán abandonados ni olvidados.
“Confía en Jehová con todo tu corazón”, enseñan las Escrituras, “y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas”6.
Aquellos que escuchan el llamado interior y buscan a Dios, aquellos que oran, creen y recorren el camino que el Salvador ha preparado —aunque a veces tropiecen en la senda—, reciben la consoladora certeza de que “todas las cosas obrarán juntamente para [su] bien”7.
Porque Dios “… da fuerzas al cansado y multiplica las fuerzas del que no tiene vigor”8.
“… porque siete veces cae el justo y vuelve a levantarse”9.
Y el Señor, en Su bondad, pregunta:
¿Desean experimentar un gozo duradero?
¿Ansían sentir en el corazón la paz que sobrepasa todo entendimiento?10.
Entonces vuelvan su alma hacia la luz.
Emprendan su propio y maravilloso camino a casa.
Al hacerlo, su vida mejorará, será más feliz y tendrá un mayor propósito.
Dios los utilizará
En el sendero de regreso al Padre Celestial, pronto se darán cuenta de que esta travesía no solo se trata de enfocarse en su propia vida. No, esta senda inevitablemente los impulsa a convertirse en una bendición en la vida de otros hijos de Dios, sus hermanos y hermanas; y lo interesante del viaje es que, al servir a Dios y al ayudar y cuidar de sus semejantes, verán un gran progreso en su propia vida, de maneras que jamás pudieran imaginarse.
Tal vez piensen que no son tan útiles; quizás no se consideren una bendición en la vida de otra persona. A menudo, cuando nos miramos a nosotros mismos, solo vemos nuestras limitaciones e imperfecciones. Quizá pensemos que debemos ser “más” de algo para que Dios nos utilice: más inteligentes, más adinerados, más carismáticos, más talentosos, más espirituales. Recibirán bendiciones no tanto por sus habilidades, sino por las decisiones que tomen; y el Dios del universo obrará dentro y por medio de ustedes, magnificando sus humildes esfuerzos para Sus propósitos.
Su obra siempre ha avanzado de acuerdo con este importante principio: “… de las cosas pequeñas proceden las grandes”11.
Al escribirles a los santos de Corinto, el apóstol Pablo observó que no muchos de ellos se considerarían sabios según las normas del mundo. Sin embargo, eso no importaba, porque “… lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte”12.
La historia de la obra de Dios está llena de personas que se sentían ineptas, pero sirvieron humildemente, confiando en la gracia de Dios y en Su promesa: “… su brazo será mi brazo, y yo seré su escudo… y lucharán por mí varonilmente; y… los preservaré”13.
El verano pasado nuestra familia tuvo una maravillosa oportunidad de visitar algunos sitios históricos de la Iglesia en el este de Estados Unidos. De un modo especial, revivimos la historia de esa época. Algunas personas de las que había leído tanto —personas como Martin Harris, Oliver Cowdery y Thomas B. Marsh— se volvieron más reales para mí al caminar por donde ellos anduvieron y al meditar en los sacrificios que hicieron para edificar el reino de Dios.
Ellos poseían muchos atributos que les permitieron hacer contribuciones significativas a la restauración de la Iglesia de Jesucristo. Sin embargo, también eran humanos, débiles y falibles, tal como ustedes y yo. Algunos estuvieron en desacuerdo con el profeta José Smith y se apartaron de la Iglesia. Más tarde, muchas de esas personas tuvieron un cambio de corazón, se humillaron y, una vez más, procuraron y hallaron la hermandad con los santos.
Tal vez tengamos la tendencia a juzgar a estos hermanos y a otros miembros como ellos; quizás digamos: “Yo jamás habría abandonado al profeta José”.
Aunque puede que eso sea cierto, realmente no sabemos cómo era vivir en esa época, en esas circunstancias. No, ellos no eran perfectos, pero qué alentador es saber que Dios pudo utilizarlos de todos modos. Él conocía sus fortalezas y sus debilidades, y les dio la extraordinaria oportunidad de contribuir una estrofa o una melodía al glorioso himno de la Restauración.
Qué alentador es saber que, aunque nosotros somos imperfectos, si nuestro corazón se vuelve a Dios, Él será generoso y bondadoso, y nos utilizará para Sus propósitos.
Aquellos que aman y sirven a Dios y a sus semejantes, y participan en Su obra humilde y activamente, verán suceder cosas maravillosas en su vida y en la vida de sus seres queridos.
Las puertas que parecían estar cerradas se abrirán.
Ángeles irán delante de ellos y prepararán el camino.
Sin importar la posición que ocupen en la comunidad o en la Iglesia, Dios los utilizará si ustedes están dispuestos; Él magnificará sus deseos justos y convertirá las acciones caritativas que siembren en una abundante cosecha de bondad.
No podemos llegar allí en piloto automático
Somos, cada uno de nosotros, “extranjeros y peregrinos”14 en este mundo. En muchos sentidos, estamos lejos de casa; no obstante, eso no significa que debemos sentirnos perdidos ni solos.
Nuestro amado Padre Celestial nos ha dado la luz de Cristo, y en lo profundo de cada uno de nosotros, un sentimiento divino nos insta a volver nuestros ojos y nuestro corazón a Él mientras realizamos la peregrinación de regreso a nuestro hogar celestial.
Eso requiere esfuerzo; no pueden llegar allí sin esforzarse por aprender de Él, comprender Sus instrucciones, ponerlas en práctica fervientemente y dar un paso tras otro.
No, la vida no es un auto que se conduce solo ni un avión en piloto automático.
No pueden simplemente flotar en las aguas de la vida y confiar en que la corriente los lleve adonde sea que esperan llegar algún día. El discipulado requiere que estemos dispuestos a nadar a contracorriente cuando sea necesario.
Ninguna otra persona es responsable por su viaje personal. El Salvador los ayudará y preparará el camino, pero el compromiso de seguirle y guardar Sus mandamientos debe surgir de ustedes. Esa carga es solo de ustedes, es su exclusivo privilegio.
Esta es su gran aventura.
Por favor, escuchen el llamado de su Salvador.
Síganlo.
El Señor ha establecido La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días para ayudarles en este compromiso de servir a Dios y al prójimo. El propósito de ella es alentar, enseñar, elevar e inspirar. Esta maravillosa Iglesia les brinda oportunidades de ejercer la compasión, tender una mano a los demás, y renovar y guardar convenios sagrados. Está diseñada para bendecir su vida y mejorar su hogar, su comunidad y su nación.
Vengan, únanse a nosotros y confíen en el Señor. Pongan sus talentos al servicio de Su maravillosa obra; tiendan una mano, alienten, sanen y apoyen a todos los que deseen sentir y dar oído al anhelo de volver a nuestro hogar divino. Unámonos en esta gloriosa peregrinación hacia climas celestiales.
El Evangelio es un extraordinario mensaje de esperanza, felicidad y gozo; es el sendero que nos conduce a casa.
Al aceptar el Evangelio en fe y en obras, cada día, cada hora, nos acercaremos un poco más a nuestro Dios; nuestra vida será mejor, y el Señor nos utilizará de maneras sorprendentes para bendecir a los que nos rodean y llevar a cabo Sus propósitos eternos. De esto testifico y les dejo mi bendición, en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.