2013
Sean mansos y humildes de corazón
Noviembre de 2013


Sean mansos y humildes de corazón

Ser manso no significa ser débil, sino que significa comportarse con bondad y gentileza.

Mormón enseñó que “el hombre no puede tener fe ni esperanza, a menos que sea manso y humilde de corazón”1. Él agregó que sin tales atributos, “su fe y su esperanza son vanas, porque nadie es aceptable a Dios sino los mansos y humildes de corazón”2.

La humildad es la cualidad de quienes son “temerosos de Dios, rectos, humildes, prestos para aprender y pacientes al sufrir”3. Los que poseen este atributo están dispuestos a seguir a Jesucristo y su temperamento es calmado, dócil, tolerante y sumiso.

El apóstol Pablo enseñó que la mansedumbre es uno de los frutos del Espíritu4; por consiguiente, puede lograrse más fácilmente si “vivimos por el Espíritu”5. Para vivir por el Espíritu, nuestro estilo de vida debe reflejar rectitud ante el Señor.

Al tomar sobre nosotros el nombre de Cristo, se espera que nos esforcemos por emular Sus atributos y que cambiemos nuestro carácter para llegar a ser más como Él cada día. El Salvador, al exhortar a Sus discípulos, dijo: “Sed, pues, vosotros perfectos, así como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”6. Si “[venimos] a Cristo… [nos abstenemos] de toda impiedad, y [amamos] a Dios”, entonces, por medio de la gracia de Cristo, llegará el día en que seamos perfectos en Él7.

“Los atributos semejantes a los de Cristo son dones de Dios que [recibimos] a medida que [empleamos nuestro] albedrío con rectitud… Con el deseo de complacer a Dios, [debemos reconocer nuestras] debilidades y [tener] la disposición y el anhelo de mejorar”8.

La mansedumbre es vital para que lleguemos a ser más como Cristo. Sin ella no seremos capaces de desarrollar otras virtudes importantes. Ser manso no significa ser débil, sino que significa comportarse con bondad y gentileza, mostrando fortaleza, serenidad, sana autoestima y autocontrol.

La mansedumbre fue uno de los atributos más abundantes en la vida del Salvador. Él mismo enseñó a Sus discípulos: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”9.

Somos bendecidos de nacer con la semilla de la mansedumbre en nuestro corazón. Necesitamos entender que no es posible hacer crecer y desarrollar esa semilla en un abrir y cerrar de ojos, sino a lo largo del tiempo. Cristo nos pide que tomemos nuestra “cruz cada día”10, lo que significa que debe ser una meta y deseo constante.

El presidente Lorenzo Snow, el quinto profeta de nuestra dispensación, enseñó: “Es nuestro deber tratar de ser perfectos… de mejorar cada día y considerar lo que hicimos la semana anterior y hacer las cosas mejor esta semana; hacer hoy las cosas mejor de lo que las hicimos ayer”11. Entonces, el primer paso para llegar a ser mansos es mejorar día a día. Cada día debemos tratar de ser mejores que el anterior, conforme avanzamos en este proceso.

El presidente Snow añadió:

“Tenemos nuestras pequeñas insensateces y nuestras debilidades; debemos tratar de vencerlas tan rápidamente como sea posible, y debemos inculcar este sentimiento en el corazón de nuestros hijos… para que aprendan a comportarse apropiadamente ante Él en toda circunstancia.

“Si el esposo puede vivir con la esposa durante un día sin contender, sin tratar mal a nadie ni ofender el Espíritu de Dios… es perfecto hasta ese punto. Después, debe tratar de ser igual al día siguiente; mas suponiendo que fracasara en su intento al día siguiente, no habría razón por la cual no podría tener éxito al hacerlo el tercer día”12.

Al reconocer nuestra dedicación y perseverancia, el Señor nos dará lo que no somos capaces de alcanzar debido a nuestras imperfecciones y debilidades humanas.

Otro paso importante para llegar a ser mansos es aprender a controlar nuestro temperamento. Debido a que el hombre natural mora dentro de cada uno de nosotros y debido a que vivimos en un mundo lleno de presión, el control de nuestro temperamento podría llegar a ser uno de los desafíos de nuestra vida. Piensen por un momento cómo reaccionan cuando alguien no cumple con sus deseos en el momento en que quieren que lo haga. ¿Qué sucede cuando la gente no está de acuerdo con sus ideas, aun cuando están absolutamente seguros de que son la solución apropiada a un problema? ¿Cómo responden cuando alguien los ofende, critica sus esfuerzos o es descortés simplemente porque está de mal humor? En esos momentos y en otras situaciones difíciles, debemos aprender a controlar nuestro temperamento y expresar nuestros sentimientos con paciencia y amable persuasión. Esto es de suma importancia en nuestro hogar y en la relación con nuestros compañeros eternos. En los 31 años que he estado casado con mi esposa, ella a menudo me ha dado tiernos recordatorios de esto al enfrentar los inquietantes desafíos de la vida.

Entre las instrucciones que se encuentran en su Segunda Epístola a Timoteo, el apóstol Pablo dijo:

“Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido;

“que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad,

y se zafen”13.

Al controlar nuestras reacciones, mantenernos calmados, actuar con templanza y evitar la contención, comenzaremos a ser dignos del don de la mansedumbre. El presidente Henry B. Eyring dijo una vez: “Cuando controlamos nuestro carácter y dominamos nuestro orgullo con fe, el Espíritu Santo da Su aprobación, haciendo que las promesas y convenios sagrados sean seguros”14.

Otro paso para lograr la mansedumbre es llegar a ser humildes. El Señor instruyó a Thomas B. Marsh, por medio del profeta José Smith, diciendo: “Sé humilde; y el Señor tu Dios te llevará de la mano y dará respuesta a tus oraciones”15.

Creo que sólo aquellos que son humildes son capaces de reconocer y entender las respuestas del Señor a sus oraciones. Los humildes son enseñables, reconocen cuánto dependen de Dios y están deseosos de someterse a Su voluntad. Los humildes son mansos y tienen la capacidad de influenciar a los demás a ser lo mismo. La promesa de Dios a los humildes es que Él los guiará de la mano. Creo firmemente que evitaremos desvíos y tristezas en nuestra vida siempre y cuando andemos de la mano con el Señor.

Uno de los ejemplos de mansedumbre más hermosos de hoy en día que conozco es el del hermano Moses Mahlangu. Su conversión comenzó en 1964, cuando recibió un ejemplar del Libro de Mormón. Quedó fascinado al leer el libro, pero no fue sino hasta principios de los años 70 que vio un letrero de la Iglesia SUD en un edificio al caminar por la calle en Johannesburgo, Sudáfrica. El hermano Mahlangu quedó intrigado y entró en el edificio para saber más de la Iglesia. Le dijeron amablemente que no podía asistir a las reuniones ni ser bautizado debido a que las leyes del país, en aquel entonces, no lo permitían.

El hermano Mahlangu aceptó esa decisión con mansedumbre, humildad y sin resentimiento, pero siguió teniendo un fuerte deseo de aprender más acerca de la Iglesia. Preguntó a los líderes de la Iglesia sí podrían dejar abierta una de las ventanas de la capilla durante las reuniones dominicales para que él pudiera sentarse afuera y escuchar. Durante varios años, la familia del hermano Mahlangu y sus amigos asistieron a la Iglesia con regularidad “a través de la ventana”. Un día en 1980, les dijeron que podían asistir a la Iglesia y también ser bautizados. ¡Qué día tan glorioso para el hermano Mahlangu!

Posteriormente, la Iglesia organizó una rama en su vecindario de Soweto. Eso sólo fue posible gracias a la determinación, el valor y la fidelidad de personas como el hermano Mahlangu, quienes permanecieron fieles durante muchos años bajo difíciles circunstancias.

Uno de los amigos del hermano Mahlangu, que se había unido a la Iglesia al mismo tiempo, me relató esa historia cuando visité la Estaca Soweto. Al final de nuestra conversación, me dio un abrazo. En ese momento sentí como si me rodearan los brazos amorosos del Salvador. La mansedumbre emanaba de los ojos de este buen hermano. Con un corazón lleno de bondad y de profunda gratitud, me preguntó si yo podía decirle al presidente Thomas S. Monson lo agradecidos y bendecidos que él y muchas otras personas estaban por tener el Evangelio verdadero en su vida. El ejemplo de mansedumbre del hermano Mahlangu y su amigo verdaderamente influyó en muchas vidas para bien, especialmente en la mía.

Hermanos y hermanas, creo que el Salvador Jesucristo es el ejemplo supremo de mansedumbre, incluso durante los últimos momentos de Su vida mortal cuando fue injustamente acusado y condenado, llevó Su cruz con dolor hasta el Gólgota, Sus enemigos se burlaron y Lo maldijeron, muchos que Lo conocían y habían presenciado Sus milagros Lo abandonaron, y fue clavado en la cruz.

Aun después del más intenso sufrimiento físico, el Señor se volvió a Su Padre y habló desde lo más profundo de Su manso y humilde corazón: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”16. Cristo experimentó un extremo sufrimiento físico y espiritual, dándonos la oportunidad de cambiar nuestro carácter espiritual y llegar a ser mansos como Él.

Les doy mi testimonio de que Jesucristo es nuestro Salvador. Les testifico que, gracias a Su amor, es posible cambiar; es posible dejar atrás nuestras debilidades; es posible rechazar las malas influencias en nuestra vida, controlar nuestra ira, llegar a ser mansos y desarrollar los atributos de nuestro Salvador. Él nos mostró el camino. Él nos dio el ejemplo perfecto y nos mandó a cada uno de nosotros que seamos como Él. Su invitación a nosotros es la de seguirlo, seguir Su ejemplo y llegar a ser como Él. De estas verdades doy testimonio en Su sagrado nombre, sí, Jesucristo. Amén.