Los convenios con Dios nos fortalecen, nos protegen y nos preparan para la gloria eterna
Si elegimos hacer convenios y guardarlos, seremos bendecidas con más felicidad en esta vida y una gloriosa vida eterna venidera.
Hermanas, ¡qué gozo es reunirnos en una hermandad mundial! Como mujeres que hacemos y guardamos convenios con Dios, compartimos lazos espirituales que nos ayudan a afrontar los desafíos de nuestros días y a prepararnos para la segunda venida de Jesucristo, y guardar esos convenios nos permite ser mujeres de influencia capaces de acercar a los demás al Salvador.
Quienes han sido bautizados hicieron convenio en ese día inolvidable de tomar sobre sí el nombre de Jesucristo, recordarlo siempre, guardar Sus mandamientos y servirle hasta el fin. Cuando hacemos estas cosas, el Padre Celestial nos promete que perdonará nuestros pecados y nos dará la compañía del Espíritu Santo. Estas bendiciones nos inician en la senda que, si seguimos adelante y perseveramos hasta el fin, nos permitirá vivir con Él y Su Hijo en el Reino Celestial. Cada persona bautizada tiene la promesa de estos privilegios si guarda los convenios que hizo aquel día especial.
Quienes hacen más convenios en el templo reciben promesas poderosas, condicionadas a la fidelidad personal. Prometemos solemnemente obedecer los mandamientos de Dios, vivir el evangelio de Jesucristo, ser moralmente puros y dedicar nuestro tiempo y talentos al Señor. A su vez, Dios promete bendiciones en esta vida y la oportunidad de regresar a Él1. En este proceso se nos da o se nos inviste con el poder de discernir entre la verdad y el error, entre el bien y el mal, en medio de las voces confusas y negativas que nos bombardean. ¡Qué don tan poderoso!
Al prepararme para mi primer viaje al templo, mi madre y varias hermanas de la Sociedad de Socorro con experiencia me ayudaron a seleccionar los artículos que necesitaría, entre ellos la hermosa ropa ceremonial. No obstante, la preparación más importante tuvo lugar aun antes de siquiera saber qué me pondría. Luego de entrevistarme para determinar si era digna, mi obispo me explicó los convenios que yo iba a hacer. Su minuciosa explicación me dio la oportunidad de pensar en esos convenios y de prepararme para hacerlos.
Cuando llegó el día, participé con un sentimiento de gratitud y paz. Aunque no entendía el significado completo de los convenios que hice, sí sabía que estaba unida a Dios mediante ellos y que, si los guardaba, se me habían prometido bendiciones que apenas podía comprender. Desde aquella primera experiencia, he tenido la seguridad continua de que guardar los convenios que hacemos con Dios nos permite recurrir al poder del Salvador, lo que nos fortalece en nuestras inevitables pruebas, nos proporciona protección contra la influencia del adversario y nos prepara para la gloria eterna.
Las experiencias de la vida pueden variar de lo divertido a lo desgarrador, de lo sombrío a lo glorioso. Cada experiencia nos ayuda a entender más el amor integral de nuestro Padre y nuestra capacidad de cambiar mediante el don de la gracia del Salvador. Guardar nuestros convenios permite que el poder del Salvador nos purifique a medida que aprendemos mediante las experiencias, tanto si se trata de un pequeño error de juicio como de una falta grave. Nuestro Redentor está ahí para ayudarnos cuando nos caemos, si nos volvemos a Él.
¿Alguna vez se han parado en un precipicio, con los dedos de los pies en el borde y la espalda hacia el abismo de abajo? En rápel, aunque uno sabe que está sujeto de manera segura a un sistema de cuerdas y equipos fuertes que lo pueden llevar a uno a salvo, solo el hecho de estar parado en el borde acelera el corazón. El dar un paso atrás desde el precipicio y lanzarse al aire requiere de confianza en un anclaje sujeto a un objeto inamovible; requiere confianza en la persona que tensa la cuerda cuando uno desciende. Y aunque el equipo proporciona cierta capacidad para que uno controle el descenso, se debe tener confianza en que el compañero no lo dejará caer.
Recuerdo vívidamente cuando hice rápel con un grupo de mujeres jóvenes. Yo fui la primera del grupo en hacer el descenso. Al dar un paso atrás desde el precipicio, empecé a caer sin control. Felizmente, la cuerda dio un tirón y mi rápido descenso se detuvo. Colgada a la mitad del trayecto de descenso por la escarpada pared rocosa, oraba fervientemente por aquella persona o aquello que estaba impidiendo que yo cayera a las rocas.
Más tarde supe que el tornillo de anclaje no había quedado bien sujeto y que, cuando di el paso hacia el vacío, el hombre a quien yo estaba asegurada cayó de espaldas a causa del tirón y fue arrastrado hacia el borde del precipicio. De alguna manera, él logró trabar sus pies contra unas rocas y, estabilizado en esa posición, laboriosamente pudo bajarme poniendo una mano a la vez en la cuerda. Aunque yo no podía verlo, sabía que estaba esforzándose al máximo para salvarme. Otro amigo estaba al fondo del precipicio, preparado para atraparme si la cuerda dejaba de sostenerme. Cuando llegué a su alcance, asió mi arnés y me bajó hasta el suelo.
Con Jesucristo como nuestro anclaje y compañero perfecto, tenemos la seguridad de Su amorosa fortaleza durante las pruebas y de una liberación futura por medio de Él. Como enseñó el presidente M. Russell Ballard: “La fe en Dios y en Su Hijo, el Señor Jesucristo, es el ancla […] que debemos tener en nuestra vida para mantenernos firmes durante las épocas de turbulencias sociales e iniquidades […]; nuestra fe debe estar centrada en Jesucristo, en Su vida y expiación, y en la restauración de Su evangelio”2.
El equipo espiritual que nos protege de quedar quebrantados contra las rocas de la adversidad son nuestro testimonio de Jesucristo y los convenios que hacemos. Podemos confiar en que estos apoyos nos guiarán y nos llevarán a un lugar seguro. En calidad de nuestro servicial Compañero, el Salvador no nos permitirá caer fuera de Su alcance. Aun en momentos de sufrimiento y tristeza, Él está ahí para levantar y alentar. Su poder nos ayuda a recuperarnos del impacto, a menudo devastador, de las decisiones de los demás. Sin embargo, cada uno de nosotros debe ponerse el arnés y asegurarse de que los nudos estén bien hechos. Debemos elegir estar anclados al Salvador, estar unidos a Él por nuestros convenios3.
¿Cómo podemos fortalecer ese anclaje? Oramos con un corazón humilde, estudiamos las Escrituras y meditamos en ellas, tomamos la Santa Cena con espíritu de arrepentimiento y reverencia, nos esforzamos por cumplir los mandamientos y seguimos el consejo del profeta. Y mientras cumplimos con nuestras tareas diarias de maneras “más elevada[s] y santa[s]”4, llegamos a estar más conectados al Salvador y, al mismo tiempo, ayudamos a los demás a venir a Él.
¿Cómo es esa manera “más elevada y santa”? Tratamos de vivir el Evangelio en todas nuestras interacciones. Cuidamos de los necesitados por medio de la ministración verdadera, expresando amor mediante actos sencillos de servicio. Compartimos las buenas nuevas del Evangelio con aquellos que necesitan paz y fortaleza y “no saben dónde hallarla[s]”5. Trabajamos para unir a las familias por la eternidad a ambos lados del velo. Y para aquellos que han hecho convenios en la Casa del Señor, como explicó el presidente Russell M. Nelson: “[C]ada participante del templo, que sea adulto, usará el gárment sagrado del sacerdocio […], [que es] un recordatorio para que […] diariamente andemos en la senda de los convenios de una manera más elevada y santa”6. Estas acciones no son solo algo ocasional, sino que son esenciales para nuestra felicidad diaria y nuestro gozo eterno.
No hay nada más importante para nuestro progreso eterno que guardar nuestros convenios con Dios. Cuando nuestros convenios del templo tienen vigencia, podemos confiar en un reencuentro gozoso con nuestros seres queridos al otro lado del velo. Ese hijo, padre o cónyuge que ha partido de la vida terrenal espera con todo su corazón que ustedes sean fieles a los convenios que los unen a esa persona. Si descuidamos o tratamos con ligereza nuestros convenios con Dios, ponemos en peligro esos vínculos eternos. Este es el momento de arrepentirnos, reparar e intentarlo de nuevo.
La felicidad es vana si cambiamos las bendiciones del gozo eterno por una comodidad momentánea. Sea cual sea nuestra edad, esta es una verdad absoluta: la clave de la felicidad duradera es vivir el evangelio de Jesucristo y guardar nuestros convenios. Nuestro profeta, el presidente Nelson, ha afirmado que “nuestra máxima seguridad y nuestra única felicidad duradera radica en aferrarnos a la barra de hierro del evangelio restaurado de Jesucristo, con todos sus convenios y ordenanzas. Cuando lo hacemos, podemos navegar con seguridad a través de aguas turbulentas porque tenemos acceso al poder de Dios”7.
Muchas de nosotras estamos experimentando aguas turbulentas. Cuando somos azotadas por las olas de la adversidad y, a veces, cegadas por los torrentes de lágrimas que llegan a causa de esas dificultades, puede que no sepamos en qué dirección remar en el barco de nuestra vida o que incluso pensemos que no tenemos fuerzas para llegar a tierra. Recordar quiénes son —hijas amadas de Dios—, por qué están en la tierra y su meta de vivir con Dios y sus seres queridos puede aclarar su visión e indicarles la dirección correcta. En medio de la tormenta, hay una luz brillante que muestra el camino. Jesús declaró: “Soy la luz que brilla en las tinieblas”8. Se nos garantiza seguridad cuando ponemos la mira en Su luz y mantenemos la integridad de nuestros convenios.
Ha sido un privilegio conocer a mujeres de todas las edades que viven en una gran variedad de circunstancias y que guardan sus convenios. Cada día ponen la mira en el Señor y en Su profeta en busca de guía, en lugar de hacerlo en los medios de comunicación populares. A pesar de sus problemas individuales y las filosofías perjudiciales del mundo que tratan de disuadirlas de guardar sus convenios, están decididas a permanecer en la senda de los convenios y confían en la promesa de “todo lo que [el] Padre tiene”9. Y tengan la edad que tengan, cada una de ustedes, las mujeres que han hecho convenios con Dios, tienen la capacidad de alzar la luz del Señor y guiar a otros a Él10. Al guardar ustedes sus convenios, Él las bendecirá con Su poder del sacerdocio y les permitirá tener una profunda influencia en todos aquellos con los que interactúen. Tal como declaró el presidente Nelson, ¡ustedes son las mujeres que cumplirán las profecías que se han predicho!11.
Queridas hermanas, ante todo, ¡permanezcan en la senda de los convenios que conduce a Jesucristo! Hemos sido bendecidas al haber venido a la tierra cuando hay templos por todo el mundo. El hacer y guardar los convenios del templo está al alcance de todo miembro digno de la Iglesia. Jóvenes adultas, no necesitan esperar hasta el matrimonio o una misión para hacer esos sagrados convenios. Pueden prepararse en su juventud para recibir la protección y la fortaleza que dan los convenios del templo en cuanto cumplan dieciocho años y estén listas y sientan el deseo de honrar esos convenios del templo12. A aquellas que ya han recibido las bendiciones del templo, no dejen que los detractores y las distracciones las aparten de las verdades eternas. Estudien y pregunten a fuentes confiables para obtener un mayor conocimiento del significado sagrado de los convenios que han hecho. Vayan al templo tantas veces como puedan y escuchen al Espíritu. Sentirán la dulce confirmación de que se encuentran en la senda del Señor y hallarán valor para continuar, así como para llevar a otras personas con ustedes.
Testifico que conforme elijamos hacer convenios con el Padre Celestial y recurrir al poder del Salvador para guardarlos, seremos bendecidas con más felicidad en esta vida de lo que podemos imaginar ahora y una gloriosa vida eterna venidera13. En el nombre de Jesucristo. Amén.