“Bendiciones mayores de las que habíamos pedido”
En noviembre de 1850, George Q. Cannon y otros misioneros quedaron varados en un barco en el puerto de San Francisco. El año anterior habían sido llamados a buscar oro en California, pero gastaron la mayor parte de sus ahorros debido a los costos de vida excesivos en los yacimientos de oro. Habían decidido pasar el invierno predicando en Hawái, pero hubo contratiempos que demoraron la partida del barco; doce días después de conseguir los pasajes, aún seguían anclados en la bahía.
La noche del 21 de noviembre, Cannon soñó que el ancla del barco estaba atorada en el lodo. Los misioneros no pudieron liberarla hasta que el profeta José Smith se apareció y oró, luego de lo cual salió fácilmente. “Dije que deseaba poseer una fe así”, recordó Cannon. “Él me contestó que era mi privilegio y que debía tenerla [y] que la necesitaría”. Por la mañana, el barco finalmente estuvo listo para partir.
Cuando llegaron a Oahu, los misioneros construyeron un altar y oraron “para que el Señor [hiciera] una obra veloz aquí en estas islas”. Más adelante, un misionero profetizó “que el Señor nos bendeciría con bendiciones mayores de las que habíamos pedido”. Al día siguiente, Mary Harris, una miembro de la Iglesia que vivía en Honolulú, dio la bienvenida a los misioneros a su casa, donde echaron suertes para determinar en qué islas predicarían. Cannon y James Keeler fueron asignados a Maui.
Los otros los misioneros se centraron en enseñar a los inmigrantes de raza blanca en Hawái, pero tuvieron poco éxito y pronto decidieron irse. No obstante, a diferencia de esos misioneros, Cannon y Keeler se centraron en aprender hawaiano. Cuando se quedaron sin dinero, una anciana llamada Nalimanui les ofreció su hogar. A pesar de ver que muchos misioneros se iban y de tener estos problemas económicos, Cannon sintió fuertemente que debía quedarse. “Sentí que el Espíritu me susurraba constantemente [que] si perseveraba, sería bendecido”, dijo.
Un día de esa primavera, al pasar por una casa, tres hombres llamaron a Cannon para hablar. “En cuanto entré en la casa”, recordó más tarde Cannon, “sentí la convicción de que había conocido a los hombres a los que había estado buscando”. Los hombres —Jonathan Nāpela, H. K. Kaleohano y William H. Uaua— se mostraron receptivos, pero cautos. Los clérigos protestantes los desalentaron en cuanto a relacionarse con Cannon, pero Nāpela, un juez local, estaba decidido a aceptar los principios correctos, vinieran de donde vinieren. Kaleohano se bautizó ese mes de julio, y Nāpela y Uaua lo hicieron en enero de 1852.
Como los tres ayudaron a ministrar y liderar, la Iglesia creció rápidamente. Kaleohano predicó y estableció “escuelas de canto” para enseñar el Evangelio a través de los himnos. Uaua administró la recolección de los diezmos y fue un destacado sanador, que incluso levantó a su esposa de entre los muertos con una bendición del sacerdocio. Nāpela trabajó con Cannon para traducir el Libro de Mormón. En 1854 había cuatro mil miembros de la Iglesia en Hawái, con ramas en todas las islas habitadas.