El testigo convincente de Dios: El Libro de Mormón
El Libro de Mormón es el testigo convincente de Dios de la divinidad de Jesucristo, del llamado profético de José Smith y de la verdad absoluta de esta Iglesia.
El Libro de Mormón no solamente es la piedra angular de nuestra religión, sino que también puede llegar a ser la piedra angular de nuestro testimonio, para que así, cuando afrontemos pruebas y preguntas sin respuesta, podamos mantener nuestro testimonio firme. Este libro es la pesa en la balanza de la verdad que sobrepasa todas las pesas combinadas de los argumentos de los críticos. ¿Por qué? Porque si es verdad, entonces José Smith fue un profeta y esta es la Iglesia restaurada de Jesucristo, sin importar cualquier argumento histórico o de otro tipo que diga lo contrario. Por esa razón, los críticos tienen la determinación de refutar el Libro de Mormón, pero los obstáculos a los que se enfrentan son inconmensurables, ya que este libro es verdadero.
En primer lugar, los críticos deben explicar cómo José Smith, un chico granjero de 23 años con educación académica limitada, creó un libro con cientos de nombres propios y lugares únicos, así como relatos y acontecimientos detallados. Por tanto, mucho críticos proponen que era un genio creativo que se basó en muchos libros y otros recursos locales para crear el contenido histórico del Libro de Mormón. Pero en contra de su afirmación, no hay ni un solo testigo que declare haber visto a José con ninguno de estos supuestos recursos antes de que comenzara la traducción.
Aunque este argumento fuera verdad, es tristemente insuficiente para explicar la existencia del Libro de Mormón. También se debe contestar la siguiente pregunta: ¿Cómo leyó José todos estos supuestos recursos, cómo separó lo irrelevante y cómo mantuvo los hechos en orden en cuanto a quién estaba en qué lugar y cuándo, y entonces cómo los recitó perfectamente de memoria? Puesto que, cuando José Smith traducía, no tenía ningún apunte en absoluto. De hecho, su esposa Emma recordó: “Él no tenía ningún manuscrito ni libro del cual pudiera leer… Si hubiera tenido algo así, no me lo habría podido ocultar”1.
¿Cómo entonces llevó a cabo José Smith la increíble hazaña de dictar un libro de más de quinientas páginas sin ningún apunte? Para hacerlo, no solo tuvo que ser un genio creativo, sino también tener una memoria fotográfica de proporciones prodigiosas. Pero si eso es verdad, ¿por qué sus críticos no resaltan ese talento maravilloso?
Pero hay más que eso. Esos argumentos solamente explican el contenido histórico del libro. Pero los temas reales siguen en pie: ¿Cómo produjo José un libro del que irradia el Espíritu, y de dónde sacó doctrina tan profunda, mucha de la cual aclara o contradice las creencias cristianas de su tiempo?
Por ejemplo, el Libro de Mormón enseña, contrario a la mayoría de las creencias cristianas, que la caída de Adán era un paso positivo hacia adelante. Revela los convenios que se hacen durante el bautismo, los cuales la Biblia no menciona.
Además, uno se puede preguntar: ¿Dónde encontró José la poderosa idea de que debido a la expiación de Cristo, Él no solo puede limpiarnos, sino también perfeccionarnos? ¿Dónde encontró el imponente sermón sobre la fe en Alma 32? ¿O el sermón del rey Benjamín sobre la expiación del Salvador, que es quizás el sermón más maravilloso en cuanto a este tema en todas las Escrituras? ¿O la alegoría del olivo con toda su complejidad y su riqueza doctrinal? Cuando leo esta alegoría, tengo que hacer un mapa para seguir su complejidad. ¿Debemos creer ahora que José Smith simplemente dictó estos sermones espontáneamente, sin ningún apunte en absoluto?
Contrario a esa conclusión, las huellas dactilares de Dios están por todo el Libro de Mormón, como dan evidencia sus majestuosas verdades doctrinales, en particular los increíbles sermones sobre la expiación de Jesucristo.
Si José no era un profeta, entonces para poder dar cuenta de estas ideas y otras muchas otras ideas doctrinales maravillosas, los críticos deben ofrecer el argumento de que también era un genio teológico. Mas si ese fuera el caso, uno podría preguntar: ¿Por qué fue José el único durante los 1800 años que siguieron al ministerio de Cristo en producir tales doctrinas únicas y aclaradoras? Porque fue revelación, y no una inteligencia brillante, la fuente de este libro.
Aunque supusiéramos que José fue un genio creativo y teológico, con una memoria fotografía, tan solo esos talentos no le hubieran convertido en un escritor habilidoso. Para explicar la existencia del Libro de Mormón, los críticos también deben declarar que José era un escritor naturalmente dotado a la edad de 23 años. De otro modo, ¿cómo podía haber entretejido tantos nombres, lugares y acontecimientos en un todo armonioso sin inconsistencias? ¿Cómo escribió estrategias detalladas de guerra, cómo compuso sermones elocuentes, y cómo llegó a frases que millones de personas subrayan, memorizan, citan y colocan en las puertas de sus refrigeradores, frases como: “cuando os halláis al servicio de vuestros semejantes, solo estáis al servicio de vuestro Dios” (Mosíah 2:17) o “existen los hombres para que tengan gozo” (2 Nefi 2:25)? Estos son mensajes con pulso, mensajes que viven, respiran e inspiran. Sugerir que a la edad de 23 años José Smith poseía las habilidades necesarias para escribir esta obra monumental con tan solo un boceto en aproximadamente 65 días de trabajo va sencillamente en contra de la realidad de la vida.
El presidente Russell M. Nelson, un escritor con experiencia y destreza, dijo que hacía poco había vuelto a escribir un discurso de la conferencia general más de cuarenta veces. ¿Debemos creer ahora que José Smith, él solo, dictó el Libro de Mormón completo con un solo boceto, haciéndose después solo cambios gramaticales pequeños en su mayoría?
Emma, la esposa de José, confirmó la imposibilidad de tal tarea: “José Smith [de joven] no era capaz de escribir ni dictar una carta coherente y bien formulada, ni mucho menos un libro como el Libro de Mormón”2.
Y por último, aunque uno acepte todos los argumentos anteriores, por muy dudosos que puedan ser, los críticos siguen enfrentándose a un obstáculo inminente. José declaró que el Libro de Mormón estaba escrito sobre planchas de oro. Esta declaración recibió críticas incansables en sus días, puesto que “todo el mundo” sabía que los relatos antiguos estaban escritos sobre papiros o pergaminos, hasta años más tarde, cuando se descubrieron planchas de metal con escritos antiguos. Además, los críticos afirmaban que el uso de cemento, como se describe en el Libro de Mormón, iba más allá de las habilidades técnicas de los primeros americanos, hasta que se encontraron estructuras de cemento en la antigua América. ¿Cómo explican los críticos ahora estos descubrimientos y otros similares? Verán, José debía haber sido también un adivino con muchísima suerte. De alguna manera, a pesar de todo lo que tenía en su contra, contra todo el conocimiento científico y académico existente, adivinó lo cierto cuando todos los demás estaban equivocados.
Después de todo esto, uno se podría preguntar cómo alguien podría creer que todos estos supuestos factores y fuerzas, como proponen los críticos, se combinaran fortuitamente de tal manera que permitieran que José escribiera el Libro de Mormón y así fomentara un engaño satánico. ¿Pero qué sentido tiene eso? En directa oposición a tal afirmación, este libro ha inspirado a millones de personas a rechazar a Satanás y a vivir de manera más cristiana.
Aunque algunos escojan creer el razonamiento de los críticos, para mí es un callejón sin salida, intelectual y espiritual. Para creerlo, tendría que aceptar, una tras otra, asunciones no probadas. Además, tendría que negar el testimonio de cada uno de los once testigos3, aunque cada uno permaneció firme en su testimonio hasta el final; tendría que rechazar la doctrina divina que llena página tras página de este sagrado libro con verdades supremas; tendría que ignorar el hecho de que multitudes de personas, incluyéndome a mí mismo, se han acercado más a Dios al leer este libro que cualquier otro, y por encima de todo, tendría que negar los susurros confirmadores del Espíritu Santo. Eso sería contrario a todo lo que sé que es verdad.
Uno de mis buenos e inteligentes amigos dejó la Iglesia durante un tiempo. Hace poco me escribió sobre su regreso: “Al principio, quería que se me dieran pruebas del Libro de Mormón histórica, geográfica, lingüística y culturalmente. Sin embargo, cuando cambié mi enfoque a lo que enseña sobre el evangelio de Jesucristo y Su misión salvadora, comencé a obtener un testimonio de su veracidad. Un día, mientras leía el Libro de Mormón en mi cuarto, me detuve, me puse de rodillas y ofrecí una oración sincera; sentí fuertemente que el Padre Celestial le susurraba a mi espíritu que la Iglesia y el Libro de Mormón eran definitivamente verdaderos. El periodo de tres años y medio que pasé volviendo a investigar la Iglesia me trajo de vuelta de todo corazón y convencido de su veracidad”.
Si uno toma el tiempo de leer y meditar humildemente en el Libro de Mormón, como lo hizo mi amigo, y presta oído a los dulces frutos del Espíritu, entonces él o ella con el tiempo recibirá el testimonio que desea.
El Libro de Mormón es uno de los dones incalculables de Dios para nosotros. Es tanto una espada como un escudo; manda la palabra de Dios a la batalla para luchar por los corazones de los justos y sirve como un arco defensor de la verdad. Como santos, no solo tenemos el privilegio de defender el Libro de Mormón, sino que también tenemos la oportunidad de tomar la delantera—predicar con poder su doctrina divina y compartir testimonio de su testigo supremo de Jesucristo.
Ofrezco mi solemne testimonio de que el Libro de Mormón fue traducido por el don y el poder de Dios. Es el testigo convincente de la divinidad de Jesucristo, el llamado profético de José Smith y la verdad absoluta de esta Iglesia. Que se convierta en la piedra angular de nuestro testimonio para que se diga de nosotros, como se dijo de los lamanitas, que “nunca más se desviaron” (Alma 23:6). En el nombre de Jesucristo. Amén.