2011
La esencia del discipulado
Mayo de 2011


La esencia del discipulado

Cuando el amor es el principio que rige nuestra ayuda a los demás, el servicio que les prestamos es el Evangelio en acción.

Silvia H. Allred

Desde los comienzos del mundo, el Señor ha enseñado que para llegar a ser Su pueblo debemos ser uno en corazón y voluntad1. El Salvador también explicó que los dos grandes mandamientos son: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente” y “amarás a tu prójimo como a ti mismo”2. Por último, poco después que se organizó la Iglesia, el Señor mandó a los santos a que “[visitaran] a los pobres y a los necesitados, y les [suministraran] auxilio”3.

¿Cuál es el tema en común de todos estos mandamientos? Es que debemos amarnos y servirnos los unos a los otros. Eso es, de hecho, la esencia del discipulado en la verdadera Iglesia de Jesucristo.

Al celebrar los 75 años del programa de bienestar de la Iglesia, se nos recuerdan los propósitos del bienestar que son: ayudar a los miembros a ayudarse a sí mismos para llegar a ser autosuficientes, cuidar del pobre y del necesitado, y prestar servicio. La Iglesia ha organizado sus recursos para ayudar a los miembros a proveer de lo necesario para el bienestar físico, espiritual, social y emocional de ellos mismos, de sus familias y de otras personas. El oficio de obispo conlleva un mandato especial de velar por el pobre y el necesitado, y de administrar esos recursos para los miembros de su barrio. En ese empeño, recibe ayuda de los quórumes del sacerdocio, de la Sociedad de Socorro y, en particular, de los maestros orientadores y las maestras visitantes.

La Sociedad de Socorro siempre ha sido una parte esencial del bienestar. Cuando el profeta José Smith organizó la Sociedad de Socorro en 1842, les dijo a las mujeres: “Éste es el principio de días mejores para el pobre y el necesitado”4. Les dijo a las hermanas que el propósito de la sociedad era: “…socorrer al pobre, al indigente, a la viuda y al huérfano, y ejercer todo propósito benevolente… derramarán aceite y vino en el contristado corazón del afligido, secarán las lágrimas del huérfano y animarán el corazón de la viuda”5.

También dijo que la Sociedad “debía instar a los hermanos a las buenas obras para atender a las necesidades de los pobres, buscar a los que necesiten caridad y satisfacer sus carencias; y ayudar al corregir la moral de la comunidad y fortalecer sus virtudes”6.

Hoy en día los hombres y las mujeres de la Iglesia participan conjuntamente para dar alivio a quienes tienen necesidades. Los poseedores del sacerdocio proporcionan apoyo esencial a aquellos que necesitan ayuda y guía espiritual. Maestros orientadores inspirados ofrecen las bendiciones del Evangelio a cada núcleo familiar. Además, brindan su fortaleza y talentos de otras maneras, como ayudar a una familia con reparaciones en la casa, a mudarse o a encontrar trabajo.

Las presidentas de la Sociedad de Socorro visitan los hogares para determinar las necesidades e informar al obispo. Maestras visitantes inspiradas velan por las hermanas y por sus familias. Con frecuencia son las primeras que responden en momentos de necesidad. Las hermanas de la Sociedad de Socorro proporcionan comidas, prestan servicio caritativo y dan apoyo constante en tiempos de dificultades.

Los miembros de la Iglesia en todo el mundo se regocijaron en el pasado, y deberían regocijarse hoy, ante las oportunidades de prestar servicio a los demás. Nuestro esfuerzo mancomunado trae alivio a los que son pobres, tienen hambre, sufren o están afligidos y, de ese modo, salva almas.

Cada obispo tiene a su disposición el almacén del Señor que se establece cuando “los miembros fieles dan al obispo de su tiempo, talentos, habilidades, servicio caritativo, bienes materiales y medios económicos para cuidar de los pobres y edificar el reino de Dios sobre la tierra”7. Todos podemos contribuir al almacén del Señor al pagar nuestras ofrendas de ayuno y poner todos nuestros recursos a disposición del obispo para asistir a los necesitados.

A pesar de que el mundo está cambiando rápidamente, los principios de bienestar no han cambiado con el paso del tiempo porque son divinamente inspirados, son verdades reveladas. Cuando los miembros de la Iglesia y su familia hacen todo lo posible por mantenerse a sí mismos y aún así no pueden satisfacer sus necesidades básicas, la Iglesia está lista para ayudar. Las necesidades a corto plazo se cubren de inmediato y se establece un plan para ayudar al beneficiado a llegar a ser autosuficiente. La autosuficiencia es la capacidad de proveer de lo necesario para las necesidades espirituales y temporales de uno mismo y de su familia.

Al aumentar nuestro grado de autosuficiencia, aumentamos nuestra capacidad de ayudar y servir a los demás del modo en que lo hizo el Salvador. Seguimos el ejemplo del Salvador cuando velamos por los necesitados, los enfermos y los que sufren. Cuando el amor es el principio que rige nuestra ayuda a los demás, el servicio que les prestamos es el Evangelio en acción; es la expresión máxima del Evangelio. Es religión pura.

Al cumplir con mis varias asignaciones de la Iglesia, me he sentido humilde ante el amor y la preocupación que los obispos y las líderes de la Sociedad de Socorro han demostrado hacia su redil. Cuando prestaba servicio como presidenta de la Sociedad de Socorro de estaca en Chile a principios de la década de los ochenta, el país estaba pasando por una gran recesión y el porcentaje de desempleo era de un 30%. Fui testigo de cómo valientes presidentas de la Sociedad de Socorro y fieles maestras visitantes andaban “haciendo bienes”8 en esas difíciles circunstancias. Hacían lo que dice el pasaje que se encuentra en Proverbios 31:20: “Extiende su mano al pobre, y tiende sus manos al menesteroso”.

Las hermanas cuyas familias tenían muy poco ayudaban constantemente a quienes ellas pensaban que tenían mayor necesidad. Comprendí entonces más claramente lo que el Salvador observó cuando declaró en Lucas 21:3–4:

“En verdad os digo que esta viuda pobre echó más que todos.

“Porque todos éstos, de lo que les sobra echaron para las ofrendas de Dios; mas ella, de su pobreza, echó todo el sustento que tenía”.

Algunos años más tarde fui testigo de lo mismo en calidad de presidenta de la Sociedad de Socorro de estaca en Argentina cuando la hiperinflación azotó al país y la caída subsecuente de la economía afectó a muchos miembros fieles. Lo vi una vez más en mis recientes visitas a Kinshasa, en la República Democrática del Congo; a Antananarivo, Madagascar; y a Bulawayo, Zimbabue. Los miembros de los barrios de todas partes, y en particular las hermanas de la Sociedad de Socorro, siguen edificando la fe, fortaleciendo a las personas y a las familias, y ayudando a los necesitados.

Pensar que una humilde hermana o hermano que tiene un llamamiento en la Iglesia entra a un hogar donde hay pobreza, pesar, enfermedad o angustia, y trae paz, alivio y felicidad es asombroso. No importa dónde se encuentre el barrio o la rama, ni lo grande o pequeño que sea el grupo, todos los miembros alrededor del mundo tienen esa oportunidad. Sucede todos los días y en algún lugar está sucediendo en este preciso momento.

Karla es una madre joven con dos niñas. Su esposo Brent trabaja muchas horas y viaja una hora de ida y una de vuelta para ir al trabajo. Al poco tiempo del nacimiento de su segunda hija, ella relató la siguiente experiencia: “El día después de que me llamaron a servir como consejera de la Sociedad de Socorro del barrio comencé a sentirme abrumada. ¿Cómo era posible asumir la responsabilidad de ayudar a cuidar de las mujeres del barrio cuando yo tenía dificultad simplemente para cumplir con mi función de esposa y madre de una niña muy activa de 2 años y una bebé recién nacida? Mientras pensaba en ello, la niña de dos años enfermó. No sabía qué hacer por ella y al mismo tiempo cuidar de la bebé. Justo en ese momento la hermana Wasden, que es una de mis maestras visitantes, llegó a la puerta inesperadamente. Ya que ella tenía hijos adultos, sabía exactamente qué hacer para ayudar. Me dijo lo que debía hacer mientras ella iba a la farmacia a comprar algunos remedios. Más tarde hizo los arreglos a fin de que recogieran a mi esposo en la estación de trenes para que pudiera llegar a casa más rápido y ayudarme. Que ella respondiera a lo que yo creo fue una impresión del Espíritu Santo, junto con su deseo de servirme, era la reafirmación que yo necesitaba del Señor, de que Él me ayudaría a cumplir con mi nuevo llamamiento”.

El Padre Celestial nos ama y conoce nuestras circunstancias y habilidades particulares. Aun cuando buscamos Su ayuda a diario por medio de la oración, generalmente es por medio de otra persona que Él responde a nuestras necesidades9.

El Señor dijo: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros”10.

El amor puro de Cristo se expresa al prestar servicio desinteresado. El ayudarnos los unos a los otros es una experiencia santificadora que exalta al que recibe y hace más humilde al dador. Nos ayuda a llegar a ser verdaderos discípulos de Cristo.

El plan de bienestar siempre ha sido la aplicación de principios eternos del Evangelio. Verdaderamente es proveer conforme a la manera del Señor. Espero que cada uno de nosotros renovemos nuestro deseo de ser parte del almacén del Señor al bendecir a los demás.

Ruego que el Señor bendiga a cada uno de nosotros con más misericordia, caridad y compasión. Suplico que recibamos mayor deseo y capacidad de tender una mano y ayudar a los menos afortunados, los angustiados y los que sufren; que las necesidades de ellos se satisfagan, que su fe se fortalezca y su corazón rebose de gratitud y amor.

Que el Señor bendiga a cada uno de nosotros al obedecer Sus mandamientos y al seguir Su Evangelio y Su luz. En el nombre de Jesucristo. Amén.

Notas

  1. Véase Moisés 7:18.

  2. Véase Mateo 22:36–40.

  3. Doctrina y Convenios 44:6.

  4. Véase Enseñanzas de los presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 481.

  5. Véase Enseñanzas de los presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 481.

  6. Véase Enseñanzas de los presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 481.

  7. Véase El proveer conforme a la manera del Señor: Una guía para los líderes bienestar, 1990, 1991, págs. 15–16.

  8. Hechos 10:38; Artículos de Fe 1:13.

  9. Véase Enseñanzas de los presidentes de la Iglesia: Spencer W. Kimball, 2006, pág. 93.

  10. Juan 13:35.