2007
Un Profeta en la tierra
Diciembre de 2007


Un Profeta en la tierra

Siempre he sabido que Jesucristo, el Mesías prometido, vino a la tierra hace dos mil años y que en la actualidad tenemos en la tierra un profeta viviente de Dios. Pero a mi padre, Roy Swartzberg, lo criaron en la religión judía, y no siempre lo supo.

Por haberse criado en un hogar judío ortodoxo de Sudáfrica, mi papá sabía de los profetas del Antiguo Testamento, como Moisés y Elías el Profeta, y de los milagros que ellos habían hecho. Al oír sobre Moisés dividiendo las aguas del Mar Rojo o sobre Elías haciendo caer fuego del cielo, se maravillaba ante las cosas que podían hacer aquellos hombres por el pueblo y se preguntaba por qué no habría profetas en la tierra en esta época.

Poco después de su bar mitzvah [ceremonia en la que se reconoce a un joven judío por su moralidad y acato a los deberes de su religión], mi papá oyó hablar por primera vez del profeta José Smith; vivía en ese entonces con sus abuelos judíos, pues la madre había muerto y el padre había vuelto a casarse y se había convertido a la Iglesia.

Una tarde, Mark, su hermano mayor, se sentó con él y le dijo que se había convertido a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días; le habló de José Smith, de la Primera Visión, de la restauración del Evangelio y de los profetas que hay en la tierra. Mi papá dice que, al escuchar a su hermano mayor expresar su testimonio, sintió que tenía mucha razón en lo que decía, y mi papá ya tenía fe en el Padre Celestial y en los profetas. Para él la posibilidad de que hubiera profetas en la tierra y que los hombres pudieran volver a hablar con Dios eran nuevas gloriosas. Se encontró deseando que aquello fuera verdad.

Después de compartir su testimonio con mi papá, Mark lo exhortó a orar al respecto. El problema es que, por ser un jovencito judío, sólo sabía orar en hebreo, de pie y mirando en dirección a Jerusalén, la ciudad santa. Su hermano le explicó cómo oran los Santos de los Últimos Días: arrodillados y con los brazos cruzados para demostrar reverencia. Eso le resultaba nuevo, pero se arrodilló para ofrecer su primera oración al Padre Celestial.

Aunque las nuevas sobre los profetas le parecían correctas y tenía una sensación de bienestar después de haber orado, mi papá no se decidió en seguida a escuchar a los misioneros.

Poco después, él y su hermano fueron enviados a vivir con los padres de su madrastra, que eran miembros de la Iglesia. Los domingos la familia iba a las reuniones del día de reposo, pero mi padre continuó asistiendo a la sinagoga todos los viernes de noche y los sábados de mañana para observar el día de reposo judío.

Sin embargo, empezó a asistir a actividades de la Mutual con su hermano y, cuando el programa de seminario comenzó en Sudáfrica, también fue a las clases. Allí aprendió sobre el Libro de Mormón. El primer pasaje de las Escrituras que memorizó y que no estaba en hebreo fue 1 Nefi 3:7: “…Iré y haré lo que el Señor ha mandado, porque sé que él nunca da mandamientos a los hijos de los hombres sin prepararles la vía para que cumplan lo que les ha mandado”.

Los misioneros eran diligentes en visitarlo una vez por semana y, después de un tiempo, empezó a ir a la reunión sacramental, además de las reuniones de la sinagoga. Al fin, una vez que obtuvo el testimonio de Jesucristo como el Mesías, se decidió a escuchar las charlas misionales. Mi papá se bautizó el día de Navidad de 1973, la primera vez que celebró el nacimiento del Salvador.

La historia de la jornada de mi padre hasta que encontró la verdad me ha dado una perspectiva más amplia, y su testimonio de los profetas se ha convertido en parte del mío. Actualmente, llevo colgada al cuello una cadena con la estrella de David como símbolo que me une al patrimonio judío del cual me siento orgullosa, pero que también representa la fe. Porque mi papá tenía fe en los profetas siendo adolescente, yo he sido bendecida con una fe similar.

Sé que el presidente Gordon B. Hinckley es un profeta en la actualidad lo mismo que lo fue Moisés, y ¡me siento tan agradecida por eso! Los cielos indudablemente están abiertos y, por medio de la revelación, la comunicación con nuestro Padre Celestial continúa en la actualidad como en los días antiguos.