Ella no perdió la esperanza en mí
Cuando me uní a la Iglesia en 1990, me hermanaron excelentes familias, se me dio un llamamiento y me sentí integrada. No obstante, un año más tarde, después de mudarnos a un nuevo barrio, comencé a alejarme. Dejé de asistir a las reuniones y empecé a salir con un hombre que no era miembro de la Iglesia.
Aún creía que la Iglesia era verdadera, sólo que no pensaba que yo fuera lo suficientemente buena para estar en ella. Entonces se asignó a Kathy como mi maestra visitante.
Durante los primeros meses, Kathy llamaba cada mes para tratar de programar una visita. Debido a que yo siempre evitaba sus visitas, ella comenzó a enviarme el mensaje de las maestras visitantes por correo. El mensaje llegaba cada mes como un reloj, cosa que continuó durante cuatro años, incluso después de que me casé con mi novio y tuvimos dos hijos.
Algunos meses, arrojaba el mensaje a la basura sin leerlo; otros, lo leía y luego lo arrojaba a la basura. Cuando mi matrimonio fracasó, me encontré sola para criar a un niño pequeño y a un bebé. Cuando me volvió a llegar el mensaje mensual de las maestras visitantes, decidí asistir a la Iglesia por primera vez en mucho tiempo.
Me sentí muy incómoda, como si tuviera todos mis pecados escritos en la frente. Una hermana que había conocido en el programa de los jóvenes adultos solteros me dio la bienvenida y nos sentamos juntas. De repente vino Kathy; yo desvié la mirada, avergonzada por no haber respondido ninguna de sus amables notas. Me sonrió, conversó con mi vecina durante un momento, y luego se sentó con su esposo.
Cuando llegué a casa del trabajo al día siguiente, había un mensaje de Kathy en el contestador automático. No pude devolverle la llamada; sabía que deseaba decirme que ya no se me permitía asistir a la Iglesia, y que mis pecados habían sido demasiado graves. Me sentí mal porque Kathy tuviera que transmitirme ese mensaje, pero sabía que era verdad. No había lugar para mí entre los rectos. No me atreví a llamarla, pero la tarde siguiente me volvió a llamar.
“Deseo disculparme”, dijo.
¿Por qué tendría Kathy que disculparse conmigo?
“No te reconocí cuando te vi en la iglesia el domingo”, me dijo. “Después de la reunión sacramental, le pregunté a la hermana con la que estuviste sentada quién eras. Para entonces ya te habías ido; me dio gusto verte”.
Me quedé atónita.
“Espero que podamos sentarnos juntas la próxima vez que asistas a la iglesia”, añadió Kathy.
“Me gustaría”, le dije, sintiéndome de pronto sumamente emocionada.
Nos sentamos juntas el domingo siguiente, y durante muchos domingos más después de ése. Ella fue una fuente de inspiración para mí para ser una mejor madre, una mejor miembro de la Iglesia y una mejor maestra visitante. Siempre escuchaba pacientemente, sin juzgar, tal como yo considero que lo haría el Salvador.
Kathy se sentó junto a mí el día en que recibí mis investiduras y el día en que me casé en el templo con mi nuevo esposo. Siguió siendo mi maestra visitante hasta que nos mudamos de esa área. Su servicio bendijo a mi familia de maneras que estoy segura que ella jamás hubiera imaginado, y todo porque no perdió la esperanza en mí.