Historia de la Iglesia
Viajes de fe


Viajes de fe

Liliana Pineda Prieto, maestra de escuela, y Manuel Antonio Berroterán-Díaz, técnico telefónico, iniciaron su matrimonio por la eternidad con un viaje de catorce días en autobús desde El Salvador al Templo de Mesa, Arizona, en noviembre de 1966. A veces, Liliana y Manuel dormían en los asientos del autobús y otras veces en el suelo de baldosas de los centros de reuniones locales. Dos días después de su sellamiento, comenzaron el viaje de regreso. “Yo tenía unos veintiún años y mi esposa veinte”, dijo Manuel, “por lo que éramos lo suficientemente jóvenes como para soportar cualquier cosa”.

Fotografía de la familia Berroterán-Díaz

La familia Berroterán-Díaz.

En 1979, cuando la guerra civil se desató entre el gobierno militar de El Salvador y los grupos guerrilleros de izquierda, todos los misioneros y líderes extranjeros se vieron obligados a abandonar el país. La Misión El Salvador se cerró. Algunos Santos de los Últimos Días salvadoreños también se fueron, temiendo por su seguridad.

El 8 de octubre de 1981, Manuel fue llamado como representante regional para supervisar todos los asuntos de la Iglesia en El Salvador. Viajaba por el país, visitando y capacitando a los Santos de los Últimos Días. Con la mayor frecuencia posible, Liliana y sus hijos viajaban con él, apretujados en un automóvil de cinco asientos. “Dedicábamos tiempo a estar con ellos y llevarlos con nosotros”, recuerda Manuel. “Nos deteníamos cerca de la orilla de un río donde comíamos algunos sándwiches y bebíamos algo, nos quedábamos allí durante una hora y luego continuábamos el viaje”.

En un viaje entre El Salvador y Guatemala, los guerrilleros detuvieron su automóvil y lo inspeccionaron. Registraron a Manuel y comenzaron a sospechar cuando descubrieron que llevaba puesta una prenda (el gárment del templo) bajo su camiseta. “Mi esposa y mis hijos estaban muy preocupados”, recordó Manuel. “Los niños le preguntaron a mi esposa si iban a matarme. Ella les dijo: ‘No, no lo van a matar, solo lo están registrando para ver lo que lleva bajo la ropa’. Ella siempre era valiente y les daba los mejores consejos a nuestros hijos”.

En medio de la inestabilidad del conflicto civil, enseñar el Evangelio en el hogar llegó a ser especialmente importante. “Nuestro barrio estaba a unos cinco kilómetros de distancia; no era muy lejos”, recordó Manuel. “Pero cinco kilómetros, en esas circunstancias, eran muy peligrosos”. Liliana y Manuel se turnaban para dirigir y enseñar durante la noche de hogar de la familia.

En 1984, la Misión El Salvador abrió nuevamente, y Manuel y Liliana la presidieron. Manuel viajaba en pequeñas avionetas para visitar áreas remotas de la misión después de que dos puentes vitales fueran destruidos. El relato favorito de Liliana para enseñar a los misioneros era la historia de Ammón y sus hermanos, y su mensaje sobre la confianza en la protección del Señor.

Una vez, los miembros del ejército atraparon a dos misioneros en una redada de jóvenes destinada al servicio militar obligatorio. En otra ocasión, un grupo de guerrilleros capturó un autobús con dos hermanas misioneras a bordo. En ambas ocasiones, tanto los líderes del ejército como de la guerrilla reconocieron rápidamente a los misioneros como ministros religiosos y los liberaron sanos y salvos.

Los Santos de los Últimos Días salvadoreños mantuvieron la luz del Evangelio encendida durante muchos viajes desafiantes.