El Quórum de la Primera Presidencia
Desde la época de la organización de la Iglesia se ha designado una autoridad presidente para todo su conjunto. El 6 de abril de 1830 le fue dado a “José Smith, hijo, el cual fue llamado por Dios y ordenado apóstol de Jesucristo, para ser el primer élder de esta Iglesia” (D. y C. 20:2).
Menos de dos años después, el 25 de enero de 1832, fue ordenado “a la presidencia del sumo sacerdocio” (D. y C. 81:2; véase también D. y C. 82).
A medida que la Iglesia maduraba, revelaciones posteriores definieron el oficio del Presidente y del Quórum de la Primera Presidencia:
“Además, el deber del presidente del oficio del sumo sacerdocio es presidir a toda la iglesia y ser semejante a Moisés… ser vidente, revelador, traductor y profeta, teniendo todos los dones de Dios, los cuales él confiere sobre el cabeza de la Iglesia” (D. y C. 107:91–92).
Y de nuevo:
“Os nombro a mi siervo José para ser élder presidente de toda mi iglesia, para ser traductor, revelador, vidente y profeta.
“Le doy a él por consejeros a mis siervos Sidney Rigdon y William Law, para que constituyan un quórum y Primera Presidencia, a fin de recibir los oráculos para toda la iglesia” (D. y C. 124:125–126).
“Del Sacerdocio de Melquisedec, tres Sumos Sacerdotes Presidentes, escogidos por el cuerpo, nombrados y ordenados a ese oficio, y sostenidos por la confianza, fe y oraciones de la iglesia, forman un quórum de la Presidencia de la Iglesia” (D. y C. 107:22).
Establecido por revelación
El lugar que ocupan el Presidente de la Iglesia y el Quórum de la Primera Presidencia en cuanto a la responsabilidad que tienen por toda la Iglesia en todo el mundo está claramente definido en estas revelaciones registradas en Doctrina y Convenios.
A la vez, se dice que el Quórum de los Doce Apóstoles es “igual en autoridad y poder que los tres presidentes ya mencionados” (D. y C. 107:24).
De igual modo, los Setenta “constituyen un quórum, igual en autoridad que el de los doce testigos especiales o apóstoles antes nombrados” (D. y C. 107:26).
Surge la pregunta: ¿Cómo pueden ser iguales en autoridad? A este respecto, el presidente Joseph F. Smith (1838–1918) enseñó: “Deseo corregir la impresión que ha ido creciendo entre nosotros respecto a que los Doce Apóstoles poseen igual autoridad que la Primera Presidencia de la Iglesia. Eso es correcto cuando no haya otra Presidencia, sólo los Doce Apóstoles; pero mientras haya tres élderes presidentes que posean la autoridad para presidir en la Iglesia, la autoridad de los Doce Apóstoles no es igual a la de ellos. De ser así, habría dos autoridades iguales y dos quórumes iguales en el sacerdocio, obrando paralelamente, y eso no podría ser, porque debe haber una cabeza” (Elders’ Journal, 1 de noviembre de 1906, pág. 43).
Asimismo, los Setenta, que sirven bajo la dirección de los Doce, serían iguales en autoridad sólo en el caso de que la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce llegaran a desaparecer por alguna razón.
Ha habido largos periodos en los que no ha habido Quórum de la Primera Presidencia. Tras la muerte del profeta José, la autoridad presidente descansó en el Quórum de los Doce Apóstoles, con Brigham Young en calidad de Presidente, durante tres años y medio. Tras la muerte de Brigham Young, la autoridad recayó nuevamente sobre el Quórum de los Doce y así lo fue por tres años y dos meses. Después de la muerte de John Taylor, transcurrió un año y nueve meses antes de que se reorganizara la Primera Presidencia.
Desde entonces, la reorganización de la Presidencia se ha producido a los pocos días del fallecimiento del Presidente. En cada caso, el miembro de más antigüedad del Quórum de los Doce Apóstoles ha llegado a ser Presidente de la Iglesia. La antigüedad la determina la fecha de ordenación al apostolado.
La delegación de responsabilidades
Es evidente que si bien la Primera Presidencia preside todos los elementos de la Iglesia y tiene jurisdicción sobre todos ellos, se debe delegar autoridad y responsabilidad a otras personas para llevar a cabo las enormes tareas que la Iglesia tiene por todo el mundo.
“Los Doce son un Sumo Consejo Presidente Viajante, para oficiar en el nombre del Señor bajo la dirección de la Presidencia de la iglesia, de acuerdo con la institución del cielo; para edificar la iglesia y regular todos los asuntos de ella en todas las naciones, primero a los gentiles y luego a los judíos.
“Los Setenta”, de igual modo, “obrarán en el nombre del Señor bajo la dirección de los Doce, o sea, el sumo consejo viajante, edificando la iglesia y regulando todos los asuntos de ella en todas las naciones” (D. y C. 107:33–34).
Por lo tanto, desde un punto de vista práctico, a los Doce y a los Setenta se les da gran parte de la responsabilidad, bajo la dirección de la Primera Presidencia, para atender los asuntos eclesiásticos de la Iglesia. Esto incluye la proclamación del Evangelio a todas las naciones de la tierra y la gestión de los diversos programas relacionados con los miembros de la Iglesia.
A fin de lograr esto, es necesario llevar a cabo otras cosas. Hay que construir y mantener casas de adoración, es necesario traducir los documentos que genera la Iglesia, hay que imprimir sus publicaciones, así como atender muchos otros asuntos de naturaleza temporal. Al Obispado Presidente se le otorga la responsabilidad de todo esto. De nuevo, bajo la dirección de la Presidencia, el Obispado determina los métodos y los medios para recaudar los diezmos y las ofrendas de los miembros, atiende las necesidades de bienestar del pobre y del necesitado y gestiona muchas otras funciones.
Así que, con esta estructura administrativa relativamente sencilla y clara, la Iglesia lleva a cabo su vasto programa en todo el mundo. Su organización está diseñada de tal manera que se pueda dar cabida al crecimiento mediante la ampliación del cuerpo de los Setenta como oficiales eclesiásticos y la incorporación de empleados que se encarguen de los asuntos temporales.
Además, un artículo de fe declara: “Creemos todo lo que Dios ha revelado, todo lo que actualmente revela, y creemos que aún revelará muchos grandes e importantes asuntos pertenecientes al reino de Dios” (Artículos de Fe 1:9).
En otras palabras, creemos en la revelación continua. El Presidente de la Iglesia tiene la responsabilidad singular de recibir revelación para toda la Iglesia. Todos los demás oficiales tienen derecho a recibir revelación en lo que respecta a sus responsabilidades y obligaciones concretas, mas la revelación que afecta a toda la Iglesia sólo se da al Presidente y por medio de él.
Dirección mediante la revelación
Contamos con las obras canónicas que han sido aprobadas como Escritura por los miembros de la Iglesia. Entonces, de manera natural, surge la pregunta: ¿Se ha recibido más revelación desde entonces y se sigue recibiendo hoy en día?
No tengo la menor duda.
Mi servicio en la Iglesia incluye tres años y medio como Ayudante de los Doce, grupo que se incorporó al Primer Quórum de los Setenta; 20 años como miembro del Quórum de los Doce Apóstoles; y 24 años como miembro del Quórum de la Primera Presidencia, de los cuales los últimos 10 he sido Presidente de la Iglesia. He presenciado muchos cambios que, estoy convencido, se produjeron por revelación.
De vez en cuando, he sido entrevistado por representantes de los medios de comunicación que, casi siempre me han preguntado: “¿Cómo recibe revelación el profeta de la Iglesia?”.
Yo contesto que se recibe hoy como en el pasado. Entonces les relato la experiencia que tuvo Elías tras el altercado con los sacerdotes de Baal:
“Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto.
“Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado” (1 Reyes 19:11–12).
Así sucede; mediante un silbo apacible y delicado, como respuesta a la oración, mediante los susurros del Espíritu, o en el silencio de la noche.
¿Tengo alguna duda al respecto? Ninguna. Lo he visto una y otra vez. Tal vez la revelación más ampliamente publicada en años recientes fue la que se dio al presidente Spencer W. Kimball (1895–1985) respecto al derecho que tiene todo varón digno de ser ordenado al sacerdocio (véase Declaración Oficial—2). Los resultados de esa revelación han sido de gran magnitud.
Un desarrollo constante
Ha habido muchas otras cosas que no han sido tan ampliamente reconocidas, como por ejemplo la financiación de las operaciones locales de la Iglesia. Durante muchos años, los miembros de la Iglesia no sólo pagaron sus diezmos y ofrendas de ayuno, sino que también contribuyeron generosamente al presupuesto de sus respectivos barrios. Participaron en el costo de la compra de terrenos y en la edificación de centros de reuniones, pero entonces se produjo un cambio muy significativo. Se decidió que todos esos costos provendrían de los fondos de los diezmos de la Iglesia. Ese cambio supuso un gran acto de fe basado en la revelación.
Hoy día, todo ese tipo de financiación procede de los diezmos, y lo mejor y más maravilloso es que la Iglesia se encuentra en la mejor condición económica de su historia. El Señor ha guardado Su antigua promesa al mismo tiempo que ha dado revelación moderna.
El concepto de los templos pequeños provino, creo yo, como una revelación directa. Ya he mencionado en diversas ocasiones cómo se produjo, pero la bendición consiguiente para nuestro pueblo, con la edificación de estos templos, ha sido extraordinaria.
Otro ejemplo. Hace años, era obvio que el Tabernáculo de Salt Lake no podía acomodar a todas las personas que deseaban asistir a las conferencias generales. ¿Qué podíamos hacer?
Estoy convencido de que la construcción del gran Centro de Conferencias fue el resultado de la expresa voluntad del Señor dada mediante revelación. La construcción de este edificio fue una osada tarea que requirió derribar una estructura histórica y reemplazarla con este vasto y complejo auditorio, que costó millones de dólares.
Y bien, actualmente, hemos tenido que cerrar el Tabernáculo para adecuarlo a los temblores sísmicos y realizar otras reformas inherentes a su edad. Yo me pregunto: “¿Qué haríamos sin el Centro de Conferencias?”.
Así están las cosas. Podría mencionar otros ejemplos, pero no es necesario. El meollo de la cuestión es que Dios está revelando Su voluntad como lo hacía antiguamente; Él está guiando a Su Iglesia mediante Sus siervos escogidos.
La Primera Presidencia lleva sobre sus hombros una carga grande y pesada, y ello sólo es posible debido a una organización grande y eficiente. No debemos temer al futuro. Contamos con la estructura bajo la cual la obra seguirá adelante. Podrá haber modificaciones en los programas, pero es la obra de Dios y su destino es claro. Seguirá adelante “como la piedra cortada del monte, no con mano, ha de rodar hasta que llene toda la tierra” (D. y C. 65:2).
Nunca duden de ese destino.