La clave para la protección espiritual
La paz puede anidar en el corazón de cada uno que se vuelva a las Escrituras y descubra las promesas de protección y redención.
Hace poco sellé a una joven pareja en el templo. Esta pareja se había mantenido digna para llegar al maravilloso día cuando un hijo y una hija dejan el hogar de su juventud y se convierten en marido y mujer. En esta sagrada ocasión, ambos eran puros y estaban limpios. A su debido tiempo, comenzarán a criar a sus propios hijos, de acuerdo con el modelo que estableció nuestro Padre Celestial. La felicidad de ellos y de las generaciones futuras depende de vivir las normas que estableció el Salvador y que se hallan en Sus Escrituras.
Los padres de hoy en día se preguntan si existe un lugar seguro para criar a los hijos. Sí lo hay, se encuentra en un hogar centrado en el Evangelio. En la Iglesia, nos centramos en la familia y aconsejamos a los padres, donde quiera que vivan, que críen a sus hijos en rectitud.
El apóstol Pablo profetizó y advirtió que “en los postreros días vendrán tiempos peligrosos.
“Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a sus padres, ingratos, impíos,
“sin afecto natural, implacables, calumniadores, sin dominio propio, crueles, aborrecedores de lo bueno,
“traidores, impetuosos, envanecidos, amadores de los deleites más que de Dios,
“teniendo apariencia de piedad, pero negando la eficacia de ella; a éstos evita”1.
Pablo también profetizó: “Pero los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados”2.
Estos versículos sirven de advertencia y nos muestran los modelos de conducta que debemos evitar. Debemos estar siempre alertas y ser diligentes. Podemos repasar cada una de estas profecías y verificar que son actuales y que son motivo de preocupación en el mundo en que vivimos:
Tiempos peligrosos. Vivimos en tiempos muy peligrosos.
Avaros, vanagloriosos, soberbios. Todos existen entre nosotros.
Blasfemos, desobedientes a sus padres, ingratos, impíos, sin afecto natural. También tenemos todos éstos.
Implacables, calumniadores, etcétera. En el mundo hay constancia suficiente de su existencia.
También Moroni habló de la iniquidad de nuestra época cuando advirtió:
“Cuando veáis surgir estas cosas entre vosotros… [despertad] a un conocimiento de vuestra terrible situación…
“Por lo tanto, se me manda a mí, Moroni, escribir estas cosas, para que sea destruido el mal, y llegue el tiempo en que Satanás no tenga más poder en el corazón de los hijos de los hombres, sino que sean persuadidos a hacer el bien constantemente, a fin de que vengan a la fuente de toda rectitud y sean salvos”3.
Las descripciones que Pablo y Moroni hacen de nuestra época son tan precisas que no se pueden ignorar. Para muchos, tal vez resulten perturbadoras y hasta desalentadoras. Sin embargo, cuando pienso en el futuro, me invaden sentimientos de un optimismo positivo.
En la revelación de Pablo, además de la lista de dificultades y problemas, él nos dice también lo que podemos hacer para protegernos:
“Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido;
“y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús”4.
Las Escrituras poseen la clave para la protección espiritual. Ellas contienen la doctrina, las leyes y las ordenanzas que llevarán a cada hijo de Dios a obtener un testimonio de Jesucristo como su Salvador y Redentor.
A través de años de preparación, se ha realizado un enorme esfuerzo para tener las Escrituras en cada idioma con notas al pie de página y referencias correlacionadas. Procuramos que estén disponibles para todos los que deseen aprender. Ellas nos enseñan a dónde ir y qué hacer, ofrecen esperanza y conocimiento.
Hace años, el élder S. Dilworth Young, de los Setenta, me enseñó una lección sobre la lectura de las Escrituras. En una estaca había grandes tensiones entre los miembros y era necesario brindar consejo.
Le pregunté al presidente Young: “¿Qué debo hacer?”.
Él se limitó a responder: “Dígales que lean las Escrituras”.
Le pregunté: “¿Qué Escrituras?”.
Él dijo: “Eso no importa. Dígales que abran el Libro de Mormón, por ejemplo, y que comiencen a leer. Pronto el sentimiento de paz e inspiración llegará, y la solución aparecerá por sí sola”.
Hagan de la lectura de las Escrituras una parte de su rutina habitual y las bendiciones vendrán. En las Escrituras hay una voz de advertencia, pero también mucho sustento.
Si el lenguaje de las Escrituras al principio les resulta extraño, sigan leyendo. No tardarán en reconocer la belleza y el poder que hay en esas páginas.
Pablo dijo: “Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia”5.
Pueden poner a prueba esta promesa por ustedes mismos.
Vivimos en tiempos peligrosos; sin embargo, podemos hallar esperanza y paz para nosotros y para nuestras familias. Quienes vivan con pesar, desesperados por rescatar a un hijo de donde lo haya llevado el mundo, jamás deben rendirse. “No temas, cree solamente”6. La rectitud es más poderosa que la iniquidad.
Los hijos a los que se les enseña desde muy pequeños a entender las Escrituras llegarán a conocer el sendero que deben recorrer y serán más propensos a permanecer en él. Los que se alejan tendrán la capacidad de volver y, con ayuda, encontrarán el camino de regreso.
Los hijos de Mosíah lucharon contra la Iglesia durante un tiempo, pero luego se arrepintieron y sufrieron un cambio dramático. En Alma leemos: “Estos hijos de Mosíah… se habían fortalecido en el conocimiento de la verdad; porque eran hombres de sano entendimiento, y habían escudriñado diligentemente las Escrituras para conocer la palabra de Dios”7.
El presidente Joseph F. Smith tenía cinco años cuando su padre, Hyrum, fue asesinado en la cárcel de Carthage. Tiempo después, Joseph cruzó las llanuras con su madre viuda.
A la edad de 15 años fue llamado a una misión en Hawái. Se sentía perdido y solo, y dijo: “Me sentía tan rebajado en mi condición de pobreza, falta de inteligencia y de conocimiento, ya que era tan jovencito, que difícilmente me atrevía a mirar a [las personas] a la cara…”.
Mientras meditaba en su súplica cierta noche, el joven Joseph soñó que estaba de viaje, apresurándose todo lo que le era posible y llevando consigo un pequeño atado. Finalmente llegó a una mansión maravillosa, que era su destino. Al acercarse, vio un letrero que decía: “Baño”. Entró rápidamente y se aseó. Abrió el atado y encontró ropa blanca y limpia. “Cosa”, señaló él, “que no había visto por mucho tiempo”. Se la puso y se apresuró a la puerta de la mansión.
“Toqué”, dijo, “se abrió la puerta, y el hombre que se presentó ante mí era el profeta José Smith. Me dirigió una mirada un poco recriminatoria y las primeras palabras que dijo fueron: ‘Joseph, llegas tarde’. No obstante, sentí confianza y le contesté:
“‘¡Sí, pero estoy limpio; me encuentro limpio!’”8.
Así puede ser con cada uno de nosotros.
Si se encuentran en el curso de la fe y la actividad en la Iglesia, mantengan ese curso y guarden sus convenios. Sigan adelante hasta el momento en que lleguen las bendiciones del Señor, y el Espíritu Santo se revele como una fuerza impulsora en su vida.
Si actualmente se hallan en un curso alejado de lo que indican las Escrituras, déjenme asegurarles que hay un camino de vuelta.
Jesucristo ha establecido un método muy claro para que nos arrepintamos y hallemos curación en nuestra vida. La cura para la mayoría de los errores se encuentra al procurar el perdón por medio de la oración personal. No obstante, hay ciertas enfermedades espirituales, en particular las relacionadas con las violaciones a la ley moral, que obligatoriamente requieren la ayuda y el tratamiento de un médico espiritual calificado.
Hace años, vino a mi despacho una jovencita con su padre ya anciano. Lo había hecho recorrer varios cientos de kilómetros para encontrar un remedio al remordimiento que él sentía. De joven había cometido un error grave y, en su vejez, aquel recuerdo había vuelto a él. No podía desprenderse de ese sentimiento de culpa. Tampoco podía volver atrás y deshacer el problema de su juventud por sí mismo, pero sí podía empezar donde estaba y, con ayuda, borrar la culpa que lo había perseguido todos esos años.
Me sentí agradecido de que al enseñarle principios del Libro de Mormón fue como si se le hubiera quitado un gran peso de encima. Cuando él y su hija regresaron a su casa, aquel anciano había dejado atrás el remordimiento de las transgresiones pasadas.
Si “[despiertan] a un conocimiento de [su] terrible situación”9 y desean volver a la plena salud espiritual, acudan a su obispo. Él posee las llaves y puede ayudarlos a lo largo del camino del arrepentimiento.
El arrepentimiento es individual, al igual que el perdón. El Señor requiere solamente que se alejen del pecado y “[Él perdonará] la iniquidad de ellos y no [se acordará] más de su pecado”10.
Cuando se complete el proceso de arrepentimiento, llegarán a entender el significado de la promesa de Isaías sobre la Expiación: “Venid ahora, dice Jehová, y razonemos juntos: aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; aunque sean rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana”11.
Así como es posible borrar la tiza de la pizarra, la expiación de Jesucristo puede borrar los efectos de nuestra transgresión mediante el arrepentimiento sincero. Esta promesa se aplica en todos los casos.
El Evangelio nos enseña a ser felices, a tener fe en vez de temor, a hallar paz y superar la desesperación, a abandonar las tinieblas y volvernos hacia la luz del Evangelio sempiterno.
Pablo y otros nos advirtieron de las pruebas de nuestra época y de los días futuros, pero la paz puede anidar en el corazón de cada uno que se vuelva a las Escrituras y descubra las promesas de protección y redención que se enseñan en ellas. Invitamos a todos a volverse al Salvador Jesucristo, a Sus enseñanzas como se encuentran en el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento, el Libro de Mormón, Doctrina y Convenios y la Perla de Gran Precio.
Testifico que las Escrituras son la clave para nuestra protección espiritual. También testifico del poder sanador de la expiación de Jesucristo, “para que por medio de él fuesen salvos todos”12. La Iglesia del Señor ha sido nuevamente establecida en la tierra. Doy testimonio de la veracidad del Evangelio. Soy un testigo de Él. En el nombre de Jesucristo. Amén.