Del campo misional
Conmovida por un testimonio
Michael Harken vive en Utah, EE. UU.
Al principio de mi misión, presté servicio en una pequeña ciudad de Corea del Sur. Un día lluvioso, aunque no habíamos tenido mucho éxito, queríamos seguir trabajando hasta que fuera hora de regresar a casa. Mi compañero y yo decidimos que llamaríamos a la puerta de algunas casas más.
En una de ellas, contestó una mujer, y mi compañero empezó a hablarle. Como misionero nuevo, me costaba entender, pero, después de algunos minutos, ella empezó a hablarnos en inglés. Nos enteramos de que era de Chicago, Illinois, EE. UU., y que se había mudado allí con su familia. Su esposo era pastor de una iglesia que no albergaba sentimientos muy amigables hacia nuestras creencias.
La mujer era agradable, pero estaba ansiosa por desacreditar el Libro de Mormón y convencernos de que nuestra iglesia estaba equivocada. Permanecí allí, de pie junto a mi compañero, mientras él trataba de contestar sus difíciles preguntas. Intentó testificarle que el Libro de Mormón es verdadero y que podría ayudarla, pero ella seguía insistiendo en que él estaba equivocado.
Tras conversar en la puerta aproximadamente por treinta minutos, ella le preguntó a mi compañero: “¿A dónde iremos después de esta vida?”. Me di cuenta de que estaba ansiosa por rebatir las enseñanzas de mi compañero tal como lo había hecho antes. Él testificó en cuanto al Plan de Salvación y acerca de que podremos vivir con nuestra familia para siempre en el reino celestial. Antes de que pudiera continuar, ella lo detuvo y le pidió que repitiera lo que acababa de decir en cuanto a que las familias estarían juntas. Él volvió a darle la misma respuesta. Sentí el Espíritu muy fuerte y, en los ojos de ella, pude ver que también a ella algo la había conmovido profundamente. Después de ese breve pero poderoso testimonio, ella dejó de discutir con nosotros, aceptó el Libro de Mormón y nos pidió que regresáramos para conversar con ella y con su esposo acerca del libro.
Recuerdo que esa noche caminé con mi compañero a casa, maravillado por el efecto que había tenido el testimonio de él. En ese momento entendí que un testimonio acompañado por el Espíritu es la herramienta más poderosa que tenemos para enseñar. Jamás olvidaré a mi compañero y el testimonio que dio esa noche. Después de esa experiencia, decidí que, aunque mi habilidad para hablar coreano fuera limitada, trataría de expresar mi testimonio sin reparos. Al hacerlo, empecé a sentir el Espíritu cada vez más. Aprendí que la mejor comunicación tiene lugar cuando uno enseña por medio del Espíritu.