Hablamos de Cristo
Su gracia es suficiente
Al igual que muchas otras personas, he tenido dificultades durante gran parte de mi vida para reconocer mi propia valía. He luchado con problemas de peso por muchos años, lo que ha contribuido a mis sentimientos negativos. Aunque he perdido peso y ahora llevo un estilo de vida saludable, de vez en cuando todavía me encuentro combatiendo esos pensamientos y sentimientos negativos.
Una mañana me sentía especialmente deprimida y me preguntaba cómo podría mejorar la situación. Empecé a orar y a pedir ayuda al Padre Celestial para superar esos sentimientos de ineptitud. Mientras oraba, acudió a mi mente el siguiente pasaje de las Escrituras: “Y si no tenéis esperanza, os hallaréis en la desesperación; y la desesperación viene por causa de la iniquidad” (Moroni 10:22).
La palabra iniquidad parecía tan fuerte que, al principio, descarté esa idea porque no se me ocurría nada que hubiera hecho que fuera tan grave. Sin embargo, la idea seguía presente, de modo que oré, como también nos enseñó Moroni, para que el Padre Celestial me mostrara mi debilidad a fin de que me hiciera fuerte (véase Éter 12:27).
Entonces recordé tres incidentes ocurridos los dos días anteriores, en los que no había demostrado paciencia con mis hijos. Había puesto mis estados de ánimo y mis necesidades por encima de los de ellos y no había sido sensible a sus sentimientos. Me sentí mal y decidí enmendar la situación. Les pedí disculpas a mis hijos y oré para ser perdonada. Tan pronto como oré, desaparecieron los sentimientos de ineptitud y pude sentir la paz que no había podido sentir.
Como si se me hubiera encendido una lamparita en la mente, finalmente comprendí un concepto sencillo que, de algún modo, había pasado por alto durante todos esos años. Cuando tengo pecados que han quedado sin resolverse en mi vida, aun si son pequeños, le doy poder a Satanás para que influya en mí. Él conoce mis debilidades y sabe qué palabras me “incitarán” y “me conducirán a la destrucción” (véase D. y C. 10:22). De hecho, no me odio a mí misma, pero Satanás sí me odia y utilizará toda táctica disponible para apartarme de la luz.
Sin embargo, cuando me arrepiento, pongo mi confianza en el poder de Jesucristo. Debido a que Él sabe perfectamente cómo socorrerme en mi debilidad (véase Alma 7:11–12), Su poder me eleva y me hace fuerte en maneras que no podría serlo por mí misma.
Incluso el apóstol Pablo, tan valiente en proclamar el Evangelio, sufrió debilidad y fue afligido por los efectos que tuvo en él. No obstante, cuando oró para que la debilidad le fuera quitada, el Señor respondió: “Te basta mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad”. Y luego Pablo exclamó: “Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo” (2 Corintios 12:9).
Del mismo modo, haré todo lo posible por arrepentirme y obedecer los mandamientos para que “repose sobre mí el poder de Cristo” y pueda ser llena de paz y amor.