¿A dónde te llevarán tus amigos?
¿Te ha sucedido esto alguna vez? Estás sentado en la Iglesia escuchando al orador cuando de repente se oyen ruidos fuertes provenientes del techo. Para tu sorpresa, el cielo raso se abre y deja ver un brillante cielo azul y los rostros de cuatro hombres mirando hacia abajo a la congregación. Enseguida ven que ellos están bajando a otro hombre en una camilla que colocan sobre el piso de la capilla.
¿Te ha sucedido eso alguna vez? Probablemente no. Sin embargo, algo similar ocurrió durante el ministerio del Salvador.
Una curación milagrosa
“Unos hombres que traían en un lecho a un hombre que estaba paralítico”, comienza la historia en Lucas 5:18, “procuraban llevarle adentro y ponerle delante de [Jesus]”. El único problema era que no hallaban por dónde llevar adentro a su amigo enfermo porque ¡el lugar estaba repleto! Hasta las puertas estaban bloqueadas por la multitud, y no había manera de entrar.
Hasta ese punto, los amigos podrían haberse dado por vencidos e irse a casa. Pero no lo hicieron. Casi te puedes imaginar la conversación: “¿Qué debemos hacer?”, dijo uno. “Tengo una idea”, dijo otro. “¡Subamos al techo del edificio y hagamos una abertura y bajémoslo hasta el piso!”. También te puedes imaginar al enfermo al escuchar esos planes extraños, decir: “¿Ustedes van a hacer qué?”
La historia continúa:
“…subieron encima de la casa y por el tejado le bajaron con el lecho y le pusieron en medio, delante de Jesús.
“Al ver la fe de ellos, Jesús le dijo: Hombre, tus pecados te son personados” (Lucas 5:19–20).
Los escribas y los fariseos pensaron que esto era una blasfemia, entonces Jesús respondió:
“¿Qué es más fácil, decir: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda?
“Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): a ti te digo: ¡Levántate!, toma tu lecho y vete a tu casa” (Lucas 5:23–24).
La historia termina maravillosamente:
“Y al instante, se levantó en presencia de ellos, tomó el lecho en que estaba acostado y se fue a su casa glorificando a Dios.
“Y el asombro sobrecogió a todos, y glorificaban a Dios; y llenos de temor, decían: ¡Hoy hemos visto maravillas!” (Lucas 5:25–26).
Si te sientes espiritualmente débil
Tal vez no hayas presenciado un suceso como ése, pero existen muchas maneras de aplicar esa historia a tu vida. Podrías ponerte en el lugar del hombre enfermo. Digamos que fuiste débil, no física, sino espiritualmente. ¿A dónde te llevarán tus amigos? Quizás haya una fiesta, una película u otra actividad y tienes poco que decir al respecto: ¿a dónde te llevarán? Esta historia nos enseña una lección maravillosa: Tal vez llegue el día en que no seas tan fuerte como deberías serlo. En ese momento, la elección de amigos que hayas hecho será de importancia fundamental. Escoge amigos que te lleven a Cristo. El tener amigos que siempre te llevarán a un terreno más elevado es una bendición incalculable.
¿Qué clase de amigo eres?
Pero hay otra manera de mirar ese pasaje de las Escrituras. Ponte en el lugar de los amigos. ¿Qué clase de amigo eres? Aunque el Salvador fue el que sanó y perdonó al hombre, los amigos también son dignos de mención. Ellos amaban a su amigo y querían ayudarlo. Ellos no se dieron por vencidos ni se fueron a casa cuando las cosas se pusieron difíciles. ¡Imagina el gozo que debieron sentir cuando miraron hacia abajo desde el tejado y vieron a su amigo tomar su cama y caminar! Ésa es otra lección: Sé la clase de amigo que lleva personas a Cristo. Esos amigos fueron valientes, persistentes e incluso creativos. En cada palabra, en cada acción, en cada elección, tú puedes guiar personas hacia el Salvador, que nos puede sanar no sólo física, sino también espiritualmente.