Historia de la Iglesia
Encontrar esperanza en el templo


Encontrar esperanza en el templo

Durante su boda en 1946, John Mavimbela y Julia Ngubeni se percataron de que habían olvidado los anillos. Mientras Julia y el ministro esperaban, John salió corriendo en búsqueda de una solución y regresó con el aro de una cortina para colocarlo en el dedo de su novia.

Fue el comienzo de un hermoso matrimonio. La pareja se estableció en Everton, cerca de Durban, donde John administraba una tienda y empezaron a tener hijos. “Mi padre era un hombre muy amoroso”, recordó su hija Thoba más adelante. “Solía ayudar a mamá con sus tareas, algo que se consideraba inaceptable en esos días. Con frecuencia cambiaba los pañales de los pequeños”. Sin embargo, la tragedia se hizo presente el verano de 1955, cuando John murió en un accidente automovilístico. “Fue un golpe espiritual y emocional”, recuerda Thoba. Julia se quedó sola para criar y proveer para sus hijos.

Hizo todo lo que pudo para consolarlos. “Nos dijo que no debíamos sentir que no teníamos padre, ya que el Padre Celestial había prometido que Él sería el padre de los huérfanos”, dijo Thoba. Sin embargo, Julia tuvo dificultades para aceptar la pérdida. El prejuicio racial en la investigación de la muerte de John la había dejado con una profunda amargura en cuanto a la discriminación en Sudáfrica. La iglesia a la que asistía en ese tiempo no siempre representaba un consuelo, ya que, a causa de los viejos temores en cuanto a la adoración de los antepasados, se desaconsejaba hablar de quienes habían fallecido. “Eso en verdad me dolía”, comentó Julia. “Yo decía: ¿cómo no puedo hablar de ellos, cuando amé tanto a mis padres y a mi esposo?”.

Casi treinta años después, en 1981, Julia Mavimbela vio a dos jóvenes de raza blanca que estaban ayudando en un proyecto de servicio en Soweto y se enteró de que eran misioneros Santos de los Últimos Días. Los invitó a su casa, más por curiosidad que por interés religioso, pero poco después los misioneros le preguntaron en cuanto a una foto de John y sintieron la impresión de enseñarle respecto al bautismo mediante representante por los que han fallecido. “Entonces comencé a escuchar, a escuchar en verdad, con el corazón”, recuerda Julia. “A medida que los misioneros me enseñaban el principio de los lazos eternos, sentí que esa era la manera de estar con mis padres y mi esposo”. Julia se bautizó unos meses más tarde.

Un año después de su bautismo, tuvo lugar la primera palada del Templo de Johannesburgo; el primero en África. La lucha creciente en contra de la segregación racial hizo que, en ocasiones, el viaje desde su hogar en Soweto hasta el sitio en el que estaría el templo resultara difícil; aun así, Julia continuó contemplando el progreso del templo e incluso logró pasar un bloqueo en el camino el día en el que colocaron el ángel Moroni sobre la aguja y así ver cómo levantaban la estatua. Tras la dedicación del templo en 1985, Julia finalmente pudo recibir y efectuar las ordenanzas. A pesar de las injusticias que había fuera del templo, ella sintió una gran paz dentro de sus muros. “Cuando estaba haciendo mis ordenanzas en el templo, sentí que todos los que estamos en la tierra somos uno”, dijo. “No hay afrikáner, ni inglés, ni situ, ni zulú. Conoces el sentimiento de la unidad”.

Julia Mavimbela

Julia Mavimbela trabajando como obrera de las ordenanzas del templo en el Templo de Johannesburgo, Sudáfrica en 1991

Julia fue sellada a sus padres y a su esposo. En ocasiones, pudo ver más allá del velo. “Un día fue al templo”, recuerda Thoba, “y regresó y me dijo que había visto a mi papá”. También trabajó para recopilar su historia familiar. “Mamá se apasionaba con la recopilación de sus registros familiares”, dijo Thoba. “Solíamos visitar a los miembros de nuestra familia y recopilaba tanta información como podía”. La obra le permitió que se conectara con el pasado de su familia y se preparara para el futuro. Thoba recuerda: “Ella dijo que quería ayudarnos a ser familias eternas”.