El espíritu de revelación
El espíritu de revelación es real, puede funcionar, y de hecho funciona, en la vida de cada uno y en La Iglesia.
Expreso gratitud por la inspiración que ha dirigido la selección del himno que vendrá después de mis palabras, “¿En el mundo he hecho bien?” (Himnos, Nº 141). Me doy por aludido.
Los invito a considerar dos experiencias que la mayoría hemos tenido con la luz.
La primera experiencia sucede cuando entramos en un cuarto oscuro y encendemos el interruptor de la luz. Recuerden cómo, en un instante, la habitación se llena de luz y hace que desaparezca la oscuridad. Lo que antes no se veía y era incierto, se vuelve claro y reconocible. Esta experiencia se caracteriza por el inmediato e intenso reconocimiento de la luz.
La segunda experiencia tiene lugar al observar la noche transformarse en la mañana. ¿Recuerdan el lento y casi imperceptible aumento de luz en el horizonte? En comparación con el hecho de encender una luz en un cuarto oscuro, la luz del sol naciente no irrumpe de inmediato. Más bien, la intensidad de la luz aumenta de manera gradual y constante, y a la oscuridad de la noche la reemplaza el resplandor de la mañana. Finalmente, el sol se asoma por el horizonte, pero la evidencia visual de su inminente llegada se manifiesta horas antes de aparecer realmente sobre el horizonte. Esta experiencia se caracteriza por el discernimiento sutil y gradual de la luz.
De esas dos experiencias comunes y corrientes con la luz podemos aprender mucho acerca del espíritu de revelación. Ruego que el Espíritu Santo nos inspire e instruya al centrar nuestra atención en el espíritu de revelación y en los métodos básicos mediante las cuales se recibe.
El espíritu de revelación
La revelación es la comunicación de Dios con Sus hijos en la tierra y es una de las grandes bendiciones relacionadas con el don y la compañía constante del Espíritu Santo. El profeta José Smith enseñó: “El Espíritu Santo es un revelador”, y “ningún hombre puede recibir el Espíritu Santo sin recibir revelaciones” (Véase, Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 139).
El espíritu de revelación está al alcance de toda persona que, mediante la debida autoridad del sacerdocio, reciba las ordenanzas salvadoras del bautismo por inmersión para la remisión de los pecados y la imposición de manos para recibir el don del Espíritu Santo, y que actúe con fe para cumplir el mandato del sacerdocio que dice: “Recibe el Espíritu Santo”. Esta bendición no se limita a las autoridades que presiden la Iglesia, sino que le pertenece y debe estar en vigor en la vida de todo hombre, toda mujer y todo niño que alcanza la edad de responsabilidad y que entra en convenios sagrados. El deseo sincero y la dignidad invitan al espíritu de revelación a nuestra vida.
José Smith y Oliver Cowdery adquirieron una valiosa experiencia con el espíritu de revelación al traducir el Libro de Mormón. Esos hermanos descubrieron que podían recibir el conocimiento que fuera necesario para llevar a cabo su obra si pedían con fe, con un corazón sincero, creyendo que recibirían. Con el tiempo, fueron comprendiendo cada vez más que el espíritu de revelación normalmente funciona como pensamientos y sentimientos que acuden a nuestra mente y corazón por el poder del Espíritu Santo. (Véase D. y C. 8:1–2; 100:5–8.) Como el Señor les mandó: “Ahora, he aquí, éste es el espíritu de revelación; he aquí, es el espíritu mediante el cual Moisés condujo a los hijos de Israel a través del Mar Rojo sobre tierra seca. Por tanto, éste es tu don; empéñate en él” (D. y C. 8:3–4).
Hago hincapié en la frase “empéñate en él” en relación con el espíritu de revelación. En las Escrituras, con frecuencia se describe la influencia del Espíritu Santo como “una voz apacible y delicada” (1 Reyes 19:12; 1 Nefi 17:45; véase también 3 Nefi 11:3) y “una voz… de perfecta suavidad” (Helamán 5:30). A causa de que el Espíritu nos susurra tierna y delicadamente, es fácil comprender por qué debemos rechazar los medios de comunicación inapropiados, la pornografía y las substancias y conductas perjudiciales y adictivas. Esas herramientas del adversario pueden dañar y, con el tiempo, destruir nuestra capacidad para reconocer los sutiles mensajes de Dios por medio del poder de Su Espíritu, y responder a ellos. Cada uno de nosotros debe considerar seriamente y meditar con espíritu de oración cómo rechazar las tentaciones del diablo, y en rectitud “empeñarnos” en el espíritu de revelación en nuestra vida y en la de nuestra familia.
Modelos de revelación
Las revelaciones se transmiten de diversas maneras, entre ellas, por ejemplo, sueños, visiones, conversaciones con mensajeros celestiales e inspiración. Algunas revelaciones se reciben de forma inmediata e intensa, mientras que otras se reconocen de manera gradual y sutil. Las dos experiencias que describí relacionadas con la luz nos sirven para entender mejor estos dos modelos básicos de revelación.
Una luz que se enciende en un cuarto oscuro es semejante a recibir un mensaje de Dios rápida y completamente, y todo de una vez. Muchos de nosotros hemos experimentado este modelo de revelación cuando se nos ha dado respuesta a nuestras oraciones sinceras o se nos ha proporcionado orientación o protección, de acuerdo con la voluntad y el tiempo de Dios. Las descripciones de este tipo de manifestaciones inmediatas e intensas se encuentran en las Escrituras, se relatan en la historia de la Iglesia y se manifiestan en nuestra propia vida. Efectivamente, estos poderosos milagros sí ocurren. Sin embargo, este modelo de revelación tiende a ser más infrecuente que común.
El aumento gradual de la luz que irradia el sol naciente es semejante a recibir un mensaje de Dios “línea por línea, precepto por precepto” (2 Nefi 28:30). La mayoría de las veces, la revelación viene en pequeños incrementos a lo largo de cierto tiempo, y se concede de acuerdo con nuestro deseo, dignidad y preparación. De manera gradual y delicada, esas comunicaciones del Padre Celestial “[destilan] sobre [nuestra alma] como rocío del cielo” (D. y C. 121:45). Este modelo de revelación tiende a ser más común que infrecuente y es evidente en las experiencias de Nefi, cuando intentó diferentes métodos antes de lograr obtener de Labán las planchas de bronce (véase 1 Nefi 3–4). Finalmente, fue guiado por el Espíritu a Jerusalén “sin saber de antemano lo que tendría que hacer” (1 Nefi 4:6). Él no aprendió a construir un barco con maestría singular todo al mismo tiempo; antes bien, el Señor le mostró a Nefi “de cuando en cuando la forma en que debía… trabajar los maderos del barco” (1 Nefi 18:1).
Tanto la historia de la Iglesia como nuestra vida están colmadas de ejemplos del modelo del Señor para recibir revelación “línea por línea, precepto por precepto”. Por ejemplo, las verdades fundamentales del Evangelio restaurado no se le dieron a José Smith todas a la vez en la Arboleda Sagrada. Esos valiosos tesoros se revelaron según lo requirieron las circunstancias y en el momento propicio.
El presidente Joseph F. Smith explicó cómo este modelo de revelación tuvo lugar en su vida: “En los años de mi juventud… con frecuencia iba y le pedía al Señor que me manifestara alguna cosa maravillosa, a fin de recibir un testimonio. Pero el Señor no me concedió milagros sino que me mostró la verdad, línea por línea… hasta que me hizo saber la verdad desde el tope de la cabeza hasta la planta de los pies, y hasta que se borraron completamente de mí las dudas y el temor. No fue necesario que enviara a un ángel de los cielos para hacerlo, ni tuvo que hablar con la trompeta de un arcángel; sino que, mediante el susurro de la voz apacible y delicada del Espíritu del Dios viviente, me dio el testimonio que poseo. Es por medio de ese principio y de ese poder que dará a todos los hijos de los hombres un conocimiento de la verdad que permanecerá con ellos y los hará conocer la verdad como Dios la conoce y cumplir con la voluntad del Padre como lo hace Cristo. Ningún número de manifestaciones maravillosas podrá jamás lograr eso” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Joseph F. Smith, págs. 287–288).
Los miembros de la Iglesia tenemos la tendencia a recalcar tanto las maravillosas y dramáticas manifestaciones espirituales, que tal vez no apreciemos, y hasta pasemos por alto, el modelo común por medio del cual el Espíritu Santo lleva a cabo Su obra. La misma “sencillez de la manera” (1 Nefi 17:41) de recibir impresiones espirituales pequeñas y graduales que con el tiempo y en su totalidad constituyan la respuesta deseada o la guía que necesitemos, tal vez nos haga “traspasar lo señalado” (Jacob 4:14).
He conversado con muchas personas que dudan de la fortaleza de su testimonio personal y subestiman su capacidad espiritual porque no reciben impresiones frecuentes, milagrosas ni intensas. Quizás al considerar las experiencias que tuvo José en la Arboleda Sagrada, las de Saulo en el camino a Damasco y las de Alma hijo, llegamos a pensar que algo está mal con nosotros o nos falta si no tenemos esos ejemplos conocidos y espiritualmente sorprendentes. Si ustedes han tenido pensamientos o dudas similares, sepan que es algo muy normal; simplemente sigan adelante con obediencia y fe en el Salvador. Si lo hacen, “no podr[án] errar” (D. y C. 80:3).
El presidente Joseph F. Smith aconsejó: “Muéstrenme Santos de los Últimos Días que tienen que nutrirse con milagros, señales y visiones a fin de conservarse firmes en la Iglesia, y les mostraré miembros… que no son rectos ante Dios y que andan por caminos resbaladizos. No es por manifestaciones milagrosas dadas a nosotros que seremos establecidos en la verdad, sino mediante la humildad y la fiel obediencia a los mandamientos y leyes de Dios” (Doctrina y Convenios, Manual para el alumno de instituto, Religión 324–325, 1985, pág. 351).
Otra experiencia común con la luz nos ayuda a aprender una verdad adicional sobre el modelo de revelación de “línea por línea, precepto por precepto”. A veces el sol se levanta en una mañana nublada o brumosa; debido a la nubosidad, percibir la luz es más difícil, y no es posible determinar el momento preciso en el que el sol se levanta sobre el horizonte; no obstante, en esas mañanas tenemos suficiente luz para reconocer un nuevo día y llevar a cabo nuestras tareas.
De manera similar, muchas veces recibimos revelación sin reconocer exactamente cómo o cuándo la estamos recibiendo. Este principio lo ilustra un importante episodio de la historia de la Iglesia.
En la primavera de 1829, Oliver Cowdery era maestro en Palmyra, Nueva York. Al enterarse de José Smith y de la obra de traducción del Libro de Mormón, sintió la impresión de ofrecer su ayuda al joven profeta. Por consiguiente, viajó a Harmony, Pensilvania, y se convirtió en el escriba de José. El momento de su llegada y la ayuda que proporcionó fueron de suma importancia para que el Libro de Mormón saliera a luz.
Posteriormente, el Salvador le reveló a Oliver que las veces que había orado para recibir guía, había recibido instrucción del Espíritu del Señor. “De lo contrario”, declaró el Señor, “no habrías llegado al lugar donde ahora estás. He aquí, tú sabes que me has preguntado y yo te iluminé la mente; y ahora te digo estas cosas para que sepas que te ha iluminado el Espíritu de verdad” (D. y C. 6:14–15).
Por lo tanto, Oliver recibió una revelación mediante el profeta José Smith en la que se le informaba que había estado recibiendo revelación. Aparentemente, Oliver no había reconocido ni cómo ni cuándo había estado recibiendo orientación de Dios y necesitaba esa instrucción para aumentar su conocimiento del espíritu de revelación. De hecho, Oliver había estado caminando en la luz como cuando el sol se levanta en una mañana nublada.
En muchas de las incertidumbres y los desafíos que afrontamos en nuestra vida, Dios nos pide que hagamos lo mejor posible, que actuemos y no que se actúe sobre nosotros (2 Nefi 2:26), y que confiemos en Él. Quizás no veamos ángeles, no escuchemos voces celestiales ni recibamos impresiones espirituales sorprendentes. Tal vez con frecuencia sigamos adelante con esperanza y oración —pero sin absoluta seguridad— de que estamos actuando de acuerdo con la voluntad de Dios. Pero a medida que honremos nuestros convenios y guardemos los mandamientos, al esforzarnos con más constancia por hacer lo bueno y ser mejores, podemos andar con la confianza de que Dios guiará nuestros pasos. Podemos hablar con la certeza de que Dios inspirará nuestras palabras. Esto es, en parte, el significado del pasaje que dice: “…entonces tu confianza se fortalecerá en la presencia de Dios” (D. y C. 121:45).
A medida que procuren y apliquen de manera apropiada el espíritu de revelación, les prometo que “camin[arán] a la luz de Jehová” (Isaías 2:5; 2 Nefi 12:5). A veces el espíritu de revelación actuará de manera inmediata e intensa; otras, de manera sutil y gradual, y con frecuencia de forma tan delicada que tal vez no lo reconozcamos conscientemente; pero sin importar el modelo mediante el cual se reciba esa bendición, la luz que proporciona iluminará y ensanchará su alma, iluminará su entendimiento (véase Alma 5:7; 32:28), y los dirigirá y los protegerá a ustedes y a su familia.
Declaro mi testimonio apostólico de que el Padre y el Hijo viven. El espíritu de revelación es real, puede funcionar, y de hecho funciona, en la vida de cada uno y en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Testifico de estas verdades en el sagrado nombre del Señor Jesucristo. Amén.