Vengan y pertenezcan
Invitamos a todos los hijos de Dios de todo el mundo a que se unan a nosotros en esta gran labor.
Mis queridos hermanos y hermanas, mis queridos amigos, cada semana, los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días de todo el mundo adoramos a nuestro amado Padre Celestial, el Dios y Rey del universo, y a Su Hijo Amado, Jesucristo. Reflexionamos sobre la vida y las enseñanzas de Jesucristo: la única alma sin pecado que haya vivido, el Cordero de Dios sin mancha. Tan a menudo como sea posible, participamos de la Santa Cena en memoria de Su sacrificio y reconocemos que Él es el centro de nuestras vidas.
Lo amamos y honramos. A causa de Su profundo amor eterno, Jesucristo sufrió y murió por ustedes y por mí. Quebrantó las puertas de la muerte, derribó las barreras que separaban a amigos y seres queridos1, y trajo esperanza al desesperanzado, sanación al enfermo y libertad al cautivo2.
A Él dedicamos nuestros corazones, nuestra vida y devoción diarias. Por eso, “hablamos de Cristo, nos regocijamos en Cristo [y] predicamos de Cristo […] para que nuestros hijos sepan a qué fuente han de acudir para la remisión de sus pecados”3.
Practicar el discipulado
Sin embargo, ser discípulos de Jesucristo implica mucho más que solo hablar y predicar de Cristo. El Salvador mismo restauró Su Iglesia para ayudarnos en la senda para llegar a ser más como Él. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días está estructurada para brindar oportunidades para practicar los fundamentos del discipulado. Por medio de nuestra participación en la Iglesia aprendemos a reconocer las impresiones del Espíritu Santo y actuar según esas impresiones. Desarrollamos la disposición de tender la mano a los demás con compasión y bondad.
Es un esfuerzo para toda la vida, y requiere práctica.
Los deportistas de éxito dedican infinidad de horas a practicar los fundamentos de sus deportes. Las enfermeras, los creadores de redes de contactos, los ingenieros nucleares e incluso yo como un cocinero aficionado competitivo en la cocina de Harriet llegamos a ser capaces y hábiles solo al practicar diligentemente nuestro oficio.
Como comandante en una aerolínea, a menudo entrenaba a pilotos utilizando un simulador de vuelo: una máquina sofisticada que reproduce la experiencia de vuelo. El simulador no solo ayuda a los pilotos a aprender los fundamentos del vuelo; también les permite experimentar y reaccionar ante imprevistos que puedan encontrar cuando tomen el mando de un avión de verdad.
Lo mismo ocurre con los discípulos de Jesucristo.
Participar activamente en la Iglesia de Jesucristo y su gran variedad de oportunidades nos ayudará a estar mejor preparados para las circunstancias cambiantes de la vida, sean cuales sean y lo serias que sean. Como miembros de la Iglesia, se nos anima a sumergirnos en las palabras de Dios expresadas por Sus profetas, antiguos y modernos. Por medio de la oración sincera y humilde a nuestro Padre Celestial, aprendemos a reconocer la voz del Espíritu Santo. Aceptamos llamamientos para servir, enseñar, planificar, ministrar y administrar. Estas oportunidades nos permiten progresar en espíritu, mente y carácter.
Nos ayudarán a prepararnos para hacer y guardar convenios sagrados que nos bendecirán en esta vida y en la venidera.
¡Vengan, únanse a nosotros!
Invitamos a todos los hijos de Dios de todo el mundo a que se unan a nosotros en esta gran labor. ¡Vengan y vean! Incluso en estos momentos difíciles a causa de la COVID-19, reúnanse con nosotros en línea. Reúnanse con los misioneros en línea. ¡Descubre por ti mismo en qué consiste esta Iglesia! Cuando hayan pasado estos momentos difíciles, ¡reúnanse con nosotros en nuestros hogares y en nuestros lugares de adoración!
¡Los invitamos a venir y ayudar! Vengan y sirvan con nosotros, ministrando a los hijos de Dios, siguiendo los pasos del Salvador y haciendo de este mundo un lugar mejor.
¡Vengan y pertenezcan! Ustedes nos harán más fuertes. Y llegarán a ser mejores, más amables y también más felices. Su fe se profundizará y será más resiliente; más capaz de resistir las turbulencias y las pruebas inesperadas de la vida.
¿Y cómo se empieza? Hay muchas formas posibles.
Los invitamos a leer el Libro de Mormón. Si no tienen un ejemplar, pueden leerlo en ChurchofJesusChrist.org4 o descargar la aplicación El Libro de Mormón. El Libro de Mormón es otro testamento de Jesucristo, y es un compañero del Antiguo y el Nuevo Testamento. Amamos las Santas Escrituras y aprendemos de ellas.
Los invitamos a dedicar un momento en VeniraCristo.org para descubrir qué enseñamos y en qué creemos los miembros de la Iglesia.
Inviten a los misioneros a conversar en línea o en la privacidad de su hogar donde sea posible; ellos tienen un mensaje de esperanza y sanación. Estos misioneros son nuestros preciados hijos e hijas que sirven en muchos lugares de todo el mundo, dando de su tiempo y dinero.
En la Iglesia de Jesucristo, hallarán una familia de personas que no son tan diferentes a ustedes. Encontrarán personas que necesitan de su ayuda y que querrán ayudarlos a ustedes a esforzarse por ser la mejor versión de ustedes mismos; la persona que Dios quiere que sean.
El abrazo del Salvador se extiende a todos
Quizás estén pensando: “He cometido errores en mi vida. No sé si algún día podría sentir que pertenezco a la Iglesia de Jesucristo. Dios no podría interesarse por alguien como yo”.
Jesús el Cristo, aunque es “el Rey de reyes”5, el Mesías, “el Hijo del Dios viviente”6, se preocupa profundamente por todos y cada uno de los hijos de Dios. Se preocupa independientemente de la situación de cada persona: cuán pobre o rica, cuán imperfecta o íntegra sea. Durante Su vida terrenal, el Salvador ministró a todos: a los felices y exitosos, a los quebrantados y perdidos, y a aquellos sin esperanza. A menudo, las personas a las que Él servía y ministraba no eran personas importantes, hermosas ni ricas. A menudo, las personas a las que Él levantaba no tenían mucho que ofrecer a cambio, excepto gratitud, un corazón humilde y el deseo de tener fe.
Si Jesús dedicó Su vida terrenal a ministrar a los “hermanos más pequeños”7, ¿no los amaría hoy? ¿No hay un lugar en Su Iglesia para todos los hijos de Dios? ¿Aun para aquellos que se sienten indignos, olvidados o solos?
No hay un umbral de perfección que deban alcanzar para ser merecedores de la gracia de Dios. No hace falta que sus oraciones sean fuertes, elocuentes o gramaticalmente correctas para llegar al cielo.
En verdad, Dios no muestra favoritismos8; las cosas que el mundo valora no significan nada para Él. Él conoce su corazón, y los ama independientemente de su título, patrimonio financiero o del número de seguidores en Instagram.
A medida que inclinemos nuestros corazones hacia nuestro Padre Celestial y nos acerquemos a Él, sentiremos que Él se acerca a nosotros9.
Somos Sus hijos amados.
Incluso aquellos que lo rechazan.
Incluso aquellos que, al igual que un hijo testarudo y rebelde, se enojan con Dios y Su Iglesia, hacen la maleta, metafóricamente, y salen corriendo por la puerta proclamando que se van y que nunca volverán.
Cuando un hijo o una hija se van de casa, puede que no se percaten de los padres preocupados que miran por la ventana. Con ternura en el corazón, ellos ven marchar a su hijo o hija y esperan que su preciado hijo o hija aprenda algo de esa experiencia desgarradora, que tal vez vea la vida con otros ojos y que, al final, regrese a casa.
Así también ocurre con nuestro amoroso Padre Celestial. Él está esperando nuestro regreso.
El Salvador, con lágrimas de amor y compasión en Sus ojos, espera que regresen. Aun cuando se sientan lejos de Dios, Él los verá, tendrá compasión por ustedes y correrá a abrazarlos10.
Vengan y pertenezcan.
Dios nos permite aprender de nuestros errores
Somos peregrinos andando por el camino de la vida terrenal en una gran búsqueda de significado y verdad absoluta. A menudo, todo lo que vemos es la senda que está justo delante; no podemos ver hacia dónde nos conducirán las curvas del camino. Nuestro amoroso Padre Celestial no nos ha dado todas las respuestas. Él espera que descubramos muchas cosas por nosotros mismos. Espera que creamos; aun cuando sea difícil.
Espera que levantemos la cabeza y desarrollemos un poco de determinación, un poco de firmeza, y demos otro paso hacia delante.
Así es como aprendemos y crecemos.
¿Querrían sinceramente que les explicaran todo al detalle? ¿Querrían sinceramente que les respondieran a todas las preguntas? ¿Querrían que les trazaran cada destino?
Creo que la mayoría de nosotros nos cansaríamos muy rápidamente de este tipo de microgestión celestial. Aprendemos las lecciones importantes de la vida por medio de la experiencia; aprendiendo de nuestros errores; al arrepentirnos y darnos cuenta por nosotros mismos de que “la maldad nunca fue felicidad”11.
Jesucristo, el Hijo de Dios, murió para que nuestros errores no nos condenen y detengan para siempre nuestro progreso. Gracias a Él, podemos arrepentirnos, y nuestros errores pueden llegar a ser peldaños hacia una mayor gloria.
Ustedes no tienen que recorrer este camino solos. Nuestro Padre Celestial no nos ha abandonado para que andemos errantes en tinieblas.
Es por eso que en la primavera de 1820, Él se apareció con Su Hijo, Jesucristo, a un joven, José Smith.
¡Piensen en eso un momento! ¡El Dios del universo se apareció al hombre!
Ese fue el primero de muchos encuentros que José tuvo con Dios y otros seres celestiales. Muchas de las palabras que estos seres divinos le hablaron están registradas en las Escrituras de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Son de fácil acceso. Cualquiera puede leerlas y aprender por sí mismo el mensaje que Dios tiene para nosotros en nuestros días.
Los invitamos a estudiarlas por ustedes mismos.
José Smith era bastante joven cuando recibió estas revelaciones. Recibió la mayoría antes de cumplir los 30 años12. Carecía de experiencia y, para algunas personas, probablemente parecía poco capacitado para ser el profeta del Señor.
Sin embargo, el Señor lo llamó de todos modos, siguiendo un patrón que encontramos en las Santas Escrituras.
Dios no esperó hasta encontrar a una persona perfecta para restaurar Su Evangelio.
De ser así, todavía estaría esperando.
José era muy parecido a ustedes y a mí. Aunque José cometía errores, Dios lo usó para cumplir Sus grandes propósitos.
El presidente Thomas S. Monson a menudo repetía este consejo: “A quien el Señor llama, Él capacita”13.
El apóstol Pablo razonó con los santos en Corinto: “Considerad vuestro propio llamamiento, hermanos y hermanas: no muchos de vosotros erais sabios según los criterios del hombre; ni muchos erais poderosos; ni muchos erais de noble linaje”14.
Dios usa al débil y al sencillo para llevar a cabo Sus propósitos. Esta verdad testifica que es el poder de Dios, no el del hombre, lo que lleva a cabo Su obra en la tierra15.
Escúchenlo, síganlo
Cuando Dios se le apareció a José Smith, presentó a Su Hijo, Jesucristo, y dijo: “¡Escúchalo!”.16
José pasó el resto de su vida escuchándolo y siguiéndolo.
Como ocurrió con José, nuestro discipulado empieza con nuestra decisión de escuchar y seguir al Salvador Jesucristo.
Si deseas seguirlo, junta tu fe y toma sobre ti Su cruz.
Descubrirán que sí pertenecen a Su Iglesia; un lugar cálido y acogedor donde pueden unirse a la gran búsqueda del discipulado y la felicidad.
Yo espero que en este año bicentenario de la Primera Visión, a medida que contemplemos y aprendamos acerca de la restauración de la Iglesia de Jesucristo, nos demos cuenta de que no se trata solo de un acontecimiento histórico. Ustedes y yo desempeñamos una función primordial en esta gran historia que está en desarrollo.
Entonces, ¿cuál es la función de ustedes y la mía?
Aprender de Jesucristo, estudiar Sus palabras, escucharlo y seguirlo al participar activamente en esta gran obra. ¡Los invitamos a venir y pertenecer!
No necesitan ser perfectos; solamente deben tener el deseo de desarrollar su fe y allegarse más a Él cada día.
Nuestra función es amar y servir a Dios, y amar y servir a los hijos de Dios.
A medida que lo hagan, Dios los rodeará con Su amor, gozo y guía certera a través de esta vida, incluso en las circunstancias más graves, y aún más allá.
De ello testifico y les dejo mi bendición, con profundo amor y gratitud por cada uno de ustedes, en el sagrado nombre de nuestro Salvador, nuestro Maestro, en el nombre de Jesucristo. Amén.