Hambre de la Palabra en Ecuador
“…bienaventurados son todos los que padecen hambre y sed de rectitud, porque ellos serán llenos del Espíritu Santo” (3 Nefi 12:6).
Ana Visbicut se apoya sonriente en las rejas de madera afuera de su casa; sus hijos están sentados con ella en un banco, con una sonrisa tan amplia como la de ella. Es una cálida y soleada tarde de sábado. Ana vive en Puerto Francisco de Orellana, una pequeña ciudad ubicada en la selva del oriente de Ecuador. Los miembros de la presidencia de la Rama Orellana acaban de pasar por allí; sin querer han interrumpido la visita de Ana con las misioneras, pero a ella no le importa: le agrada la compañía. Tiene mucho que agradecer, y expresa su agradecimiento abundantemente.
No es que Ana no haya tenido sus dificultades; vive sola con sus cinco hijos pequeños; le resulta difícil encontrar trabajo todos los días, y cuando se bautizó en agosto de 2009, sólo uno de sus hijos se bautizó con ella.
Pero en el curso del siguiente año, tuvo la bendición de que tres más de sus hijos siguieran su ejemplo y fueran bautizados y confirmados (uno de ellos era muy pequeño en esa época).
Sí, los ojos de Ana brillan de gratitud. Ella, al igual que otros miembros de la Rama Orellana, ha descubierto el gozo absoluto que se recibe al vivir el evangelio de Jesucristo.
El gozo empieza con el deseo
En diciembre de 2008, la Iglesia no estaba formalmente organizada en Puerto Francisco de Orellana. En esa época, vivían allí varios miembros, algunos de los cuales no habían ido a la Iglesia en años.
Sin embargo, algo ocurrió: El Espíritu conmovió corazones y cambió vidas, motivando a cuatro familias a empezar a reunirse para estudiar las Escrituras y enseñarse unos a otros. Ese sentimiento se percibe en la ciudad incluso hoy día.
“La gente de aquí tiene hambre y sed del Evangelio”, dice Fanny Baren García, un miembro de la rama.
Ese deseo inspiró a los miembros de Puerto Francisco de Orellana a ponerse en contacto con la Iglesia y pedir permiso para administrar la Santa Cena. “Nosotros no fuimos a ellos”, recuerda Timothy Sloan, ex presidente de la Misión Ecuador Quito. “Ellos me llamaron. El deseo de actuar según esos sentimientos, de seguir la invitación del Salvador que aparece a lo largo del Libro de Mormón de ejercer fe en Él y de arrepentirse ya estaba presente. Ése es un mensaje para todos nosotros”.
Existía un deseo similar en el corazón de las personas que se mudaban a Puerto Francisco de Orellana. A principios de enero de 2009, Marco Villavicencio, actualmente el presidente de la rama, y su esposa Claudia Ramírez, estaban considerando una oportunidad de trabajo que haría necesario que se mudaran de su casa en Machala, al otro lado del Ecuador, a Puerto Francisco de Orellana.
“Mi primera pregunta fue”, dice el presidente Villavicencio, “‘¿Está la Iglesia allí?’. Mi esposa y yo hablamos del asunto con nuestra familia y oramos para saber si debíamos mudarnos. Tan pronto como llegó la oferta de trabajo, nos enteramos de que la Iglesia se establecería en Puerto Francisco de Orellana. Nos mudamos aquí en febrero de 2009 y en septiembre se organizó la rama”.
El gozo del servicio
El deseo de venir a Cristo conduce naturalmente a un deseo de servir. El evangelio de Jesucristo cambia tanto a aquellos que dan como a los que reciben. Este proceso recíproco ocurre cuando los corazones se humillan, se abren las mentes y se presta servicio. Dicho servicio ha jugado una parte primordial en el crecimiento de la Iglesia en Puerto Francisco de Orellana y ha fortalecido a las personas que lo han prestado.
“¿Cómo me siento en cuanto a mi llamamiento?”, pregunta Clara Luz Farfán, quien en septiembre de 2010 fue llamada a servir en la presidencia de la Sociedad de Socorro. “Feliz, porque sé que voy a poder ayudar a otras hermanas a venir a la Iglesia y a fortalecer a las nuevas hermanas que han sido bautizadas”.
Ese mismo sentimiento ha inundado el corazón de todos los miembros de la rama. Lourdes Chenche, la presidenta de la Sociedad de Socorro, dice que se requiere esfuerzo para fortalecer a las hermanas, pero es un esfuerzo que brinda gustosamente: “Como presidencia y como integrantes de la Sociedad de Socorro, visitamos a las hermanas y estamos a su lado cuando tienen problemas. Les proporcionamos alimentos cuando hay necesidad; les hacemos saber que no están solas, que tenemos la ayuda de Jesucristo y de la rama; y les enseñamos que ellas tienen que hacer su parte: orar, estudiar las Escrituras y prepararse. Oramos con ellas, les damos consuelo y las amamos profundamente”.
Pero las hermanas no llevan a cabo la obra solas. “Hablamos con el presidente de rama para ver lo que se puede hacer”, agrega Lourdes. “Les informamos a él y al consejo de rama las necesidades de ellas a fin de decidir lo que tenemos que hacer”.
El cometido de las hermanas de llevar a cabo su parte es un sentimiento que es común en toda la rama. En uno de los proyectos de servicio para ayudar a una familia “participamos todos”, señala Lourdes, “los niños, los jóvenes, los adultos, la Sociedad de Socorro y los misioneros. La experiencia fue sumamente edificante. Sé que cuando nos ‘[hallamos] al servicio de [nuestros] semejantes, sólo [estamos] al servicio de [nuestro] Dios’ [Mosíah 2:17]. Cuando presto servicio, siento que lo hago para Jesucristo. De eso se trata la obra del reino”.
El gozo de hermanar
Hay algo innegablemente fortalecedor en cuanto a la unión, ese sentido de pertenecer a la comunidad de santos. Se reciben bendiciones cuando llegamos a ser “conciudadanos con los santos, y miembros de la familia de Dios” (Efesios 2:19) y vivimos como miembros de una familia que “[está dispuesta] a llevar las cargas los unos de los otros para que sean ligeras; sí, y [está dispuesta] a llorar con los que lloran; sí, y a consolar a los que necesitan de consuelo” (Mosíah 18:8–9).
Fanny explica: “Creo que nuestra fortaleza proviene del hecho de que como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días nos sentimos como familia; y creo que el prestarnos servicio unos a otros ha sido muy benéfico. Damos lo que se necesite, y eso ha creado un sentimiento de unión. A cada persona nueva que viene a la Iglesia la recibimos con los brazos abiertos; le damos la bienvenida. Creo que un abrazo expresa más que mil palabras”.
La experiencia que tuvo Ana es prueba de ello. Por ser madre sola de cinco hijos, se enfrenta al constante desafío económico de tratar de proveer de lo necesario para su familia cuando no es fácil conseguir trabajo, y ese esfuerzo puede dejarla agotada tanto emocional como espiritualmente. El hermanamiento de los miembros de la rama ha sido una ayuda importante para su familia durante tiempos difíciles. “Los miembros vienen y leen las Escrituras conmigo”, dice Ana. “Me cuidan; cuando tenemos dificultades, están allí apoyándome, y eso es muy importante para los miembros nuevos”.
Ese sentimiento de hermanamiento es parte de la razón por la que la rama ha crecido tan rápido; de 28 miembros que hubo el primer domingo, la asistencia de la rama ha aumentado a 83 tan sólo un año después, lo que incluye a una docena de visitantes que no son de nuestra religión.
Los líderes de la rama pasaron el sábado antes de la conferencia de rama visitando a los miembros y a los que investigaban la Iglesia; compartieron pasajes de las Escrituras con ellos, animándolos a ser mejores.
Un hermano recién bautizado se convirtió por medio del estudio de las Escrituras; las leía tanto solo como con los miembros y misioneros. “El Libro de Mormón es la clave”, afirma; “es la clave para mí”. Él ha hallado gozo en la Iglesia. La influencia del Evangelio es tan fuerte que empezó a pagar su diezmo incluso antes de bautizarse.
Sin embargo, la amistad va más allá de compartir el Evangelio con los demás; puede cambiar el modo de vivir.
“Antes de unirme a la Iglesia”, dice Bernabé Pardo, otro converso reciente, “los únicos amigos que tenía eran personas que salían a tomar un trago; pero ahora que soy miembro, tengo muchos amigos, amigos verdaderos. Me invitan a leer el Libro de Mormón con ellos; me invitan a sus noches de hogar; se prestan servicio unos a otros. Los he acompañado a realizar proyectos de servicio. Mi vida es completamente diferente ahora; he recibido muchas, muchas bendiciones. Pago mi diezmo, y el Señor me ha bendecido”.
Es un estilo de vida que no es exclusivamente para los adultos. “Siempre les enseñamos a las mujeres jóvenes en cuanto al poder del hermanamiento, de saludar a las personas y de conversar con ellas”, dice Claudia Ramírez. “Cuando la gente llega a la capilla por primera vez, lo que le impresiona es la forma en que se la recibe. De manera que enseñamos a las mujeres jóvenes la importancia que cada alma tiene para el Señor, y eso ha sido de gran ayuda. Además, fijamos metas con ellas para su Progreso Personal, lo cual las motiva a compartir su amistad con los demás”.
El presidente Villavicencio explica que “tratamos de poner en práctica la exhortación del presidente Gordon B. Hinckley de que todo nuevo converso necesita ser nutrido por la buena palabra de Dios, tener un amigo, y tener una responsabilidad”1.
Ana presta servicio como segunda consejera de la presidencia de la Primaria y su hijo Jorge es el primer consejero del quórum de maestros.
“Les damos una responsabilidad”, afirma el presidente Villavicencio, “una oportunidad para aprender en puestos de liderazgo, y alguien que los encamine”.
El gozo de ser cambiados
Para Claudia, el prestar servicio en el Evangelio produjo un leve aumento de confianza en su corazón. “Me bauticé cuando tenía ocho años”, dice Claudia. “Siempre íbamos a la Iglesia pero, a medida que fui creciendo, vi muchos matrimonios que fracasaban. Pensaba mucho en ellos y me preocupaba de que nunca llegaría a casarme por temor a que el matrimonio no funcionara. Tenía miedo de confiarle mi vida a alguien más, de que fuera demasiado difícil; pero cuando regresé de mi misión, ya no pensaba así. Enseñar la doctrina hace que uno mismo cambie”.
Claudia y Marco Villavicencio eran amigos desde antes de la misión de ella. Al poco tiempo de que ella regresó, asistieron juntos al templo con algunos amigos y ocurrió algo especial. “Sentí que el Señor estaba contestando mis oraciones, que ése era un hombre con el que me podía casar”, explica Claudia. “Tengo la mayor bendición al tener un buen esposo”.
Gozo al vivir el Evangelio
“Nuestra felicidad no depende de las cosas materiales”, afirma Oscar Reyes, de 15 años, “sino de la manera en que vivimos. Ésa es la razón por la que santifico el Día de Reposo, porque le es agradable a Dios; y ésa es la razón por la que serviré en una misión y por la que me gusta servir a los demás”.
Los miembros de la Rama Orellana han encontrado verdadero gozo al vivir el Evangelio. “Soy muy feliz”, afirma Lourdes. “A pesar de que me encuentro muy lejos de mi familia, aquí también tengo una familia, una familia espiritual. Tengo un gran testimonio de esta obra. Sé que Jesucristo vive y que, si somos obedientes, Él nos bendecirá”.
Es un gozo que llena sus vidas, sin importar los desafíos que encuentren en la vida; es un gozo que proviene de un recto vivir.