Profundizar nuestra conversión a Jesucristo
Las Escrituras y nuestro conocimiento de Dios son dádivas, dádivas que a menudo no valoramos. Apreciemos esas bendiciones.
¡Muchas gracias por su hermoso mensaje, élder Nielson! Necesitábamos eso.
Mis queridos hermanos y hermanas, el presidente Russell M. Nelson nos ha enseñado recientemente: “Se requiere esfuerzo para hacer algo bien. El convertirse en un verdadero discípulo de Jesucristo no es una excepción. Para aumentar su fe y confianza en Él se requiere esfuerzo”. Entre las recomendaciones que él nos dio a fin de que incrementemos nuestra fe en Jesucristo se encuentran que nos convirtamos en estudiantes dedicados, que nos adentremos en las Escrituras para comprender mejor la misión y el ministerio de Cristo (véase “Cristo ha resucitado; la fe en Él moverá montes”, Liahona, mayo de 2021, pág. 103).
En el Libro de Mormón aprendemos que las Escrituras fueron una parte importante de la familia de Lehi. Tanto así, que Nefi y sus hermanos regresaron a Jerusalén para obtener las planchas de bronce (véase 1 Nefi 3–4).
Las Escrituras revelan la voluntad de Dios para nosotros de igual manera que la Liahona lo hizo para Nefi y su padre. Después de que Nefi rompió su arco, necesitaba saber adónde debía ir para obtener alimento. Lehi, su padre, miró la Liahona y vio las cosas que estaban escritas. Nefi vio que las agujas funcionaban de acuerdo con la fe, diligencia y atención que ellos les daban. También vio una escritura que era fácil de leer y que les daba entendimiento respecto a las vías del Señor. Se percató de que por pequeños medios el Señor puede realizar grandes cosas. Fue obediente a las instrucciones que daba la Liahona, ascendió hasta la cima de la montaña y obtuvo alimento para su familia, que había sufrido mucho por no tener comida (véase 1 Nefi 16:23-31).
Me parece que Nefi era un alumno que se dedicaba a las Escrituras. Leemos que Él se deleitaba en ellas, su corazón las meditaba y las escribía para la instrucción y el beneficio de sus hijos (véase 2 Nefi 4:15–16).
El presidente Russell M. Nelson dijo:
“Si marchamos ‘adelante, deleitándo[n]os en la palabra de Cristo, y persever[amo]s hasta el fin […] tendr[emos] la vida eterna’ (2 Nefi 31:20).
“Deleitarse […] significa más que solo probar; deleitarse significa saborear. Nosotros saboreamos las Escrituras al estudiarlas en un espíritu de agradable descubrimiento y de fiel obediencia. Cuando nos deleitamos en las palabras de Cristo, quedan grabadas ‘en tablas de carne del corazón’ [2 Corintios 3:3]. Se convierten en parte integral de nuestra naturaleza” (véase “El vivir mediante la guía de las Escrituras”, Liahona, enero de 2001, pág. 21).
¿Cuáles son algunas de las cosas que haremos si nuestras almas se deleitan en las Escrituras?
Nuestro deseo de ser parte del recogimiento de Israel en ambos lados del velo aumentará. Nos resultará normal y natural invitar a nuestros familiares y amigos a escuchar a los misioneros. Seremos dignos y tendremos una recomendación vigente para el templo a fin de que asistamos con la mayor frecuencia posible. Trabajaremos para encontrar, preparar y enviar los nombres de nuestros antepasados al templo. Seremos fieles al santificar el día de reposo, al asistir a la Iglesia cada domingo para renovar nuestros convenios con el Señor a medida que participemos dignamente de la Santa Cena. Decidiremos permanecer en la senda de los convenios al vivir de toda palabra que sale de la boca de Dios (véase Doctrina y Convenios 84:44).
¿Qué significa para ustedes deleitarse en las cosas del Señor?
Deleitarse en las Escrituras es más que estar hambriento y sediento de conocimiento. Nefi tuvo gran gozo durante su vida. Sin embargo, también afrontó dificultades y tristeza (véase 2 Nefi 4:12–13); “no obstante”, dijo, “sé en quién he confiado” (2 Nefi 4:19). Conforme estudiemos las Escrituras, comprenderemos mejor el plan de salvación y exaltación de Dios, y confiaremos en las promesas que Él nos ha hecho en las Escrituras, así como en las promesas y bendiciones de los profetas modernos.
Una tarde, una amiga nos invitó a mi esposa y a mí a su casa. David, su hijo de siete años, nunca había oído el relato de la Biblia de David y Goliat, y deseaba escucharlo. A medida que comencé a relatar la historia, él se conmovió por la manera en que David, con su fe y en el nombre del Dios de Israel, hirió y mató al filisteo con una honda y una piedra, sin tener espada en su mano (véase 1 Samuel 17).
Él me miró con sus enormes ojos oscuros y me preguntó con firmeza: “¿Quién es Dios?”. Le expliqué que Dios es nuestro Padre Celestial y que aprendemos de Él en las Escrituras.
Entonces me preguntó: “¿Qué son las Escrituras?”. Le dije que las Escrituras son la palabra de Dios y que en ellas encontraría hermosos relatos que lo ayudarían a conocer mejor a Dios. Le pedí a su mamá que usara la Biblia que tenía en su hogar y que no dejara que David se fuera a dormir sin leerle todo el relato. A él le fascinó escucharlo. Las Escrituras y nuestro conocimiento de Dios son dádivas, dádivas que a menudo no valoramos. Apreciemos esas bendiciones.
Mientras servía como un joven misionero, me percaté de que, al enseñar con las Escrituras, la vida de muchas personas se transformaba. Me di cuenta del poder que hay en las Escrituras y de cómo pueden cambiar nuestra vida. Cada persona a la que enseñamos el Evangelio restaurado era única y con necesidades distintas. Las Sagradas Escrituras, sí, las profecías escritas por los santos profetas, las condujeron a tener fe en el Señor y al arrepentimiento, y cambiaron su corazón.
Las Escrituras llenaron de gozo a estas personas al recibir inspiración, guía, consuelo, fortaleza y respuesta a sus necesidades. Muchas de ellas decidieron hacer cambios en su vida y comenzaron a guardar los mandamientos de Dios.
Nefi nos anima a deleitarnos en las palabras de Cristo; porque las palabras de Cristo nos dirán todas las cosas que necesitamos hacer (véase 2 Nefi 32:3).
Los invito a tener un plan permanente para estudiar las Escrituras. Ven, sígueme es un gran recurso con el que contamos para enseñar y aprender el Evangelio, profundizar nuestra conversión a Jesucristo y ayudarnos a llegar a ser semejantes a Él. Cuando estudiamos el Evangelio no estamos simplemente buscando información nueva; más bien, estamos buscando convertirnos en una “nueva criatura” (2 Corintios 5:17).
El Espíritu Santo nos guía hacia la verdad y nos testifica de ella (véase Juan 16:13). Él ilumina nuestra mente, renueva nuestro entendimiento y nos toca el corazón mediante la revelación de Dios, la fuente de toda verdad. El Espíritu Santo nos purifica el corazón. Él inspira en nosotros el deseo de vivir conforme a la verdad y nos susurra maneras de hacerlo. “[E]l Espíritu Santo […] os enseñará todas las cosas” (Juan 14:26).
Al hablar de las palabras que reveló al profeta José Smith, nuestro Salvador dijo:
“Estas palabras no son de hombres, ni de hombre, sino mías […].
“Porque es mi voz la que os las declara; porque os son dadas por mi Espíritu […].
“Por tanto, podéis testificar que habéis oído mi voz y que conocéis mis palabras” (Doctrina y Convenios 18:34–36).
Debemos buscar la compañía del Espíritu Santo. Esta meta debe gobernar nuestras decisiones y guiar nuestros pensamientos y acciones. Debemos buscar todo lo que invite la influencia del Espíritu y rechazar cualquier cosa que nos desvíe de ella.
Testifico que Jesucristo es el Hijo Amado de nuestro Padre Celestial. Amo a mi Salvador. Estoy agradecido por Sus escrituras y Sus profetas vivientes. El presidente Nelson es Su profeta. En el nombre de Jesucristo. Amén.