Mi diezmo no podía esperar
David Erland Isaksen, Noruega
Durante los últimos años de mi adolescencia, al comenzar a pasar tiempo con los misioneros de tiempo completo, me di cuenta de cuán crucial era tener un testimonio de los principios que pronto estaría enseñando como misionero. Decidí que uno de los principios que deseaba comprender mejor era el del diezmo.
Muchas personas obtienen un testimonio del diezmo durante épocas de dificultades económicas. Sin embargo, mientras crecía, siempre tuve más de lo necesario. Si acaso tenía alguna necesidad económica, mis padres se encargaban de ella. Estaba agradecido por eso, pero aunque sabía que ellos pagarían mi misión, decidí que yo mismo quería solventar la mitad de ésta a través de mi trabajo como maestro de tiempo parcial.
Casi al mismo tiempo, me di cuenta de que no había pagado un diezmo íntegro del diez por ciento de mi último sueldo. Decidí que con el próximo sueldo compensaría la diferencia para poder ser un pagador de diezmo íntegro.
Sin embargo, cuando se me pagó el sueldo del mes, la cantidad era menor de lo que yo había previsto. La labor que realizaba era un poco irregular, así que mi salario variaba de mes en mes. Pronto comprendí que mi sueldo no cubriría mis gastos ni me permitiría pagar la diferencia de los diezmos que le debía al Señor de mi sueldo anterior.
Consideré las opciones que tenía y luego pensé: “Simplemente me pondré al día con el diezmo el mes próximo”. Pero entonces recordé una clase de instituto de religión sobre el diezmo. En particular, recordé lo que el Señor dice en el Antiguo Testamento: “Probadme ahora en esto” (Malaquías 3:10). Era una oportunidad para que yo pusiera a prueba el principio y obtuviera un testimonio más fuerte de lo que pronto enseñaría a otras personas.
Cuando pagué mi diezmo, me sentí bien por ponerme al día, pero la oportunidad de “probar” al Señor llegó al día siguiente, mucho más pronto y de un modo más grandioso de lo que jamás hubiera esperado, cuando se me ofreció un empleo de tiempo completo como maestro de educación preescolar. Podría trabajar hasta que saliera a la misión, y el dinero que ganaría sería más de lo que necesitaba para pagar la mitad de los gastos de mi misión. Esa bendición aumentó considerablemente mi testimonio del diezmo. Dicho testimonio se fortaleció una y otra vez al compartirlo con las personas a las que serví en la Misión Alemania Múnich/Austria durante los dos años siguientes.
Sé que el principio del diezmo es verdadero y que el Señor nos “a[bre] las ventanas de los cielos” y derrama bendición “hasta que sobreabun[da]” (Malaquías 3:10).