Del campo misional
Una pila bautismal vacía
¿Cómo podíamos efectuar el bautismo si no había agua para llenar la pila?
Eran las 7:45 de una lluviosa mañana de agosto aquí en Freetown, Sierra Leona, África Occidental. Nosotros (los misioneros de tiempo completo del Distrito Freetown) teníamos planeado un servicio bautismal y estábamos decididos a llevarlo a cabo contra viento y marea. Fue entonces que recibí una llamada del hermano Allieu, un miembro de nuestra rama, pero no podía entender totalmente lo que me decía porque me hablaba rápido en Krio, el idioma local. Le dije que respirara hondo y que hablase despacio. Lo hizo, y dijo: “Élder Naeata, no hay agua para la pila bautismal. Lo siento. No hay agua”.
Le agradecí la llamada y procedí a dar la mala noticia a los demás élderes. De inmediato nos pusimos a pensar en cómo podíamos efectuar esa ordenanza sagrada de todos modos. Fue entonces que el élder Agamah nos recordó de la cascada y la laguna arriba de una montaña cercana en un sitio llamado Mellow. Todos los élderes estuvieron de acuerdo con intentar efectuar el bautismo allí, de modo que conseguimos permiso para hacerlo.
Cuando más tarde esa misma mañana todos nos reunimos al pie de la montaña, el grupo tomó cruda consciencia de la imponente tarea que teníamos por delante. No obstante, la decidida congregación no dio señas de titubeo en su determinación de seguir adelante. Hombres y mujeres, e incluso niños, caminaban cuesta arriba y conversaban alegremente en el sendero mojado y resbaloso. Subiendo de a poco, tomamos un pequeño atajo para cruzar el río.
A medida que subíamos, el empeño de algunos del grupo empezó a flaquear cuando la lluvia se hizo más fuerte, pero esperanzados, seguimos adelante. De todos modos, el escabroso camino parecía no acabar nunca. Finalmente llegamos a nuestro destino. Nuestros corazones estaban llenos de felicidad, pero la lluvia nos seguía castigando. Al prepararnos para el servicio bautismal, nos resguardamos de la lluvia debajo de un gran árbol de mango.
Empezamos el servicio entonando el himno “El Espíritu de Dios” (Himnos, Nº 2) y, después de unos pensamientos espirituales de apertura, nos dirigimos al lugar para el bautismo. El agua se precipitaba por la cascada hacia la laguna en la que llevaríamos a cabo la sagrada ordenanza.
Uno de los padres se metió en la laguna y ayudó a su hijo a hacer lo mismo cuando, repentinamente, dejó de llover. Los rayos de sol se abrieron paso entre las nubes e iluminaron la laguna. Sentíamos la presencia del Espíritu. Después de que el padre bautizó a su hijo, un marido bautizó a su esposa, y luego los élderes bautizaron a sus investigadores. El sol siguió brillando, al igual que las sonrisas en nuestros rostros.
Para terminar el servicio, cantamos “Ven y sígueme” (Hymns, Nº 116). Sí, realmente lo seguimos; seguimos a nuestro Salvador trepando la montaña de arriba abajo, cruzando riachuelos rebosantes de aguas rápidas, caminando por senderos empinados y húmedos y en medio de la lluvia; y aquellos que se bautizaron siguieron verdaderamente el ejemplo del Salvador al entrar en las aguas del bautismo.