¿Por qué siguen pagando los diezmos?
Raquel Pedraza de Brosio, Argentina
Hace algunos años, a mi esposo lo despidieron del trabajo. Sus patrones, aparentemente lamentando lo que habían hecho, le ofrecieron otro trabajo; pero ese trabajo requeriría una mudanza difícil. A pesar de ello, previmos muchas bendiciones, incluso la de tener un trabajo estable.
Sin embargo, después de mudarnos, nos enteramos de que el trabajo ya no estaba disponible. Nadie podía darnos una explicación razonable; todo lo que sabíamos era que estábamos en un lugar nuevo, sin trabajo y prácticamente sin dinero, ya que habíamos pagado nuestras deudas antes de mudarnos y habíamos gastado todos nuestros ahorros para trasladarnos.
Mi esposo trató por todos los medios de encontrar trabajo de tiempo completo; mientras tanto, hacía trabajos pequeños y yo hacía manualidades, lo cual nos proporcionaba lo suficiente para mantenernos después de pagar el diezmo. Éramos frugales en todo, pero no era fácil pagar los gastos de la escuela, comprar comida y ropa, y tener el dinero que mi esposo necesitaba para salir a buscar trabajo.
Lloramos mucho, pero nunca dejamos de tener confianza en que el Señor nos bendeciría; y dábamos gracias por las bendiciones que teníamos: hijas sanas y fieles, un matrimonio unido, y parientes y miembros de la Iglesia que nos apoyaban.
Muchos amigos que no eran miembros de la Iglesia nos preguntaban: “Si tienen tantas necesidades, ¿por qué siguen pagando los diezmos?”. La respuesta era siempre la misma: Porque el Señor lo ha mandado y no queremos robarle a Dios (véase Malaquías 3:8–9).
Siempre supimos que si éramos obedientes, el Señor nos bendeciría; quizás no en la manera en la que esperábamos, pero ciertamente con lo que Él considerara que era mejor para nuestra familia. Nunca usamos nuestros problemas económicos como excusa para dejar de servir al Señor; de hecho, nuestro deseo de servirlo aumentó.
En la actualidad mi esposo tiene un trabajo que nos ayuda a pagar las deudas que adquirimos cuando estuvo sin trabajo. Nos llevará mucho tiempo antes de que estemos tranquilos económicamente, pero sabemos que si “[traemos] todos los diezmos al alfolí”, Dios abrirá las ventanas de los cielos y “[derramará] sobre [nosotros] bendición hasta que sobreabunde” (Malaquías 3:10).