Amar, compartir, invitar
Al amar, compartir e invitar, tomamos parte en esa obra grande y gloriosa que prepara la tierra para el regreso de su Mesías.
Imaginemos por un momento que nos hallamos en un monte de Galilea presenciando la maravilla y la gloria del Salvador resucitado que conversa con Sus discípulos. Qué impresionante habría sido estar allí en persona, escuchando estas palabras que Él compartió con ellos, Su mandato solemne: “Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”1. Ciertamente, estas palabras nos facultarían, inspirarían y conmoverían a cada uno de nosotros, como sucedió con Sus apóstoles, quienes, de hecho, dedicaron el resto de su vida a hacer justo eso.
Curiosamente, los Apóstoles no fueron los únicos que se tomaron muy en serio las palabras de Jesús. Los miembros de la Iglesia primitiva, desde el más nuevo hasta el más veterano, tomaron parte en la gran comisión del Salvador, compartiendo las buenas nuevas del Evangelio tanto con conocidos como con desconocidos. La determinación de compartir su testimonio de Jesucristo ayudó al crecimiento expansivo de Su Iglesia recientemente establecida2.
También a nosotros, en calidad de discípulos de Cristo, se nos invita en la actualidad a dar oído a Su comisión, como si estuviéramos en aquel monte de Galilea donde Él la declaró por vez primera. Esa comisión comenzó nuevamente en 1830, cuando José Smith apartó a su hermano Samuel como el primer misionero de la Iglesia de Jesucristo3. Desde entonces, más de un millón y medio de misioneros han recorrido el mundo enseñando a todas las naciones y bautizando a quienes aceptan las alegres nuevas del Evangelio restaurado.
Tal es nuestra doctrina y nuestro deseo más preciado.
Desde el niño más pequeño hasta el más anciano de nosotros anhelamos el momento en que podamos dar oído al llamado del Salvador y compartir el Evangelio con las naciones del mundo. Estoy seguro de que ayer, ustedes, jóvenes y jovencitas, sintieron un desafío fortalecedor y similar de nuestro profeta cuando los invitó a prepararse para el servicio misional de tiempo completo, tal y como el Salvador hizo con Sus apóstoles.
Así como los corredores en la línea de salida, aguardamos con ilusión la invitación oficial, completa con la firma del profeta, que indica el comienzo de la carrera. Se trata de un deseo noble e inspirador; no obstante, consideremos esta pregunta: ¿por qué no comenzamos todos ahora?
Tal vez se pregunten: “¿Cómo puedo ser misionero sin una placa con mi nombre?”. O quizá nos digamos: “A los misioneros de tiempo completo se los aparta para hacer esta obra. Me gustaría ayudar, pero quizás más adelante, cuando la vida se calme un poco”.
¡Hermanos y hermanas, es mucho más sencillo que eso! Afortunadamente se puede cumplir con la gran comisión del Salvador mediante unos principios sencillos y fáciles de entender que se nos han inculcado desde la infancia: amar, compartir e invitar.
Amar
Lo primero que podemos hacer es amar como Cristo amó.
Nuestro corazón está apesadumbrado con el sufrimiento humano y las tensiones existentes en todo el mundo en estos tiempos tumultuosos. Sin embargo, también nos puede inspirar el derramamiento de compasión y humanitarismo que han demostrado personas de todas partes en sus intentos por llegar hasta los marginados: los que han tenido que abandonar sus hogares, que se han visto separados de sus familias, o que están viviendo otras formas de pesar y desesperanza.
Recientemente, los noticiarios informaron de un grupo de madres en Polonia que, preocupadas por las familias desesperadas que huían, dejaron cochecitos de bebé completamente equipados y cuidadosamente alineados en el andén de una estación, listos y aguardando a las madres refugiadas y sus hijos que pudieran necesitarlos apenas se bajaran del tren en ese paso fronterizo. Ciertamente, a nuestro Padre Celestial le complacen los actos abnegados de caridad como estos, pues al sobrellevar los unos las cargas de los otros, “cumpli[mos] así la ley de Cristo”4.
Siempre que mostramos amor cristiano por nuestro prójimo, predicamos el Evangelio, aunque no digamos una sola palabra.
Amar a los demás es la manifestación elocuente del segundo gran mandamiento de amar a nuestro prójimo5, pues deja entrever el proceso refinador del Santo Espíritu obrando en el interior de nuestra alma. Al tratar a los demás con amor cristiano, tal vez hagamos que quienes vean nuestras buenas obras “glorifiquen a [n]uestro Padre que está en los cielos”6.
Hacemos eso sin esperar nada a cambio.
Tenemos la esperanza, desde luego, de que acepten nuestro amor y nuestro mensaje, aunque cómo reaccionen ellos escapa a nuestro control.
Lo que sí controlamos es lo que nosotros hacemos y quiénes somos.
Mediante nuestro amor cristiano por los demás predicamos las propiedades gloriosas y transformadoras del evangelio de Cristo, y tomamos parte de manera significativa en el cumplimiento de Su gran comisión.
Compartir
Lo segundo que podemos hacer es compartir.
Durante los primeros meses de la pandemia del COVID-19, el hermano Wisan, de Tailandia, se sintió movido a compartir en su cuenta de una red social los sentimientos y las impresiones que tenía en cuanto a lo que estaba aprendiendo en su estudio del Libro de Mormón. En una de sus publicaciones particularmente personales, compartió un relato de Amulek y Alma, dos misioneros del Libro de Mormón.
A su hermano, Winai, le conmovió su publicación y, aunque era firme en sus convicciones religiosas, respondió con una pregunta inesperada: “¿Puedo conseguir ese libro en tailandés?”.
Sabiamente, Wisan hizo los arreglos para que dos misioneras le entregaran un ejemplar del Libro de Mormón, y empezaron a enseñar a su hermano.
Wisan participó en las lecciones virtuales, en las que compartió sus sentimientos en cuanto al Libro de Mormón. Winai aprendió a orar y a estudiar con el deseo de buscar, aceptar y abrazar la verdad, ¡y fue bautizado a los pocos meses!
Posteriormente, Wisan dijo: “Tenemos la responsabilidad de ser instrumentos en las manos de Dios y siempre debemos estar listos para que Él pueda hacer Su obra a Su manera por medio de nosotros”. El milagro se produjo en su familia porque Wisan simplemente compartió el Evangelio de un modo normal y natural.
Todos compartimos cosas con otras personas y lo hacemos a menudo. Compartimos las películas y las comidas que nos gustan, las cosas divertidas que vemos, los lugares que visitamos, el arte que apreciamos y las citas que nos inspiran.
¿Cómo podríamos agregar sencillamente a esa lista de lo que ya compartimos aquello que nos encanta del evangelio de Jesucristo?
El élder Dieter F. Uchtdorf explicó: “Si alguien les pregunta sobre el fin de semana, no duden en hablar sobre lo que hicieron en la Iglesia. Hablen sobre los niños que se pusieron de pie frente a la congregación y cantaron con entusiasmo que están tratando de ser como Cristo. Hablen sobre el grupo de jóvenes que pasó tiempo ayudando a los residentes del hogar de ancianos a recopilar sus historias personales”7.
Compartir no tiene nada que ver con “vender” el Evangelio. No tienen que escribir un sermón ni corregir las percepciones erróneas de otra persona.
En lo que a la obra misional se refiere, Dios no necesita que ustedes sean los que vigilen, pero sí les pide que sean los que compartan.
Al compartir con los demás las experiencias positivas que tenemos en el Evangelio, participamos en el cumplimiento de la gran comisión del Salvador.
Invitar
Lo tercero que podemos hacer es invitar.
La hermana Mayra es una conversa reciente de Ecuador. Inmediatamente después del bautismo, su gozo por el Evangelio creció vertiginosamente y ella comenzó a extender invitaciones a sus amigos y seres queridos a través de sus redes sociales. Muchos familiares y amigos que vieron sus publicaciones le respondieron con preguntas. Mayra se conectaba con ellos y solía invitarlos a su casa para que se reunieran con los misioneros.
Los padres de Mayra, sus hermanos, su tía, dos primos y varios amigos fueron bautizados porque ella los invitó valientemente a “venir y ver”, “venir y servir” y “venir y pertenecer”. Mediante sus invitaciones normales y naturales, más de veinte personas han aceptado su invitación a ser bautizadas y ser miembros de la Iglesia de Jesucristo. Esto sucedió porque la hermana Mayra sencillamente invitó a otras personas a experimentar el gozo que ella sentía como miembro de la Iglesia.
Hay centenares de invitaciones que podemos extender a los demás. Podemos invitarlos a “venir y ver” un servicio sacramental, una actividad de barrio o un video en línea que explique el evangelio de Jesucristo. “Venir y ver” puede ser una invitación a leer el Libro de Mormón o a visitar un templo nuevo durante el programa de puertas abiertas previo a su dedicación. En ocasiones, la invitación es algo que extendemos interiormente: una invitación a nosotros mismos a ser sensibles y ver oportunidades a nuestro alrededor en las que podemos actuar.
En esta era digital, los miembros suelen compartir mensajes en las redes sociales. Hay cientos, quizás miles, de cosas edificantes que podrían hallar dignas de compartirse. Este tipo de contenido ofrece invitaciones a “venir y ver”, “venir y servir” y “venir y pertenecer”.
Cuando invitamos a otras personas a aprender más acerca del evangelio de Jesucristo, participamos en el llamado del Salvador a implicarnos en la obra de Su comisión.
Conclusión
Mis amados hermanos y hermanas, hoy hemos hablado de tres cosas sencillas y fáciles que cualquiera puede hacer. ¡Son cosas que ustedes pueden hacer! ¡Tal vez ya las estén haciendo, aun sin darse cuenta de ello!
Los invito a considerar maneras de amar, compartir e invitar. Conforme lo hagan, sentirán gozo al saber que están dando oído a las palabras de nuestro amado Salvador.
No los estoy instando a hacer un nuevo programa; ustedes ya conocían estos principios desde antes. No se trata de “una cosa nueva e importante” que la Iglesia les va a pedir que hagan; estas tres cosas no son más que una mera extensión de lo que ya somos como discípulos de Jesucristo.
No se precisa una placa identificativa ni una carta.
Tampoco se necesita un llamamiento formal.
A medida que estas tres cosas lleguen a convertirse en una parte natural de nuestro ser y de la manera en que vivimos, se convertirán en una manifestación automática y no forzada de amor genuino.
Al igual que aquellos discípulos de Cristo, que se congregaron para aprender de Él hace dos mil años en Galilea, también nosotros podemos aceptar el mandato del Salvador e ir por todo el mundo a predicar el Evangelio.
Al amar, compartir e invitar, tomamos parte en esa obra grande y gloriosa que prepara la tierra para el regreso de su Mesías.
Ruego que demos oído al llamado del Salvador y que nos esforcemos por participar en Su gran comisión. En el nombre de Jesucristo. Amén.