¿Funciona el plan?
Testifico que el plan de felicidad funciona. Fue creado por su Padre Celestial, quien los ama.
¿Funciona el plan?
Recientemente tuve una conversación con un joven adulto que sirvió en una misión hace varios años y que ahora se dedicaba a su carrera profesional. En algunos aspectos, su vida iba bien, pero su fe se estaba debilitando y estaba sumido en un mar de dudas acerca del Salvador y Su Iglesia. Me explicó que no recibía las bendiciones que esperaba del Evangelio restaurado. No sentía que el plan de felicidad funcionara en su vida.
Mi mensaje de hoy es para todos los que puedan tener sentimientos similares. Me dirijo a quienes una vez “s[intieron] el deseo de cantar la canción del amor que redime”, pero no “s[ienten] esto ahora”1.
Nuestro amoroso Padre Celestial nos ha preparado un maravilloso plan para nuestra felicidad eterna. Pero cuando la vida no transcurre como habíamos esperado, podría parecer que el plan no funciona.
Tal vez nos sentimos del modo en que se sintieron los discípulos cuando estaban en una barca “en medio del mar, azotada por las olas, porque el viento era contrario”2.
Luego, muy temprano, en la mañana:
“Jesús fue a ellos andando sobre el mar.
“Y los discípulos, viéndole andar sobre el mar, se turbaron […]. Y dieron voces de miedo.
“Pero enseguida Jesús les habló, diciendo: ¡Tened ánimo! ¡Yo soy, no tengáis miedo!
“Entonces le respondió Pedro y dijo: Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas.
“Y él dijo: Ven. Y descendió Pedro de la barca y anduvo sobre las aguas para ir a Jesús.
“Mas al ver el viento fuerte, tuvo miedo y, comenzando a hundirse, dio voces […]: ¡Señor, sálvame!
“Y al momento Jesús, extendiendo la mano, le sujetó y le dijo: ¡Oh hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?”3.
¿Puedo compartir con ustedes tres principios que aprendo de Pedro? Ruego que estos principios puedan ayudar a cualquiera que sienta que el plan de felicidad no funciona en su vida.
Primero, actúen con fe en Jesucristo.
Me maravilla la fe de Pedro. Con la simple invitación de Jesús, “Ven”, dejó la barca azotada por la tormenta. Parecía saber que, si Jesucristo lo invitaba a hacer algo, podría hacerlo4. Pedro confiaba en el Salvador más de lo que confiaba en su barca y esa fe le dio poder para actuar con valor durante una situación estresante y aterradora.
La fe de Pedro me recuerda una experiencia que escuché relatar al élder José L. Alonso. Poco después de que el hijo del élder Alonso falleciera dejando una familia con niños pequeños, el élder Alonso oyó hablar a los niños:
“¿Qué vamos a hacer?”, se preguntaron.
La hija de nueve años respondió: “Papá está bien; está predicando el evangelio de Jesucristo”.
Al igual que Pedro, esa pequeñita veía más allá de sus desafíos y confiaba en Jesucristo y Su expiación. La fe en el Salvador brinda paz y fortaleza para seguir adelante.
Si recuerdan sus experiencias pasadas, creo que verán que han ejercido la fe muchas veces en la vida. Unirse a la Iglesia es un acto de fe. Hablar con el Padre Celestial en oración es un acto de fe. Leer las Escrituras es un acto de fe. Escuchar mi mensaje de esta conferencia general es un acto de fe. Como dijo el presidente Russell M. Nelson: “No minimicen la fe que ya tienen”5.
Otra lección que aprendí de Pedro es la siguiente:
En los momentos de dificultad, acudan de inmediato a Jesucristo.
Mientras caminaba hacia el Salvador, Pedro se aterrorizó por el viento y comenzó a hundirse. Pero cuando entendió lo que sucedía, no trató de mantenerse a flote sobre el agua por su cuenta ni de nadar de vuelta a la barca. En vez de dejar de lado su fe en Cristo, se aferró más fuertemente y exclamó: “¡Señor, sálvame!”.
“Y al momento Jesús, extendiendo la mano, le sujetó”6.
Todos afrontamos vientos tempestuosos que pueden sacudirnos la fe y hacer que nos hundamos. Cuando eso suceda, recuerden que el plan de felicidad del Padre Celestial tiene otro nombre: el plan de redención. El plan no consistía en pasar plácidamente por la vida, sin tropezar nunca ni hundirnos nunca, siempre con una sonrisa en el rostro. El Padre Celestial sabía que necesitaríamos ser redimidos, por eso preparó el plan de redención7. Es por ello que envió a un Redentor. Cuando tenemos dificultades, sea cual sea la causa, no significa que el plan no funciona. ¡Es entonces cuando más necesitamos el plan!
En esos momentos, sigan el ejemplo de Pedro. Acudan al Salvador de inmediato.
“[H]oy es el tiempo y el día de vuestra salvación […]; no demoréis el día de vuestro arrepentimiento”8.
Sin importar dónde estemos ni dónde hayamos estado, el arrepentimiento es el camino hacia adelante. El presidente Nelson enseñó:
“Nada es más liberador, más ennoblecedor ni más crucial para nuestro progreso individual que centrarse con regularidad y a diario en el arrepentimiento […].
“Ya sea que avancen con diligencia por la senda de los convenios, que hayan tropezado o se hayan apartado de tal senda, o que ni siquiera puedan ver dicha senda desde donde estén ahora, les ruego que se arrepientan. Sientan el poder fortalecedor del arrepentimiento diario; de actuar y de ser un poco mejor cada día”9.
Venir a Cristo significa más que tan solo pensar en Él o hablar de Él, o más incluso que amarlo. Significa seguirlo. Significa vivir del modo en que Él nos enseña a vivir. Y, para todos nosotros, eso significa arrepentirnos, sin demora.
Una de mis hijas, que trabajaba en el centro de capacitación misional, me habló de un élder a quien enseñaba que le confesó que no estaba seguro de que el Libro de Mormón fuera verdadero. Había orado y orado para recibir un testimonio espiritual, pero no había recibido respuesta.
Mi hija oró para saber lo que debía hacer a fin de ayudar al misionero. La impresión que recibió fue que las Escrituras no se dieron solo para que podamos leerlas y obtener un testimonio; se dieron también para enseñarnos a guardar los mandamientos de Dios. Mi hija compartió aquel pensamiento con el misionero.
Más adelante, vio al misionero de nuevo; se lo veía mucho más feliz. Le dijo que por fin había recibido un testimonio de que el Libro de Mormón es verdadero. Sabía que había recibido ese testimonio porque se esforzaba más por hacer lo que el Libro de Mormón enseña.
Sigamos el ejemplo de Pedro de acudir al Salvador en los momentos de dificultades. Sigan a Jesucristo en vez de confiar en su propia sabiduría y fortaleza. Sin importar el tiempo que lleven tratando de mantenerse a flote sobre el agua sin Él, nunca es demasiado tarde para acudir a Jesucristo. ¡El plan funciona!
El tercer principio que aprendí de Pedro y su experiencia es el siguiente:
Humíllense ante el Señor y Él los elevará hacia cosas mayores.
Pedro había mostrado fe, tanto al caminar sobre el agua como al acudir al Salvador cuando necesitó ayuda. Aun así, el Salvador vio en Pedro el potencial para muchísimo más. “¡Oh hombre de poca fe!”, le dijo. “¿Por qué dudaste?”10.
Pedro podría haberse ofendido por la reprimenda, pero la aceptó con humildad y continuó procurando mayor fe en Jesucristo. Mediante muchas otras experiencias que edificaron su fe —algunas de ellas muy, muy difíciles—, con el tiempo Pedro llegó a ser el líder firme como una roca que el Señor necesitaba que fuera y logró grandes cosas en el servicio al Señor.
¿Qué grandes cosas quiere el Señor que ustedes logren? En Su Iglesia y reino hay muchas oportunidades de servir y ministrar a otras personas tal como lo hizo el Salvador. Él quiere que sean parte de Su gran obra. El plan de felicidad nunca será tan real para ustedes como cuando estén ayudando a otras personas a vivirlo.
Al edificar mi propia fe, las siguientes palabras de Alma cambiaron mi vida: “benditos son aquellos que se humillan sin verse obligados a ser humildes”11. Coloquémonos con humildad en una posición tal que Jesús pueda elevarnos, guiarnos y sacar el máximo provecho de nuestras habilidades12.
Testifico que el plan de felicidad funciona. Fue creado por su Padre Celestial, quien los ama. Funciona porque Jesucristo venció el pecado y la muerte mediante Su expiación. Vengan a Él, síganlo e “inmediatamente obrará para [ustedes] el gran plan de redención”13. En el nombre de Jesucristo. Amén.