El valor y una palabra amable
“Porque mi alma se deleita en el canto del corazón; sí, la canción de los justos es una oración para mí, y será contestada con una bendición sobre su cabeza” (D. y C. 25:12).
Un relato de la vida de Evan Stephens
Evan caminaba con la cabeza gacha, mirando al polvoriento camino mientras arrastraba los pies de regreso a casa después del ensayo del coro. Todos los integrantes del coro del pueblo de Willard celebraron la invitación de cantar para el presidente Brigham Young. Los hombres se felicitaron con palmaditas en la espalda, mientras las mujeres cuchicheaban emocionadas, escondidas tras sus himnarios y sus abanicos. Nadie se percató del rostro triste de Evan, un muchacho de 12 años, mientras se escurría en su silla. El “chico con voz de contralto”, como le decían, desapareció en silencio por la puerta del centro de reuniones y se fue solo del ensayo.
El problema no era que a Evan no le gustara cantar. Él amaba la música. Cuando su familia se estableció en Willard, un pueblo a unos 80 Km al norte de Salt Lake City, se entusiasmó al oír del excelente coro del pueblo. Era el décimo hijo de la familia Stephens y tenía poco tiempo libre entre las tareas de la granja para aprender mucha música, pero en el coro de Willard aprendería más. Se movía al compás cuando trabajaba y bailaba cuando daba de comer a las vacas. Sentía la música por todas partes.
No, no le molestaba la idea de cantar para el profeta, sino el que los miembros del coro tendrían que ponerse sus mejores ropas para la actuación, y Evan ni siquiera tenía buena ropa. Su familia no tenía mucho dinero; él ni siquiera había tenido un abrigo propio ni un par de zapatos negros para los domingos. Le avergonzaba cantar delante del profeta con ropa vieja y gastada.
Evan observaba sus polvorientos pies, cubiertos de la suciedad del camino. Tendría que frotárselos con fuerza antes de ir el domingo a la iglesia, de lo contrario se le verían negros. El corazón le dio un brinco. Podía ponerse los pies negros —negros de verdad— utilizando betún de zapatos. Todos mirarían el rostro de los cantantes, y nadie se daría cuenta de que Evan llevaba los pies negros en vez de zapatos negros.
El día en que el coro iba a cantar para el profeta, a Evan le sudaban las manos y la frente cada vez que se miraba los pies negros. Sabía que debía ir —el coro lo necesitaba— pero deseaba esconderse para que el profeta no lo viera. Con lágrimas bañándole el rostro, corrió hacia la enramada donde el coro se disponía a cantar.
Una vez en la enramada, Evan se detuvo. ¿Y si el profeta sí lo veía? ¿Qué pensaría de un pobre muchacho granjero con los pies pintados de negro y sin abrigo? Evan no podía permitir que el profeta lo viera. Se volvió y se echó a correr como un caballo salvaje, pero se topó de frente con el hombre al que esperaba no tener que ver.
El presidente Brigham Young tomó al asustado muchacho por los hombros y le preguntó: “¿A qué viene esto? ¿Algún problema? ¿Por qué huyes?”.
A Evan se le llenaron los ojos de lágrimas mientras, con la cabeza gacha, susurró: “No tengo abrigo ni zapatos para el programa”. Con un nudo en la garganta, prosiguió: “Me pinté los pies de negro con betún para zapatos”.
La mano que tenía asido a Evan se relajó y sintió cómo el profeta le daba palmaditas en la cabeza. Al levantar la vista le sorprendió ver la tierna mirada del presidente Young, quien también tenía lágrimas en los ojos. “No te preocupes”, le dijo a Evan. “No dudes por un momento y regresa”.
El alivio que sintió Evan fue como una cálida manta. Se limpió las lágrimas y le devolvió la sonrisa al profeta. Se apresuró a ocupar su lugar en el coro y, feliz de haber sido aceptado por el profeta, cantó su parte a la perfección.
El presidente Young le dio a Evan palabras de ánimo y valor para cumplir con su parte; esa bondad influyó en Evan mucho más allá de la actuación de coro. Siguió estudiando música y aprendió nuevas técnicas por sí mismo.
Cuando Evan creció, llegó a ser director del Coro del Tabernáculo, cargo en el que sirvió desde 1889 hasta 1916. También escribió muchos himnos sagrados y canciones patrióticas. Siempre fue humilde y recordó la lección que había aprendido del profeta. Evan trató a la gente como lo hacía con su música: con amor. Y, al igual que el presidente Young, escuchaba con el corazón.
Patricia Reece Roper es miembro del Barrio Leamington, Estaca Delta, Utah.