Considerad la bondad y la grandeza de Dios
Los invito a que recuerden cada día la grandeza del Padre Celestial y de Jesucristo, y lo que Ellos han hecho por ustedes.
A través del tiempo, incluso en los momentos difíciles y especialmente en ellos, los profetas nos han alentado a recordar la grandeza de Dios y a considerar lo que Él ha hecho por nosotros individualmente, como familias y como pueblo1. Hallamos esta instrucción en todas las Escrituras, pero se destaca notablemente en el Libro de Mormón. La portada explica que uno de los propósitos del Libro de Mormón es “mostrar al resto de la casa de Israel cuán grandes cosas el Señor ha hecho por sus padres”2. La conclusión del Libro de Mormón incluye la súplica de Moroni: “He aquí, quisiera exhortaros a que, cuando leáis estas cosas […], recordéis cuán misericordioso ha sido el Señor con los hijos de los hombres […], y que lo meditéis en vuestros corazones”3.
La constancia con que los profetas suplican que reflexionemos sobre la bondad de Dios es sorprendente4. Nuestro Padre Celestial quiere que recordemos Su bondad y la de Su Hijo Amado, no para Su propia gratificación, sino por la influencia que dicho recuerdo tiene en nosotros. Al considerar la bondad de Ellos, nuestra perspectiva y entendimiento se amplían. Al reflexionar en la compasión que Ellos sienten, nos volvemos más humildes, firmes y dedicados a la oración.
Una experiencia conmovedora con un antiguo paciente muestra cómo la gratitud por la generosidad y la compasión puede transformarnos. En 1987, conocí a Thomas Nielson, un hombre extraordinario que necesitaba un trasplante de corazón. Él tenía 63 años de edad y vivía en Logan, Utah, en los Estados Unidos. Después de su servicio militar durante la Segunda Guerra Mundial, se casó con Donna Wilkes en el Templo de Logan, Utah. Él llegó a ser un dinámico y exitoso constructor. En los años posteriores, a él le gustaba especialmente trabajar con su nieto mayor, Jonathan, durante las vacaciones de la escuela. Los dos desarrollaron un vínculo especial, en parte porque Tom se veía muy reflejado en Jonathan.
A Tom le resultaba frustrante esperar que hubiera un donante de corazón. Él no era precisamente un hombre paciente. Siempre había podido fijarse metas y lograrlas trabajando fuertemente con una determinación absoluta. Luchando con una insuficiencia cardíaca y aferrándose a la vida, Tom algunas veces me preguntaba qué estaba haciendo yo para apresurar el proceso. Bromeando, él me sugería medidas que yo podía tomar para que él tuviera un donante disponible más pronto.
Un feliz día, a la vez que devastador, se tuvo disponible un donante ideal para Tom. El tamaño y el tipo de sangre coincidían, y el donante era joven, de tan solo 16 años de edad. El corazón del donante era el de Jonathan, el nieto tan querido de Tom. Unas horas antes, ese mismo día, Jonathan había fallecido al impactar un tren contra el auto en el que viajaba.
Cuando visité a Tom y a Donna en el hospital, estaban destrozados. Es difícil imaginar por lo que estaban pasando, sabiendo que la vida de Tom podría alargarse si se usaba el corazón de su nieto. Al principio, se negaron a considerar el ofrecimiento del corazón que le hacían los afligidos padres de Jonathan, su hija y su yerno. Sin embargo, Tom y Donna sabían que Jonathan tenía muerte cerebral y lograron entender que sus oraciones pidiendo un donante de corazón para Tom no habían causado el accidente de Jonathan. No, el corazón de Jonathan era una dádiva que podía bendecir a Tom en ese momento de necesidad. Se dieron cuenta de que algo bueno podía salir de esa tragedia y decidieron proceder.
El procedimiento del trasplante fue exitoso. Después de eso, Tom fue un hombre diferente. El cambio fue más allá de una mejora en su salud o incluso de sentir gratitud. Él me dijo que todas las mañanas reflexionaba sobre Jonathan, sobre su hija y su yerno, sobre la dádiva que él había recibido y lo que esa dádiva había implicado. Aun cuando seguía dando muestras de su buen humor y su determinación innatos, yo observaba que Tom era más solemne, considerado y bondadoso de corazón.
Tom vivió unos 13 años más después del trasplante, años que, de otra manera, no habría tenido. Su obituario decía que esos años le permitieron bendecir con generosidad y amor la vida de su familia y de otras personas. Él hizo muchas obras de beneficencia en privado y fue un ejemplo de optimismo y determinación.
Así como Tom, cada uno de nosotros ha recibido dádivas que no podíamos adquirir por nosotros mismos, dádivas de nuestro Padre Celestial y de Su Hijo Amado, incluso la redención por medio del sacrificio expiatorio de Jesucristo5. Hemos recibido vida en este mundo, recibiremos vida física en la vida venidera, y salvación y exaltación eternas, si así lo elegimos, todo gracias a nuestro Padre Celestial y a Jesucristo.
Cada vez que utilizamos o nos beneficiamos o incluso pensamos en estas dádivas, deberíamos considerar el sacrificio, la generosidad y la compasión de quienes nos las han brindado. Sentir reverencia por los dadores hace más por nosotros que solo volvernos agradecidos. Reflexionar en Sus dádivas puede y debe transformarnos.
Una transformación extraordinaria fue la de Alma, hijo. Mientras Alma iba “aquí y allá rebelándose contra Dios”6, un ángel se apareció. Con “voz de trueno”7, el ángel reprendió a Alma por perseguir a la Iglesia, “granjeándose el corazón del pueblo”8. El ángel añadió esta admonición: “Ve, y recuerda la cautividad de tus padres […]; y recuerda cuán grandes cosas [Dios] ha hecho por ellos”9. De todas las exhortaciones posibles, esta fue la que el ángel recalcó.
Alma se arrepintió y recordó. Posteriormente, él compartió la admonición del ángel con su hijo Helamán. Alma le aconsejó: “Quisiera que hicieses lo que yo he hecho, recordando el cautiverio de nuestros padres; porque estaban en el cautiverio, y nadie podía rescatarlos salvo que fuese el Dios de Abraham, y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob; y él de cierto, los libró en sus aflicciones”10. Alma dijo sencillamente: “Pongo mi confianza en él”11. Alma entendía que por recordar el rescate del cautiverio y el sostén en “tribulaciones y dificultades de todas clases”, llegamos a conocer a Dios y la seguridad de Sus promesas12.
Pocos hemos tenido una experiencia tan dramática como la de Alma, no obstante, nuestra transformación puede ser igual de profunda. El Salvador prometió desde tiempos antiguos:
“Y os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré […] el corazón de piedra y os daré un corazón de carne.
“Y pondré dentro de vosotros mi espíritu…
“… y vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios”13.
El Salvador resucitado dijo a los nefitas cómo empezaría esta transformación. Él identificó una característica fundamental en el plan del Padre Celestial cuando dijo:
“Y mi Padre me envió para que fuese levantado sobre la cruz; y que después de ser levantado sobre la cruz, pudiese atraer a mí mismo a todos los hombres.
“Y por esta razón he sido levantado; por consiguiente, de acuerdo con el poder del Padre, atraeré a mí mismo a todos los hombres”14.
¿Qué se requiere para ser atraídos al Salvador? Consideren la sujeción de Jesucristo a la voluntad de Su Padre, Su victoria sobre la muerte, cómo tomó sobre Sí los pecados y errores de ustedes, cómo recibió poder del Padre para interceder por ustedes y la redención definitiva que Él hace de ustedes15. ¿No son estas cosas suficientes para ser atraídos a Él? Para mí lo son. Jesucristo “espera con los brazos abiertos, con la esperanza y disposición de sanarnos, perdonarnos, limpiarnos, fortalecernos, purificarnos y santificarnos [a ustedes y a mí]”16.
Estas verdades deben darnos un corazón nuevo e impulsarnos a elegir seguir al Padre Celestial y a Jesucristo. Sin embargo, aun un corazón nuevo puede estar “muy propenso a desviar[se] y […] desechar” al Dios que amamos17. Para luchar contra esta tendencia, necesitamos reflexionar todos los días sobre las dádivas que hemos recibido y lo que estas conllevan. El rey Benjamín aconsejó: “… quisiera que recordaseis y retuvieseis siempre en vuestra memoria la grandeza de Dios […], y su bondad y longanimidad para con vosotros”18. Si lo hacemos, somos merecedores de bendiciones celestiales extraordinarias.
Reflexionar en la bondad y la misericordia de Dios nos ayuda a llegar a ser más receptivos espiritualmente. A su vez, una mayor sensibilidad espiritual nos permite conocer la verdad de todas las cosas por el poder del Espíritu Santo19. Esto comprende un testimonio de la veracidad del Libro de Mormón, saber que Jesús es el Cristo, nuestro Salvador y Redentor personal, y aceptar que Su evangelio ha sido restaurado en estos últimos días20.
Cuando recordemos la grandeza de nuestro Padre Celestial y de Jesucristo y lo que Ellos han hecho por nosotros, no dejaremos de apreciarlos, así como Tom no dejó de apreciar el corazón de Jonathan. De una manera feliz y reverente, Tom recordó cada día la tragedia que le prolongó la vida. En medio de la emoción de saber que podemos ser salvados y exaltados, debemos recordar que por la salvación y la exaltación se pagó un alto precio21. Podemos ser felices y reverentes al reconocer que sin Jesucristo estamos condenados, pero con Él, podemos recibir la mayor dádiva que el Padre Celestial puede dar22. De hecho, esta reverencia nos ayuda a disfrutar la promesa “de vida eterna en esta vida” y finalmente “vida eterna […], sí, gloria inmortal” en el mundo venidero23.
Cuando consideramos la bondad de nuestro Padre Celestial y de Jesucristo, nuestra confianza en Ellos aumenta. Nuestras oraciones cambian porque sabemos que Dios es nuestro Padre y nosotros somos Sus hijos. No buscamos cambiar Su voluntad, sino alinear nuestra voluntad con la Suya y asegurar para nosotros las bendiciones que Él quiere otorgar, siempre y cuando las pidamos24. Anhelamos ser más mansos, más puros, más firmes, más como Cristo25. Estos cambios nos hacen merecedores de más bendiciones celestiales.
Al reconocer que toda buena cosa viene de Jesucristo, nosotros comunicaremos más eficazmente nuestra fe a otros26. Tendremos valor cuando afrontemos tareas y circunstancias aparentemente imposibles27. Fortaleceremos nuestra resolución de guardar los convenios que hemos hecho de seguir al Salvador28. Seremos llenos del amor de Dios, querremos socorrer a los necesitados sin juzgarlos, amaremos a nuestros hijos y los criaremos en rectitud, retendremos la remisión de nuestros pecados y nos regocijaremos siempre29. Estos son los frutos extraordinarios de recordar la bondad y misericordia de Dios.
En cambio, el Salvador advirtió: “Y en nada ofende el hombre a Dios, ni contra ninguno está encendida su ira, sino contra aquellos que no confiesan su mano en todas las cosas”30. No creo que Dios se ofenda cuando nos olvidamos de Él. Más bien, yo creo que Él se siente profundamente decepcionado. Él sabe que nos hemos privado a nosotros mismos de la oportunidad de allegarnos más a Él al recordarle y recordar Su bondad. Entonces, nos perdemos que Él se allegue más a nosotros y las bendiciones específicas que Él ha prometido31.
Los invito a que recuerden cada día la grandeza del Padre Celestial y de Jesucristo y lo que Ellos han hecho por ustedes. Dejen que su reflexión sobre Su bondad una más firmemente su corazón errante a Ellos32. Mediten sobre la compasión de Ellos y serán bendecidos con más sensibilidad espiritual y llegarán a ser más como Cristo. Contemplar Su empatía les ayudará a “continuar fieles hasta el fin”, hasta que “sean recibidos en el cielo” para “que así moren con Dios en un estado de interminable felicidad”33.
Nuestro Padre Celestial, refiriéndose a Su Hijo Amado, dijo: “¡Escúchalo!”34. A medida que actúen conforme a esas palabras y lo escuchen a Él, recuerden llenos de gozo y de reverencia, que el Salvador ama restaurar lo que ustedes no pueden restaurar, que Él ama sanar heridas que ustedes no pueden sanar, que Él ama reparar lo que ha sido roto irreparablemente35, que Él compensa cualquier injusticia infligida sobre ustedes36 y que Él ama sanar permanentemente aun los corazones rotos37.
A medida que he reflexionado sobre las dádivas de nuestro Padre Celestial y de Jesucristo, he llegado a conocer Su infinito amor y Su compasión incomprensible por todos los hijos del Padre Celestial38. Este conocimiento me ha cambiado a mí, y los cambiará a ustedes también. En el nombre de Jesucristo. Amén.