2010–2019
El sacerdocio y el poder redentor del Salvador
Octubre de 2017


15:54

El sacerdocio y el poder redentor del Salvador

Para que los propósitos del Padre Celestial se cumplan, el poder expiatorio de Cristo tiene que ponerse a disposición de los Hijos de Dios. El sacerdocio proporciona esas oportunidades.

Imaginen conmigo un cohete que se está colocando en una plataforma de lanzamiento en preparación para el despegue. Ahora imaginen que se enciende; el combustible, ardiendo en forma controlada, se convierte en gas caliente y es expulsado, proporcionando la propulsión necesaria para impulsar el cohete al espacio. Por último, piensen en la carga útil o cargamento en la parte superior del cohete. El valor de la carga se manifiesta por completo cuando llega adonde tiene que estar y funciona como debe. No hace falta ser un genio para apreciar que un costoso satélite de comunicaciones globales tiene poco valor si permanece en un almacén. La misión del cohete es únicamente distribuir la carga útil.

Esta noche quisiera comparar el sacerdocio que poseemos con un cohete y la oportunidad de beneficiarnos del poder expiatorio del Salvador a la carga útil que lleva el cohete.

A causa de Su sacrificio expiatorio, Jesucristo tiene el poder y autoridad para redimir a la humanidad. Para que Su poder expiatorio esté al alcance de todos, Él ha delegado una porción de Su poder y autoridad a los hombres sobre la tierra. Ese poder y autoridad delegados se llama sacerdocio, el cual permite a quienes lo poseen ayudar al Padre Celestial y a Jesucristo en Su obra: llevar a cabo la salvación y la exaltación de los hijos de Dios; y lo hace porque da a Sus hijos la oportunidad de recibir las bendiciones del poder expiatorio del Salvador.

El poder expiatorio de Jesucristo es esencial debido a que ninguno de nosotros puede regresar a nuestro hogar celestial sin ayuda. En la vida terrenal, constantemente cometemos errores y quebrantamos las leyes de Dios; quedamos manchados por el pecado y no se nos puede permitir regresar a vivir a la presencia de Dios; necesitamos el poder expiatorio del Salvador para reconciliarnos con nuestro Padre Celestial. Jesucristo rompió las ligaduras de la muerte física, haciendo posible que todos resucitemos; Él brinda el perdón de los pecados, supeditado a la obediencia de las leyes y ordenanzas de Su evangelio; y mediante Él se ofrece la exaltación. La oportunidad de beneficiarse del poder expiatorio del Salvador es la carga útil más importante de la creación.

Para que los propósitos del Padre Celestial se cumplan, el poder expiatorio de Cristo tiene que ponerse a disposición de los Hijos de Dios1. El sacerdocio proporciona esas oportunidades; es el cohete. El sacerdocio es esencial, puesto que las ordenanzas y los convenios que son necesarios en la tierra se administran solo por medio de su autoridad. Si el sacerdocio no proporcionara la oportunidad de beneficiarse del poder expiatorio del Salvador, ¿qué propósito tendría? ¿Sería solo un complejo petardo para llamar la atención? Dios espera que se use el sacerdocio para algo más que solo una clase el día domingo o una oportunidad de servicio; Él espera que distribuya la carga útil.

Pequeños defectos en los cohetes pueden causar el fracaso de la misión; las selladuras frágiles y la fatiga del material pueden causar el mal funcionamiento del cohete. Para proteger al sacerdocio, hablando metafóricamente, de las selladuras frágiles y de la fatiga del material, Dios protege tanto su otorgamiento como su uso2. El otorgamiento del sacerdocio está salvaguardado mediante las llaves del sacerdocio, que son los derechos de presidencia dados al hombre3. De la misma manera, el uso del sacerdocio está protegido por las llaves del sacerdocio, pero también por los convenios que los poseedores del sacerdocio hacen. En consecuencia, el uso del sacerdocio está gobernado tanto por las llaves como por los convenios del sacerdocio. La comisión del sacerdocio de un hombre se da individualmente y no es independiente de la persona4; el sacerdocio no es una fuente amorfa de poder autónomo.

Tanto el Sacerdocio Aarónico como el de Melquisedec se reciben mediante convenios5. Dios establece los términos y el hombre los acepta. En sentido general, los poseedores del sacerdocio hacen convenio de ayudar a Dios en Su obra. En los comienzos de esta dispensación, Jesucristo explicó que el convenio del sacerdocio se ha “confirmado por vuestro bien; y no solo por el bien de vosotros, sino del mundo entero… porque no vienen a mí”6.

Eso enseña que el propósito del sacerdocio es invitar a otras personas a venir a Cristo ayudándolas a recibir el Evangelio restaurado. Tenemos el sacerdocio para ayudar a los hijos del Padre Celestial a ser liberados de la carga del pecado y llegar a ser como Él. Mediante el sacerdocio, el poder de la divinidad se manifiesta en la vida de todo aquel que hace y guarda los convenios del Evangelio y recibe las ordenanzas asociadas con ellos7. Esa es la manera en que cada uno de nosotros viene a Cristo, es purificado y se reconcilia con Dios. El poder expiatorio de Cristo se hace accesible mediante el sacerdocio, el cual distribuye la carga útil.

Los convenios hechos con Dios son serios y solemnes. Un hombre debe prepararse para hacer esos convenios, aprender acerca de ellos y concertarlos con la intención de honrarlos. Un convenio llega a ser el ofrecimiento de uno mismo en juramento. Parafraseando al dramaturgo inglés Rober Bolt, un hombre hace un convenio solo cuando quiere comprometerse de manera excepcional a una promesa. Identifica la verdad de la promesa con su propia virtud. Cuando un hombre hace un convenio, se sostiene a sí mismo, como al agua, en sus manos ahuecadas; y si abre sus dedos, no ha de tener esperanza de encontrarse de nuevo. Quien quebranta un convenio ya no se tiene a sí mismo para comprometerse ni es una garantía que ofrecer8.

Un poseedor del Sacerdocio Aarónico hace convenio de evitar la maldad, ayudar a otros a reconciliarse con Dios y prepararse para recibir el Sacerdocio de Melquisedec9. Cumple esas responsabilidades sagradas al enseñar, bautizar, fortalecer a los miembros de la Iglesia e invitar a otras personas a aceptar el Evangelio; esas son sus funciones de “cohete”. A cambio, Dios promete esperanza, perdón, la ministración de ángeles y las llaves del Evangelio de arrepentimiento y bautismo10.

Un poseedor del Sacerdocio de Melquisedec hace convenio de cumplir las responsabilidades relacionadas con el Sacerdocio Aarónico y magnificar su llamamiento en el Sacerdocio de Melquisedec11; y lo lleva a cabo al guardar los mandamientos asociados al convenio. Esos mandamientos incluyen estar “diligentemente atentos a las palabras de vida eterna” viviendo según toda palabra que sale de la boca de Dios12, dar testimonio de Jesucristo y Su obra de los últimos días13, no jactarse de sí mismos14 y llegar a ser amigo del Salvador, confiando en Él como lo haría un amigo15.

A cambio, Dios promete que un poseedor del Sacerdocio de Melquisedec recibirá las llaves para comprender los misterios de Dios; llegará a ser perfecto y podrá estar en la presencia de Dios; podrá cumplir su función en la obra de salvación; Jesucristo preparará el camino delante de ese poseedor del sacerdocio y estará con él; el Espíritu Santo estará en su corazón y los ángeles lo sostendrán; su cuerpo será fortalecido y renovado; será heredero de las bendiciones de Abraham y, junto con su esposa, coheredero con Jesucristo del Reino del Padre Celestial16. Estas son “preciosas y grandísimas promesas”17; mayores promesas son inimaginables.

A cada hombre que recibe el Sacerdocio de Melquisedec, Dios confirma Sus promesas del convenio mediante juramento18. Este juramento solo pertenece al Sacerdocio de Melquisedec19 y es Dios quien hace el juramento, no el poseedor del sacerdocio20. Debido a que esta situación singular incluye Su poder y autoridad divinos, Dios usa un juramento y utiliza el lenguaje más enfático posible para asegurarnos la naturaleza vinculante e irreversible de Sus promesas.

Violar los convenios del sacerdocio y abandonarlos en su totalidad, traerá serias consecuencias21. Considerar un llamamiento en el sacerdocio de manera trivial o con apatía es como introducir la fatiga de material en el componente de un cohete; pone en peligro el convenio del sacerdocio porque puede conducir al fracaso de la misión. La desobediencia a los mandamientos de Dios rompe el convenio. A quien rompe el convenio de forma permanente y no se arrepiente, se le retiran las bendiciones.

Hace algunos años, llegué a comprender más plenamente la relación entre el cohete del “sacerdocio” y la carga útil de “la oportunidad de beneficiarse del poder expiatorio de Cristo”. Cierto fin de semana, tenía dos asignaciones; una era crear la primera estaca en un país, y la otra era entrevistar a un hombre joven y, si todo estaba en orden, restaurarle el sacerdocio y las bendiciones del templo. El joven, que tenía treinta años, se había unido a la Iglesia cuando era adolescente. Había servido una misión honorable, pero volvió a casa, se desvió del camino y perdió su membresía en la Iglesia. Después de unos años “volvió en sí”22 y con la ayuda de líderes del sacerdocio llenos de amor y miembros benévolos, se arrepintió y fue readmitido en la Iglesia por medio del bautismo.

Después, solicitó que se le restauraran el sacerdocio y las bendiciones del templo. Hicimos una cita para el sábado a las diez de la mañana en una capilla. Cuando llegué para las entrevistas que debía realizar más temprano, él ya estaba allí; estaba tan deseoso de tener el sacerdocio otra vez, que no veía la hora de que eso sucediera.

Durante la entrevista, le mostré la carta que explicaba que el presidente Thomas S. Monson había revisado personalmente su solicitud y autorizado la entrevista. Ese joven, que siempre se mantuvo estoico, lloró. Entonces le dije que la fecha de nuestra entrevista no tendría ningún significado para él. Me miró asombrado. Le informé que después de que le restaurara las bendiciones, su cédula de miembro solo mostraría sus fechas originales de bautismo, confirmación, ordenación al sacerdocio e investidura. Otra vez se emocionó.

Le pedí que leyera en Doctrina y Convenios:

“He aquí, quien se ha arrepentido de sus pecados es perdonado; y yo, el Señor, no los recuerdo más.

“Por esto podréis saber si un hombre se arrepiente de sus pecados: He aquí, los confesará y los abandonará”23.

Sus ojos se llenaron de lágrimas por tercera vez. Luego puse mis manos sobre su cabeza y, en el nombre de Jesucristo, y mediante la autoridad del Sacerdocio de Melquisedec y con la autorización del Presidente de la Iglesia, le restauré el sacerdocio y las bendiciones del templo.

El gozo que los dos sentimos fue profundo. Él supo que una vez más estaba autorizado a poseer y ejercer el sacerdocio de Dios; supo que las bendiciones del templo otra vez estaban en plena vigencia; caminó con alegría e irradiaba una luz de felicidad. Me sentí muy orgulloso de él y percibí lo orgulloso que el Padre Celestial estaba de él también.

Después de eso se organizó la estaca. La reunión estaba llena de santos fieles y entusiastas, y se sostuvo a una maravillosa presidencia de estaca. Sin embargo, para mí, la histórica ocasión de organizar esa primera estaca de un país fue superada por el gozo que sentí al restaurarle las bendiciones a ese joven.

Me he dado cuenta de que el propósito de organizar una estaca, o de usar el sacerdocio de Dios de la manera que sea, es ayudar al Padre Celestial y a Jesucristo en Su obra: proporcionar a cada hijo de Dios la oportunidad de lograr la redención y la exaltación. Al igual que el cohete, cuyo objetivo es hacer llegar la carga útil, el sacerdocio proporciona el evangelio de Jesucristo, permitiendo que todas las personas realicen convenios y reciban las ordenanzas relacionadas con ellos. “La sangre expiatoria de Cristo”24 puede entonces surtir efecto en nuestra vida al sentir la influencia santificadora del Espíritu Santo y recibir las bendiciones que Dios promete.

Además de obedecer las leyes y ordenanzas del Evangelio, los invito a hacer y cumplir los convenios del sacerdocio. Reciban el juramento de Dios y Sus promesas; magnifiquen sus responsabilidades en el sacerdocio y ayuden al Padre Celestial y a Jesucristo; ¡utilicen el sacerdocio para ayudar a proporcionar a otra persona la oportunidad de beneficiarse del poder expiatorio del Salvador! Al hacerlo, ustedes y su familia recibirán grandes bendiciones. Testifico que el Redentor vive y que dirige esta obra; en el nombre de Jesucristo. Amén.