La niña kigatsuku
Chieko Nishimuri Okazaki nació en la isla de Hawái en 1926. De niña, aunque su japonés no era bueno, hablaba en japonés con sus abuelos inmigrantes, pero prefería hablar en el inglés pidgin de Hawái. Después de la escuela, asistía a clases para estudiar lengua e historia japonesas. “Muchas veces se me llenaban los ojos de lágrimas después de leer esas historias porque me conmovían mucho”, recordaba Chieko.
Cuando Chieko tenía once años, empezó a asistir a una clase de religión que enseñaban los misioneros Santos de los Últimos Días y finalmente asistió a la Rama Māhukona. “Me encantaba la Escuela Dominical”, recordaba. “Me encantaba cantar himnos con aquellos maravillosos miembros hawaianos que eran tan buenos conmigo”. Aunque sus padres no compartían su interés, no les molestaba que Chieko asistiera a la Iglesia además de asistir a su templo budista.
Muchas enseñanzas del Evangelio se identificaban con lo que Chieko ya sabía. Cada vez que los Nishimuri recibían un regalo, la madre de Chieko, Hatsuko, decía “on gaeshi”, que significa que deben honrar su obligación ofreciendo un pequeño presente a cambio. Las enseñanzas del rey Benjamín acerca de Dios y el dar (véase Mosíah 4:19–21) le recordaban ese principio. Hatsuko también le enseñó a Chieko a ser una “niña kigatsuku”: a tomar el recogedor de basura cuando ella barría, o secar los platos cuando Hatsuko los lavaba. Este principio de kigatsuku —actuar sin que se le pidiera y “buscar cosas buenas para hacer”— fue algo que Chieko reconoció en el llamado del Señor a estar “anhelosamente consagrados a una causa buena” (Doctrina y Convenios 58:27). Después de pasar cuatro años viviendo “como budista y como mormona”, Chieko se bautizó y sus padres aceptaron su decisión. “Ya sabían que podía ser una buena mormona y una buena hija”, explicó Chieko.
Cuando Chieko cumplió quince años, el ejército japonés atacó Pearl Harbor. Aterrorizados en cuanto a qué significaría aquello para los estadounidenses de origen japonés, los Nishimuri juntaron sus posesiones de Japón y las quemaron. Cuando terminaron, Chieko se miró en el espejo. “Mis ojos, mi piel y mi cabello son japoneses”, pensó. “Siempre seré japonesa”. Durante la guerra, muchos estadounidenses de origen japonés fueron atacados debido a su etnicidad. El tío de Chieko estuvo entre las personas que fueron enviadas a campos de concentración impuestos por el Gobierno.
Durante esa época, los Santos de los Últimos Días estadounidenses de origen japonés tendieron la mano para prestar servicio. En Oahu, las congregaciones japonesas organizaron una campaña de recaudación de fondos para ayudar a los soldados estadounidenses. Los miembros invitaban a los soldados a eventos donde socializaban, servían y adoraban juntos; algunos soldados Santos de los Últimos Días, como el joven Boyd K. Packer, quien luego se convertiría en Presidente del Cuórum de los Doce Apóstoles, más adelante ayudó a compartir el Evangelio en Japón.
A través de sus experiencias en tiempos de guerra, Chieko descubrió una nueva función. “Yo construiría un puente entre las dos culturas”, decidió, “hallando el modo de aceptar las dos partes de mí misma”. Para ella fue un esfuerzo espiritual. “Mi herencia japonesa es algo que consagro al Señor, así como otros talentos, habilidades y deseos”, observó. En 1961, cuando Chieko Okazaki fue llamada a prestar servicio en la Mesa General de las Mujeres Jóvenes, fue la primera persona sin antepasados europeos en servir en la Iglesia a nivel general. “Sentí que representaba a las personas de color de todo el mundo en esa asignación”, dijo. En 1990, cuando Chieko fue llamada a prestar servicio en la Presidencia General de la Sociedad de Socorro, el Presidente de la Iglesia, Gordon B. Hinckley, dijo que ella sería una bendición para los miembros de la Iglesia en todo el mundo. Le dijo: “Ellos verán en usted una representación de su unidad con la Iglesia”.