2007
¿Era verdad que el Padre Celestial me amaba?
Diciembre de 2007


¿Era verdad que el Padre Celestial me amaba?

Por lo general, me gustaban mucho la música, las actividades y la expectativa que acompañan la época de las fiestas, pero aquélla era diferente porque nuestra familia se había mudado a una nueva localidad. Sabía que en ese momento era preciso que estuviéramos allí, pero me sentía incómoda y fuera de lugar.

Expresé a Rob, mi marido, el disgusto que sentía. Desde que nos casamos, nos habíamos mudado varias veces, y él sabía que yo luchaba con sentimientos de inseguridad. Rob me preguntó: “¿Te das cuenta de cuánto te ama el Padre Celestial?”

“Por supuesto”, le contesté.

“Pero, ¿sientes en el corazón el amor que Él tiene por ti?”, insistió él.

Me brotaron las lágrimas al darme cuenta de que no era así. Toda mi vida había pensado que yo era menos que todos los demás. Rob me instó a orar y a pedir al Padre Celestial que me dejara sentir Su amor por mí. Esa noche lo hice.

A los dos días, fui a comprar alimentos. Además de los artículos de costumbre, había pensado comprar algo de carne molida y un trozo de pulpa para asar; pero me di cuenta de que no teníamos bastante dinero para comprar la carne y no íbamos a tener más hasta pasada una semana. También nos hacía falta poner gasolina en el auto para ir a una fiesta de familia en otra localidad.

No éramos necesitados, pero oré con respecto a nuestra situación diciéndole al Padre Celestial cuánto me gustaría poder comprar lo que nos hacía falta.

Al anochecer del día siguiente, mientras preparaba la cena, sonó el timbre de la puerta. Cuando la abrí, lo único que encontré en la entrada fue una gran bolsa de papel del supermercado; me agaché a recogerla y vi un billete de veinte dólares engrapado en la parte superior, que estaba doblada, y “¡Feliz Navidad!” escrito con lápiz de color en la bolsa.

Adentro había varios paquetes de carne molida congelada y dos paquetes de costillas (chuleta, bistec). Me quedé perpleja. No había comentado con nadie que no teníamos nada de dinero hasta el próximo pago, ni siquiera con mi esposo. ¿Cómo era posible que hubiera alguien tan sensible al Espíritu? Alguien que nos había dado no sólo la carne que necesitábamos sino la cantidad de dinero casi exacta que nos costaría llenar de gasolina el tanque. En la reunión de ayuno y testimonios, expresé gratitud por los regalos, con la esperanza de que la persona que nos los había hecho estuviera allí.

La experiencia fue un momento decisivo para mí. El Padre Celestial me había contestado la oración. Me amaba, conocía mis necesidades y me lo demostró claramente. Desde entonces he procurado aumentar mi capacidad para escuchar la voz de inspiración del Espíritu, y muchas veces en mi oración pido ser un instrumento para dar respuesta a las oraciones de otra persona.