¡Su cosecha se va a helar!
Ben E. Fowler, Utah, EE. UU.
Cuando nuestra familia se estaba preparando para sellarse en el Templo de Logan, Utah, nos volvimos a comprometer a vivir el evangelio de Jesucristo; en particular, hicimos un compromiso con el Señor de que siempre pagaríamos los diezmos. Poco después de nuestro sellamiento, nos mudamos a Wyoming, EE. UU., para probar suerte con la agricultura.
Era a finales de abril cuando empezamos a preparar las 121 hectáreas (300 acres) de tierra. Quemamos la maleza, nivelamos el terreno y cavamos zanjas. Cuando finalmente empezamos a sembrar, ya era tarde en la temporada de cultivo. Decidí plantar cebada, porque requiere un ciclo más corto de crecimiento.
Había plantado varias hectáreas cuando un ranchero de la comarca me dijo: “Está perdiendo su tiempo, energía y dinero; es demasiado tarde, ¡su cosecha se va a helar para el 21 de agosto!”.
Agarró un puñado de tierra del suelo y continuó: “Ha secado el suelo con tanto rastrillar, quemar y nivelar; las semillas no van a germinar si no tienen humedad”.
Sabía que el terreno estaba muy seco, pero ya habíamos invertido gran cantidad de dinero en el cultivo, por lo que decidí seguir plantando. Tenía fe en que debido a que habíamos hecho todo lo posible por preparar el terreno y éramos pagadores de un diezmo íntegro, nuestro Padre Celestial nos ayudaría. Después de plantar todo, me arrodillé con mi familia en oración, pidiéndole Su ayuda.
Al día siguiente comenzó a llover; era una lluvia perfecta, lo suficientemente suave como para no llevarse las semillas ni la tierra blanda de las colinas. Nuestras fervientes oraciones y largos y arduos días de trabajo no habían sido en vano.
Durante la primavera y el verano trabajamos de doce a catorce horas diarias, seis días a la semana, regando, vallando y preparándonos para la cosecha. También guardamos nuestras promesas al Señor, pagamos los diezmos y servimos diligentemente en nuestros llamamientos de barrio. El grano creció fantástica y abundantemente; parecía que las plantas de cebada saltaban de la tierra. Sin embargo, al acercarse el fin de la temporada, estábamos preocupados de que bajara la temperatura tanto que la cosecha no sobreviviera. Oramos para que Dios la conservara, y teníamos fe en que Él cumpliría Su promesa a los que pagan sus diezmos: “Reprenderé también por vosotros al devorador, y no os destruirá el fruto de la tierra” (Malaquías 3:11).
Aquel temido día, el 21 de agosto, llegó, así como las heladas; pero cuando fui a los campos al día siguiente, vi que la cosecha se había preservado. Varias semanas después, nuestra cosecha de cebada llenó muchos camiones, y la pudimos vender con considerable ganancia.
El verano siguiente, nuestras hectáreas de alfalfa y cebada eran un verde vivo en medio de aquel polvoriento paisaje de matorrales. Un día, a finales de agosto, estaba regando cuando vi venir una fuerte tormenta. “Ay, no”, pensé, “¡granizo!”. Me arrodillé en el campo para orar, ya que sabía que nuestra cosecha podía ser destruida. La tormenta llegó rápido; veía que caía granizo al norte y al sur de mis campos. Fui a la valla que linda al norte; había caído granizo justo dentro de la línea de la valla, pero no más adentro. Rápidamente fui a la valla que linda al sur; allí, el granizo había caído justo fuera de la valla. ¡A nuestra cosecha, el granizo no la había tocado!
Nuestros vecinos estaban impresionados con lo afortunados que habíamos sido, y recordé las palabras de Malaquías, “Y todas las naciones os llamarán bienaventurados” (Malaquías 3:12). Verdaderamente habíamos sido bendecidos. Estoy agradecido porque cuando hacemos todo lo que podemos por obedecer los mandamientos de Dios, Él cumple Sus promesas.