Unidos para llevar a cabo la obra de Dios
La forma más eficaz de lograr nuestro potencial divino es trabajar juntos, bendecidos por el poder y la autoridad del sacerdocio.
Queridos y maravillosos hermanas y hermanos, es una delicia estar con ustedes. Estén donde estén escuchando, les mando un abrazo a mis hermanas y un sincero apretón de manos a mis hermanos. Estamos unidos en la obra del Señor.
Al pensar en Adán y Eva, muchas veces en lo primero que pensamos es en su vida idílica en el jardín de Edén. Imagino que el clima siempre fue perfecto, no muy caliente ni muy frío, y que deliciosas frutas y verduras crecían en abundancia a su alcance para que pudieran comer cuando quisieran. Por ser un mundo nuevo para ellos, había mucho por descubrir; cada día era interesante conforme interactuaban con la vida animal y exploraban sus bellos alrededores. También se les dieron mandamientos que habían de obedecer y tuvieron diferentes formas de hacer frente a esas instrucciones, lo que al principio les ocasionó ansiedad y confusión1. Sin embargo, al tomar decisiones que cambiaron su vida para siempre, aprendieron a trabajar juntos y se unieron para lograr los propósitos que Dios tenía para ellos y también para todos Sus hijos.
Imaginen ahora a esa misma pareja en la mortalidad. Tenían que trabajar para obtener su comida, algunos de los animales los consideraban a ellos comida, y afrontaban desafíos difíciles que solo podían superarse si deliberaban en consejo y oraban juntos. Me imagino que hubo ocasiones en las que tuvieron opiniones diferentes sobre cómo resolver esos desafíos. Sin embargo, mediante la Caída, habían aprendido que era esencial actuar en unidad y amor. En la instrucción que recibieron de fuentes divinas, se les enseñó el Plan de Salvación y los principios del evangelio de Jesucristo que hacen que el plan funcione. Al entender que su propósito terrenal y su meta eterna eran idénticos, encontraron satisfacción y éxito al aprender a trabajar juntos en amor y rectitud.
Cuando tuvieron hijos, Adán y Eva enseñaron a su familia lo que habían aprendido de los mensajeros celestiales. Se centraron en que sus hijos también comprendieran y acogieran esos principios que los harían felices en esta vida, y también los prepararon para regresar con sus Padres Celestiales después de haber aumentado sus habilidades y demostrado su obediencia a Dios. Mientras tanto, aprendieron a apreciar sus diferentes puntos fuertes y se apoyaron mutuamente en su obra de importancia eterna2.
Con el transcurso de siglos y milenios, la claridad de los aportes inspirados e interdependientes de hombres y mujeres se nubló con la información errónea y los malentendidos. Durante el tiempo transcurrido entre ese maravilloso comienzo en el jardín de Edén y la actualidad, el adversario ha tenido mucho éxito en su objetivo de dividir a hombres y mujeres con la intención de conquistar nuestras almas. Lucifer sabe que si puede dañar la unidad que sienten los hombres y las mujeres, que si puede confundirnos en cuanto a nuestro valor divino y nuestras responsabilidades por convenio, logrará destruir familias, que son la unidad esencial de la eternidad.
Satanás incita la comparación como una herramienta para crear sentimientos de superioridad o inferioridad, ocultando la verdad eterna de que las diferencias innatas de los hombres y las mujeres son divinas y de igual valor. Ha intentado degradar el aporte de las mujeres tanto a la familia como a la sociedad civil, disminuyendo así su influencia edificante para hacer el bien. Su objetivo ha sido fomentar una lucha por el poder en vez de celebrar los singulares aportes de los hombres y las mujeres que se complementan entre sí y que contribuyen a la unidad.
Por lo tanto, a lo largo de los años y en todo el mundo, desapareció en gran medida la comprensión total de los aportes y responsabilidades divinamente interdependientes y a la vez distintos de las mujeres y los hombres. En muchas sociedades, las mujeres llegaron a quedar subordinadas a los hombres en vez de ser compañeras con quienes trabajaban lado a lado, y se limitó el alcance de sus actividades. Durante esos tiempos tenebrosos, el progreso espiritual fluyó a un mínimo; de hecho, era poca la luz espiritual que podía penetrar las mentes y los corazones impregnados de tradiciones de dominación.
Entonces la luz del Evangelio restaurado resplandeció “más brillante que el sol”3 cuando Dios el Padre y Su Hijo Jesucristo se aparecieron al joven José Smith a principios de la primavera de 1820 en aquel bosque sagrado al norte del estado de Nueva York. Ese acontecimiento inició un derramamiento moderno de revelación de los cielos. Uno de los primeros elementos de la Iglesia original de Cristo que se restauró fue la autoridad del sacerdocio de Dios. A medida que la Restauración seguía desplegándose, los hombres y las mujeres comenzaron a darse cuenta nuevamente de la importancia y del potencial de trabajar como socios, autorizados y dirigidos por Él en esta obra sagrada.
En 1842, cuando las mujeres de la nueva Iglesia querían formar un grupo oficial para ayudar en la obra, el presidente José Smith se sintió inspirado a organizarlas “bajo la dirección del sacerdocio y de acuerdo con el modelo de este”4. Él dijo: “Ahora doy vuelta la llave para ustedes en el nombre de Dios […]; este es el comienzo de días mejores”5. Y desde que se dio vuelta esa llave, las oportunidades educativas, políticas y económicas para las mujeres han comenzado a expandirse gradualmente en todo el mundo6.
Esta nueva organización de la Iglesia para las mujeres, llamada Sociedad de Socorro, no era como otras sociedades de mujeres de la época, ya que fue establecida por un profeta que actuó con la autoridad del sacerdocio para darles a ellas autoridad, responsabilidades sagradas y cargos oficiales dentro de la estructura de la Iglesia, no al margen de ella7.
Desde la época del profeta José Smith hasta la nuestra, la restauración continua de todas las cosas ha traído esclarecimiento en cuanto a la necesidad de la autoridad y del poder del sacerdocio para ayudar a hombres y mujeres a cumplir con sus responsabilidades divinamente señaladas. Recientemente se nos ha enseñado que a las mujeres que se las aparta bajo la dirección de uno que posee las llaves del sacerdocio, actúan con la autoridad del sacerdocio en sus llamamientos8.
En octubre de 2019, el presidente Russell M. Nelson enseñó que las mujeres que son investidas en el templo tienen el poder del sacerdocio en su vida y en sus hogares en tanto guarden esos convenios sagrados que hicieron con Dios9. Explicó que “[l]os cielos están abiertos de igual manera para las mujeres que han sido investidas con el poder de Dios que procede de sus convenios del sacerdocio como para los hombres que son poseedores de dicho sacerdocio”; y alentó a todas las hermanas a “recurrir libremente al poder del Salvador para ayudar a su familia y a otros seres queridos”10.
¿Qué significa eso para ustedes y para mí? ¿En qué forma cambia nuestra vida el hecho de comprender la autoridad y el poder del sacerdocio? Una de las claves es comprender que cuando las mujeres y los hombres trabajan juntos, logramos mucho más que cuando trabajamos por separado11. Nuestras funciones son complementarias y no competitivas. Aunque a las mujeres no se las ordena a un oficio del sacerdocio, como se señaló anteriormente las mujeres son bendecidas con el poder del sacerdocio a medida que guardan sus convenios, y actúan con la autoridad del sacerdocio cuando se las aparta para un llamamiento.
En un hermoso día de agosto, tuve el privilegio de sentarme con el presidente Russell M. Nelson en la casa reconstruida de José y Emma Smith, en Harmony, Pensilvania, cerca del lugar donde se restauró el Sacerdocio Aarónico en estos últimos días. En nuestra conversación, el presidente Nelson habló sobre el importante papel que desempeñaron las mujeres en la Restauración.
Presidente Nelson: “Uno de los aspectos más importantes que recuerdo cuando vengo a este sitio de la restauración del sacerdocio es el importante papel que desempeñaron las mujeres en la Restauración.
“Cuando José comenzó a traducir el Libro de Mormón, ¿quién escribía? Bueno, él escribió un poco, pero no mucho. Emma intervino.
“Y luego pienso en cómo José fue al bosque a orar cerca de su casa en Palmyra, Nueva York. ¿A dónde fue? Fue a la Arboleda Sagrada. ¿Por qué fue allí? Porque allí era adonde iba su madre cuando deseaba orar.
“Esas son solo dos de las mujeres que tuvieron papeles clave en la restauración del sacerdocio y en la Restauración de la Iglesia. Sin duda, podríamos decir que nuestras esposas son tan importantes hoy como lo fueron entonces. Por supuesto que lo son”.
Al igual que Emma, Lucy y José, somos más eficaces cuando estamos dispuestos a aprender unos de otros y estamos unidos en nuestro objetivo de convertirnos en discípulos de Jesucristo y ayudar a los demás en esa senda.
Se nos enseña que el “sacerdocio bendice la vida de los hijos de Dios de innumerables maneras […]. En los llamamientos [de la Iglesia], en las ordenanzas del templo, en las relaciones familiares y en el discreto ministerio individual, las mujeres y los hombres Santos de los Últimos Días actúan con el poder y la autoridad del sacerdocio. Esta interdependencia de los hombres y las mujeres al llevar a cabo la obra de Dios por medio de Su poder es fundamental en el evangelio de Jesucristo restaurado por medio del profeta José Smith”12.
La unidad es esencial para la obra divina que tenemos el privilegio de hacer y que se nos llama a hacer, pero no sucede solo porque sí. Se necesita esfuerzo y tiempo para realmente deliberar juntos en consejo —escucharse unos a otros, comprender los puntos de vista de los demás y compartir experiencias—, pero el proceso da como resultado decisiones más inspiradas. Ya sea en el hogar o en nuestras responsabilidades de la Iglesia, la forma más eficaz de lograr nuestro potencial divino es trabajar juntos, bendecidos por el poder y la autoridad del sacerdocio en nuestras funciones diferentes y a la vez complementarias.
¿Cómo debe ser esa asociación en la vida de las mujeres del convenio en la actualidad? Permítanme compartir un ejemplo.
Alison y John tenían una asociación que era única. Montaban una bicicleta tándem en carreras cortas y largas. Para competir con éxito en ese vehículo, los dos deben estar en armonía. Tienen que inclinarse en la misma dirección en el momento adecuado; uno no puede dominar al otro, sino que deben comunicarse claramente y cada uno hacer su parte. El capitán, al frente, tiene control sobre cuándo frenar y cuándo pararse sobre los pedales. El copiloto, que va atrás, debe prestar atención a lo que está sucediendo y estar listo para dar un mayor esfuerzo si se quedan un poco atrás, o disminuirlo si se acercan demasiado a otros ciclistas. Deben apoyarse mutuamente para progresar y alcanzar su objetivo.
Alison explicó: “Al principio, la persona en la posición de capitán decía ‘Pararse’ cuando necesitábamos pararnos sobre los pedales, y ‘Frenar’ cuando teníamos que dejar de pedalear. Después de un tiempo, el copiloto aprende cuándo el capitán está a punto de pararse sobre los pedales o frenar, sin necesidad de decir nada. Aprendimos a estar en sintonía y saber cómo estaba el otro, y cuando uno estaba teniendo dificultades, entonces el otro trataba de compensar, esforzándose más. Se trata de confiar y de trabajar juntos”13.
John y Alison estaban unidos no solo mientras pedaleaban la bicicleta, sino que también lo estaban en su matrimonio. Cada uno deseaba la felicidad del otro más que la suya; cada uno buscaba lo bueno en el otro y se esforzaba por superar lo que no era tan bueno en sí mismo. Se turnaban para ir al frente así como para dar más de sí cuando el compañero tenía dificultades. Cada uno valoraba el aporte del otro y encontraba mejores respuestas a sus desafíos al combinar sus talentos y recursos. En verdad están unidos el uno al otro mediante el amor cristiano.
Estar más en sintonía con el modelo divino de trabajar juntos en unidad es fundamental en este tiempo en que nos rodean mensajes que nos incitan a pensar primero en nosotros mismos. Las mujeres poseen dones específicos y divinos14 y se les dan responsabilidades únicas, pero no son más o menos importantes que los dones y las responsabilidades de los hombres. Todos están preparados y son necesarios para llevar a cabo el plan divino del Padre Celestial a fin de dar a cada uno de Sus hijos la mejor oportunidad de alcanzar su potencial divino.
El día de hoy “[n]ecesitamos mujeres que tengan la valentía y la visión de nuestra madre Eva”15 para unirse con sus hermanos en traer almas a Cristo16. Los hombres necesitan convertirse en verdaderos socios en vez de suponer que son los únicos responsables o actuar como socios en “apariencia” mientras que las mujeres realizan gran parte del trabajo. Las mujeres necesitan estar dispuestas a dar “un paso al frente […] [y] ocup[ar] sus puestos […] que les corresponden y que son necesarios”17 como socias, en lugar de pensar que necesitan hacerlo todo solas o esperar a que se les diga qué hacer18.
Ver a las mujeres como participantes esenciales no es cosa de crear igualdad, sino de comprender una verdad doctrinal. En lugar de establecer un programa para lograrlo, podemos trabajar activamente para valorar a las mujeres como lo hace Dios: como copartícipes esenciales en la obra de salvación y exaltación.
¿Estamos preparados? ¿Nos esforzaremos por superar los prejuicios culturales y, en cambio, adoptaremos prácticas y modelos divinos basados en la doctrina fundamental? El presidente Russell M. Nelson nos invita a caminar “codo a codo en esta obra sagrada […] [para ayudar] a preparar el mundo para la segunda venida del Señor”19. Al hacerlo, aprenderemos a valorar los aportes de cada persona y a aumentar la eficacia con la que cumplimos nuestras funciones divinas. Sentiremos un gozo más grande del que jamás hayamos experimentado.
Ruego que cada uno elijamos unirnos en la manera inspirada del Señor para ayudar a que Su obra siga adelante. En el nombre de nuestro amado Salvador, Jesucristo. Amén.