¿Este libro viene de Ti?
Cynthia Ann Lee, Nevada, EE. UU.
Acababa de cumplir 21 años y estaba trabajando como camarera en el restaurante de un centro local de esquí. Una tarde, al terminar de limpiar el comedor, otro camarero me dio un libro y dijo que podía quedarme con él. Le di las gracias y lo acepté.
Leí la cubierta: El Libro de Mormón, y despertó mi curiosidad; de modo que decidí ir a la cocina para echarle un vistazo. Dentro de la cubierta encontré una nota que el camarero me había escrito. En ella me decía que el Libro de Mormón era un libro verdadero del evangelio de Jesucristo y que él sabía que me llegaría al corazón. Decidí empezar a leerlo allí mismo.
Al leerlo, me inundó una sensación extraña y a la vez pacífica. No había tenido ese sentimiento al leer ningún libro, salvo la Biblia. Mi intención inicial de leer unas pocas páginas se convirtió rápidamente en unos cuantos capítulos. No podía dejar el libro. Entonces llegué a 1 Nefi 15:11: “¿No recordáis las cosas que el Señor ha dicho: Si no endurecéis vuestros corazones, y me pedís con fe, creyendo que recibiréis, guardando diligentemente mis mandamientos, de seguro os serán manifestadas estas cosas?”.
Tenía que saber si ese libro era verdadero. No sabía cómo dirigirme a Dios en oración, así que simplemente miré hacia arriba, al techo de la cocina, y pregunté: “¿Este libro viene de Ti?”. Inmediatamente sentí una respuesta contundente: “Sí”. Recuerdo haber pensado: “¡Vaya! Supongo que tendré que terminar de leerlo”.
Tres meses después, ya había terminado de leer el Libro de Mormón y fui a California a visitar a mi padre. No muy lejos de su casa, pasé por un edificio en cuya fachada había un mosaico que reconocí. Rápidamente entré en el estacionamiento y vi a un hombre.
“¿Por qué está la visión de Lehi del árbol de la vida en su edificio?”, le pregunté. Entonces él me habló de su iglesia: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Saqué el Libro de Mormón de mi automóvil y empecé a hacerle preguntas acerca de todos los pasajes de Escrituras que había marcado a medida que leía. Me interrumpió un momento y me dijo que la Iglesia tenía misioneros que dedicaban dos años de su vida para responder a preguntas como las mías.
Le di la dirección de mi padre y, posteriormente, dos élderes llegaron a visitarme. Quedé impresionada al ver que estaban ansiosos por contestar todas mis preguntas. Quedé aún más impresionada porque los nuevos conceptos que me enseñaron parecían ser cosas familiares que volvía a recordar. Cinco meses después me bauticé en la Iglesia.
Ya han pasado treinta y dos años desde entonces y sigo leyendo el Libro de Mormón diariamente. Ha sido una continua fuente de luz y guía para mi familia y para mí. Estoy muy agradecida a los antiguos profetas que grabaron las palabras de Dios en las planchas de oro, a José Smith por soportar las persecuciones y las pruebas que tuvo a fin de traducir y publicar sus verdades, así como a un camarero que tuvo el valor de darme un Libro de Mormón aquel día.